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Capítulo 6: Aunque la mona se vista de...

Los dos hombres se dieron un afectuoso apretón de manos seguido de un medio abrazo, y el alto pelirrojo soltó una risita.

—He estado fuera mucho, ¿verdad? Las cosas van avanzando, ya sabes. Pero hoy es el momento culmen.

—Claro… tienes a todos aquí reunidos.

Hannah permaneció tranquila a un lado, a la espera, como buena asistente en entrenamiento.

—Hemos trabajado duro. Lo de hoy es el resultado de más de un año de investigación, desarrollo y paciencia. Y tú y tu empresa también forman parte de esto, hombre. —El pelirrojo tiró la vista al costado y se fijó en la muchacha, que le dio una sonrisa cortés—. ¿Y puedo saber quién es esta señorita?

—Oh… ¿Recuerdas que Finn comenzará en el organigrama?

—Sí… me dijiste que lo querías como CEO adjunto, ¿aceptó?

—Aceptó iniciar el camino, así que tuve que buscar un nuevo asistente. Ella es mi nueva asistente; estará en entrenamiento por Finn por tres meses antes de tomar el cargo de manera oficial.

Los orbes del pelirrojo, de un turquesa claro, se fijaron en la castaña, que se paró derecha por instinto.

—Ya veo…

—Señorita Roth, este es Dominik Engel, el fundador y CEO del Grupo Grenze, y el anfitrión de esta velada. —Andrew dirigió entonces su atención al pelirrojo—. Dom, esta es la señorita Roth.

Dominik se acercó como si nada y extendió la mano en un apretón que Hannah aceptó sin prisas.

—Es un placer conocerlo, señor Engel. Soy Hannah Roth.

—El placer es mío, señorita Roth. —Tras el apretón, se separaron—. Soy un buen amigo de Andy; si necesita ayuda para lidiar con él, no dude en llamarme. —Metió la mano en el bolsillo interno de su chaqueta y sacó una tarjeta.

Al tomarla, Hannah vio que se trataba de su número, lo que la sorprendió y halagó a partes iguales.

En estos entornos aún se usaban las tarjetas de negocios en eventos como este, pero recibir una de parte del anfitrión de la fiesta era…

—Dom, tienes que contener tus dotes de conquistador —espetó Andrew en tono de broma, causando la risa del otro y la vergüenza de la muchacha.

—¿Conquista? ¿Estás loco? Hablo en serio, señor «no quiero a nadie a mi alrededor y solo tolero a Finn porque no me queda de otra». Estoy seguro de que la señorita Roth la tendrá difícil contigo, eres todo un cascarrabias.

Hannah los miró «discutir», y no pudo evitar sonreír, porque parecían llevarse muy bien, así que decidió intervenir.

—Señor Engel, apenas es mi primer día de trabajo, pero el señor Cook ha sido muy amable en todo momento.

Andrew sonrió y le espetó al otro:

—¿Ves? Vas a tener que tragarte tus palabras.

—Sí, sí… lo que digas. —Resopló, y de pronto se puso un poco más serio—. Oye, ¿tienes tiempo para charlar en privado? Hay un par de cosas de las que te quiero comentar después de la presentación

Andrew entró en sintonía y asintió.

—Claro. —Se volvió hacia Hannah—. Señorita Roth, siéntase libre de recorrer el salón y comer y beber. La encontraré cuando termine mi charla con Dominik.

Ella asintió y los vio marcharse. La presentación de los productos se dio, y se celebró con un gran brindis, y luego Hannah hizo exacto lo que le dijeron: comió, bebió y charló con algunas personas que su jefe le había presentado antes.

Al rato, fue al baño a refrescarse, y tenía la intención de volver a la fiesta, pero apenas salir se encontró una curiosa presencia, una mujer recostada contra la pared que resultó ser Emma Becker, la amiga de la «esposa» del hermano de su jefe.

¿Qué quería con ella?

—Aunque la mona se vista de seda, mona se queda —espetó desdeñosa la mujer, mirándola de arriba abajo.

¿Así que era de ese tipo?, se preguntó Hannah, y decidió ignorarla y seguir su camino; sin embargo, aquella mujer se metió por el medio.

—Señorita Becker, déjeme pasar, por favor. Tengo que volver con el señor Cook.

La pelirroja frunció el ceño y chascó con la lengua.

—Ni se te ocurra metértele por los ojos a Andrew, ¿entendiste? Conozco a las de tu tipo: estadounidenses aprovechadas que van tras los hombres ricos. —Avanzó un paso hacia ella y la señaló con el dedo—. Pero que te quede claro: Andrew es mío.

Hannah arrugó la cara con cierto desconcierto, y espetó casi sin pensar:

—¿Acaso se volvió loca?

La ira se le subió a la cara a aquella mujer, luciendo tan roja como su cabello.

—No me provoques —siseó entre dientes con mirar duro.

Para Hannah, una mujer que acababa de conocer, y que no sabía nada de ella por cierto, que armaba semejante numerito sin razón, y agarraba la gran rabia que la otra tenía encima… estaba desquiciada. Y lo mejor era alejarse de ella cuanto antes.

Se movió para pasar de ella, pero Emma se le volvió a meter por el medio. Hannah insistió y logró avanzar; pero, cuando creía que por fin era libre, escuchó un berreo, y sintió un tirón por la parte trasera de su vestido.

—¡Perra insolente!

Emma le jaló el vestido con tanta fuerza que partió el tiro, y Hannah apenas tuvo tiempo para asimilarlo y agarrarse la prenda para evitar que se le viera el pecho.

—¡¿Qué le pasa?! —protestó Hannah, aunque ya no tenía caso.

Una risita victoriosa resonó, y los tacones de Emma avanzaron hasta detenerse frente a ella y mirarla con superioridad.

—¿Y ahora qué harás? No puedes volver a la fiesta así. —Su voz goteaba malicia—. Solo eres una simple sirvienta, así que recuerda tu lugar, mona.

La mujer se fue como si nada, y Hannah se vio a sí misma en un aprieto. Su bolso estaba en las taquillas de la entrada, al otro lado del salón, así que tenía que ver cómo llegar ahí.

—Ah… todos los ricos son unos malditos creídos desgraciados —masculló en voz baja y, con todo el disimulo que pudo, se dispuso a avanzar entre la multitud.

Caminó con calma, agarrándose con reserva el tiro del vestido, y pasó de todos con presteza; sin embargo, casi a mitad del camino, un camarero se metió por el medio y la hizo tropezar. Hannah trastabilló y se soltó el tiro por instinto; sin embargo, enseguida recordó su embarazosa situación y volvió a tomarlo, lo que la llevó derecho al suelo.

Cuando sus rodillas tocaron el costoso mármol, todas las miradas se le vinieron encima, y Lenna y Emma emergieron entre la multitud, mirándola desde arriba, divertidas.

—Dios, qué asco. ¿Qué hace esa chiquilla todavía aquí? —comentó Lenna, despreocupada ante la ausencia de Andrew—. La gente tiene que saber a dónde puede ir según su estatus.

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