Capítulo 1: La entrevista

Volver a casa de tus padres después de los treinta no era sencillo, y mucho menos tras haber estado casada y tener una hija de seis años, ¿pero quién le decía eso al maldito de Eddie, que la dejó por una muchachita que quizá ni siquiera había salido de la preparatoria y ni sabía lavarse los dientes?

Las frustraciones trajeron hoy a Hannah al primer día del resto de su vida. Tenía una entrevista de trabajo en el prestigioso Grupo Seele con la esperanza de convertirse en la nueva secretaria personal del CEO. ¿Experiencia? La tenía. ¿Capacidad de trabajar bajo presión? Por supuesto que sí; sin embargo…

—Mami, ¿aquí es donde vas a tabajar ahora?

La infantil vocecita resonó a su lado, y volteó a ver a su pequeña con una sonrisa.

Ella, Alisson, era su mundo y, sin embargo, lo último que quería era que estuviera aquí acompañándola en un momento tan importante, pero… ¿qué se le podía hacer? Sus padres no estaban en casa, no tenía clases y tampoco podía dejarla sola.

Entonces, se agachó a su altura, le tomó las manos y le regaló la mejor de sus sonrisas.

—Todavía no es seguro, Ali. Todo depende de la entrevista. Por eso tienes que portarte muy bien, ¿de acuerdo? Cuando entremos, tienes que hacer todo lo que te diga y no molestar a nadie.

De pronto, la menuda nena abrió sus ojitos de par en par, se paró tan derecha como un militar y chilló:

—¡Claro, mami! ¡Te pometo que me portadé perfecto!

Aquel gracioso alemán con el que hablaba, con algunas palabras pegándosele, hicieron más tierno el momento, y Hannah no pudo hacer más que suspirar y confiar, aunque sabía la clase de hija que se gastaba.

Ali se aferró a su mano, y ambas entraron a la recepción del enorme rascacielos, uno de los más altos de Frankfurt.

Tras hablar con la recepcionista, llegó un asistente de recursos humanos que las llevó a la planta indicada.

—Por aquí, por favor —dijo el caballero con tono sereno, ofreciendo paso a su oficina—. Sin embargo, la pequeña tendrá que esperar afuera. Tengo que hacerle la entrevista a solas.

Hannah enseguida frunció el ceño, pero al ver la cara de aquel sujeto, que tendría unos cuarenta y tantos y pocas ganas de alargar la cuestión, pensó que no tenía alternativa. Entonces, volteó hacia su pequeña, que permanecía en pie con sus curiosos ojos viendo a todas partes.

—Ali, mami tiene que pasar a hacer la entrevista. Tú te tienes que quedar sentada aquí, ¿de acuerdo? —Señaló una fila de sillas fuera del despacho.

La pequeña las miró y asintió con la cabeza.

—¡Claro, mami! Yo te espedo aquí.

Hannah le dio algunas indicaciones más, la dejó sentada en la silla, revisó los alrededores y entró en el despacho, todavía insegura.

—No se preocupe. Nuestras oficinas tienen sistema de vigilancia de circuito cerrado, y su hija parece una buena niña, estoy seguro de que no irá a ninguna parte.

La castaña sonrió condescendiente a esas palabras, pero por dentro sintió un creciente temor que, sin embargo, disimuló como los dioses.

—Sí… tiene razón… —murmuró, fingiendo seguridad.

—Bien, entonces, ¿le parece si comenzamos con la entrevista? Usted solicitó el cargo de Secretaria personal del CEO, ¿no es así?

—Sí. —Hannah se enserió al instante, dejando sus preocupaciones a un lado de momento.

—¿Ha desempeñado cargos iguales o similares antes?

—Me desempeñé como secretaria del Director de operaciones de una trasnacional de desarrollo de placas y circuitos mientras vivía en Estados Unidos.

El hombre empezó a leer su hoja de vida y asintió.

—Oh, ya lo veo… También tiene una carta de recomendación de su jefe. Trabajó allí por bastante tiempo. ¿Puedo preguntar por qué ya no trabaja con ellos?

La muchacha se esperaba esa pregunta, vaya que sí, pero no tan pronto; sin embargo, hizo acopio de aplomo, sonrió y asintió con la cabeza.

—Me divorcié de mi esposo. El proceso fue complicado, pero, tras obtener la custodia completa de mi hija, decidí regresar a mi país, a mis raíces, para empezar de cero este nuevo capítulo de nuestras vidas.

—Hmm… —El asistente de recursos humanos dudó—. ¿Qué edad tiene la pequeña?

—Seis años —contestó con naturalidad—. Comenzará la escuela pronto.

—Una hija demanda mucho tiempo, ¿no es así? ¿Está segura de que tiene la disponibilidad que se necesita para ser la secretaria personal del CEO de una empresa como esta? Requerirá de mucho tiempo.

El corazón de Hannah se encogió un segundo, pero, como también se lo esperaba, enseguida lo dejó a un lado, sonrió y asintió con la cabeza.

—Por supuesto. Cuento con el apoyo de mis padres, y Alisson también comenzará actividades extracurriculares para que utilice mejor su tiempo.

—Ya veo… —El hombre siguió leyendo su hoja de vida con calma—. Habla dos idiomas además del inglés y el alemán, eso es perfecto… y tiene experiencia con empresas del ramo. Entonces, ¿le parece si pasamos al tema de la jornada y sus expectativas salariales?

Aunque lo disimuló, el alivio y la alegría se mezclaron en el pecho de una Hannah que asintió, y la entrevista prosiguió.

Afuera, la pequeña Alisson movía sus piecitos al son de Left & Right de SEVENTEEN, y cuando llegó al segundo estribillo y se imaginó dentro del video musical que había visto más de cien veces, comprobó los alrededores, viendo que no había nadie, y su innata curiosidad hizo despertar su deseo de explorar.

Bajó de la silla y empezó a caminar por la oficina, pero todos los adultos parecían estar en lo suyo, así que salió por el pasillo y llegó hasta el elevador sin que nadie la viera.

Bueno, pensó que las cámaras la estaban capturando, porque las veía por todas partes, pero no le importó.

—Con tantas cámaras, incluso si salgo a pasear, mami me encontrará.

Se consoló con eso, y cuando las puertas del elevador se abrieron, se metió en la solitaria cabina y presionó el último botón tras pegar un saltito. Las puertas se cerraron y soltó una risita.

—¡La ciudad se debe ver hermosa desde adiba!

Siguió tarareando la canción e incluso hizo un poco de la coreografía mientras subía, pero se paró bien derecha cuando vio que estaba a punto de llegar.

Entonces, el timbre del ascensor sonó y las puertas se abrieron.

Quiso salir, pero se dio cuenta de que había gente delante. Alzó la vista, y cuando vio a la persona en cuestión, sus claros ojitos brillaron como si acabara de encontrar el tesoro más grande de su existencia.

El hombre que tenía delante se la quedó viendo con extrañeza, porque evidentemente una niña no debía estar sola en un elevador, y menos en este edificio; pero, antes de que pudiera decir algo, la nena espetó emocionada:

—¡¿Tú eres mi papi?!

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