Una enfermera para el italiano
Una enfermera para el italiano
Por: Joana Guzman
Prólogo

5 años atrás

Lia caminó de regreso a casa por la misma ruta que tantas otras veces había recorrido. Esta noche había salido un poco más tarde de lo común del trabajo. Lia trabajaba de mesera en uno de los pocos restaurantes del pueblo. Su horario era desde las doce del mediodía hasta las siete de la noche. Ese día, sin embargo, un grupo de turistas había llegado y ocupado el restaurante. La dueña le había pedido que por favor se quedara a ayudarla. Pudo haberse negado y no habría pasado nada, pero necesitaba cada moneda que pudiera ganar y los turistas por lo usual solían dejar buenas propinas. Además, apreciaba a la dueña del restaurante y no hubiera podido dejarla sola con todo el trabajo.

Tenía que admitir que su trabajo no le daba mucho dinero, pero todo lo ganado serviría para cuando se fuera a estudiar. Necesitaría de todo el dinero ahorrado mientras encontraba un nuevo trabajo en la ciudad. 

Ese sería su último mes en el pueblo antes de irse para empezar sus estudios. Su sueño se estaba cumpliendo. Estudiaría enfermería en una de las mejores universidades del país. Seguro que no sería fácil estudiar y trabajar al mismo tiempo, pero no le quedaría de otra. Sus padres no se podían permitir costearle todos sus gastos. Ya se habían comprometido a pasarle una pequeña mensualidad, pero no sería suficiente. De ahí su necesidad de trabajar.

La idea de llegar a un nuevo lugar la aterraba bastante, pero nunca se había amilanado ante nada y esa no sería la primera vez. Conocía muy poco del lugar al que iría, rara vez se había alejado demasiado del pueblo. Ese lugar había sido su hogar desde su nacimiento, dieciocho años atrás, y durante esos años no había viajado mucho. Seguro que los primeros meses lejos no serían nada fáciles.

Lia estiró los brazos al aire y movió la cabeza de lado a lado. El tiempo que había pasado parada le estaba pasando factura. Su cuerpo estaba adolorido. Tan solo deseaba llegar a casas y tirarse a su cama. Aunque eso sería imposible. Era sábado por la noche, el día para cenar en familia. No importaba qué, todos se sentaban a comer en familia ese día.

Apresuró el paso para llegar a casa cuanto antes. Caminar en su estado para otras personas podría resultar más agotador, pero para ella no. Había algo en ello que lograba relajarla y calmar sus preocupaciones.

La brisa del mar llegó hasta ella, trayendo con él el inconfundible aroma de la sal, la vida marina y las rocas mojadas. Esto sería una de las cosas que más extrañaría de casa. Un simple paseo en el silencio de la noche. Ella, sus pensamientos y el sonido de las olas al estrellarse.

Miró hacia el mar. Sus aguas engañosamente pasivas se movían en dirección del viento. Deseaba tanto poder zambullirse un rato, no sería la primera vez, pero ya iba muy tarde.  

La noche estaba iluminada por farolas a lo largo del camino. No pasaban muchas personas a esas horas, pero a Lia no le asustaba. Vivía en un pueblo tranquilo y no había nada a que temerle.

Su celular comenzó a sonar desde su bolso. Lo más probable es que fuera su madre. De hecho la llamada ya había tardado demasiado. Lia era la única hija mujer de cuatro hijos, además de ser la menor. Su familia siempre la había protegido. Era casi una sorpresa que ellos la dejaran irse a estudiar lejos.

Bueno, no era como si fuera una muchachita ignorante e indefensa. Lia se rio al pensar en todas las lecciones gratuitas de defensa personal que había recibido por parte de sus hermanos. Ellos la había instruido muy bien sobre el peligro que representaban los hombres. Cada vez que ella les recordaba que ellos también eran hombres, ellos la ignoraban. 

Se detuvo para contestar su celular. Si no lo cogía ahora, volvería a sonar.

Buscó en su bolso. Sabía que estaba allí, en algún lugar entre sus libros y su ropa de trabajo.

