VALERIA
Me escabullí en dirección a los baños en busca de Marcelo. No soportaba un segundo más en compañía de sus amigos de la alta sociedad, hombres que solo hablaban de inversiones, monedas extranjeras y, sobre todo, de mujeres como si fueran objetos. Sus risas burlonas y comentarios sobre lo que harían con "un buen par de senos en la boca" me revolvieron el estómago. ¡Eran asquerosos!
Pero mi incomodidad quedó en segundo plano cuando, al levantar la vista, vi a la exesposa de Marcelo caminando por el pasillo. Su porte altivo seguía intacto, pero había algo en su expresión… se acomodaba el cabello con prisa y pasaba los dedos por su mejilla como si intentara borrar una lágrima.
Lo que me dejó realmente sin aliento fue la figura que apareció detrás de ella: Marcelo. Mi nuevo jefe, mi supuesto acompañante de la noche, caminaba con un aire de satisfacción evidente. No necesitaba más explicaciones. Estaban juntos.
Un nudo de celos me apretó el estómago, tan fuerte que casi me dolió. No tenía derecho a sentirme así, pero lo hacía. Respiré hondo y recompuse mi expresión antes de que él pudiera notar algo.
Desde el otro extremo del pasillo, Marcelo me vio y me regaló una sonrisa radiante, levantando una mano para saludarme. Con esfuerzo, le devolví el gesto, fingiendo la mejor de mis sonrisas.
—¿Tardé mucho? —preguntó con ese tono despreocupado que solo me irritó más.
Guardé silencio unos segundos, eligiendo bien mis palabras.
—No, para nada. Supongo que estabas ocupado en algo… importante.
Marcelo me observó con picardía, como un niño que acaba de hacer una travesura y espera ver la reacción de los demás.
—Está celosa, Valeria. Mi exesposa está completamente celosa… gracias.
Sus palabras cambiaron mi semblante al instante. Lo que sospechaba era cierto: había estado hablando con ella. Y por más absurdo que fuera, aquello me provocó un latigazo de celos.
—Bueno, Marcelo, me alegra mucho por ti. Después de todo, esto es parte del contrato, ¿no?
Me giré hacia la mesa y tomé una copa de vino, vaciándola de un solo trago.
—Si esto sigue funcionando, podríamos acortar el contrato. Te pagaré el monto completo, como acordamos, pero… no tienes idea de cuánto deseo volver con mi mujer.
Lo miré, incrédula. Sus palabras me tomaron por sorpresa. Fruncí el ceño y le dediqué un gesto de desagrado.
—Llegué a pensar que tus intenciones eran otras.
—¿A qué te refieres? —preguntó, notando mi cambio de actitud.
—A nada, Marcelo. ¿Quién soy yo para opinar sobre lo que quieres hacer o dejar de hacer?
Volví a enfocarme en la mesa y me serví otra copa, mientras él simplemente se encogía de hombros, ajeno a lo que yo pudiera estar sintiendo. Para él, lo importante era el triunfo de su plan: hacer que su exmujer sintiera celos. Pero qué ingenuo era… si de verdad creía que viéndolo conmigo ella iba a regresar, se estaba engañando. Era absurdo. Pero bueno, cada loco con su cuento.
Marcelo siguió conversando con sus amigos, aunque de vez en cuando su mirada se cruzaba con la de ella. Y en esos momentos, yo volvía a convertirme en su juguete. Me acariciaba la espalda, me depositaba un beso suave en los labios, como si quisiera hacerme sentir parte de su mundo. Pero no lo era.
Quería salir huyendo de allí, romper el contrato y largarme sin mirar atrás. Pero necesitaba el dinero. Así que mi único refugio fue la copa de vino frente a mí.
Un trago… dos tragos… tres.
Mientras tanto, la indiferencia de Marcelo se hacía cada vez más evidente. Se comportaba como si solo estuviera exhibiéndome, como si yo fuera su trofeo. ¡Canalla!
Intenté ponerme de pie para ir al tocador, pero un mareo me sacudió. El alcohol ya estaba haciendo su trabajo. Aun así, no me detuve.
—Marcelo, cariño… —mi voz sonó arrastrada—. Necesito ir al baño.
Fue en ese instante cuando su expresión cambió. Sus ojos se abrieron con sorpresa y, por primera vez en toda la noche, mostró un interés que parecía real… aunque quizás solo estaba fingiendo.
