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Angelito ingresó a su oficina, su azulada mirada la recorrió con tristeza, se acercó al sillón en donde se acostaba a ver la televisión, acompañado de un tazón de papás y palomitas de maíz.

—Voy a extrañar mucho este lugar —dijo mientras limpiaba sus ojos—. No sé a qué me dedicaré ahora que ya tendré en qué trabajar.

—Hay mijo, tú nunca dejarás de ser el patrón, además no te irás para siempre —doña Ofe tomó asiento a su lado—. Estoy segura de que podrás hacer más cosas a donde te vayas, o ¿prefieres quedarte sin tus papás? —preguntó.

—¿A quién voy a mandar? —preguntó—. A mí me gusta dar órdenes a todo el mundo y, ni modo que les dé órdenes a mis papás. —Suspiró profundo—. No quiero que se vayan sin mí, los extrañaría mucho —confesó.

En ese instante la charla fue interrumpida porque alguien abrió la puerta de la oficina.

—¿Qué haces aquí? —indagó Juan Andrés al pequeño—, desde hoy tomaré posesión de este lugar, vendré a jugar videojuegos.

Angelito presionó con fuerza sus dientes y su
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