50.

La penetra lentamente, tanto que para Nora se vuelve una tortura. Cierra sus ojos y aprieta los dientes mientras sus manos buscan aferrarse al brazo de Franco que cruza por su pecho. Su sexo arde y palpita, volviéndose una sensación placentera, así como agonizante. Ese vaivén cadencioso la lleva a la locura, mientras escucha los gemidos de Franco en su oído, como gruñidos guturales de una bestia. 

—Grita para mí, Nora… Quiero escucharte —insiste Franco haciendo que las embestidas se vuelvan cada vez más fuertes y profundas. 

Nora comienza a gemir con fuerza, complaciendo a su esposo, pero al mismo tiempo motivada por el fuego que arde en su piel y se aviva con cada penetración, haciendo que la humedad de sus labios escurra por sus muslos. Franco aprieta gentilmente el cuello de Nora y de nuevo recorre su mano hacia el sexo de su mujer, acariciándolo al tiempo que la penet

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