Mujer misteriosa

Sin pronunciar palabras Isabella tomó los bastones ortopédicos para apoyarse, debido a que su pierna fracturada había sido enyesada por el médico del núcleo familiar Sued. 

Blas no permitió que se le acomodara al dejarla usar una silla de ruedas, por el hecho de que ella había sido la culpable de que su pierna estuviera estropeada y quería hacerle ver cuál es el costo de sus imprudencias.  

—No te pases de lista —le advirtió Blas.

—¡Ni que fuera la mujer maravilla! —bufó apenas audible y continuó con su andar, mientras que los hombres que la vigilaban estaban fastidiados con sus pasos lentos. 

—¿Maximiliano? —musitó Isabella con duda al detenerse una vez que vio pasar a una distancia prudente a Maximiliano con una dama aferrada a su brazo y sintió que la respiración se le cortó, un nudo se le creó en la garganta mientras dicha angustia que estaba sintiendo le oprimía el pecho. 

«Con razón no quería que yo fuera su esposa, teniéndome a escondida podía tener a otra», reflexionó llena de amargura y fue insólita la decepción que experimentó en ese momento. Todo delante de ella pasó a estar en blanco y negro, era tan fuerte la sensación que estaba experimentando que creyó ser esa la desilusión más grande que había tenido en su vida. 

—Señorita debe continuar. ¿Por qué se detiene? —le preguntó uno de los guardaespaldas. 

—¡Déjenme en paz! —pidió con voz rota dejando salir unas lágrimas calientes que reflejaban su amargura sin dejar de ver como Maximiliano se alejaba con esa mujer, y se quedó allí hasta que desaparecieron ante sus ojos. 

Estando en el sanitario para mujeres lloró con el corazón totalmente desecho, rindiéndose por completo a cualquier ilusión que pudiera haber tenido con Maximiliano. 

—Seguiré adelante sola —se dijo a sí misma a medida que secaba su rostro con papel desechable. 

Cuando salió del cubículo, se detuvo delante de los lavabos, se sostuvo de ellos y sin que se lo propusiera un llanto lastimoso salió de su garganta, mientras mantenía la cabeza agachada. 

—Señorita ¿está usted bien? —preguntó alguien.

Isabella se sorprendió, debido a que se creía plenamente sola en aquellos sanitarios y una vez que escuchó la pregunta trató de limpiarse los ojos con el dorso de sus manos, pero ya era tarde, ya que la señora que le había hablado estaba a su lado. 

—Se ve pálida, ¿puedo ayudarle? —volvió a cuestionar la mujer observándola con pena. 

Isabella viró la cara para ver a la dama con propósito de responder que se encuentra bien. Pero al darse cuenta de que esa dama podría servirle de ayuda para escapar, lo analizó mejor y negó moviendo la cabeza. 

—En realidad no me encuentro bien —sollozó—. En la salida de estos sanitarios se encuentran parados unos hombres que me tienen secuestrada y necesito escapar. —La dama creó un suave sonido de horror y debió cubrirse la boca con una mano. 

Isabella se colocó una mano en el vientre. 

—Estoy embarazada, y van a dañar a mi bebé —la mujer abrió los ojos por demás sintiendo pánico. 

Justo como acordaron Isabella se quedó allí dentro hasta que la mujer dio el aviso a la seguridad del hospital haciendo que los hombres fueran interrogados, dando tiempo a que Isabella escapara. 

8 meses después…

Era un día lluvioso, y ya la era de gestación del bebé estaba completa, e Isabella sentía un intenso dolor en la espalda, pero lo soportaba por el hecho que temía visitar un nosocomio. 

Le aterraba la idea de ser encontrada por Blas, no obstante, una vez que el líquido amniótico salió cayendo a sus pies supo que era imposible negarse más a acudir al hospital. Lloró tanto por el dolor como por el temor. 

—¡Oh, Dios, ayúdame! —clamó angustiada sin quedarle más qué llamar a emergencias del hospital para que fueran unos paramédicos por ella. 

—Ya viene señ… —la ginecóloga que le estaba realizando el parto se detuvo. Le observó la mano izquierda donde Isabella no lleva argolla de bodas y volvió a decir—: Señorita, ya viene su hijo, por favor puje fuerte. —Isabella hizo lo pedido y de esta forma el bebé no salía, dado a que estaba muy débil por la carencia de vitamina en su cuerpo. 

—¡Vamos! Respire y vuelva a intentarlo. —La incentivó la partera.

Ella exhaló y volvió a pujar con toda la fuerza que pudo reunir. Soltó un grito cuando sintió que se le iban a salir todos los órganos internos junto con el bebé. Pero una vez que escuchó el llanto de su hijo; en su pecho se instaló una tranquilidad inmensa, pareciéndole aquel el sonido más melodioso que sus oídos han tenido la dicha de oír. 

—El recién nacido es un varón y goza de buena salud, ¡felicidades! —Anunció la pediatra que tenía al recién nacido envuelto en una manta. 

Sin poder evadir esos recuerdos de los momentos en que llegó a pensar que Maximiliano estaría a su lado para compartir ese momento tan especial.  

Vio a los lados y a pesar de saberse desamparada, no pudo contener el llanto. 

Mientras que en la empresa Sued…

El Sr. Sued estaba sentado en su escritorio observando como su última inversión estaba dejando buenos resultados, pero lo único que lo tenía enfadado era no poder controlar a Oliver Blanco, quién ha invertido la mitad de su fortuna en su compañía y su forma de controlarlo era si lo casaba con su nieta Isabella. 

