UN PLAN DESMESURADO

Valeria Collen

Salí de la habitación del hotel con el estómago revuelto y la indignación ardiendo en mi pecho. ¿Quién demonios se creía ese tipo? ¿Pensaba que yo era una prostituta? ¿Qué podía pagarme y largarse como si nada? ¡Desgraciado!

Cogí el rollo de billetes sin siquiera molestarme en contarlos y me fui directo a mi pequeño departamento. Tampoco dejaría el dinero sobre la mesa, como si no me estuviera haciendo falta. Nicol ya estaba allí, esperándome con ansias la pobre quería saberlo todo.

—Casi no llegas, Valeria. Me tenías preocupada. La próxima vez, al menos mándame un mensaje. —Se lamió la cuchara con la que se comía su helado y me miró con picardía—. ¿Y bien? ¿Cómo te fue con el maduro? Dios, qué tipos más deliciosos…

Puse los ojos en blanco y le lancé una mirada de advertencia.

—No sé qué decirte. Y ya deja de hablar así, suena horrible, Nicol. Solo quiero descansar, esta noche tengo turno en el restaurante.

Tiré mi bolso sobre la encimera y suspiré, pero mi amiga no tenía intenciones de dejarme escapar tan fácil.

—No vas a dormir sin contarme todo con lujo de detalles. A mí me fue increíble con Edward. Wow, ese hombre es espectacular. Y ni hablar del dinero que tiene… lástima que no quiera nada serio, hubiera sido el benefactor perfecto.

Se abrazó a su bote de helado con un suspiro soñador.

—Bien por ti si lo disfrutaste, pero quítate esa idea de la cabeza. Nadie va a mantenerte, Nicol, mejor  ponte a trabajar, además depender de un hombre no es bueno.

Lo dije mientras recordaba el fajo de billetes dentro de mi bolso.

—Ay, yo sé que algún día encontraré a alguien que me dé lo que merezco —canturreó, divertida—. Pero dime, ¿por qué tan molesta?

Me quedé en silencio, perdida en los recuerdos de la noche con Marcelo. Nunca me habían atraído los hombres mayores, pero nueve años no era tanta diferencia.

Era dulce, atento, cariñoso… especial.

Lástima que para él solo hubiera sido una "noche loca". Porque pudo haber sido algo más.

Dos meses más tarde

Marcelo

Después de un año refugiándome en mi mansión, consumido por el dolor de la traición de mi exesposa, decidí que era momento de volver a la empresa. No podía seguir encerrado entre esas paredes llenas de recuerdos, de momentos compartidos con una mujer a la que, a pesar de todo, seguía amando. Le había rogado que no se fuera, que no destruyera lo que habíamos construido, pero nada de eso importó. El día que formalizó su relación con mi primo, mi corazón se hizo trizas.

—Señor, bienvenido. Me alegra tenerlo de vuelta en la compañía —me recibió Neila, mi secretaria, con una cálida sonrisa.

No tenía tiempo para amabilidades. Debía retomar mi lugar.

—Gracias, Neila, pero sigamos adelante. ¿Cuántas entrevistas tenemos hoy? Necesito un asistente de gerencia cuanto antes.

—Cinco, señor. La primera en menos de una hora. He seleccionado a las mejores candidatas para usted.

Le devolví la sonrisa, aunque se desvaneció de inmediato cuando las puertas del ascensor se abrieron.

Dos figuras emergieron de allí, dos personas que conocía demasiado bien.

Samantha.

Mi exesposa estaba deslumbrante. Vestía un ceñido vestido rojo que acentuaba sus curvas y su melena oscura caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus labios, pintados de un rojo intenso, eran una provocación en sí mismos. Pero no venía sola.

A su lado, como una burla del destino, estaba Alan Ventura, el hijo menor de mi tío. El hombre que me había arrebatado todo.

Pasaron junto a mí sin detenerse. Samantha me recorrió con la mirada de arriba abajo, como si fuera un extraño. Como si no hubiéramos compartido años de vida juntos. Ni un saludo, ni una palabra. Solo indiferencia.

Un puñal directo al corazón.

—Señor, ¿está bien? —preguntó Neila, notando cómo la tormenta se reflejaba en mi rostro.

Tragué en seco, alcé la cabeza y solté un suspiro, dispuesto a recomponerme.

—Sí, estoy bien.

Sin añadir nada más, me dirigí a mi oficina. Serví una copa de vino y me dejé caer en la silla, intentando recuperar la compostura. Samantha quería destruirme, no había duda. ¿Cómo pudo tirar a la basura seis años de nuestra vida? ¿Cómo tuvo el descaro de hacerlo? Mi cabeza se llenó de ideas descabelladas. Quería venganza. Quería una mujer más joven a mi lado, alguien a quien presumir frente a ella, que la hiciera ver que ya no tenía poder sobre mí. Pero no iba a enamorarme de la noche a la mañana, y mucho menos de alguien demasiado joven.

