IRRESISTIBLE PROPUESTA

Valeria

Quería salir indignada, molesta con Marcelo, pero no pude. Su propuesta me había divertido demasiado. ¿Quién en su sano juicio pagaría por tener una sugargirl a los treinta años solo para darle celos a su exesposa? Y lo más absurdo: ¿con una mujer tan simple y sin clase como yo? Lo único que realmente lamentaba de aquella tarde era haber perdido la oportunidad de la entrevista de trabajo. Mis obligaciones me asfixiaban: mi madre enferma esperaba dinero en su pueblo para mantener a mis dos hermanos pequeños, y sobrevivir en esta ciudad no era precisamente barato.

Regresé a mi diminuto apartamento. Necesitaba descansar antes de mi turno en el restaurante, donde hacía doble jornada para arañar algo más de dinero. Siempre me rondaba la loca idea de encontrar un trabajo mejor, pero cada intento terminaba igual: un rechazo tras otro. La empresa de Marcelo no había sido la excepción.

Por pura curiosidad, revisé mi correo. Nada. Era ridículo pensar que él enviaría algo. Justo cuando estaba por cerrar la bandeja de entrada, un mensaje apareció con su dirección.

Asunto: Contrato de benefactor.

Abrí el correo sin pensarlo demasiado, y a medida que leía las bases y condiciones del contrato, no pude evitar soltar carcajadas. Cada cláusula era más absurda que la anterior. Pero claro, así eran los ricos, sin la menor idea de qué hacer con su dinero.

Nicol apareció en la puerta, se detuvo un segundo al verme reír y luego salió corriendo. Antes de desaparecer, me plantó un beso en la mejilla y echó un vistazo curioso a la pantalla de mi laptop.

—¿Qué es eso? ¿Qué te causa tanta gracia?

—Un contrato para ser una sugargirl —respondí, aún incrédula, sin dejar de leer.

—¡Ay no, amiga! Si tú no quieres, yo sí. Bueno, imagino que será un anciano de setenta años, pero ¿qué más da? Con tal de tener la vida que necesitamos… ¡déjame ver!

Se inclinó sobre la pantalla, devorando cada palabra. A medida que avanzaba, su interés crecía. Sus ojos se abrían de par en par al ver las cifras.

—No es ningún hombre de setenta años —solté con una sonrisa irónica—. Es Marcelo. El amigo de Edward, los de la otra noche.

Se quedó boquiabierta, llevándose la mano a la boca.

—¿Qué? ¿Estás loca? ¿Qué esperas para decirle que sí? No me interesa cómo se conocieron, pero lo que estoy leyendo es perfecto. ¡Ni siquiera tienes que acostarte con él! Yo sí lo haría, está que se parte de lo bueno. Además, es un jet set de la industria, uno de los maduros más cotizados de todo Nueva York.

—Sí, pero ya sabes que esas cosas no me van. Soy joven, pero quiero lograr mis metas por mí misma. No quiero depender de un hombre para conseguirlo.

—Cariño, esto es un empleo, no una limosna. Te está ofreciendo un trabajo porque valora lo hermosa que eres. Siempre te lo he dicho, tienes potencial para moverte en la alta sociedad. Además, solo será por un año… En ese tiempo podrías tener todo lo que quieras. ¿Te imaginas? La hermosa casa que podríamos tener cerca de la playa.

Nicol, se sentó a mi lado suspirando, haciendo planes con lo que aun no existía.

Las palabras de Nicol seguían taladrando en mi cabeza. Era difícil aceptar estar con alguien que solo me quería para darle celos a su ex, pero la propuesta era tentadora. Muy tentadora.

Y, aunque no quería admitirlo, Marcelo había estado en mi mente estos últimos dos meses más de lo que debería. Era como si dentro de mí se hubieran sembrado sentimientos que ni yo misma lograba descifrar. Pero él era un hombre mayor. No solo eso. Su clase social, los estigmas, las diferencias entre nosotros… todo nos separaba.

—No lo voy a aceptar, Nicol. Por más que necesite el dinero, ya mismo le diré que no —anuncié, decidida, mientras abría el correo para escribirle.

Justo entonces, mi teléfono sonó.

—Hola, mamá, ¿estás bien? —pregunté al ver su número en la pantalla.

Pero no era ella.

—Hola, cariño. Soy tu tía… y no tengo buenas noticias para ti.

El mundo se me vino abajo en un instante. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Qué pasó? ¿Es mi mamá?

—Sí, cariño. Está hospitalizada. Su estado es grave, pero no tenemos dinero para costear su tratamiento. Sé que estás lejos, que haces todo lo que puedes, pero… no sabemos qué hacer.

Después de diez minutos de conversación, tras sentir cómo todo se desmoronaba, con la presión de la situación y el insistente eco de las palabras de Nicol en mi mente, hice lo único que podía hacer en ese momento.

Respiré hondo.

Y envié la respuesta a Marcelo.

«Acepto. Seré tu sugargirl y acataré todas tus condiciones. Quedo atenta a comentarios».

Presioné "enviar" y cerré los ojos, sintiendo cómo mi destino acababa de cambiar con un solo clic.

Esa noche no recibí respuesta. Me fui a trabajar y, en los pocos momentos libres que tuve, me dediqué a investigar sobre la vida de mi futuro "jefe". Además de ser un hombre famoso, millonario y encantador, descubrí que no tenía treinta años, sino treinta y cinco. El muy cínico me había mentido. Era mucho mayor que yo. Pero ¿qué importaba? Lo único que realmente me interesaba era el dinero.

Pasaron dos días sin noticias de Marcelo. Tal vez el contrato de novia falsa nunca fue real. Quizá solo jugaba conmigo. Ya no tendría un benefactor y, lo que era peor, tampoco el dinero para ayudar a mi madre. Trague entero, el tiempo apremiaba y las esperanzas de salvarla, eran muy pocas.

Me sequé las lágrimas y volví a la realidad. Necesitaba un empleo. Dejar de creer en golpes de suerte y hacerme a la idea de que, como siempre, estaba sola en esto.

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