—¿Estás bien? ¿Quieres que te acompañe?
—¡No! Puedo ir sola —repliqué con firmeza, tambaleando ligeramente. Pero, aunque mi cuerpo traicionara mi estabilidad, mi orgullo seguía intacto. Antes muerta que dando lástima.
Avancé con la mejor postura que mi estado me permitía, luchando por aparentar sobriedad. Pero por dentro… me estaba muriendo. El estómago me daba vuelcos, un asco incontrolable me invadía, y cada paso era una batalla contra la inconsciencia.
Cuando finalmente llegué al tocador, empujé la puerta con torpeza, tropezando en mi desesperación. Apenas alcancé a agacharme antes de que todo el alcohol que había ingerido saliera de golpe. Las náuseas se apoderaron de mí, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi cuerpo se sacudió con espasmos incontrolables.
Cuando por fin logré tomar aire, me dejé caer contra la pared, jadeando. Mi cabeza daba vueltas, como si estuviera en caída libre dentro de un sueño sin fondo. No podía ser. La ebriedad era más fuerte que mi propia voluntad… y me estaba arrastrando con ella.
MARCELO
Mis ojos estaban clavados en Samantha y el desgraciado de mi primo. No dejaban de besarse, y mientras lo hacía, ella me miraba. Sus ojos eran puñales que se hundían en lo más profundo de mí, desgarrando algo que prefería ignorar. Y dolía. Dios, cómo dolía.
Di un gran sorbo a mi bebida, decidido a decirle a Valeria que era hora de irnos, pero cuando miré hacia su silla, estaba vacía. Fue entonces cuando me di cuenta de que, desde que había ido al baño, no había regresado.
—¿Has visto a Valeria? —pregunté a uno de los invitados cercanos, pero solo negó con la cabeza.
La inquietud me hizo levantarme de inmediato. Me dirigí a los baños, y al llegar, encontré a un par de mujeres en la puerta, riéndose a carcajadas mientras señalaban hacia el interior.
Cuando me asomé para ver qué ocurría, el impacto me recorrió el cuerpo. Valeria estaba en el suelo, apoyada contra la pared, con la ropa hecha un desastre, el maquillaje corrido y completamente dormida.
—¡Cariño! ¿Qué te ha pasado? —susurré, más para mí que para ella.
Las risas a mi espalda me sacaron de mi asombro.
—¡Lárguense de aquí! —les espeté con dureza—. ¿Dónde quedó esa "solidaridad de género" de la que tanto hablan? Ven a una mujer en este estado y en lugar de ayudar, se burlan.
—¿Es tu mujer o tu hermana? —preguntó una de ellas con tono burlón.
No me molesté en responderles. Simplemente me agaché junto a Valeria y le di suaves golpecitos en la mejilla.
—Valeria, Valeria, ¿estás bien?
Ella se movió apenas y entreabrió los ojos. El aliento a alcohol que salió de su boca me hizo sonreír con cierta ternura. Cuando por fin enfocó su mirada en mí, se sobresaltó.
—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —murmuró, tratando de incorporarse.
—Estás un poco ebria, cariño. Nos vamos de aquí —dije con suavidad, pasando un brazo por su espalda para ayudarla a ponerse de pie—. Perdóname por no haber venido antes.
Valeria apenas era consciente de lo que sucedía. Se aferró a mi hombro y caminó a mi lado con pasos torpes. La saqué por la puerta trasera, evitando así los murmullos de los invitados y, sobre todo, la mirada fulminante de Samantha. No quería darle el placer de presenciar este desastre.
En el auto, Valeria apoyó la cabeza en mi pecho y se quedó dormida casi de inmediato. Durante los cuarenta y cinco minutos de camino hasta mi mansión, lo único que pude hacer fue acariciar su mejilla con suavidad. Me invadió una sensación de culpa; yo la había arrastrado a esto, la había convertido en alguien que no quería ser. Y en su primera noche como mi "novia", la había hecho pasar un mal rato.
Al llegar, la tomé entre mis brazos y la llevé dentro, acostándola con cuidado sobre el gran sofá de cuero. Se veía tan frágil, tan vulnerable… Tan solo tenía 21 años. No podía permitir que esto volviera a ocurrir. Si quería que siguiera siendo mi acompañante, mi sugargirl debía protegerla de situaciones como esta.
