La propuesta

—Esther, llama a la chica que estuvo aquí hace un rato. Que venga ahora a mi oficina.

Hubo una breve pausa antes de que Esther respondiera:

—Kristen Lawrence?—.

—No tengo idea de como rayos se llama, solo pídele que venga inmediatamente.

Kristen había terminado de almorzar en la sala de descanso cuando recibió la llamada de la secretaria. Algo en su tono la hizo preguntarse qué quería exactamente Erik Davis de ella. ¿Había otro desastre en su oficina? No le parecía probable, pero tampoco era el tipo de persona que cuestionaba sus órdenes.

Con un suspiro, se dirigió al ascensor y subió al piso ejecutivo. Al llegar, tocó la puerta con suavidad.

—Adelante —dijo la voz autoritaria de Erik desde el otro lado.

Kristen abrió la puerta y se encontró nuevamente con la escena: Sofía sentada en la silla con su peluche, y Erik de pie junto a su escritorio, con los brazos cruzados y una expresión que revelaba su frustración.

—Señor Davis, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó con su habitual profesionalismo.

Erik no perdió el tiempo en explicaciones.

—Quiero que te hagas cargo de Sofía —dijo, con un tono que no dejaba lugar a discusión—. Mi secretaria está buscando una niñera, pero eso tardará al menos un día. Necesito a alguien con ella de inmediato, y parece que tú eres la única persona con la que la niña se siente cómoda.

Kristen parpadeó, incrédula ante la brusquedad de la petición.

—¿Quiere que me haga cargo de ella? —preguntó, intentando aclarar lo que acababa de escuchar.

—Eso he dicho —respondió Erik, cruzando los brazos y observándola con una mirada fría—. No será por mucho tiempo, solo hasta que encontremos a una niñera adecuada. No debería ser tan complicado para ti.

Kristen lo miró, intentando procesar la situación. Ser niñera temporal no estaba en la descripción de su trabajo, y mucho menos recibir órdenes de esa manera. Respiró hondo, tratando de mantener la calma.

—Señor Davis, no creo que sea mi responsabilidad. Yo trabajo en el área de limpieza, no en el cuidado de niños —dijo con firmeza—. Y además, no me parece adecuado que me lo exija de esta manera.

Erik la miró fijamente, sin cambiar su postura.

—No te lo estoy pidiendo, Kristen. Necesito que lo hagas. No puedo ocuparme de Sofía ahora, y tú pareces ser la única opción razonable. Te pagaré lo que sea necesario, pero la niña no puede estar sola.

Kristen sintió una oleada de indignación, y estaba a punto de rechazarlo tajantemente cuando notó algo. Giró la cabeza y vio a Sofía, con sus ojitos grandes y tristes, mirando al suelo. La niña no decía nada, pero el peso de su soledad era palpable. Parecía que todo su pequeño mundo se había derrumbado.

Kristen se detuvo. No quería hacer esto por Erik. La actitud autoritaria del CEO la molestaba profundamente, pero la tristeza en los ojos de Sofía le rompía el corazón.

Suspiró y se arrodilló junto a la niña, sonriéndole suavemente.

—Oye, Sofía —le dijo con dulzura—, ¿qué te parece si pasamos un rato juntas?

Sofía levantó la vista tímidamente, y una pequeña chispa de esperanza apareció en su mirada.

Kristen, ya sin poder negarse, se puso de pie y miró a Erik, aunque su tono seguía siendo firme.

—Acepto —dijo—, pero que quede claro: no lo hago por usted. Lo hago por ella.

Erik, aunque no lo mostró, sintió una ligera incomodidad ante la resistencia de Kristen. Pero lo importante era que Sofía estaría bajo control, al menos temporalmente.

—Me tiene sin cuidado la razón por la que has decidido aceptar, lo único que me importa es que te hagas cargo de esta niña—respondió con brusquedad.  

Kristen volvió a mirar a Sofía, que ya parecía un poco más tranquila. Sabía que la situación no iba a ser fácil, pero algo en su interior le decía que había tomado la decisión correcta a pesar del genio de los mil demonios de su jefe.

Después de que Kristen aceptó la propuesta, Erik soltó un resoplido, como si la situación finalmente estuviera bajo control. Sin embargo, no perdió su actitud malhumorada. Se frotó la barbilla, pensando en el siguiente paso.

—Bien. Nos vamos en una hora —dijo sin más preámbulos, sin siquiera mirarla a los ojos—. Llévate a Sofía y prepárate. Las llevaré a mi casa. Estarás con ella allí hasta que esto se resuelva.

Kristen parpadeó, algo sorprendida por la orden. Había aceptado cuidar de Sofía, pero no esperaba que también implicara ir a la casa de Erik. Aun así, su tono autoritario dejaba claro que no se trataba de una solicitud.

—De acuerdo… —dijo con cierta cautela—. Necesitaré cambiarme. No puedo ir vestida así.

—Haz lo que tengas que hacer —respondió Erik secamente, sin siquiera levantar la mirada de su escritorio—. Te espero en una hora en el estacionamiento.

Kristen asintió, tomó la mano de Sofía con suavidad y salió de la oficina. Se dirigió a los vestidores, donde tenía la ropa para después del trabajo.  Mientras se cambiaba, no podía evitar preguntarse cómo sería pasar tiempo en la casa de Erik Davis, una de las figuras más poderosas y enigmáticas de la empresa. Aunque su actitud la irritaba, no podía dejar de sentir compasión por Sofía, que no tenía a nadie más.

Kristen se miró al espejo. Llevaba un vestido sencillo de algodón y unas sandalias cómodas. No era nada llamativo, pero al menos la hacía sentir más ella misma que el uniforme de limpieza. Se arregló el cabello y, con una sonrisa a medias, tomó aire. “Esto es por Sofía”, se repitió mentalmente.

Erik, mientras tanto, esperaba en su oficina, impaciente. Revisaba unos documentos, pero su mente seguía divagando hacia la situación con Sofía y cómo todo su día había sido interrumpido por una niña a la que ni siquiera conocía. “¿Cómo pudo Jennifer ocultarme algo así?”, pensaba, aún incrédulo.

Cuando finalmente se dirigió al estacionamiento, llegó antes que Kristen y Sofía. Se apoyó contra su coche, con las manos en los bolsillos, mirando el reloj cada pocos segundos. Estaba molesto, cansado, y nada de esto era lo que quería hacer un lunes por la tardé.

Unos minutos después, las vio acercarse. Sofía caminaba a paso lento, aferrada a la mano de Kristen, pero fue Kristen quien atrajo inmediatamente su atención. Ya no llevaba el uniforme de limpieza. Ahora, vestida de manera casual, su cabello cayendo sobre sus hombros, había algo en ella que Erik no había notado antes.

Sus ojos recorrieron su figura y, por primera vez, se dio cuenta de lo que su uniforme ocultaba. Era hermosa. No de una manera obvia ni exagerada, pero había una sencillez en su apariencia que, combinada con su rostro dulce y sus grandes ojos, la hacía destacar. Durante meses la había visto pasar, ocupada con su trabajo, sin prestarle atención, pero ahora parecía una persona completamente distinta.

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