Marcelo
—¿Un contrato de Benefactor? ¿Estás completamente loco? —Edward me miraba como si no pudiera creer lo que estaba escuchando—. Si realmente quieres darle celos a Samantha, busca a una mujer que de verdad te guste, no una que tengas que contratar.
Ignorando sus reproches, continué ultimando los detalles para que Valeria tuviera todo lo necesario y cumpliera el papel que necesitaba.
—Sé que podría hacer eso —admití sin dejar de revisar el contrato—, pero sigo amando a Samantha. No quiero a otra mujer, solo quiero que ella sienta celos, que se dé cuenta de lo que perdió y vuelva conmigo. Cuando eso pase, terminaré el trato con Valeria y recuperaré a mi esposa.
—¡Tienes treinta y cinco años, por el amor de Dios! —Edward resopló, completamente exasperado—. No estás en edad de jugar a ser benefactor, aunque tengas el dinero para hacerlo. Además, podrías estar con la mujer que quisieras. Deja de aferrarte a tu ex. Esa mujer solo quiere dejarte en la ruina, y tú sigues actuando como un niño.
—Todo está listo, Edward. ¿Qué puedo perder? No habrá intimidad entre Valeria y yo, tampoco tendrá acceso a nada mío. Solo será un contrato de tres días a la semana. Ella ya aceptó, solo me queda afinar algunos detalles.
—¿Detalles? —se rio con incredulidad—. Le compraste un guardarropa entero, el teléfono más caro, la llenaste de citas en salones de belleza… ¿Qué demonios quieres? ¿Qué te hizo esa mujer la otra noche? Es solo una jovencita que va a aprovecharse de ti, y lo sabes.
—¿Crees que soy idiota y voy a permitirlo? —pregunté sin apartar la vista de los preparativos para mi nueva suggargirl. Era absurdo, pero algo en ella me inspiraba a darle el cielo y la tierra. Aunque el contrato tenía un propósito claro, no podía evitar sentir cierta emoción al saber que estaría a mi lado. Cada vez que recordaba la noche que pasé con ella, mi corazón latía con una intensidad que no quería admitir.
—Haz lo que quieras —suspiró Edward, resignado—. Igual te apoyaré. Solo lo sabremos tú y yo… bueno, supongo que su amiga también estará enterada. Ten cuidado, Marcelo.
—Lo tendré, amigo, lo tendré —respondí con seguridad.
Envié todo lo que había comprado a la dirección de su departamento. Nuestra primera cita sería el sábado siguiente, en un lugar estratégicamente público, donde sabía que los paparazis estarían al acecho de cualquier noticia jugosa. Fue de esa manera como me enteré del romance entre mi exesposa y mi primo: por los chismes de farándula.
Para cerrar el círculo, le envié un correo con todas las instrucciones. Ahora solo quedaba esperar su respuesta… y no podía negar que estaba ansioso por recibirla.
Valeria.
—¡Valeria, Valeria, ven a ver todo lo que llegó! ¡Dicen que es para ti! —Nicol irrumpió en la sala con los brazos cargados de bolsas, y aún faltaban más.
—¿Qué es todo esto? —pregunté, desconcertada.
—Lo envió Marcelo, o al menos eso dijo el mensajero. También dejó una nota pidiendo que revisaras tu correo. ¡Anda, ve! Yo me encargo de recibir todo esto —respondió con emoción, mientras saltaba como una niña pequeña.
Mi pequeño departamento parecía haber sido invadido por una tienda entera. Con el corazón latiéndome violento como si fuera a salirse de mi pecho, abrí el correo y encontré un mensaje:
«Instrucciones para nuestra primera cita»
Un escalofrío de nerviosismo me recorrió mientras leía cada detalle que aquel lunático, mi nuevo jefe, había dispuesto. No podía contener la risa ante algunas de sus exigencias, pero tampoco podía retractarme. Ya había firmado el contrato de manera virtual, y si no cumplía con lo acordado, tendría que pagar una cláusula… o incluso enfrentar consecuencias legales.
Suspiré y dejé el correo de lado. Era hora de ver qué contenían todas esas bolsas. Al abrirlas, me encontré con un despliegue de ropa impresionante: conjuntos deportivos, vestidos elegantes, prendas de diseñador… Cada prenda parecía hecha a mi medida, como si Marcelo hubiera descifrado con precisión mi talla. Me probé uno tras otro, y cada cual me quedaba mejor que el anterior.