La cubrí con una manta suave y me quedé a su lado. En algún punto de la noche, el agotamiento me venció y también me quedé dormido. Había sido una noche larga… y extraña.
Valeria—¡Mierda! ¡Qué dolor! — Desperté de golpe al sentir el impacto contra el suelo. Estaba profundamente dormida cuando, de repente, me caí. Abrí los ojos con lentitud, desorientada, y miré a mi alrededor. No estaba en mi apartamento. ¿Había muerto? Porque, a juzgar por lo que veía, bien podría estar en el paraíso. Paredes blancas, un piso de mármol impecable, muebles imponentes… Este lugar no era común ni corriente.—¿Estás bien? — Su voz me sacó del asombro. Extendió la mano para ayudarme a levantarme, y fue entonces cuando lo recordé: estaba en su casa, en la casa de mi benefactor. Y vaya que era una obra de arte.—Sí, estoy bien… Solo un poco adolorida y con resaca. — Me acomodé la falda del vestido y fruncí el ceño. — ¿Qué estoy haciendo aquí?—Es una larga historia. ¿Quieres algo de beber o de comer?Me miraba expectante, como sorprendido, y no era para menos… Debía verme espantosa. Sentía el asqueroso hedor de mi aliento, una mezcla repugnante de alcohol, vómito y quién sab
MARCELO¡Esto tenía que ser una maldita broma! Después de más de un año sin tocar a una mujer, cuando por fin tenía la oportunidad, el timbre sonaba como si fuera una alarma de incendio.—Más te vale que sea algo importante… —murmuré, ajustándome la evidente erección en los pantalones y soltando un largo suspiro.Con fastidio, me acerqué a la puerta y me asomé por la mirilla. El golpe en el pecho fue inmediato. Una mezcla de emociones se arremolinó en mi interior mientras el timbre seguía sonando sin descanso. Sacudí la cabeza, intentando asimilar lo que veía, y abrí.Samantha entró de un empujón, sin siquiera darme tiempo a reaccionar.—¿Por qué tardaste tanto en abrir? Llevo una eternidad aquí afuera, Marcelo —espetó con ese tono desafiante que conocía tan bien.Sus ojos brillaban con intensidad y su perfume, dulce y envolvente, me golpeó con fuerza. Era irónico que oliera tan suave cuando su personalidad era cualquier cosa menos eso.Vestía un vaquero descaderado y un diminuto top
Valeria Al llegar a mi pequeño departamento, la sensación de frustración me invadió. Después de haber vivido la fantasía en la mansión de Marcelo, regresar a mi realidad me resultaba casi insoportable. Quería terminar con todo esto, pero ni siquiera estaba segura de si quería alejarme de él.Me despojé de la ropa y me metí en la ducha. Necesitaba agua fría, urgía enfriar el ardor que aún recorría mi cuerpo. A diferencia de él, yo no podía simplemente olvidar lo que había pasado entre nosotros. Mi piel aún temblaba con la memoria de su tacto.Deslicé el jabón por mi cuerpo y, en el instante en que recordé cómo devoró mis senos, una corriente eléctrica me atravesó la entrepierna. No pude evitarlo. Mis dedos se movieron por inercia, buscando liberar el deseo acumulado. ¿Quién lo diría? Mi benefactor despertaba en mí pensamientos más lujuriosos que cualquier otro hombre de mi edad. Su madurez, su seguridad, su manera de ser… todo en él representaba el deseo prohibido de cualquier chica tr
Punto de vista MarceloSolté un suspiro pesado, lo único que podía hacer en ese momento. Todo lo que estaba ocurriendo me abrumaba, y aunque tenía el poder legal para acabar con Valeria, no lo haría. Ya la había destrozado emocionalmente, y eso era más que suficiente.Tomé mi teléfono y le envié un correo disculpándome una y mil veces, ofreciéndole renegociar el contrato. Esperé más de dos horas por una respuesta que nunca llegó. Estaba claro que no quería saber nada de mí. Resignado, decidí darme una ducha rápida antes de dirigirme a mi empresa. Quién lo diría… hasta los ricos tienen días de m****a.—Señor, buenos días. El desayuno está listo —la voz de Teresa interrumpió mis pensamientos, sacándome de mi ensimismamiento. Ni siquiera me había percatado de su llegada.—Buenos días, no te sentí entrar. ¿Cómo estás?—Muy bien, señor. Fue un buen fin de semana. Pero creo que para usted no tanto, ¿verdad? —me sonrió con calidez mientras me alcanzaba el periódico, como todas las mañanas.—N
