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—Es una sorpresa, así que tendré que cubrirte los ojos —indicó y sacó del bolsillo una pañoleta, se aproximó al pequeño y cubrió sus ojitos.

—Con cuidado que tengo un golpe por los ojos —indicó—. No te tardes mucho —solicitó.

Carlos con cuidado llevó al pequeño a la mitad del jardín, entonces colocó frente a él su obsequió.

—Ya puedes mirar —solicitó.

Angelito se arrancó con rapidez el vendaje, abrió los ojos de par en par y recorrió con su azulada mirada el flamante pony en color blanco.

—Me cumpliste mi sueño —expresó con entusiasmo—. Es increíble. —Brincó con emoción.—¿Puedo tocarlo? —preguntó.

—Es todo tuyo, ven, vamos a que lo acaricies, debes cuidarlo mucho —recomendó Carlos.

—Sí, lo prometo—. Ahora sí pareceré todo un hacendado —bromeó—. Iré a recorrer las tierras con mi tío abuelo Joaquín. —Carcajeó.

—Ibas tan bien, pero tan bien, hasta que tuviste que pronunciar la palabra prohibida —expuso Joaquín bufando—, si dejas de decirme tío abuelo, te daré un lugar en la hacienda
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