Ella bajó la mirada llena de un brillo especial a sus manos temblorosas para ver el resultado que le arrancó varios suspiros de felicidad y en sus labios se plasmó una sonrisa que dejaba ver su dicha.
—Amor mío sé que serás el hombre más feliz de este mundo cuando comparta contigo esta maravillosa noticia —habló a la nada sin alejar la mirada de la causa de su alegría.
—¡Señorita Sued…! ¡Señorita Sued! —la llamaba uno de los empleados de servicio que estaba trabajando en la decoración del gran salón de la mansión Gil donde se llevaría a cabo la fiesta sorpresa del cumpleaños del joven Maximiliano.
Ella salió de la nebulosa en la que se había sumergido cuando en la lejanía escuchó el llamado del sirviente, y con rapidez ocultó tras su espalda el papel que tenía en la mano derecha.
—Sí, dígame —respondió con amabilidad a la vez que abría sus grandes y expresivos ojos.
—¿Dónde debo ubicar las flores? —Él levantó uno de los arreglos florales para mostrarle.
—Mmm… —Creó un sonido que denotaba su duda al quedarse pensativa, teniendo la indecisión de cuál sería la ubicación perfecta para las flores que le dieran el toque elegante y armonioso al vestíbulo, puesto que estaba siendo minuciosa porque necesitaba que todo estuviera perfecto—. Creo que es mejor sacar las flores, puede que no le agraden a Maximiliano. —Obediente el individuo aceptó retirarse sin agregar nada más.
El sonido desagradable de unos tacones rechinando contra el piso pulido la instaron a elevar la cabeza en dirección de la persona que se acercaba sonriendo con entusiasmo al ver que se trataba de la madrastra de Maximiliano.
—Buenas tardes, señora Gil —le saludó cordialmente Isabella, aunque la señora no era amable con ella, igual estaba tratando de ganarse su confianza, porque supone que pronto serán familia y debe llevarse bien con su suegra.
—¿Buenas?, serán para ti, que estás aquí perdiendo el tiempo. —Se burló la mujer de forma hiriente, provocando que Isabella tragara al soportar la manera despectiva en la que esa señora la trataba.
—Recoge todas estas cursilerías antes de que Maximiliano aparezca, aborrece las sorpresas al igual que los compromisos. —Volvió a mencionar la señora Gil alzando la comisura izquierda.
Con claridad sabía lo enamorada que está Isabella por eso intentó molestarla.
«¿Odia las bodas?», se preguntó con amargura. Porque de todo lo que dijo la mujer maliciosa lo único que se quedó en la memoria de la joven fue lo que su pareja aborrecía.
Aunque esa rápida charla la llenó de inseguridades, Isabella de igual modo siguió adelante con sus planes y como la mujer encantadora e ingeniosa que era, no se amilanó, sino que recibió a las personas influyentes que había invitado, en su mayoría amistades de Maximiliano que literalmente no la conocían como su novia, porque ellos mantenían una relación secreta.
—Bienvenidos, disfruten mucho —decía al recibir a cada invitado y cuando al fin Maximiliano llegó; ingresaba al salón con ceño fruncido sin entender de qué se trataba dicho alboroto en su hogar.
—Mi madrastra y sus celebraciones inútiles —balbuceo irritado, con ganas intensas de mudarse a su propio pent-house.
Su padre insistía en convivir como una familia y aunque no es un hombre que le importan las peticiones de los demás, quería mantener una buena relación con su padre debido a que en el pasado luego del fallecimiento de su madre, entre ellos se formó un abismo muy grande y su relación quedó prácticamente destruida cuando él decidió tomar a una segunda esposa.
Decidiendo que se retiraría pronto de dicha velada siguió su andar con porte elegante y un aura magnética que atrae a innumerables mujeres que sueñan en conquistar al heredero Gil.
«Es demasiado guapo», pensó Isabella suspirando profundo y sintiendo como el corazón le latía con más intensidad a medida que lo veía avanzar.
Ella que se encontraba al otro lado del salón empezó a acortar la distancia yendo hacia él con pasos pausados luciendo sensual con cada movimiento, ya que, al balancear sus caderas, modelaba cada curva de su cuerpo enloqueciendo a Maximiliano que a pesar de sentir que no la ama, le gusta mucho esa pelinegra de ojos verdes, de caderas pronunciadas, y de pechos grandes y redondos.
—Felicidades, amor —celebró con alegría al mismo tiempo que intentaba darle un beso, pero él giró la cara evadiendo el contacto de sus labios con una actitud fría y cortante, mostrando lo desagradable que le había parecido esa sorpresa, puesto que ella había actuado de manera arbitraria.