Pero lo más impactante fue descubrir una fila de zapatos—más de veinte pares, en todos los estilos y colores imaginables—y, como si eso no fuera suficiente, una caja de una prestigiosa marca que contenía un teléfono de última generación.
Me quedé mirando aquel despliegue de lujo, sintiendo que mi mundo se tambaleaba. Todo esto no podía ser real.
Destapé la caja y encendí el teléfono. Mi antiguo móvil estaba lejos de ser moderno, así que tener este dispositivo en mis manos era como sostener un pedazo de lujo.
—Te sacaste la lotería —comentó Nicol, maravillada con los regalos que yo descartaba como innecesarios.
—No lo sé, Nicol… todo esto es demasiado extraño. Apenas nos hemos visto un par de veces y aun no entiendo por qué, entre tantas mujeres, me eligió a mí para darle celos a su ex. Además, nada de esto era realmente necesario.
—¡Por supuesto que lo era! —replicó, exasperada—. Si quieres hacerle frente a una mujer como Samantha Sean, tienes que lucir perfecta, y Marcelo lo sabe. Por eso te ha enviado todo esto. No desperdicies la oportunidad que la vida te está dando, ¿sabes cuántas mujeres desearían estar en tu lugar?
Suspiré, sumida en mis pensamientos. Con cada día que pasaba y se acercaba el momento de cumplir mi parte del trato, los nervios se apoderaban más de mí. Era solo un año, sin compromisos emocionales ni intimidad. A cambio, tendría acceso a todo lo que quisiera, sin límites. Ni siquiera tenía un salario fijo… podía pedir lo que deseara. Y, de alguna manera, eso me inquietaba aún más.
El sábado llegó. Me puse el vestido que Marcelo había indicado en sus instrucciones y me dirigí a la peluquería que él había reservado. Fueron seis horas de transformación, seis horas en las que, poco a poco, me convertí en una versión completamente distinta de mí misma. Ni siquiera podía creer la imagen que estaba reflejada en el espejo ¿esa era yo? Me preguntaba al ver el gran cambio.
Un chofer me recogió y me llevó al restaurante donde Marcelo me esperaba. Apenas llegué a su mesa, sus ojos se iluminaron como si estuviera viendo a una diosa. Se levantó de inmediato y, con una sonrisa encantadora, corrió la silla para que me sentara a su lado.
—Hola, Valeria. Estás preciosa —dijo con un tono que sonó demasiado sincero para ser solo parte del contrato.
—Bueno, Marcelo, después de todo lo que organizaste, debo admitir que hicieron un gran trabajo conmigo. Ahora dime, ¿qué es exactamente lo que debo hacer? —le respondí, mirándolo fijamente.
Él también se veía increíble. Para tener catorce años más que yo, la diferencia de edad no se notaba en absoluto. Su porte impecable, su piel cuidada, el brillo de sus ojos grises y la seguridad con la que se movía lo hacían parecer un hombre mucho más joven. Su cabello oscuro, su físico trabajado y su aliento fresco eran detalles que, sin duda, podrían derretir a cualquier mujer.
—Hoy solo quiero que actúes con naturalidad —explicó con calma—. Mi exesposa vendrá al evento con su amante y, cuando llegue, tendré que tomarte de las manos, acariciar un poco tu rostro y actuar como si realmente fuéramos una pareja. Espero que eso no te moleste.
—Claro que no me molesta —respondí con absoluta sinceridad. ¿Por qué habría de molestarme?
La noche transcurría con aparente calma, aunque todas las miradas estaban sobre nosotros. No era común verlo con una mujer mucho menor, y los murmullos lo confirmaban. Algunos aseguraban que lo hacía solo para vengarse de su ex, y así, sin proponérnoslo, nos convertimos en el centro de atención.
Marcelo no tardó en presentarme ante los medios como la mujer con la que estaba saliendo y con quien, tal vez, iniciaría una relación seria. También me presentó a varios empresarios influyentes y sus esposas. Sentí cómo los hombres me escaneaban con deseo, mientras que ellas solo me miraban como una amenaza.