Estaba perdido.

—Señor… la primera candidata ha llegado.

La voz de Neila me sacó de mis pensamientos.

—Dile que pase, por favor.

Asintió y desapareció tras la puerta. Me apresuré a acomodar mi escritorio y a recomponer mi expresión. Me sentía fatal.

Entonces, la puerta se abrió.

Un par de piernas largas cruzaron el umbral, seguidas por una figura esbelta envuelta en un elegante traje oscuro. Pero cuando levanté la vista y reconocí su rostro, sentí que el mundo se sacudía bajo mis pies. Mi pulso se aceleró, mis mejillas ardieron y mis manos temblaron.

—Buenos días, señor… —Valeria también se congeló al verme. Su expresión se tornó pálida y, por un instante, pareció dispuesta a dar media vuelta y marcharse.

Pero fui más rápido.

—Adelante, por favor. Es una entrevista de trabajo.

Con evidente nerviosismo, cruzó la habitación y se sentó frente a mí. Durante unos segundos, el silencio nos envolvió, pero no tenía sentido prolongarlo. Éramos adultos. Debíamos actuar como tal. Sin embargo, jamás imagine que la volvería a ver, y mucho menos en esta situación.

—Valeria, qué gusto verte de nuevo.

—El gusto es mío, Marcelo. —Esbozó una sonrisa tensa y añadió—: Recé muchas veces para que el destino volviera a cruzarnos, aunque nunca imaginé que sería así. De todas formas… —abrió su bolso y sacó algo—. Tengo algo que olvidó aquella noche loca.

—¿Para mí? —pregunté, desconcertado.

Valeria hurgó en su cartera y sacó una pequeña bolsa de papel, extendiéndomela con expresión serena.

—¿Qué es esto? —Al abrirla, el contenido me dejó sin palabras.

—Su dinero. Yo no soy una mujer que cobra por sus servicios. Y, si le sirve de consuelo, esa noche entre usted y yo no pasó nada.

Sus palabras hicieron que mi mente se tambaleara. Sentí un vértigo extraño, una punzada de vergüenza recorriéndome el cuerpo.

—Valeria, lo siento si te ofendí, esa no era mi intención. Yo… yo solo quería…

—No se preocupe, señor. Ahora debo irme. Vine por una entrevista de trabajo, pero al verlo, mi objetivo cambió. Ya cumplí con lo que esperaba después de dos meses. Gracias por su tiempo.

Se levantó decidida, y por un instante, me quedé paralizado. No podía dejar que se marchara así. Salí de detrás del escritorio y corrí hacia la puerta antes de que se fuera.

—Tu entrevista aún no ha terminado, Valeria. No mezclemos las cosas —dije, cerrando la puerta con firmeza. Por una extraña razón no quería dejarla ir.

Ella me miró de arriba abajo.

—Nunca imaginé que sería usted quien me entrevistaría. No sabe cuántas veces envié mi solicitud a esta compañía. Esto debe ser una broma… —Su voz sonaba amarga, como si el destino se burlara de ella.

—¡Cálmate, por favor! Lo de la otra noche fue un malentendido. La pasé muy bien, pero después no tuvimos contacto.

—No tuvimos contacto porque usted desapareció sin decir nada. No pidió mi número, no dejó el suyo, simplemente se fue. Pero da igual, ya no importa. ¿Podemos comenzar la entrevista? —preguntó con algo de molestia.

Se sentó frente a mí y sacó de su bolso una carpeta con su hoja de vida. A simple vista, su experiencia laboral era escasa; aún estaba en la universidad y su perfil no encajaba con ningún puesto en la empresa, mucho menos para el cargo de asistente que necesitaba cubrir.

No entendía porque mi secretaria la había escogido como candidata, parecía una obra sucia del destino.

Sin embargo, Valeria era perfecta para algo más. Si Samantha me viera con una mujer tan joven y hermosa, tal vez se replantearía su decisión. Tal vez se arrepentiría de haberme dejado, y quisiera volver conmigo.

Ella decía que no habíamos tenido intimidad, pero yo estaba seguro de lo contrario. Su sola presencia me traía imágenes de aquella noche que mi mente no terminaba de ordenar.

Me quedé observándola en silencio, imaginando la reacción de mi exesposa al verme con Valeria. Podría convertir esto en un trato, algo en lo que ambos ganáramos. Si realmente buscaba trabajo, podía ofrecerle algo mucho mejor: un contrato donde fingiera ser mi pareja. Le pagaría mucho más de lo que una asistente ganaría jamás.

