Una oportunidad para amar
Una oportunidad para amar
Por: Paola Arias
Ignorancia

Dicen que los cambios son buenos, que nos sirven para ser mejor persona y no tener que seguir atados a un alguien o a un momento que nos hace daño silenciosamente. Quisiera pensar lo mismo, decir que cambiar física y mentalmente me sirvió para olvidar y no seguir aferrada al pasado, pero, por más que lo intenté, sigo anclada a lo que fue siempre mi vida.

Entonces llegué a la conclusión que el problema era el lugar, aquel sitio que tanto dolor me trae y no me permitía seguir adelante como tanto quisiera hacerlo. Mis padres me dicen que si no suelto el pasado, nunca podré vivir un presente y soñar con un futuro, pero es imposible seguir mi camino estando en un lugar donde lo perdí todo.

No era que tuviera dinero de sobra para darme lujos, pero sí tenía el suficiente dinero ahorrado para viajar y empezar de cero en un lugar fresco y nuevo. Tenía el presupuesto para vivir tres meses con tranquilidad mientras conseguía un trabajo y un hogar estable, más no sabía cuán difícil sería estar lejos de casa; en un país con costumbres muy diferentes a las que aprendí desde pequeña.

«Que te vayas a otro lugar no quiere decir que sueltes el pasado con éxito. Ten siempre en cuenta que desprenderse del dolor es un proceso que viene del alma. Hasta que tu alma no sane por completo, no olvidarás el dolor que viviste por tantos años. Esme, es por ello que te digo que vive y sueña por ti. Deja de pensar en los demás y empieza a darte el verdadero valor en tu propia vida». Recordar las palabras de Estela, la única que, aparte de mis padres me tendió la mano, hace que me cuestione del por qué decidí venir a probar suerte a otro lugar y del por qué es tan difícil borrar de la mente los malos recuerdos.

Hace seis meses llegué a Asheville con la esperanza de vivir mi vida a mi manera, lejos de todo lo que me rodeaba, pero me está costando mucho conseguir un trabajo y salir de ese infierno que cada quien lleva en su fuero interno. Las oportunidades son mínimas cuando mis estudios no superan el nivel de experiencia que requieren en las pocas empresas que hay en esta ciudad; no obstante, rendirme no es algo propio de mí.

-¡Hoy es un nuevo y hermoso día para empezar! - me di ánimos, observando mi largo y rizado cabello negro en el espejo-. Pero primero tengo que hacer algo contigo.

Tengo una obsesión casi enfermiza por cambiar el color de mi cabello cada cierto tiempo. Además de hacerme sentir bien y diferente, pienso que trae grandes cambios y cosas nuevas en mi vida. Así que me apliqué un color que me fascinaba y nunca había intentado probar porque solían decirme que no me quedaba bien con mi tono de piel. Pero esas personas que me criticaban no estaban escupiendo su veneno en el ahora, así que, contra todo pronóstico, me pinté el cabello de un verde casi azulado.

Y el resultado me gustó. No quedaba idéntico a como lo miré por una página de F******k, pero se asemejaba mucho al de la modelo y era más que suficiente. Me gustó como me veía con ese tono en mi cabello, me hacía sentir maravillosa y única.

Al final decidí buscar trabajo en las pequeñas locaciones del vecindario. De seguro que en alguna cafetería o si tenía suerte, en la biblioteca necesitaban personal, por lo que terminé de arreglarme y salí esta vez sin la bicicleta.

Me puse mis audífonos y empecé a cantar a medida que avanzaba por las calles, con la esperanza de ver algún aviso y dejar mi hoja de vida. Caminé largos minutos, desviándome por las calles; yendo a la derecha, a la izquierda, en algunas ocasiones seguí de largo hasta que alguna pared o vía me hacía cambiar de ruta. Estaba resultando bastante agotador caminar, pues ya me había acostumbrado a andar en la bicicleta, pero mis pies tenían vida propia. La fuerza mental era mucho más fuerte que el cansancio.

Me detuve justo en frente de la biblioteca y entré en ella sin pensarlo dos veces. Recordé que, cuando estaba estudiando, trabajé unos meses en la biblioteca de mi pueblo natal, por lo que no perdía nada con dejar mi hoja de vida y tener la esperanza de que me aceptaran; así no fuera justo ahora, pero tal vez más adelante sí.