Pero el verdadero juego comenzó cuando Samantha hizo su entrada. Era una mujer deslumbrante, de esas que parecen sacadas de una portada de revista. No había forma de igualarla, ni siquiera si naciera dos veces. A sus 35 años, conservaba una juventud impactante, con rasgos perfectos, un cuerpo impecable y una elegancia que la hacía destacar entre todas. A su lado, un hombre de apariencia impecable, tan pulcro y atractivo que parecía un muñeco Ken, completaba la escena. En ese instante, todo tuvo sentido para mí.
—¡Bésame! —La voz de Marcelo me sacó abruptamente de mis pensamientos.
—¿Qué? —Lo miré sin entender.
—Que me beses. Es parte del contrato.
Antes de que pudiera reaccionar, me giró hacia él y atrapó mis labios en un beso intenso, justo frente a todos, incluida su exesposa, que, al notar la escena, no tardó en imitarlo con su acompañante.
Cuando Marcelo se separó, deslizó su brazo alrededor de mi cintura y comenzó a caminar conmigo por el lugar, con la seguridad de un hombre que tenía todo bajo control. Mientras tanto, yo aún saboreaba mis labios, agradeciendo internamente aquel delicioso pretexto. Poco a poco, la tensión entre nosotros se fue disipando, y la noche comenzó a fluir con más naturalidad. Su trato, su presencia y, por supuesto, las copas de licor refinado que circulaban por el evento hicieron que me sintiera cada vez más cómoda. Y como parte del contrato, no hubo solo un beso, sino varios.
Marcelo
Ver a Samantha con su amante me provocó un torbellino de emociones, pero me juré a mí mismo que jamás le daría el placer de verme caer. Si tenía que fingir que estaba bien, lo haría cuantas veces fuera necesario. Sin embargo, su expresión cuando me vio besar a Valeria lo dijo todo. Me estaba observando, analizando, y en ese instante supe que había logrado mi objetivo. Valeria estaba deslumbrante esa noche, no tenía nada que envidiarle a ninguna mujer, ni siquiera a Samantha.
—Cariño, voy al tocador. ¿Puedo dejarte un segundo con ellos? —le pregunté a Valeria. Su sonrisa encantadora y su asentimiento natural confirmaron lo bien que estaba interpretando su papel.
Al cruzar el umbral del gran salón, sentí el roce de unos dedos suaves deslizándose por mi brazo, seguido de un susurro en mi oído.
—Veo que te has conseguido un nuevo trofeo.
La voz de Samantha tenía ese tono seductor que conocía demasiado bien, ese que solía desequilibrarme. Mi piel se erizó al instante, pero no podía darle ventaja.
—No es un trofeo —repliqué con firmeza, apartándome de ella—. Es la mujer con la que estoy saliendo.
—Pensé que las menores no eran tu tipo, cariño. Y ella… se ve bastante joven. ¿Cuántos años tiene? ¿Veinte? —Samantha dejó caer sus palabras con ese tono burlón que conocía tan bien. Bebió un sorbo de su copa, mordió su labio y deslizó los dedos por mi mejilla con descaro.
—No soy tu cariño, y te agradecería que me soltaras. Y sí, es joven, tiene veintiuno, pero eso no es asunto tuyo. Mejor ve con mi primo, debe estar buscándote… ya sabes, sin ti no es capaz ni de caminar solo.
Me di la vuelta para dirigirme al baño, pero el sonido de sus tacones resonando contra el suelo me confirmó que venía detrás de mí.
—Esa chica solo quiere tu dinero —susurró con veneno—. Te va a dejar en la calle, pero antes de que eso pase, me aseguraré de cobrar lo que me pertenece.
—¿Hablas por experiencia, querida? ¿Tu suggargirl ya te está exprimiendo hasta dejarte en la ruina? —repliqué con ironía, disfrutando el fuego en su mirada.
Samantha sonrió con malicia antes de soltar el golpe final.
—Él es más hombre que tú en la cama, todo un león… pero tú sigue regalándole tu fortuna a esa niña mientras yo me divierto.
Sin esperar respuesta, giró sobre sus altos tacones y desapareció del tocador, pero la satisfacción de verla alterada se quedó conmigo. Mi plan estaba funcionando.