Su reacción no fue la esperada por Isabella, quien de estar con una gran sonrisa pasó a poner semblante serio.
—Hablemos —solicitó Maximiliano con tono irritante pero cuando varios conocidos se acercaron a felicitarle tuvo que forzar una sonrisa.
—Joven Gil les deseamos todo lo mejor. —Con hipocresía aceptó los buenos deseos de los invitados.
Hastiado logró deshacerse de las personas y sus insistencias por brindar en su honor. Buscó una vez más a Isabella, mirando en todas las direcciones y cuando la divisó con semblante sereno disimuló para llegar a ella tomándola del brazo dirigiéndose al estudio donde al llegar la soltó de golpe.
—No vuelvas nunca en tu vida a celebrar mi cumpleaños, me fastidia este tipo de festejos —reclamó sin una pizca de amabilidad y ella sintió que algo le oprimía el pecho.
Tenía días arreglando los preparativos para esa fiesta y ahora él la despreciaba siendo cruel.
—Lo siento —murmuró con voz apagada—, llevamos un año juntos teniendo una relación sin etiqueta y prácticamente a escondidas. Pero a pesar del tiempo juntos siento que no te conozco, porque no me das la oportunidad de saber algo de ti. Deja de cerrarte a mí.
—No necesitas saber nada de mí, solo no hagas cosas sin primero consultarlo conmigo —le aclaró estando de pie frente a la licorera sirviéndose un whisky en las rocas.
El corazón de Isabella que siempre late desbocado cada vez que está cerca de su amado, se encontraba oprimido por la fea reacción y palabras hirientes de su amado.
Maximiliano la miró por el rabillo del ojo cuando iba acercando el vaso a sus labios y lo soltó poniéndolo sobre el escritorio.
—Ven aquí Isabella. No quise ser tan duro. —Ella quedó cautivada con ese timbre grave de su voz y a pesar del enfado una electricidad recorrió su anatomía cuando él le rodeó la cintura.
El olor apetecible de su colonia varonil con toque dulce y dominante a la vez, la aturdió haciéndola olvidar momentáneamente su incomodidad.
Estaba tan anonadada que sentía que su hombre es perfecto, seduce, enamora y hechiza sin esforzarse para lograrlo. Su cabello negro azabache, cejas abundantes y pestañas risadas junto con su barba bien tratada hacen el contraste óptimo con esa piel blanquísima y sin imperfecciones.
Ella sintió debilidad en sus rodillas y se aferró a sus bien fornidos brazos percibiendo cómo esos ojos azules claros con pupilas pequeñas que le daban ese toque intimidante le atravesaban el alma y helaban cada capa de piel conllevándola a que jadeara sin haber sido tocada.
—Isabella no me gusta verte enojada —le expresaba a medida que le pasaba el dorso de los dedos por el rostro y cuando ella fue capaz de liberarse de la hipnosis que le causa Maximiliano recordó las palabras dichas por la madrastra de él y astutamente le propuso:
—Sé que la fiesta no es de tu agrado, pero por qué no aprovechamos para que revelemos nuestra relación, así cuando nos casemos no habrá críticas ni especulaciones.
—¡¿Casarnos?! —alzó las cejas con gesto divertido— En mis planes no está casarme o tener hijos, esas dos cosas están prohibidas para mí y ninguna mujer será capaz de hacerme cambiar de opinión. Si deseas continuar a mi lado debe ser justo como estamos.
Ella sintió que algo se quebró en su interior. No pronunció una sola palabra más, sino que se alejó de él y el whisky que Maximiliano sirvió y no había bebido, lo tomó en su lugar de un solo trago antes de salir de ese estudio dejándolo impactado con esa actitud rebelde.
A él le pareció desagradable su conducta y decidió ir detrás de ella para reprenderla, llegando al salón donde la divisó de pie en la barra libre con una copa de champán en la mano.
Las puntas de sus zapatos de piel suficientemente costosos chocaron con las zapatillas delicadas de su amante, quien estaba hecha una furia y tomaba para calmar el enfado.
—Es inaceptable que reacciones así porque yo nunca te dije que lo nuestro sería algo formal —le reprochó con voz baja acercando la cara a la de ella. Sin pensarlo daba una visión muy íntima de ellos dos en ese instante.
Ella se carcajeó con amargura.
—Me ha quedado suficientemente claro —expresó con disgusto y volvió a beber todo el contenido de su copa dejándolo nuevamente con una sensación desconcertante.