Valeria Habían transcurrido varios días, y mi vida continuaba sumida en la miseria. La universidad no era suficiente para asegurarme un empleo, y la posibilidad de tener que abandonarla se hacía cada vez más real; el dinero escaseaba y la situación de mi madre era aún más crítica.Era domingo por la mañana, el momento más agitado en el restaurante donde trabajaba. A pesar de estar exhausta por el día anterior, no tenía opción; las obligaciones no se detienen.—Valeria, cariño, necesitamos hablar —Nicolle me interrumpió justo antes de salir.—Nicolle, ¿no puede ser más tarde? Estoy justa de tiempo para el restaurante.—Valeria, debe ser ahora. Llevamos años de amistad y sé que estás pasando por un mal momento, pero mi situación laboral se ha complicado y no puedo seguir pagando la renta de este lugar sola. Necesito dinero, y lo necesito hoy.Las palabras de mi amiga me impactaron como un balde de agua fría; nada me preparó para que ella me diera la espalda de esa forma.—Nicolle, envi
MarceloEl timbre de la puerta resonaba, pero estaba tan ebrio que no lograba distinguir la realidad de la fantasía. Con esfuerzo, levanté la cabeza de la almohada y di unos pasos lentos. De repente, el timbre dejó de sonar... tal vez solo era fruto de mi imaginación. ¿Quién podría venir a buscarme?Me asomé por el ojo de la cerradura y no pude creer lo que veía. Me restregué los ojos, convencido de que estaba alucinando al ver a Valeria, con su pequeña figura sentada de espaldas a la puerta, rendida ante la lluvia que no cesaba.Abrí la puerta rápidamente. —¡Valeria! ¿Eres tú? —la llamé mientras salía y la tocaba suavemente por la espalda. Mi corazón se rompió al ver su rostro demacrado y triste, con los ojos hinchados de tanto llorar y grandes ojeras bajo ellos.—Marcelo, perdón, no sé qué hago aquí —murmuró.—Ven, por favor —dije, levantándola del suelo y abrazándola con fuerza. Ella apenas gimoteaba, y aunque yo olía terrible y no recordaba la última vez que me duché, necesitaba t
Valeria Después de haber llegado tan abatida a la casa de mi sugar daddy, ahora me encontraba en su bañera, con las piernas abiertas, entregándome por completo mientras él exploraba con su lengua cada rincón de mi intimidad.A pesar de la vergüenza que me invadía, era imposible resistirme a sus encantos. Marcelo sabía exactamente lo que hacía, y yo me hundía cada vez más en un frenesí abrumador. Cada vez que su lengua rozaba mi centro, mi cuerpo se tensaba, el deseo me consumía y me volvía más vulnerable ante él.—¡Oh, Marcelo! Quiero que me hagas tuya, por favor —grité, aferrando mis dedos a su cabello. La excitación me envolvía por completo, y describir lo que estaba sintiendo resultaba imposible.Él levantó el rostro apenas un instante, sus ojos oscuros reflejaban una lujuria desenfrenada. Sin decir nada, se acercó a mí y me besó, permitiéndome saborear el dulce néctar de mi propio deseo. Me embriagué con el momento, con la intensidad de todo lo que estaba experimentando. Para mí,
MarceloEra un martes por la mañana, y al despertar me sentí renovado. Disfruté de una ducha prolongada, me aseguré de afeitarme por completo, elegí mi traje más elegante y arreglé mi cabello con esmero. Después de la dosis de amor que Valeria me había brindado, era imposible no regresar a mi compañía con una nueva actitud.>Cantando alegremente, bajé hacia el comedor.—Vaya, señor, parece que esta mañana está de buen humor. ¿No me mandará a la chingada como ha sido habitual? —dijo Teresa mientras me servía mi café y desayuno.Me acerqué a ella y le di un suave beso en la frente.—No, mi querida Teresita, hoy no haré eso. Perdóname; sé que me convierto en la peor versión de mí mismo cuando estoy deprimido, pero hoy estoy feliz, ¡vuelvo al trabajo!—¿Puedo preguntar qué ha provocado esa felicidad? —inquirió ella con cierta curiosidad.—Porque, después de más de un año de soledad, el destino ha traído u