UNA INFANCIA DIFÍCIL

Nunca fue fácil la infancia de Lorena, pues desde muy pequeña sintió miedo por la actitud de su padre.

La primera discusión que recuerda entre sus padres, fue cuando apenas tenía cuatro años y su hermano acababa de nacer, prácticamente.

—Haz que el niño se calle, que no puedo dormir la siesta —dijo Juan, el padre de Lorena.

—Ten paciencia, que al niño le están saliendo los dientes y le duele —respondió María, la madre de Lorena.

—¡¡No me pongas excusas!! Si no puedes callarle te vas al parque con los niños y me dejas dormir —gritó Juan, lo cual asustó a los pequeños.

María se fue llorando, debido a la humillación de Juan. Cogió a Lorena y a Alberto y se fue al parque. El hombre estaba disfrutando de ese momento, se sentía fuerte, pues había conseguido su objetivo y se echó tranquilamente.

—Mami, no llores, me encanta tu sonrisa, eres maravillosa —dijo Lorena, tratando de tranquilizar a su madre.

—Con el tiempo lo entenderás, pero tu padre me ha hecho que me sienta mal —contestó María dándole un beso en la cabeza.

—Mami, no te mereces eso . Eres muy buena y quiero verte siempre sonreír —le respondió Lorena.

La pequeña era muy buena y siempre estaba animando a su mami y la ayudaba en todo lo que podía.

Cuando oía a sus padres discutir, se ponía a jugar con Alberto para que estuviera distraído y no se enterara de las discusiones. En esos momentos, se hacia la valiente.

Un día, cuando Juan fue a trabajar, su jefe reunió a todos los empleados y les dijo: «Las cosas no van nada bien y tenemos que cerrar a final de mes. Os daremos cartas de recomendación y una buena indemnización. Lo siento enormemente, pero es algo que no he podido evitar».

Se fueron todos los compañeros a tomar unas cervezas y a hablar de lo que iban a hacer.

Juan volvió a casa y, sin decir nada, se fue directamente al cuarto, pues sentía mucha rabia en esos momentos.

María llamó a la puerta y le dijo que si le pasaba algo, pues, a pesar de todo, le quería y no le deseaba ningún mal.

—¡DÉJAME EN PAZ! NECESITO ESTAR SOLO —gritó Juan.

A pesar de que estaba la puerta cerrada, ese bramido lo escucharon Lorena y Alberto, que se abrazaron del miedo que les dio.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, María le preguntó a Juan el motivo por el cuál estaba así, lo cual hizo que se cabreara y tirara el bol del desayuno al suelo y salió dando un portazo.

María lo recogió del suelo por miedo a la reacción del marido. Cuando terminó, llevó a los niños al colegio, como cualquier otro día, pero por dentro estaba rota y sentía que la cosa iba a ir a peor.

Lorena era muy aplicada en el colegio, aunque lo que estaba ocurriendo en su casa la afectaba, pues no podía decir nada a nadie.

Esa tarde, Juan llegó borracho a casa, pues encontró refugio en la bebida, y cuando María iba a abrazarle, como siempre, la apartó de mala manera tirándola al suelo, cosa que vio Lorena, que tras increpar a su padre fue a consolar a su madre, y las dos se abrazaron y sintieron el miedo la una de la otra.

Llegó final de mes y Juan dejó de trabajar, por lo que no le quedó más remedio que contárselo a María.

—Tenemos que hablar —dijo Juan.

María dejó a los niños jugando en su cuarto y se sentó en el sofá junto a su marido.

—Me han despedido del trabajo, ya que la empresa ha cerrado. Te pido perdón porque estos días no me he portado como debía —comentó el hombre.

—No te preocupes, cariño, yo puedo volver a trabajar en el ayuntamiento y así salir adelante —dijo la mujer, a la que las palabras de Juan le sonaron sinceras.

Al día siguiente, después de llevar a los niños al colegio, María fue al ayuntamiento para pedir trabajo.

La recibió el alcalde y, después de hablar con ella, le dijo que podía empezar al día siguiente. La señora volvió contenta a su casa, dispuesta a celebrarlo con Juan, pero lo encontró tumbado en el sofá y apestando a alcohol. Le despertó y el hombre le dio una torta y le dijo que le dejara en paz.

María disimuló todo lo posible para que los niños no notaran nada, pero por dentro estaba llorando.

Los golpes y la violencia fueron en aumento. Al principio se cuidaba mucho que no estuvieran los niños y después ya le daba lo mismo.

Juan se cuidaba de darle golpes donde las marcas no se vieran, para que nadie las notara, pues debía guardar su imagen de persona respetable.

Lorena se ocultaba con Alberto y le abrazaba cada vez que oía o veía a su padre pegar a su madre.

Para expresar lo que y cómo se sentía empezó a escribir en un diario y a dibujar.

Pasaron los años y la cosa iba cada vez a más, ya que Juan era incapaz de mantener un trabajo, debido a sus problemas con el alcohol y eso lo pagaba con su esposa.

Una noche, que Lorena no podía dormir, oyó gritar a su madre entre sollozos: «¡PARA, POR FAVOR! ME HACES DAÑO». En ese momento no entendía lo que pasaba, pero su padre estaba violando a su madre.

Al rato, oyó como su padre salía de la habitación, con cara de satisfacción, y su madre lloraba desconsolada.