Maximiliano vio a todas partes, divisando como las personas compartían unas con otras, y hasta su padre parecía disfrutar de esa velada cuando para él ese día era un de luto y lamento, justo hoy era el aniversario de la muerte de su madre.
Empezó a tomar de manera descontrolada y con mucho rencor en su corazón, porque a pesar de que trataba de perdonar a su progenitor; de su mente no salía la certeza de que, por culpa de una amante y la irresponsabilidad de su padre, fue que su madre murió. Por eso verlo riendo y tomando como si todo estuviera normal avivaba más su resquemor.
«Mamá sé que tu espíritu se retuerce en su tumba al ver que ahora esa mujer que te hizo perder la vida ha ocupado tu lugar», pensó lleno de tristeza añorando poder ver una vez más a su madre.
—Sírvame otro trago —ordenó al barman con un humor irritante.
En esta fecha siempre está malhumorado y se encierra a ahogar sus penas con el alcohol. Pero Isabella había cambiado su forma de duelo al prepararle esa desagradable fiesta. Lo arruinó todo, según su pensar; sin embargo, estaba consciente de que lo hizo sin malicia. Lo único que le enfadaba era que pasó por alto su pedido. «Isabella es la mujer perfecta para mí, quizás casarme con ella y crear una familia es lo que realmente necesito para dejar de sentirme tan hueco», reflexionaba sintiendo los efectos del licor, sopesando que no era mala la idea de formalizar un hogar. Tambaleante sonrió al imaginar un futuro a su lado, con un hijo al que le brindaría mucho amor para que no se sienta tan solo como lo está él. «Seré el mejor padre del mundo y protegeré a Isabella para que no sufra», volvió a plantearse en su fuero interno dejando el vaso sobre la barra para ir en busca de su amada, pero al notarse tan borracho. Con la minúscula parte de cordura que aún conservaba decidió descansar
Ella empezó su andar, dando zancadas bastantes largas. Viendo que nadie se interponía con planes de detenerle hasta que llegó al límite de la puerta doble de la entrada. Uno de los empleados trató de frenarla posicionándose delante de ella. Pues su abuelo le estaba dejando suponer que la dejaría escapar para atraparla en el momento que se sintiera libre, haciéndole ver que él tenía todo bajo su control y que ella no es más que una chica endeble que no tiene derecho a contradecir sus órdenes. Pero Isabella es tenaz y como estaba decidida a irse de ese lugar corrió logrando salir. —Señorita deténgase. Se va a lastimar —le aconsejó uno de los individuos que iba detrás de ella, e Isabella no prestaba atención. Su punto fijo era salir de esa propiedad hasta que llegó a los portones dobles que son manipulados por el guardia de la entrada y pensó en todo hasta en subirse en las rejillas para saltar al otro lado, pero ponía en riesgo su embarazo, así que no optó por esa solución. Si no qu
Sin pronunciar palabras Isabella tomó los bastones ortopédicos para apoyarse, debido a que su pierna fracturada había sido enyesada por el médico del núcleo familiar Sued. Blas no permitió que se le acomodara al dejarla usar una silla de ruedas, por el hecho de que ella había sido la culpable de que su pierna estuviera estropeada y quería hacerle ver cuál es el costo de sus imprudencias. —No te pases de lista —le advirtió Blas.—¡Ni que fuera la mujer maravilla! —bufó apenas audible y continuó con su andar, mientras que los hombres que la vigilaban estaban fastidiados con sus pasos lentos. —¿Maximiliano? —musitó Isabella con duda al detenerse una vez que vio pasar a una distancia prudente a Maximiliano con una dama aferrada a su brazo y sintió que la respiración se le cortó, un nudo se le creó en la garganta mientras dicha angustia que estaba sintiendo le oprimía el pecho. «Con razón no quería que yo fuera su esposa, teniéndome a escondida podía tener a otra», reflexionó llena de
Sin embargo, detrás de sus palabras también escondía el sentido de hacer referencia a la fama de mujeriego que ha ganado Maximiliano en estos últimos años. Isabella, también percibió como las miradas pesaban sobre ella, no obstante, la que más le caló, fue la de Maximiliano. Cuando fingió encontrarse con su mirada de manera accidental elevó su copa para captar más su atención y con intención aparente de que la invitase a un baile. —1,2,3… —contó sintiéndose segura de que él iría a ella. De ese modo sucedió; Maximiliano rompió la distancia que los dividía, extendiendo seguido su mano, proponiéndole el baile que ella con lenguaje mudo pidió. Aceptó colocando con suavidad la mano entre la de él y cuando sus dedos hicieron contacto se sintió perdida percibiendo una electricidad más intensa que la sensación que le provocaba en el pasado, y a pesar de eso no se permitió reflejar nada. De camino a la pista de baile se ordenó a sí misma controlarse. —Es usted una mujer distinta a todas la
