Una niñera para la hija inesperada del CEO
Una niñera para la hija inesperada del CEO
Por: Miranda
Revelaciones inesperadas

El aroma a café recién hecho y pasteles horneados llenaba el aire, envolviendo a Kristen en un cálido abrazo. Era un día especial, su cumpleaños, y había decidido sorprender a Mark con algo que jamás había imaginado. Mientras las primeras luces del amanecer se filtraban a través de las ventanas de la elegante cafetería, Kristen sintió que su corazón latía con fuerza, tanto por la anticipación de su regalo como por la emoción de dar un paso tan importante en su relación.

Desde que había empezado a trabajar allí, su vida había dado un giro inesperado. Mark, el propietario de la cafetería, había entrado en su vida como un torbellino, trayendo consigo risas, caricias furtivas y un magnetismo que la había dejado anhelante. Ella creía en sus dulces promesas, en cada mirada intensa que compartían. Para ella, él era mucho más que un jefe; era el hombre que la hacía sentir viva. Pero hoy, estaba dispuesta a traicionar su promesa de mantener su virginidad hasta el matrimonio, impulsada por el amor que sentía por él.

Con cada paso que daba hacia la cocina, el nerviosismo se apoderaba de ella. Se detuvo un instante para tomar aire, intentando calmar el tumulto en su pecho. Entonces, escuchó ruidos extraños que provenían de la cocina. Sonidos que la llenaron de inquietud y dudas. Sin poder resistir la curiosidad, se acercó a la puerta, su corazón retumbando en sus oídos.

Al abrirla, la escena que se presentó ante sus ojos la dejó helada. Mark y Ana, su compañera de trabajo, estaban enredados en una intimidad que ella jamás habría imaginado. La traición se manifestaba en cada gesto, en cada susurro que resonaba en la habitación.

—¿Cuándo vas a dejar a esa estúpida? —Ana le lanzó una mirada desafiante—. Ella nunca te dará todo lo que yo puedo ofrecerte.

—No puedo dejar a Kristen —respondió Mark, sin disimular la frialdad—. Me ha resultado muy útil. Gracias a ella, el viejo que está casado con mi madre ha empezado a confiar en mi capacidad para los negocios, si supiera que todo lo ha hecho Kristen seguro le daría un infarto.

Kristen sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Su mente luchaba por asimilar lo que veía.

Se sentía traicionada y confundida. Con la respiración entrecortada, dio un paso hacia adelante, decidida a enfrentar la realidad.

—¿Qué significa esto, Mark? —su voz temblaba, y no podía contener la rabia y el dolor—. ¿Como pudieron hacerme esto?, y tú Ana eres una traidora, los dos son tal para cual, deseo que la vida les cobre todo el daño que me están haciendo.

Ana se rió de ella, su burla resonando en la habitación. —Pobrecita, ¿acaso pensabas que él te quería de verdad?, pobre ilusa, eres tan poca cosa, que te termino cambiando por mi, que si soy una mujer de verdad, no como tú, que solo vives de sueños e ilusiones.

Mark intentó calmarla, acercándose. —Cariño, no es lo que parece. Ana me sedujo. ¿Y qué quieres? Yo soy hombre y tú nunca… quisiste estar conmigo y yo tengo necesidades.

Sin pensarlo dos veces, Kristen le dio una bofetada, el sonido resonando como un eco en el aire. —¡Maldito seas! —le gritó, su voz llena de furia—. Te creí. Te di todo.

Con el corazón roto y la dignidad herida, Kristen dio media vuelta y salió de la cafetería, dejando atrás los sueños que había construido. Era hora de marcharse de esa ciudad en Inglaterra, donde había depositado su esperanza y su amor. Tenía que irse, y Londres era la mejor opción para rehacer su vida, y resurgir de las cenizas.

Tres años después..

Erik Davis observaba a la modelo desde el otro lado del escritorio. La luz suave de la tarde londinense se colaba por las grandes ventanas de su oficina, iluminando el rostro de la mujer que tenía delante. El aroma a su nueva fragancia, Infinite, llenaba la habitación, como un recordatorio constante de su éxito.