La pesadilla iba a empezar para la pequeña Lorena. El día de su comunión, el que se suponía el más feliz hasta entonces, acabó siendo un día horrible. Durante la celebración, todo fue genial, disimularon que eran la familia perfecta para que nadie supiera lo que pasaba de puertas para dentro. Cuando llegaron a casa Juan dijo a su hija que le ayudaba a desnudarse y ponerse el pijama. Su tono indicaba que sus intenciones no eran buenas, pero nadie se dio cuenta. Quitó el vestido a su hija, de una forma que la incomodó, y ésta se quejó. Después, la abrazó y empezó a tocarle la parte baja de la espalda, de una forma distinta a la que un padre debe hacer con su hija, poniendo una cara que asustaba a la pequeña, pues nunca la había visto, pero sabía que algo no estaba bien.

—Papá, no me toques así, que me molesta. Así, no debe tocar un padre a su hija —dijo Lorena, que por las circunstancias había madurado deprisa.

—Eres mi princesa y así es como se demuestra el cariño a las princesas —contestó su padre, poniendo cara de satisfacción.

La niña consiguió zafarse y corrió a contárselo a su madre. María le fue a increpar a Juan por lo que había hecho y que no era correcto. Este le dio una paliza tremenda que la dejó casi sin poder moverse. El hombre fue a por Lorena y la llevó donde estaba María tendida en el suelo y le dijo: «Mira lo que me haces hacer por no guardar nuestro secreto».

—CRIMINAAAL —gritó Lorena y salió llorando hacía su habitación.

El hombre había conseguido lo que quería, dominar a su hija para que accediera a sus deseos, su cara mostraba la satisfacción, pues había visto el pánico reflejado en los ojos de la niña.

Ese fue el comienzo del calvario para la pequeña, que lo sufría y soportaba en silencio para que su madre no recibiera más palizas por su culpa.

Juan cada vez ayudaba más a bañarse a Lorena y cuando le tocaba lavarle sus partes se recreaba y le apretaba con fuerza, aunque a ella le dolía y se quejaba, a su padre le gustaba y cuanto más rechistaba más parecía disfrutar.

Era un verdadero cerdo y le daba igual quien fuera, pues lo único que quería era calmar sus más bajos deseos.

Una tarde, Lorena se quedó sola en casa con su padre y este la acarició bajo la falda del uniforme, lo cual molestó de tal forma a Lorena que le dio una patada y fue corriendo y se encerró en su habitación.

Llegó la madre y le dijo a Alberto que fuera a buscar a su hermana mientras ella hablaba con su padre.

—Eres un verdadero cerdo, si no está Lorena es porque has intentado algo, te di un voto de confianza y has vuelto a fallar —dijo María a su marido, apretando los puños.

—Tu hija es una puta, igual que tú, y verás como le va a ir en la vida —le respondió Juan dándole una bofetada que la tiró al suelo.

Impotente y llena de rabia, se estiró completamente en el suelo bocabajo y se puso a llorar ahogando sus sollozos con sus manos.

Esa noche, cuando todos estaban dormidos, Juan fue a la habitación de Lorena y empezó a besarla, olía a alcohol que apestaba y ella intentaba gritar, pero le tapó la boca con una de sus ásperas y grandes manos que olían a b****a. Con la otra mano la acarició por todo su cuerpo, hasta llegar hasta la braguita que la apartó e introdujo un dedo dentro de su vagina. Lorena pegó un gritó ahogado por la mano de su padre. Se retorcía de dolor, pero su padre la sujetaba para que no se moviera. Cuando se cansó de meterle el dedo lo sacó, se bajó los pantalones, dejando al aire su pene erecto, y bajó las braguitas a Lorena que gritaba que no lo hiciera.

—Cállate, seguro que disfrutas —dijo Juan dando una bofetada a la pequeña, para demostrarle que quien mandaba era él.

Los gritos y súplicas de Lorena no impidieron que su padre introdujera su pene dentro de ella. La niña sentía que algo dentro de ella se desgarraba, como si se partiera en dos o como si un cuchillo la abriera en canal, lo cual hacía que gritara de dolor, pero eso no afectaba al padre que seguía profanando el pequeño cuerpo de Lorena, que no estaba preparado para que un pene adulto entrara dentro de ella, pero esa cavidad tan estrecha hacía que el placer para él fuera mayor.

La pequeña cayó desmayada por el dolor tan grande que sentía y por sus esfuerzos para zafarse.

Cuando Juan terminó, volvió a poner las braguitas a su hija y se fue tranquilamente a dormir, como si nada hubiera pasado. Su cara era de satisfacción, pues no solo había sentido un placer enorme, sino, que además, había poseído el cuerpo virgen de su pequeña.

A la mañana siguiente, Lorena se despertó dolorida, con sus partes irritadas y sin casi poder andar e incluso moverse.

Las sábanas estaban manchadas de sangre al igual que sus braguitas, por lo que cambió todo, lo lavó y se vistió, pues no quería que su madre se enterara para que su padre no la hiciera daño.

Debía guardar ese secreto, no podía decir a nadie cómo se sentía y además debía disimular que todo iba bien y no había pasado nada, pero dentro de ella algo había cambiado.

La niña había muerto, se había convertido en mujer demasiado rápido y eso le dejará heridas difíciles de cerrar.

Ese fue el comienzo de un calvario, que Lorena no recomendaba ni a su peor enemigo.

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