Cuando lo encontró casi saltó victoriosa, en cambio no tardó en responder.

—Estoy a diez minutos —dijo  sin molestarse en saludar.

—Te dije que llevaras tu bicicleta —la regañó su madre. No era la primera vez que ella le decía eso durante ese día. La primera había sido cuando Lia la había llamado para decirle que llegaría un poco más tarde de lo usual.

—Lo sé mamá. La próxima vez te haré caso.

—Eso es mentira. Eres aún más rebelde que esos hermanos tuyos.

Lia soltó una carcajada ante la queja de su madre.

—Ya sabes, mi instinto de competitividad me dice que todo lo que ellos hacen yo debo hacerlo mejor.

Su mamá se rio con ella.

—Está bien, solo apresúrate. Tus hermanos asaltarán la comida si te tardas demasiado.

Ninguno de sus hermanos vivía en casa. Todos estaban buscando sus propios caminos. Pero intentaban venir al menos un sábado al mes. 

—No se atreverían. No a menos que quieran que su vida se vuelva miserable —bromeó.

Lia casi podía ver a su madre moviendo la cabeza de lado. Eso era lo que hacía siempre que ellos tenían alguna de sus peleas infantiles.

—Hasta pronto —se despidió su madre y terminó la llamada.

Ella abrió la mochila y guardó el celular dentro. Estaba con la cabeza agachada y no se percató de que un hombre caminaba hacia ella hasta que él la tomó del brazo.

Lia dio un respingo y estuvo a punto de gritar.

—Lo siento, no era mi intención asustarte —dijo una voz masculina profunda.

La sorpresa inicial y el miedo fueron reemplazados por furia ante el atrevimiento del hombre. Miró a la mano que la tenía sujeta y luego al rostro de la persona dispuesta a decirle un par de palabras nada amigables si no la soltaba en los próximos segundos.

Sus intenciones se fueron directo a la basura cuando se topó con el perfecto rostro del hombre.

Lia sintió que sus pulmones se quedaban sin aire al verlo. Esperaba que no fuera ningún ladrón porque estaría tan distraída como para reaccionar. Aunque con el atuendo que traía puesto no creyó que fuera posible. Vestía ropa casual, pero seguro que de alguna marca que valía más de lo que ella ganaba en un mes.

Regresó su mirada nuevamente a su rostro. Su atractivo era innegable. Tenía el cabello negro como la noche, una mandíbula cuadrada, su piel ligeramente clara y los ojos de color verde o eso parecía. No podía estar tan segura debido a que la luz de la farola no era suficiente.

Él debió notar su extensa evaluación porque sonrió. Debería ser un pecado sonreír de la manera que él lo hacía o como mínimo un delito. Tenía una sonrisa de medio lado que le daba un aire travieso casi infantil.

Peligro. Esa fue la palabra que le vino a la mente. Y no era la clase de peligro para la que sus hermanos la habían entrenado.  O tal vez si lo habían hecho en alguna de aquellas aburridas charlas sobre el peligro de los hombres y sus encantos.

Trató de recordar si lo había visto alguna vez, pero llegó a la conclusión de que no lo conocía. Podía decir con certeza de que no era del pueblo. Lo más probable es que fuera alguno de los inquilinos de la Gran Casa.

La Gran Casa era una mansión al borde del pueblo que pertenecía a un hombre acaudalado. Ocupaba hectáreas de terreno y todo allí era lujo. No era que alguna vez hubiera tenido la oportunidad de ir, pero eso era lo que se escuchaba de los que sí lo habían hecho.

Durante las vacaciones de verano la mansión recibía a varios huéspedes. Por la forma de vestir y los autos que manejaban muchos de ellos, no era difícil deducir que todos los invitados debían ser adinerados. Al igual que lo era probablemente el hombre que aún sujetaba su muñeca.

Ella se zafó de su agarré. Su poca resistencia a dejarla ir le dio más confianza, aunque aún se mantuvo cautelosa. No sería la primera vez que un hombre rico venía al pueblo en busca de diversión. Nunca causaban problemas, pero siempre había una primera vez para todo.