VALERIA Me escabullí en dirección a los baños en busca de Marcelo. No soportaba un segundo más en compañía de sus amigos de la alta sociedad, hombres que solo hablaban de inversiones, monedas extranjeras y, sobre todo, de mujeres como si fueran objetos. Sus risas burlonas y comentarios sobre lo que harían con "un buen par de senos en la boca" me revolvieron el estómago. ¡Eran asquerosos!Pero mi incomodidad quedó en segundo plano cuando, al levantar la vista, vi a la exesposa de Marcelo caminando por el pasillo. Su porte altivo seguía intacto, pero había algo en su expresión… se acomodaba el cabello con prisa y pasaba los dedos por su mejilla como si intentara borrar una lágrima.Lo que me dejó realmente sin aliento fue la figura que apareció detrás de ella: Marcelo. Mi nuevo jefe, mi supuesto acompañante de la noche, caminaba con un aire de satisfacción evidente. No necesitaba más explicaciones. Estaban juntos.Un nudo de celos me apretó el estómago, tan fuerte que casi me dolió. No
Valeria—¡Mierda! ¡Qué dolor! — Desperté de golpe al sentir el impacto contra el suelo. Estaba profundamente dormida cuando, de repente, me caí. Abrí los ojos con lentitud, desorientada, y miré a mi alrededor. No estaba en mi apartamento. ¿Había muerto? Porque, a juzgar por lo que veía, bien podría estar en el paraíso. Paredes blancas, un piso de mármol impecable, muebles imponentes… Este lugar no era común ni corriente.—¿Estás bien? — Su voz me sacó del asombro. Extendió la mano para ayudarme a levantarme, y fue entonces cuando lo recordé: estaba en su casa, en la casa de mi benefactor. Y vaya que era una obra de arte.—Sí, estoy bien… Solo un poco adolorida y con resaca. — Me acomodé la falda del vestido y fruncí el ceño. — ¿Qué estoy haciendo aquí?—Es una larga historia. ¿Quieres algo de beber o de comer?Me miraba expectante, como sorprendido, y no era para menos… Debía verme espantosa. Sentía el asqueroso hedor de mi aliento, una mezcla repugnante de alcohol, vómito y quién sab
MARCELO¡Esto tenía que ser una maldita broma! Después de más de un año sin tocar a una mujer, cuando por fin tenía la oportunidad, el timbre sonaba como si fuera una alarma de incendio.—Más te vale que sea algo importante… —murmuré, ajustándome la evidente erección en los pantalones y soltando un largo suspiro.Con fastidio, me acerqué a la puerta y me asomé por la mirilla. El golpe en el pecho fue inmediato. Una mezcla de emociones se arremolinó en mi interior mientras el timbre seguía sonando sin descanso. Sacudí la cabeza, intentando asimilar lo que veía, y abrí.Samantha entró de un empujón, sin siquiera darme tiempo a reaccionar.—¿Por qué tardaste tanto en abrir? Llevo una eternidad aquí afuera, Marcelo —espetó con ese tono desafiante que conocía tan bien.Sus ojos brillaban con intensidad y su perfume, dulce y envolvente, me golpeó con fuerza. Era irónico que oliera tan suave cuando su personalidad era cualquier cosa menos eso.Vestía un vaquero descaderado y un diminuto top
Valeria Al llegar a mi pequeño departamento, la sensación de frustración me invadió. Después de haber vivido la fantasía en la mansión de Marcelo, regresar a mi realidad me resultaba casi insoportable. Quería terminar con todo esto, pero ni siquiera estaba segura de si quería alejarme de él.Me despojé de la ropa y me metí en la ducha. Necesitaba agua fría, urgía enfriar el ardor que aún recorría mi cuerpo. A diferencia de él, yo no podía simplemente olvidar lo que había pasado entre nosotros. Mi piel aún temblaba con la memoria de su tacto.Deslicé el jabón por mi cuerpo y, en el instante en que recordé cómo devoró mis senos, una corriente eléctrica me atravesó la entrepierna. No pude evitarlo. Mis dedos se movieron por inercia, buscando liberar el deseo acumulado. ¿Quién lo diría? Mi benefactor despertaba en mí pensamientos más lujuriosos que cualquier otro hombre de mi edad. Su madurez, su seguridad, su manera de ser… todo en él representaba el deseo prohibido de cualquier chica tr
