Marcelo Ventura
La música atronadora retumbaba en mis oídos, como si la fiesta estuviera dentro de mi cabeza, desorientándome, quebrantando mi paciencia. El agobio crecía con cada segundo que pasaba. Solo quería largarme de ahí.
—Edward, amigo, de verdad no me siento bien. Este sitio no es para mí, me siento viejo. Voy a llamar a mi conductor para que venga por mí.
Edward se giró y negó con la cabeza.
—Ni pensarlo, Marcelo. La noche apenas empieza.
Rodé los ojos. Para mí, lo único que valía la pena a esta hora era regresar a casa y dormir. No tenía ánimo para fiestas, no con el maldito dolor que sentía en el pecho.
Hacía tanto que no salía con mi amigo que ni siquiera recordaba la última vez. A mis 35 años, siendo un CEO billonario en Nueva York, me sentía más viejo de lo que realmente era. Me casé joven con Samantha, una mujer de mi misma edad, pero con el tiempo sus intereses cambiaron. Se sintió atraída por hombres más jóvenes, y al final sucumbió ante Alan, mi primo menor, un oportunista de 25 años con un físico envidiable, cabello oscuro y un BMW que le regaló mi tío.
Tal vez en la cama era justo lo que ella buscaba, porque decidió dejarme por él. Yo, en cambio, intenté perdonarla, aferrándome a lo que quedaba de nuestro matrimonio, aunque con ello sacrificara mi orgullo. Pero de nada sirvió. Fue ella quien terminó pidiendo el divorcio, ansiosa por entregarse a él sin ataduras.
—Marcelo, ha pasado un año desde que tu esposa se fue con otro y te pidió el divorcio. Y, por si lo olvidaste, se largó con un tipo diez años menor que tú… y para colmo, de tu propia familia. Relájate, amigo, disfruta. Mira a tu alrededor, hay decenas de mujeres hermosas esperando a que hombres como tú y yo las conquisten.
—Un montón de jovencitas buscando un sugar daddy, y yo no pienso convertirme en uno. Lo siento, amigo, me voy.
Di un último sorbo a mi copa y me puse de pie, decidido a marcharme. Pero justo cuando iba a hacerlo, me detuve en seco. A lo lejos, Edward alzaba su vaso en un brindis con dos chicas que le sonreían con evidente entusiasmo.
—¿Qué demonios haces? —lo tomé del brazo con fuerza—. ¿No te das cuenta de que son unas niñas? Podríamos meternos en un problema.
Edward soltó una carcajada.
—Son dos jóvenes adultas en busca de diversión… y, míralas, están espectaculares. Además, vienen hacia acá.
Sonrió con autosuficiencia, como si acabara de llevarse el premio de la noche.
Sentí un calor incómodo subir a mis mejillas. Me ajusté la chaqueta y pasé la mano por mi cabello, intentando recomponerme. Mi amigo tenía razón en algo: eran jóvenes, sí, pero también increíblemente atractivas. Y ella… en especial ella. Su rostro era dulce, carismático, con una piel pálida y apenas un toque de maquillaje. Su cuerpo, simplemente, era de infarto.
—Sigan, señoritas, queremos invitarlas a beber algo —dijo Edward con una sonrisa de triunfo, señalando los asientos junto a nosotros.
—Eres un idiota, Edward. ¿Cómo se te ocurre hacer esto? —le susurré al oído, sintiendo una vergüenza insoportable. Y, para colmo, no podía quitarme de la cabeza la absurda idea de que, de alguna forma, le estaba siendo infiel a mi exesposa… la misma que me había traicionado sin remordimientos.
—¡Hola, chicos! Me llamo Nicol y ella es Valeria —saludó la rubia con entusiasmo, señalando a su amiga, la misma que había captado por completo mi atención.
Nos presentamos. Nicol se acomodó junto a Edward con total naturalidad, mientras que Valeria, algo más reservada, se sentó a mi lado.
—Hola —fue lo único que logré decir.
Ella asintió con una leve sonrisa, y el silencio que siguió se sintió extraño. Me removí en mi asiento, incómodo. Era mucho menor que yo, y jamás en mi vida me había fijado en alguien con una diferencia de edad significativa. Siempre me pareció un absurdo… pero Valeria era realmente hermosa.