Hablé con la mujer mayor y me recibió el currículum muy amablemente. Ella no aseguró nada, pero que de igual forma le dejara la carpeta por si las dudas.

No soy de esas personas que pierden las esperanzas tan fácilmente. Mis padres me han enseñado que tengo que seguir adelante a pesar de las circunstancias en las que nos encontramos. Entre tanta tormenta y dolor, siempre he mantenido la sonrisa intacta en mi rostro, según mi madre, por la ilusión de tener una vida llena de luz. Y es que eso me lo han recalcado siempre; que soy luz entre la oscuridad y la neblina.

Subí el volumen de mi pequeño reproductor y abrí la puerta de la biblioteca tarareando suavemente una canción. En ese momento quería cantar a todo pulmón, demostrarme a mí misma que no habían razones para decaer en la depresión y en la ansiedad.

No recordaba en el momento que tocaba bajar un escalón para salir de la biblioteca, por lo que, además de chocar con otra persona, nos fuimos los dos al mismo tiempo al suelo. Las gafas de sol del hombre salieron a volar debido al brusco movimiento de nuestros cuerpos, mostrándome un par de ojos tan azules como el mismísimo cielo que trataban de buscar con desesperación algún punto fijo que observar.

-Lo siento mucho, no me acordaba del escalón y tampoco lo vi - me disculpé, viéndolo embelesada.

Ladeó la cabeza, quedando muy estático debajo mío. Sus manos se encontraban apretando mis senos con algo de fuerza, pero por alguna extraña razón no me sentía mal al ser tocada de esa manera tan firme y temblorosa.

-No te preocupes. ¿Te encuentras bien? - lo varonil de su voz me estremeció, más por lo bello que es.

-Estoy de maravilla. La que debe hacer esa pregunta soy yo - reí avergonzada, insinuando con la mirada la posición incómoda de sus manos, pero el hombre, o se estaba haciendo o no la captó-. ¡Acaba de caerle un tanque encima!

-¿Disculpa? - frunció el ceño, viendo a cualquier cosa menos a mí-. Podrías... podrías ayudarme a buscar mis lentes y mi bastón, por favor -susurró con el rostro rojo, tal vez por la presión de mi cuerpo o el hecho de que sus manos aún seguían aferrándose a mis senos.

-Ah, claro que le ayudo, pero primero debe soltarme para poder levantarme.

Tanteó, apretó y luego me soltó como si se hubiese quemado. Su rostro estaba sumamente rojo, parecía que en cualquier momento estallaría, pero no más que el mío. Ningún hombre, menos uno que es muy guapo, me había tocado antes.

-Discúlpame si te he llegado a incomodar - tragó saliva, nervioso, tembloroso, buscando desesperadamente ayuda con sus ojos.

-Tranquilo, si estuviera en su posición, tampoco hubiese desaprovechado el momento para agarrar algo tan esponjoso - bromeé, levantándome de encima de su cuerpo e hizo lo mismo-. Si buscamos el bastón entre los dos, será más sencillo -murmuré con la vista pegada al suelo e ignorando lo guapo que es.

Le pasé sus gafas y entre un movimiento torpe las tomó y se las puso hábilmente, pero en lugar de buscar conmigo, se quedó completamente estático en su sitio y con los labios apretados. Me dio hasta la impresión que mi presencia le causaba incomodidad, pues acababa de tocar algo bien desagradable.

-Soy vidente, no puedo ver... - susurró tan bajo que apenas si pude escuchar su voz-. ¿Me puedes guiar al interior de la biblioteca, por favor?

Quedé como la peor de las ignorantes, pues no sabía cómo lucía un bastón para ciegos hasta que lo vi tirado a unos pasos de nosotros. Y, aunque el atractivo hombre no podía verme, no sabía en dónde enterrar la cabeza para no sentir esa vergüenza tan grande que se estaba apoderando de mí.

¡No puede ser que mi ignorancia sea mucho más grande de lo que soy yo! ¿Qué pensará este bombón de una tonta como yo? ¡Que no tengo ni la menor idea de dónde me encuentro parada! Por esta razón es que hoy en día no tengo a nadie más que a mi pez Oscar.

-Lo siento... - fue todo lo que dije, recogiendo el bastón del suelo y ayudándolo a guiar al interior de la biblioteca.

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