Punto de vista MarceloSolté un suspiro pesado, lo único que podía hacer en ese momento. Todo lo que estaba ocurriendo me abrumaba, y aunque tenía el poder legal para acabar con Valeria, no lo haría. Ya la había destrozado emocionalmente, y eso era más que suficiente.Tomé mi teléfono y le envié un correo disculpándome una y mil veces, ofreciéndole renegociar el contrato. Esperé más de dos horas por una respuesta que nunca llegó. Estaba claro que no quería saber nada de mí. Resignado, decidí darme una ducha rápida antes de dirigirme a mi empresa. Quién lo diría… hasta los ricos tienen días de m****a.—Señor, buenos días. El desayuno está listo —la voz de Teresa interrumpió mis pensamientos, sacándome de mi ensimismamiento. Ni siquiera me había percatado de su llegada.—Buenos días, no te sentí entrar. ¿Cómo estás?—Muy bien, señor. Fue un buen fin de semana. Pero creo que para usted no tanto, ¿verdad? —me sonrió con calidez mientras me alcanzaba el periódico, como todas las mañanas.—N
Valeria Habían transcurrido varios días, y mi vida continuaba sumida en la miseria. La universidad no era suficiente para asegurarme un empleo, y la posibilidad de tener que abandonarla se hacía cada vez más real; el dinero escaseaba y la situación de mi madre era aún más crítica.Era domingo por la mañana, el momento más agitado en el restaurante donde trabajaba. A pesar de estar exhausta por el día anterior, no tenía opción; las obligaciones no se detienen.—Valeria, cariño, necesitamos hablar —Nicolle me interrumpió justo antes de salir.—Nicolle, ¿no puede ser más tarde? Estoy justa de tiempo para el restaurante.—Valeria, debe ser ahora. Llevamos años de amistad y sé que estás pasando por un mal momento, pero mi situación laboral se ha complicado y no puedo seguir pagando la renta de este lugar sola. Necesito dinero, y lo necesito hoy.Las palabras de mi amiga me impactaron como un balde de agua fría; nada me preparó para que ella me diera la espalda de esa forma.—Nicolle, envi
MarceloEl timbre de la puerta resonaba, pero estaba tan ebrio que no lograba distinguir la realidad de la fantasía. Con esfuerzo, levanté la cabeza de la almohada y di unos pasos lentos. De repente, el timbre dejó de sonar... tal vez solo era fruto de mi imaginación. ¿Quién podría venir a buscarme?Me asomé por el ojo de la cerradura y no pude creer lo que veía. Me restregué los ojos, convencido de que estaba alucinando al ver a Valeria, con su pequeña figura sentada de espaldas a la puerta, rendida ante la lluvia que no cesaba.Abrí la puerta rápidamente. —¡Valeria! ¿Eres tú? —la llamé mientras salía y la tocaba suavemente por la espalda. Mi corazón se rompió al ver su rostro demacrado y triste, con los ojos hinchados de tanto llorar y grandes ojeras bajo ellos.—Marcelo, perdón, no sé qué hago aquí —murmuró.—Ven, por favor —dije, levantándola del suelo y abrazándola con fuerza. Ella apenas gimoteaba, y aunque yo olía terrible y no recordaba la última vez que me duché, necesitaba t
Valeria Después de haber llegado tan abatida a la casa de mi sugar daddy, ahora me encontraba en su bañera, con las piernas abiertas, entregándome por completo mientras él exploraba con su lengua cada rincón de mi intimidad.A pesar de la vergüenza que me invadía, era imposible resistirme a sus encantos. Marcelo sabía exactamente lo que hacía, y yo me hundía cada vez más en un frenesí abrumador. Cada vez que su lengua rozaba mi centro, mi cuerpo se tensaba, el deseo me consumía y me volvía más vulnerable ante él.—¡Oh, Marcelo! Quiero que me hagas tuya, por favor —grité, aferrando mis dedos a su cabello. La excitación me envolvía por completo, y describir lo que estaba sintiendo resultaba imposible.Él levantó el rostro apenas un instante, sus ojos oscuros reflejaban una lujuria desenfrenada. Sin decir nada, se acercó a mí y me besó, permitiéndome saborear el dulce néctar de mi propio deseo. Me embriagué con el momento, con la intensidad de todo lo que estaba experimentando. Para mí,