Edward, por su parte, ya se había consolidado como el sugar daddy de la noche, pagando todo lo que las chicas quisieran, mientras Nicol se colgaba de su cuello como si fueran pareja de toda la vida. En cambio, Valeria y yo apenas habíamos intercambiado un par de frases. Pero, de alguna forma, entre las copas y el ambiente, terminé en la pista de baile con ella.
—Dime, Valeria… ¿cuántos años tienes? —pregunté mientras nos movíamos al ritmo de la música.
Ella me sonrió y, con un brillo travieso en los ojos, respondió.
—¿Cuántos crees que tengo? —sus caderas se movían con una sensualidad hipnótica frente a mí, y en ese instante, mi concentración se fue al diablo. Negué con la cabeza, sin atreverme a aventurar una respuesta.
Entonces se acercó más, demasiado, hasta que su aliento cálido rozó mi oído.
—Tengo veintiuno… ¿y tú?
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Catorce años de diferencia. Era absurdo siquiera considerar la posibilidad de sentirme atraído por alguien tan joven. Así que, sin pensarlo demasiado, decidí mentir. Por fortuna, mi físico me favorecía: me cuidaba bien, comía sano, me ejercitaba. Podía salirme con la mía sin problemas.
—Treinta —respondí con naturalidad.
Y así, con esa simple mentira, sellamos lo que se convertiría en una noche descontrolada. Las bebidas hicieron lo suyo, derribando cualquier barrera entre nosotros. No nos preocupamos por detalles personales, ni por pasados, ni por futuros. Solo importaba el momento, el presente.
No recordaba la última vez que había bailado tanto con alguien. La energía de Valeria era abrumadora, su vitalidad, contagiosa. Se movía con una libertad que me hacía sentir más joven, y su risa, llena de vida, era realmente fantástica.
Por un instante, todo desapareció. El dolor, la traición, la imagen de mi exesposa cabalgando a mi primo como si yo jamás hubiera existido. Durante casi un año no había encontrado razones para sonreír, y sin embargo, en unas pocas horas, Valeria logró arrancarme más sonrisas de las que podía contar.
No supe en qué canción ni en qué momento exacto, pero de pronto, se colgó de mi cuello y me miró fijamente.
—La he pasado muy bien contigo, Marcelo.
Su dulce mirada me enredó los pensamientos, me atrapó sin remedio.
—Y yo contigo, Valeria. Tienes una energía preciosa.
Se mordió el labio inferior, y eso fue todo lo que necesité para rendirme. La mire fijamente a los ojos, y ella, sin más tapujos se lanzó sobre mis labios, y me besó, m*****a sea mi suerte, estaba rendido ante sus encantos, respondí con la misma pasión.
Al día siguiente
Abrí los ojos con dificultad. La resaca me estaba matando. Mi cabeza latía con fuerza y los recuerdos llegaban a ráfagas confusas. Había bebido demasiado.
Me incorporé de golpe al darme cuenta de que no estaba en mi mansión.
El cuarto de hotel era elegante, impecable… y ajeno.
Apreté los ojos cuando caí en conciencia, me giré para darme cuenta de que no estaba solo.
Valeria dormía profundamente, envuelta en una sábana que apenas cubría su piel desnuda. Su respiración era pausada, tranquila, y en ese momento parecía un ángel.
Me llevé una mano al rostro.
¿Qué demonios he hecho?
Me acosté con ella y ni siquiera lo recordaba.
Soy un maldito animal.
Contuve el aliento y, con el mayor sigilo posible, me levanté de la cama. Me vestí sin hacer ruido, recogí mis pertenencias y, antes de salir, dejé un buen fajo de billetes sobre la mesa de noche.
No sabía exactamente por qué lo hacía, pero me pareció una forma de agradecerle por la noche.
Sin mirar atrás, crucé la puerta y me fui.
