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Capítulo 2: El CEO solitario y la hija perdida

Tras varios días largos en crisis y casi sin poder ir a casa, luego de que la situación por fin se asentara, lo último que esperaba Andrew Cook al ver abrirse las puertas del ascensor en su planta era que apareciera una pequeña niña castaña con enormes ojos marrones e indirectamente lo llamara papá. Y es que, ¿quién demonios se esperaría algo así?

Por eso no fue sorpresa que la impresión bañara su rostro y se quedara en blanco. Las puertas procedieron a cerrarse, y de no ser por Finn, su asistente, que metió las manos, se habría perdido aquellos chispeantes ojitos que lo veían con auténtico anhelo.

—¿Tu padre? —preguntó despacio al ver que la pequeña salía de la cabina y se paraba junto a ellos.

Finn se lo quedó viendo conmocionado, y en su mente se destaparon mil conjeturas en un simple segundo.

La nena sonrió y asintió con la cabeza.

—Eres mi papi, ¿verdad? —volvió a preguntar, atizando un nuevo golpe a la comprensión de un Andrew que ya ni sabía dónde estaba parado.

Apretó los labios e hizo memoria. La última vez que se había acostado con alguien fue… ¡No! Esta nena tenía…

—¿Cuántos años tienes, pequeña? —preguntó quedo, expectante.

La chiquilla sonrió y marcó la edad con sus dedos, aunque también lo dijo en voz alta.

—¡Seis años, dos meses y cuatro días!

Era impresionante cómo los niños disponían del tiempo suficiente como para llevar la cuenta de su edad de esa forma; sin embargo, eso no tenía sentido.

La presión se le bajó del pecho a Andrew, quien respiró hondo, se serenó y se agachó frente a ella, mostrando su perenne expresión imperturbable y distante.

—Niña, lo siento mucho, pero yo no soy tu padre. —Recordó que la caja del ascensor solo tenía a la nena y añadió—: ¿Cómo entraste aquí? ¿Estás perdida? De ser así, puedo pedirle a Finn que te lleve a la salida.

Pero la chiquilla miró al tal Finn, un joven alto y rubio, y negó con la cabeza.

—¡No estoy pedida! Vine con mi mami, a ella la están entevistando abajo. El señor dijo que me quedara fueda porque le iba a hacer peguntas, y yo salí a explorar —espetó ella con gran orgullo y una enorme sonrisa en los labios y estiró la mano con galantería—. ¡Soy Alisson Roth! Mi mami es Hannah Roth, ella vino hoy porque quiere ser da asistente del Pesidente de este dificio.

Aunque las palabras se le pegaban un poco, Andrew fue muy capaz de entender el escueto alemán de la niña, quien seguía mostrándose altiva y audaz, firme y para nada asustada tras haberse encontrado con dos perfectos desconocidos. El varón no sabía decir si eso era bueno o preocupante, dadas las circunstancias.

—¿Está en el departamento de Recursos Humanos? —preguntó él curioso y la nena asintió—. Bueno, ¿qué te parece si vamos para allá? Estoy seguro de que a tu madre no le hará mucha gracia que estés paseando por ahí, debe estar preocupada.

—Hmmm. —Alisson se llevó un dedo a la boca y frunció los labios. En ese momento, Andrew se percató, por el cambio en su cara, de que se daba cuenta de que había metido la pata—. ¡Está bien!

Una tímida sonrisa en los labios de aquel castaño precedió que pidieran de nuevo el ascensor, y tanto él como su asistente subieron. Cuando las puertas se cerraron, la mano de Andrew a su costado se vio de repente asediada por la de la pequeña, que la tomó y apretó, haciéndolo estremecerse sin poder evitarlo y mirarla.

Pero ella seguía fija al frente.

¿Quizá estaba asustada pero lo disimulaba mostrándose altiva y alegre? Era una niña,  pensó Andrew, así que eso debía ser normal, y solo por eso no la soltó y, bajo la escrutadora y curiosa mirada de Finn, bajaron hasta la planta donde se encontraba el departamento de Recursos Humanos.

La castaña empezó a tararear algo que Andrew no pudo descifrar, pero enseguida sus pensamientos se vieron interrumpidos por el timbre del ascensor que anunciaba su llegada a destino.

Las puertas se abrieron, pero, antes de que pudiera dar un paso afuera, una cara desesperada apareció, y en el momento en el que sus orbes aguamarina encontraron los claros de la nena, sobre ella pareció caer el peso del alivio y una crisis existencial.

—¡Mami! —chilló la nena, emocionada, se soltó de la mano de Andrew y salió de la caja.

La crisis de Hannah se disipó cuando avanzó y la abrazó con todas sus fuerzas contra su pecho.

—¡Ali, me asustaste! ¿Por qué desapareciste de repente? Te dije que te quedaras afuera, sentada y tranquila.

—¡Es que quedía explorar! —espetó la nena tras separarse; sus ojitos brillando delataban sus verdaderas intenciones—. Estaba buscando a mi papi, y lo encontré cuando salí del ascensor. —Volteó al elevador, de donde Andrew y Finn ya habían salido—. ¡Él es mi papi, mami! ¿Verdad que es muy guapo?

Le excitación de la muchachita caló en la atmósfera y contrastó con el silencio sepulcral que se instauró entre los adultos: el asesor de recursos humanos, Finn, Andrew y la misma Hannah, quien al final soltó un suspiro resignado.

—Ali, sabes dónde está tu padre, ¿por qué insistes con eso?

—¡No! ¡Tengo que buscad un papi que me quieda! ¡Él es mi papi! —Señaló a Andrew con la mirada.

El varón tan solo las observaba, entre impresionado e inquieto, con un gesto ausente, como si se preguntara qué demonios pasaba, pero al mismo tiempo le fuera imposible gesticular en consecuencia.

—¿Señor Cook?

De repente, la voz del asistente de recursos humanos cortó el ambiente, y un baldazo de agua helada le cayó a la pobre Hanna, y el balde le pegó de lleno en la cabeza.

Ella alzó la vista con evidente susto e inquirió:

—¿Usted es el CEO de esta empresa?

M****a, Dios mío… estaba jodida.

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