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Carlos Gabriel no podía conciliar el sueño, cada ruido que escuchaba lo sobresaltaba y el corazón le latía desbocado.

Suspiró profundo y acarició con delicadeza el dorado cabello de Paula María.

—No voy a permitir que vuelvan a lastimarte —susurró—, nadie volverá a hacerte daño, lo juro —expresó apretando los dientes con impotencia.

El rugido de un motor provocó que el corazón de Gabo se disparara, se asomó con sigilo a la ventana y notó que era un auto vecino, soltó el aire que estaba conteniendo y salió de la alcoba para ir a revisar a su hijo.

Entró intentando hacer el menor ruido y observó al pequeño dormido, agarrado de la mano de Norita, los miró con ternura a ambos, y su corazón se achicó de solo pensar que esos criminales pudieran hacerles daño.

—Buscaremos la manera de huir —murmuró bajito acariciando el cabello del niño—, pero no volverán a separarnos, lo prometo —sentenció, y se quedó unos minutos velando el sueño de su hijo.

***

A la mañana siguiente.

Eran cerca de
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