—¿Pasa algo, señor Ventura? —Su voz me sacó de mis pensamientos.

—Valeria, necesito hablar contigo.

—¿Hablar? ¿Sobre qué, señor? —Su trato frío y distante me hizo apretar la mandíbula. Era como si lo que ocurrió entre nosotros no hubiera significado nada para ella.

—Tu perfil no encaja con el puesto de asistente… pero tengo otra oferta. Una con un salario mucho más alto.

Valeria me miró con incredulidad, alisó la falda de su traje y carraspeó, como si necesitara asegurarse de haber escuchado bien.

—¿Ah, ¿sí? ¿Y de qué se trata, señor? —preguntó con evidente suspicacia.

Inspiré hondo antes de soltar la propuesta más absurda de mi vida.

—Quiero que finjas ser mi novia ante la sociedad. Firmaremos un contrato y, a cambio, seré tu benefactor. Te daré lo que quieras, cumpliré cada uno de tus caprichos y te pagaré diez veces más de lo que ganarías como asistente.

Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, supe lo ridículo que sonaba. Ni siquiera había considerado los términos del acuerdo ni los deseos de Valeria.

Se puso de pie de golpe, sus ojos destellaban furia, y antes de que pudiera reaccionar, su mano impactó contra mi mejilla en una bofetada ardiente. Apenas cerré los ojos ante el dolor.

—Se equivoca conmigo —su voz temblaba, no supe si de indignación o decepción—. Sé que nuestra primera impresión no fue la mejor, pero no soy la clase de mujer que usted cree. Tengo principios, valores, y jamás permitiría que un hombre me mantuviera o, peor aún, me comprara. Usted es un atrevido.

Giró sobre sus talones dispuesta a marcharse, pero la sujeté del brazo, desesperado. Mis emociones me desbordaron, y sin poder contenerme más, las lágrimas nublaron mi vista.

Ella se quedó inmóvil, mirándome con desconcierto. No intentó soltarse ni pronunció palabra. Solo me observó, como si intentara descifrar en qué momento había perdido el control sobre mí mismo.

—Escúchame, por favor —supliqué, como si mi vida dependiera de ello.

Pero en lugar de conmoverse, Valeria soltó una carcajada. No fue cruel, pero sí incrédula, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

—Marcelo, ¿otra vez llorando? —negó con la cabeza, divertida—. La noche que pasamos juntos… No hicimos nada. No tuvimos sexo, ni siquiera nos desnudamos. Solo nos besamos y luego tú te pusiste a llorar por tu exesposa hasta quedarte dormido. ¿Por qué me estás pidiendo esto? Tranquilízate, por favor.

Su forma de decirlo me hizo sentir patético, pero no podía detenerme.

—Valeria, no voy a mentirte. Perdí lo que más amaba y, después de tener el control de todo, ahora no tengo nada. Quiero que ella regrese, y si darle celos la hace volver, entonces haré lo que sea necesario. Tú eres perfecta para esto. Podemos hacer un contrato…

Cada palabra me hundía más en mi propia desesperación, pero no me importaba. Valeria, en cambio, me miraba como si acabara de tocar fondo frente a ella.

—Marcelo… No puedo. Lo siento mucho —su voz fue firme, —. No voy a jugar a esto. Discúlpame, pero si lo que buscas es una jovencita dispuesta a ser tu juguete, estoy segura de que no te faltarán candidatas. Yo no soy esa mujer, y mucho menos con ese propósito.

Y con esas palabras, sentí que todo se derrumbaba.

Levanté la cabeza, saqué un pañuelo del bolsillo y me sequé las lágrimas. Parecía un idiota. Un hombre como yo, derrumbado por el amor de una mujer… era ridículo.

—No me respondas ahora —dije, recuperando la compostura—. En unas horas, recibirás en tu correo toda la información sobre el contrato. Tienes tres días para pensarlo. Si aceptas, regresas conmigo. ¿Te parece?

Valeria suspiró con cansancio.

—Haz lo que quieras, pero mi respuesta sigue siendo no.

Sin más, salió de mi oficina.

Me quedé de pie, viendo la puerta cerrarse tras ella, con el corazón latiéndome en los oídos. No sabía exactamente qué estaba haciendo, solo tenía claro que necesitaba que aceptara. No podía permitir que Samantha me viera destruido. Yo debía volver a ser quien era: un hombre poderoso, altivo, lleno de vida. No una sombra de lo que ella dejó atrás.

Sin pensarlo dos veces, cancelé las entrevistas restantes y delegué la selección del asistente a alguien de confianza. Luego, tomé mi laptop y comencé a redactar el contrato.

Valeria tenía que aceptar, ni siquiera sabía porque había creado esa inmediata obsesión por ella, pero debía firmar ese contrato.

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