Valeria Collen Salí de la habitación del hotel con el estómago revuelto y la indignación ardiendo en mi pecho. ¿Quién demonios se creía ese tipo? ¿Pensaba que yo era una prostituta? ¿Qué podía pagarme y largarse como si nada? ¡Desgraciado!Cogí el rollo de billetes sin siquiera molestarme en contarlos y me fui directo a mi pequeño departamento. Tampoco dejaría el dinero sobre la mesa, como si no me estuviera haciendo falta. Nicol ya estaba allí, esperándome con ansias la pobre quería saberlo todo.—Casi no llegas, Valeria. Me tenías preocupada. La próxima vez, al menos mándame un mensaje. —Se lamió la cuchara con la que se comía su helado y me miró con picardía—. ¿Y bien? ¿Cómo te fue con el maduro? Dios, qué tipos más deliciosos…Puse los ojos en blanco y le lancé una mirada de advertencia.—No sé qué decirte. Y ya deja de hablar así, suena horrible, Nicol. Solo quiero descansar, esta noche tengo turno en el restaurante.Tiré mi bolso sobre la encimera y suspiré, pero mi amiga no te
Valeria Quería salir indignada, molesta con Marcelo, pero no pude. Su propuesta me había divertido demasiado. ¿Quién en su sano juicio pagaría por tener una sugargirl a los treinta años solo para darle celos a su exesposa? Y lo más absurdo: ¿con una mujer tan simple y sin clase como yo? Lo único que realmente lamentaba de aquella tarde era haber perdido la oportunidad de la entrevista de trabajo. Mis obligaciones me asfixiaban: mi madre enferma esperaba dinero en su pueblo para mantener a mis dos hermanos pequeños, y sobrevivir en esta ciudad no era precisamente barato.Regresé a mi diminuto apartamento. Necesitaba descansar antes de mi turno en el restaurante, donde hacía doble jornada para arañar algo más de dinero. Siempre me rondaba la loca idea de encontrar un trabajo mejor, pero cada intento terminaba igual: un rechazo tras otro. La empresa de Marcelo no había sido la excepción.Por pura curiosidad, revisé mi correo. Nada. Era ridículo pensar que él enviaría algo. Justo cuando
Marcelo —¿Un contrato de Benefactor? ¿Estás completamente loco? —Edward me miraba como si no pudiera creer lo que estaba escuchando—. Si realmente quieres darle celos a Samantha, busca a una mujer que de verdad te guste, no una que tengas que contratar.Ignorando sus reproches, continué ultimando los detalles para que Valeria tuviera todo lo necesario y cumpliera el papel que necesitaba.—Sé que podría hacer eso —admití sin dejar de revisar el contrato—, pero sigo amando a Samantha. No quiero a otra mujer, solo quiero que ella sienta celos, que se dé cuenta de lo que perdió y vuelva conmigo. Cuando eso pase, terminaré el trato con Valeria y recuperaré a mi esposa.—¡Tienes treinta y cinco años, por el amor de Dios! —Edward resopló, completamente exasperado—. No estás en edad de jugar a ser benefactor, aunque tengas el dinero para hacerlo. Además, podrías estar con la mujer que quisieras. Deja de aferrarte a tu ex. Esa mujer solo quiere dejarte en la ruina, y tú sigues actuando como u
VALERIA Me escabullí en dirección a los baños en busca de Marcelo. No soportaba un segundo más en compañía de sus amigos de la alta sociedad, hombres que solo hablaban de inversiones, monedas extranjeras y, sobre todo, de mujeres como si fueran objetos. Sus risas burlonas y comentarios sobre lo que harían con "un buen par de senos en la boca" me revolvieron el estómago. ¡Eran asquerosos!Pero mi incomodidad quedó en segundo plano cuando, al levantar la vista, vi a la exesposa de Marcelo caminando por el pasillo. Su porte altivo seguía intacto, pero había algo en su expresión… se acomodaba el cabello con prisa y pasaba los dedos por su mejilla como si intentara borrar una lágrima.Lo que me dejó realmente sin aliento fue la figura que apareció detrás de ella: Marcelo. Mi nuevo jefe, mi supuesto acompañante de la noche, caminaba con un aire de satisfacción evidente. No necesitaba más explicaciones. Estaban juntos.Un nudo de celos me apretó el estómago, tan fuerte que casi me dolió. No