Unos toques en la puerta lo sacaron de concentración.

—Pase —permitió con fastidio, ya que odia ser incomodado. 

—Señor —su subordinado inclinó un poco la cabeza— Hemos encontrado a la señorita Sued pero alguien ha filtrado información sobre ella a la prensa. —Blas le dio un golpe seco a su escritorio, previo a exclamar con voz gruesa que sonó tenebrosa—: 

—¡Son unos inútiles, ¿cómo han dejado que la prensa tenga información de esa mujer? y no la vuelvas a llamar Sued, ella ya no es mi familia! —Estaba furioso. 

—Señor, la noticia de su embarazo fue detenida a tiempo, pero esta no pudimos, varios reporteros saben que ella tuvo una aventura sin estar casada —expuso el hombre con cabeza gacha sintiendo temor a que el señor Sued se volviera violento. 

—Pide a los reporteros entrar al salón de conferencias —dijo con molestia. 

El empleado captó su orden a la perfección y no pasó mucho cuando todos los periodistas se encontraban a la espera. 

—Señor Sued, ¿es cierto que su nieta ha decidido alejarse de usted?, hay rumores en los cuales se confirma que usted la ha echado cuando era una menor de edad ¿Puede contestar a esas acusaciones? —Los reporteros lo enloquecían con muchas preguntas cuando lo vieron llegar y él mantuvo la calma mostrando una media sonrisa, sin dejar que le afectara nada de lo que decían. 

Una vez que subió al pódium esclareció: 

—Voy a ofrecer una conferencia y no responderé cuestiones sobre rumores tontos que solo buscan generar disturbios sobre mi persona. Anuncio que ya hace un tiempo había cortado por completo los lazos con Isabella Sued, pido amablemente a la prensa que dejen de anclar sus actos con mi familia y mi organización. Es todo lo que diré. Gracias —manifestó cortante y tajante, agradeciendo por obligación para que no lo consideren un hombre sin educación. 

Los periodistas fueron aplacados por los agentes de seguridad del señor Sued cuando atacaron con preguntas quedando inconformes por dicho anuncio y estando en su elevador privado el teléfono celular de Blas Sued sonó.

—¡Habla! —ordenó.

—Está listo su pedido —colgó la llamada y alzó la comisura derecha en una sonrisa malévola, hizo 2 jugadas simultáneamente para vengarse de su nieta aprovechando su vulnerabilidad. 

5 años después.

Isabella volvió al país, y cuando puso un pie fuera del aeropuerto aspiro fuerte logrando llenar sus pulmones de ese aire que odia respirar. 

Sin embargo, contaba los días para volver, puesto que la sed de venganza la hizo ser una mujer más fuerte pero impaciente.

Ya no era la misma niña llena de ilusiones que le rompieron el corazón y la vida. Ahora es una mujer con alma de acero que no piensa romperse a la primera y hará que cada una de las personas que la dañaron paguen.  

******

—Te voy a recuperar hijo, no me iré de este lugar sin ti. —Juró a la nada mirándose frente al espejo mientras se maquillaba y se arreglaba de manera minuciosa. Ya no es ni la sombra de lo que era, tanto física como internamente. 

Si en el pasado era hermosa, esta nueva Isabella es sensual, segura de sí misma, más voluminosa, y con curvas más pronunciadas. Tiene claras sus metas y está dispuesta a todo por lograr sus objetivos. Y dentro de esos objetivos no estaba la idea de hacerle saber a Maximiliano que habían tenido un hijo. 

Como esa noche se estaba llevando a cabo el banquete de celebración, en honor a que la empresa de Maximiliano Gil que está situada entre las 500 mejores del mundo, muchas figuras conocidas del ámbito empresarial estaban asistiendo a dicha celebración, siendo la misma una fiesta de máscaras. 

Isabella llevaba un vestido de tela sedosa que se adhiere a su cuerpo en color índigo, de cuello alto que no muestra nada de piel, solo una pequeñísima abertura en la parte delantera del cuello, que define todo su cuerpo, y los accesorios dorados todos a combinación. Aretes largos. Pulseras. Cartera de mano y tacones altos. 

Antes de ingresar al salón de fiesta Isabella se colocó su máscara color dorado que resaltan sus ojos verdes dándole un toque de fiera. 

Inhaló profundamente cuando decidió avanzar con pasos decididos balanceando sus caderas de un lado a otro sin verse extravagante, solo buscaba lucir elegante y seductora. 

Maximiliano estaba siendo felicitado por otros empresarios cuando sintió un pálpito, una sensación extraña en el aire como si se tratara del mismo universo mismo pidiéndole que volteara a mirar hacia la dirección en la que caminaba Isabella, y en cuanto clavó su mirada en esa mujer todo su mundo pasó a estar en un segundo plano, el aliento se le heló y su cerebro no hacía más que ordenarle que se le acercara. 

El hombre con el que estaba hablando y que él ignoró sin ser consciente, buscó en dirección a su mirada y junto a él los demás que lo acompañaban dándose cuenta de que esa mujer misteriosa había captado la atención del heredero Gil al punto de olvidarse de la cortesía. 

—¿Una nueva conquista joven Gil? —bromeó uno de los presentes, reconociendo que la mujer que todos veían causa que un hombre se quede embelesado.

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