El camino a su departamento a Isabella se le hizo largo y tedioso, pero cuando al fin las puertas del ascensor se abrieron resopló expulsando el aire reprimido al mismo tiempo que subía la mirada al techo para controlar las lágrimas que picaban tras sus parpados, puesto que no deseaba que ninguna persona la viera llorar y menos sus nuevos vecinos. «Contrólate Isabella, bien sabías que Maximiliano nunca te quiso», se ordenaba como si le reprochara a esa mujer en su interior que aún sufre mucho por no haber obtenido el corazón del joven Gil. Dando pasos lentos y vacilantes llegó a su puerta encontrándose con la sorpresa de que un hombre estaba recostado de la pared frente a su departamento con una pose elegante y lo vio con un poco de recelo. Sin embargo, él no pudo ocultar su impresión cuando la vio dirigiéndose hacia él con tanto estilo que ni una diosa tendría el poder de hacer suyo el espacio como lo estaba logrando Isabella. «Mi socia es muy hermosa», no evito pensar mientras l
Luego de haber culminado el banquete, Chiara se encontraba muy satisfecha; después de todo, ya que se había salido con la suya al lograr que Maximiliano se tomara una foto con ella y el pequeño, por lo que ahora se encontraba pasándole el dedo con deleite.«Ese mocoso va a ser la causa por la que Maximiliano acceda a casarse conmigo. Soy su mejor opción», fantaseaba suponiendo que luego de que Maximiliano anunciara la existencia del niño se vería obligado a darle una madre. Y aunque esa mujer que bailó con él le causó un poco de sobresalto, ya se había convencido de que Maximiliano no se casaría con una desconocida.—Somos la familia perfecta. Los tres encajamos a la perfección —murmuró sin alejar la vista de la foto, y solo la soltó en el momento que vio que Maximiliano se acercaba.—Chiara, quiero que me des una buena explicación —aseveró Maximiliano con semblante serio, pues se había contenido durante todo el banquete para no hacerle exigencia delante de los invitados.Chiara se pu
El llanto infantil resonaba e Isabella miraba a todos lados, ansiando poder ponerse de pie para tomar al bebé que lloraba para consolarlo, pero de repente unos papeles fueron arrojados sobre su cara aturdiéndola más de lo que ya estaba por los efectos de los analgésicos suministrados.—¡Ya no eres nada para mí! —cuando escuchó esa voz ronca que le causó pánico reconoció al dueño y aterrada al saberse encontrada se arrastró en la camilla de operaciones cayendo de bruces al suelo.—¿Qué me harás? —preguntó con voz débil y muy cansada, estando bajo los efectos de los medicamentos, apenas podía mantenerse despierta.—No tienes derecho a lastimarme —le sentenció cuando vio que él no tenía planes de responderle y únicamente la veía con altivez.Blas Sued tomó al recién nacido entre sus brazos, y ella que estaba de por sí aterrada se sintió mucho peor porque ese sentimiento se había incrementado mil veces más al ver a su abuelo.—Arruinaste el matrimonio entre las dos familias. Debes ser cas
Con pasos vacilantes, Isabella se aproximó hacia una de las cuatro recepcionistas. Acomodó sus brazos sobre el recibidor elegante y con una sonrisa amable le dijo:—Buenos días, señorita, soy Caroline Laffón y…. —La dama no le dio oportunidad a completar su explicación, puesto que la mujer le respondió:—En el área de la planta 20 la esperan —La dejó sumamente asombrada la prontitud del trabajo que realizaba esa dependienta que pareció estar esperando su llegada.«Oliver me deja sorprendida con su caballerosidad», lo elogió internamente, debido a que suponía que había sido él quien informó a sus empleados para que la dejasen ingresar sin contratiempos.No obstante, se detuvo a sopesar la manera en la que esa joven la trató y volvió a sentir dudas.—¿Me esperan a mí? —Rectificó señalándose a sí misma con incredulidad.—Si. A usted —le dejó claro la joven antes de responder una llamada. Isabella enarcó las cejas al mismo tiempo que ladeaba la cabeza aun sintiéndose sorprendida, pero re