Valeria—¡Mierda! ¡Qué dolor! — Desperté de golpe al sentir el impacto contra el suelo. Estaba profundamente dormida cuando, de repente, me caí. Abrí los ojos con lentitud, desorientada, y miré a mi alrededor. No estaba en mi apartamento. ¿Había muerto? Porque, a juzgar por lo que veía, bien podría estar en el paraíso. Paredes blancas, un piso de mármol impecable, muebles imponentes… Este lugar no era común ni corriente.—¿Estás bien? — Su voz me sacó del asombro. Extendió la mano para ayudarme a levantarme, y fue entonces cuando lo recordé: estaba en su casa, en la casa de mi benefactor. Y vaya que era una obra de arte.—Sí, estoy bien… Solo un poco adolorida y con resaca. — Me acomodé la falda del vestido y fruncí el ceño. — ¿Qué estoy haciendo aquí?—Es una larga historia. ¿Quieres algo de beber o de comer?Me miraba expectante, como sorprendido, y no era para menos… Debía verme espantosa. Sentía el asqueroso hedor de mi aliento, una mezcla repugnante de alcohol, vómito y quién sab
MARCELO¡Esto tenía que ser una maldita broma! Después de más de un año sin tocar a una mujer, cuando por fin tenía la oportunidad, el timbre sonaba como si fuera una alarma de incendio.—Más te vale que sea algo importante… —murmuré, ajustándome la evidente erección en los pantalones y soltando un largo suspiro.Con fastidio, me acerqué a la puerta y me asomé por la mirilla. El golpe en el pecho fue inmediato. Una mezcla de emociones se arremolinó en mi interior mientras el timbre seguía sonando sin descanso. Sacudí la cabeza, intentando asimilar lo que veía, y abrí.Samantha entró de un empujón, sin siquiera darme tiempo a reaccionar.—¿Por qué tardaste tanto en abrir? Llevo una eternidad aquí afuera, Marcelo —espetó con ese tono desafiante que conocía tan bien.Sus ojos brillaban con intensidad y su perfume, dulce y envolvente, me golpeó con fuerza. Era irónico que oliera tan suave cuando su personalidad era cualquier cosa menos eso.Vestía un vaquero descaderado y un diminuto top
Valeria Al llegar a mi pequeño departamento, la sensación de frustración me invadió. Después de haber vivido la fantasía en la mansión de Marcelo, regresar a mi realidad me resultaba casi insoportable. Quería terminar con todo esto, pero ni siquiera estaba segura de si quería alejarme de él.Me despojé de la ropa y me metí en la ducha. Necesitaba agua fría, urgía enfriar el ardor que aún recorría mi cuerpo. A diferencia de él, yo no podía simplemente olvidar lo que había pasado entre nosotros. Mi piel aún temblaba con la memoria de su tacto.Deslicé el jabón por mi cuerpo y, en el instante en que recordé cómo devoró mis senos, una corriente eléctrica me atravesó la entrepierna. No pude evitarlo. Mis dedos se movieron por inercia, buscando liberar el deseo acumulado. ¿Quién lo diría? Mi benefactor despertaba en mí pensamientos más lujuriosos que cualquier otro hombre de mi edad. Su madurez, su seguridad, su manera de ser… todo en él representaba el deseo prohibido de cualquier chica tr
Punto de vista MarceloSolté un suspiro pesado, lo único que podía hacer en ese momento. Todo lo que estaba ocurriendo me abrumaba, y aunque tenía el poder legal para acabar con Valeria, no lo haría. Ya la había destrozado emocionalmente, y eso era más que suficiente.Tomé mi teléfono y le envié un correo disculpándome una y mil veces, ofreciéndole renegociar el contrato. Esperé más de dos horas por una respuesta que nunca llegó. Estaba claro que no quería saber nada de mí. Resignado, decidí darme una ducha rápida antes de dirigirme a mi empresa. Quién lo diría… hasta los ricos tienen días de m****a.—Señor, buenos días. El desayuno está listo —la voz de Teresa interrumpió mis pensamientos, sacándome de mi ensimismamiento. Ni siquiera me había percatado de su llegada.—Buenos días, no te sentí entrar. ¿Cómo estás?—Muy bien, señor. Fue un buen fin de semana. Pero creo que para usted no tanto, ¿verdad? —me sonrió con calidez mientras me alcanzaba el periódico, como todas las mañanas.—N