Capítulo 2:

Alexander tomo un trago de burbon mientras se desajustaba el nudo de su corbata. Estaba de mal humor, con la mujer que acababa de echar ya eran cinco mujeres que había despachado.

—¿Y si creamos a la mujer con parte de cadáveres como hizo Frankenstein? Creo que tendremos mas suerte de que sea “perfecta” para ti, hermano—se burlo Simón con los pies colgando a un lado del sillón, la cual parecía ser su posición perfecta para reposar.

El día laboral había finalizado, y Alexander había aceptado que un numero de mujeres fueran a su casa para poder escoger entre ellas. Le había pedido ayuda a Simon, con la esperanza de que dos cabezas fueran capaces de pensar mejor que una… pero todas las esperanzas que Alexander había depositado en aquel descabellado plan comenzaban a derrumbarse conforme las mujeres iban ingresando.

Ninguna era tan hermosa como su mujer soñada… ninguna lograba compararse con aquella fantasía.

—No es gracioso, Simón. Estoy en un problema serio—grazno con el ceño fruncido Alexander, mientras se dejaba caer en un sillón frente a su hermano.

—Claro que sí, tu problema es tu mente, la cual creo una mujer perfecta, imposible de compararse con una mujer real porque… ¡Es imaginaria! —se burló el hombre de cabello tintado.

—Mi mente está bien, el problema son las mujeres… ninguna se compara con ella—gruño Alexander, mientras apuraba su trago.

—¡Ay, hermano! Temo que tu mente te arrastre a un manicomio… el mundo esta lleno de mujeres, todas son muy bellas y atractivas, créeme, muchas de ellas serian compañeras perfectas para ti si tan solo les dieras una m*****a oportunidad—se quejó Simón mientras negaba con la cabeza—. Pero eso es imposible, tu corazón ya se entrego a tus propios sueños.

El silencio se impuso en aquel lugar, mientras Alexander intentaba reprimir las palabras que su hermano acababa de decir.

—Creo que no vendrán mas mujeres—dijo con los labios apretados Alexander, mientras contemplaba pensativo su bebida—. Necesito un milagro.

Simón guardo silencio durante algunos segundos, reflexionando que palabras de aliento podría darle a un hombre que estaba derrotado, con el corazón sostenido en mil pedazos.

Sin embargo, justo cuando creía tener una idea de las palabras que diría, llamaron a la puerta.

Ambos se quedaron helados durante algunos segundos, hasta que finalmente comprendieron lo que estaba ocurriendo.

—Bueno, creo que acaba de llegar tu milagro—dijo con notable emoción el hombre de cabello tintado, mientras se ponía de pie junto a su hermano.

Con pasos lentos, ambos avanzaron hacia la puerta. La casa de Alexander era ciertamente una mansión. Pero a diferencia de cualquier palacio, el no tenia empleados ni nada semejante. Estaba solo el en su mansión. Con eventuales visitas de Simón.

Cuando finalmente llegaron a la entrada principal, Alexander sentía como su corazón latía desbocado en el centro de su pecho. Durante algunos segundos sintió el deseo de gritarle al extraño al otro lado que se marchara, pero sabia que con aquello no solucionaría absolutamente nada.

Luego de respirar profundamente un par de veces, reuniendo el valor que su alma destrozada necesitaba, Alexander abrió la puerta.

Tanto el millonario como su hermano quedaron duros, petrificados, mientras observaban a la mujer al otro lado de la puerta.

Su cabello era oscuro, tan negro como la noche, pero parecía totalmente suave. Sus ojos eran de un extraño color gris, mientras que sus labios… ¡mierda! Alexander se sorprendió a si mismo observando los labios de otra mujer con cierto deseo.

Lentamente, el comenzó a notar cierta familiaridad con la extraña. El la conocía… la conocía de sus sueños.

Ella sonrió, les sonrió a ambos hombres de uno en uno. Alexander pudo jurar que aquello era lo más parecido al paraíso que había estado en toda su vida.

—¿Quién es Alexander Thompson? —dijo ella, con un tono de voz que parecía celestial.

De alguna manera inexplicable, Alexander logro parpadear, saliendo del hechizo en el que ella lo había hecho sucumbir.

—Yo soy Alexander… ¿Quién eres tú? —articulo el con notable dificultad, como si tuviera que recordar desde el comienzo como hablar. Incluso el simple hecho de respirar le parecía algo casi imposible.

—Soy Bianca—respondió ella, con su mirada brillante clavada en él.

Sin previo aviso. Sin darle tiempo al tiempo. Ella se inclino hacia adelante, reclamando los labios de Alexander con un beso profundo.

El jamás lo admitiría, pero aquel beso fue capaz de arrancarle un gemido de sus propios labios.

Fue en ese preciso instante que Alexander Thompson comprendió dos cosas.

Jamás encontraría una compañera mejor que Bianca para ir a ese evento.

Y, aunque aun no estaba seguro si esa mujer era un milagro o una pesadilla llegando a su vida, el estaba seguro de que pronto lo descubriría.

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