La noche se había disuelto lentamente, dejando tras de sí solo la quietud incierta del amanecer. Damián no había pegado el ojo. Las palabras de Abigail seguían resonando en su mente, como una espina clavada en lo más hondo de su pecho. Y aunque aún no tenía todas las respuestas, algo dentro de él había cambiado.Salió de la cabaña cuando el primer rayo de sol despuntó entre las copas de los árboles. El aire era fresco, húmedo, y por un instante, respirarlo le trajo cierta paz. Caminó sin rumbo fijo, como si sus pies supieran adónde llevarlo antes que su mente.Fue entonces cuando lo vio.Entre la hierba alta, un pequeño cuerpo se movía con sigilo, deteniéndose cada tanto para observar una flor, arrancarla con cuidado, y colocarla entre sus manos como si fueran un tesoro. Era Rowan. Su cabello revuelto brillaba bajo el sol, y su rostro, serio y concentrado, se arrugaba cada vez que descartaba una flor que no consideraba digna.Damián se quedó inmóvil unos segundos, observándolo. Le par
La madera del suelo crujía bajo los tacones de Evelyn mientras avanzaba por el pasillo angosto, como si cada paso fuera un latido más de su cólera contenida. El velo de elegancia que usualmente cubría su rostro estaba desgarrado por una rabia fría y una ansiedad creciente. Había visto demasiado. Había sentido esa punzada en el pecho que no podía admitir. Y no iba a permitir que nada, ni ese niño, ni los sentimientos de Damián, interfirieran en lo que le pertenecía por derecho.Abrió la puerta de golpe sin molestarse en llamar.El hombre dentro apenas levantó la vista. Estaba sentado a la sombra, en una vieja silla de respaldo recto, girando lentamente una copa entre los dedos. El vino oscuro se agitaba como un secreto a punto de desbordarse. Su rostro, enjuto y pálido, se mantenía impasible. Sus ojos grises, vacíos de compasión, la estudiaban con una calma que resultaba casi insultante.— No me digas que estás tranquilo — espetó Evelyn, cerrando la puerta con un estruendo que hizo vib
Damián cerró la puerta de su habitación con un leve suspiro, dejándose caer contra ella con el peso de lo que vendría al día siguiente. La boda. La luna llena. Convertirse en padrastro de un hijo que no es suyo. Se pasó una mano por el rostro, tratando de despejar las nubes de incertidumbre que lo envolvían.Con un gesto de frustración, se dirigió hacia la mesa donde descansaba una botella de su mejor whisky. Era su forma de calmar los nervios. No importaba cuántas veces le dijeran que lo hacía para escapar de lo inevitable, siempre encontraba consuelo en el sabor fuerte y amargo del licor. Abrió la botella con un leve crujido, como un pequeño alivio para su mente. Vertió una copa generosa y la llevó a sus labios. La bebida bajó con una sensación cálida, quemando ligeramente su garganta antes de invadir su cuerpo con un pequeño euforia. Tomó otro trago, sintiendo el calor recorrerle el pecho, y lo dejó reposar en su mano mientras observaba la llama de la vela parpadeando sobre la mesa
Rowan caminaba por el pasillo, saltando con pequeños brincos, como siempre lo hacía cuando estaba feliz. Aunque apenas era un niño, sentía una emoción especial al saber que pronto iniciaría una nueva vida para él. con Damián como su futuro padre.Se acercaba a la habitación de Damián, con paso decidido, sin preocuparse por lo que pudiera suceder. Pero algo en el aire cambió. Un susurro, una vibración que lo hizo detenerse de golpe. Sintió un presentimiento, como si algo importante estuviera a punto de suceder.Por un momento, dudó. Sin embargo, la curiosidad pudo más, y alzó la mano para girar el picaporte con suavidad. Lo que vio al abrir la puerta lo dejó completamente paralizado.Damián y Evelyn estaban demasiado cerca el uno del otro, casi como si estuvieran abrazados contra la pared. La tensión entre ellos era tan palpable que parecía quemar el aire. Evelyn, con los ojos entrecerrados, respiraba con rapidez, y Damián… él estaba tan cerca de ella, que parecía perderse en su presen