—Este perfume será el éxito del año —dijo ella, susurrando con una sonrisa seductora mientras se inclinaba un poco más cerca de él—. Y tal vez… deberíamos celebrarlo a nuestra manera.

Erik levantó una ceja, sabiendo muy bien hacia dónde se dirigía esa conversación. No era la primera vez que una situación profesional daba un giro inesperado. Antes de que pudiera responder, la puerta de su oficina se abrió de golpe, interrumpiendo el momento.

—¡Señor Davis! —una voz firme y decidida resonó en la habitación.

Erik se apartó rápidamente de la modelo, sorprendido y claramente irritado. Una mujer desconocida acababa de irrumpir en su oficina sin aviso, llevando de la mano a una pequeña niña de unos cinco años, de cabello oscuro y grandes ojos inquisitivos.

—¿Quién eres y cómo entraste aquí? —exclamó Erik, poniéndose de pie. La modelo, incómoda, retrocedió, observando la escena con el ceño fruncido.

La mujer ignoró la pregunta y cerró la puerta tras de sí, sin apartar la vista de Erik.

—Mi nombre es Martha —dijo con firmeza—. Era la niñera de Sofía —hizo una pausa, empujando suavemente a la niña hacia adelante—. Y esta niña es su hija.

El silencio en la oficina fue tan denso que podría cortarse con un cuchillo. Erik la miró, completamente incrédulo. Sofía, la pequeña de cabello oscuro, se aferraba a su peluche mientras observaba a Erik con curiosidad.

—¿Mi hija? —repitió, su voz llena de incredulidad—. Eso es imposible.

—No, no lo es —replicó Martha—. Sofía es hija de Jennifer, su exnovia. Jennifer murió hace dos semanas, y ahora no tiene a nadie más en el mundo excepto a usted.

Erik dio un paso atrás, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Miró a la niña y luego de vuelta a Martha.

—No puede ser —negó con vehemencia—. No tengo ninguna hija. Si Jennifer hubiera tenido un hijo mío, me habría dicho algo.

—Ella se lo iba  a decir, pero ya no tuvo tiempo —explicó Martha con un suspiro—. Sofía no tiene a nadie más. Es su responsabilidad, Señor Davis.

Los ojos de la pequeña niña seguían fijos en él. Algo en su expresión inocente le recordaba vagamente a Jennifer, pero se negó a aceptarlo. La situación era absurda, y él no estaba preparado para esto.

—No puedo hacerme cargo de una niña que ni siquiera sé si es mía —dijo Erik con frialdad—. Esto debe ser un error.

—No lo es —afirmó Martha, firme en su postura—. Sofía es su hija. Y no tengo a dónde más llevarla.

Erik respiró hondo, tratando de encontrar una salida. No podía simplemente aceptar la palabra de una desconocida. Necesitaba pruebas, una explicación lógica. Esto no encajaba en su vida cuidadosamente planificada.

—Tendré que hacerle pruebas de ADN —respondió finalmente, pasándose una mano por el cabello, visiblemente tenso—. Pero mientras tanto, no puedo quedarme con ella.

Martha, sin embargo, no estaba dispuesta a escuchar más.

—Lo siento, pero ya no es asunto mío —dijo, soltando la mano de Sofía—. Tiene que encargarse de ella.

Erik abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera articular una palabra, Martha se dio la vuelta y salió por la puerta, dejándolo solo con la niña.

Sofía lo miraba con esos ojos enormes, expectante, aferrada a su peluche. Erik sintió cómo el peso de la situación caía sobre él.

—Esto no puede estar pasando —murmuró para sí mismo, frotándose el puente de la nariz.

La modelo, que había estado observando la escena en silencio, carraspeó incómoda.

—Erik, tal vez deba irme…

Erik asintió, todavía aturdido, sin apartar la vista de Sofía. La modelo salió discretamente, dejando a Erik completamente solo con la niña.

Después de unos segundos que parecieron una eternidad, Erik rompió el silencio.

—Yo… no puedo ser tu padre,  esa mujer debe estar equivocada —dijo, intentando sonar firme.

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