El bosque se cernía oscuro y espeso bajo la luz de la luna. Damián corría entre los árboles, ramas arañándole los brazos y la respiración cada vez más agitada. El aullido de Rowan aún resonaba en su mente, como una llamada de auxilio velada en dolor. Tenía que encontrarlo. No podía perderlo también.— ¡Rowan! — gritó con la voz quebrada por el miedo de que le pasara algo,era muy extraño el sentimiento que le despertaba ese niño a pesar de no ser suyo— ¡Por favor, vuelve!No hubo respuesta, solo el crujir de hojas secas y el lejano canto de los grillos. Pero algo lo guiaba, algo más allá de la razón. Una energía tenue, mágica, como si el bosque mismo le mostrara el camino. Entonces lo sintió, una brisa cálida, cargada de un perfume dulce, etéreo, imposible de describir. La siguió.Y de pronto, se encontró en la linde de un claro bañado por luz de luna. Aquel lugar estaba prohibido para ellos. Habían intentado cruzar muchas veces, pero la bruma no se lo permitía jamás; era como una barr
El viento de la tarde acariciaba suavemente los rostros de los presentes, pero para Damián, no era suficiente para calmar la tensión que se había ido acumulando en su pecho desde que aceptó el destino que la vida le había impuesto. La verdad que le había sido revelada la noche anterior seguía pesando sobre él, como una sombra imposible de ignorar.El sonido de los cantos ceremoniales resonaba en sus oídos. La luz dorada del sol caía suavemente sobre el altar, tornándose anaranjada al acercarse la puesta del sol. Los votos debían ser pronunciados en el mismo instante en que la luna llena ascendiera en el cielo, pero nada, ni la belleza del atardecer ni la solemnidad del momento, podía disipar la oscuridad que se había posado sobre su alma. La verdad lo había marcado, lo había transformado de maneras que no podía comprender.Damián observaba a Abigail caminar por el pasillo dispuesto entre los bancos de madera, donde la comunidad se había reunido para presenciar la ceremonia. Abigail...
La ceremonia había llegado a su fin, y los murmullos de la manada se alzaban llenando todo de alegría. Los rostros de los presentes reflejaban las expectativas de una nueva unión, una promesa de futuro y quizás la salvación de aquel castigo que la Luna les impuso años atrás.Damián, sin embargo, sentía que todo era irreal. Las palabras de los votos, las sonrisas que lo rodeaban… Y, sin embargo, al ver a Abigail frente a él, la sensación de que algo irreversible ya había sucedido entre ellos lo alcanzó con fuerza.El sacerdote, al ver que ambos se miraban en silencio, asintió suavemente, dándoles paso.— Ya pueden sellar su unión con un beso.Sin decir una sola palabra, Damián avanzó hacia Abigail y la tomó de la mano. Sus ojos se encontraron, y por un momento, el mundo a su alrededor se desvaneció. La amaba, era su luna. Lo supo desde el primer momento que vio aquella loba blanca en el bosque.¿Cómo no había visto todo aquello antes, como su lobo no la reconoció, cuál era el embrujo q
La noche había caído con una suavidad engañosa, como si ignorara deliberadamente el torbellino de emociones que recorrían el pecho de Damián. Pese a la intensidad del día, a los votos pronunciados y a las miradas cargadas de significado que habían compartido en la ceremonia, aún quedaba algo pendiente. Una conversación, una verdad, una herida sin cerrar. Y aunque sabía que debía enfrentarla, por ahora decidió dejarla en pausa. Esa era su noche, su primer momento a solas con Abigail… y no quería que el peso del pasado empañara lo que estaba comenzando a construir con ella.La habitación, apenas iluminada por la tenue luz de unas velas, parecía respirar con ellos. Las sombras danzaban sobre las paredes al ritmo del viento que se colaba por la ventana entreabierta, como si también esperaran en silencio lo que iba a ocurrir. Abigail, envuelta en la delicadeza de su atuendo nupcial, se acercó lentamente. Su mirada —antes temerosa, llena de dudas— parecía ahora más firme, más abierta, como