Lia escuchó las voces de unas mujeres que parecían estar cada vez más cerca de ellos y eso la tranquilizó. Si el hombre frente a ella intentaba algo, solo bastaba gritar y alguien la escucharía. 

El hombre en cuestión miró hacia atrás y luego volvió a mirarla a ella. Esta vez parecía un poco incómodo.

—Necesito que me ayudes, por favor —susurró. Él debía de estar acostumbrado a obtener lo quería, porque ella apenas acababa de conocerlo y estaba dispuesta a ceder a su pedido—. Prometo que no es nada malo.

Ella había perdido la capacidad de hablar, solo se quedó mirándola como una boba. Él debió interpretar su silencio como un sí porque pasó un brazo por encima de sus hombros hombros y se giró a ver a un par de mujeres que se acercaban hacia ellos.  Las dos tenían vestidos que bien podrían llevar el costo afuera porque eran el vivo significado de opulencia. Ambas exudaban demasiada arrogancia y a Lia le resultaron desagradables de inmediato.

No tenía nada en contra de la gente rica, pero era difícil que te agradaran cuando te veían como nada más que una basura en la suela de sus zapatos.

—¡Oh, allí estas! —dijo una de ellas con una sonrisa en el rostro; sin embargo, cuando vio que la tenía abrazada su sonrisa flaqueó.

—¿Amigas tuyas? —preguntó en un susurro, pero no recibió ninguna respuesta.

—Veo que la encontraste —mencionó la misma mujer de antes, con el ceño fruncido.

Lia no entendía de qué se trataba aquel circo. Estaba confundida respecto al motivo de por qué ella hablaba como si la conociera.

—Sí. Les dije que ella estaba por aquí. —Él la miró y sonrió. Sus piernas se debilitaron ante ese gesto—. Cariño, te dije que no te alejaras demasiado. Estuve buscándote toda la tarde.

—¿Lo siento? —se las arregló para decir.

—No te preocupes, lo importante es que te encontré.

—¿Por qué no vamos al pub del pueblo? He oído que no esta tan mal  —dijo la otra mujer sin dejar de evaluarla con la mirada. Al parecer no la encontró agradable porque encogió la nariz como si acabara de oler algo desagradable.

Lia se tensó ante la sugerencia, no podría ayudar al extraño más con esa farsa.

—Lo siento, pero mi novia y yo tenemos otros planes. Tal vez en otra ocasión.

Ella casi abrió la boca por la sorpresa. Él le dio un suave empujón para que se pusieran a caminar y ella casi corrió.

Lia no creía que aquellas dos mujeres hubieran aceptado las palabras del hombre. Sería casi imposible pensar que los dos eran novios. Ella misma, viendo la situación desde afuera, no se lo hubiera creído. Lia estaba usando un suéter holgado, unos pantalones capri y unas zapatillas converse. Tenía su cabello castaño en un moño despeinado. En conclusión era cualquier cosa menos adecuada para ser su novia.

Él soltó su mano cuando perdieron de vista al par de mujeres.

—Por cierto, mi nombre es Matteo —Se presentó él.

Lia asimiló el nombre y guardó silencio.

—¿Y tú eres? —preguntó él al ver que ella no iba a decir nada.

Lia pensó si sería lo adecuado darle su nombre a un extraño. Las voces de sus hermanos llenaron su cabeza diciéndole que no.

—Sofía —dijo ella después de un rato de duda.

—No tienes cara de Sofía —mencionó él.

Lia tuvo que luchar con las ganas de decir la verdad.

—No sabía que los nombres eran de acuerdo a las caras —respondió a la defensiva.

—Buen punto. No es como si Matteo fuera un nombre que va con mi rostro.

Él mostró una sonrisa brillante y ella estuvo a punto de suspirar. Realmente era atractivo. Pero lo que más le atrajo fue lo honesto que le pareció aquel gesto.

—¿Y bueno que te trae por aquí Sofía? 

—Yo vivo aquí. Debería ser yo quien te pregunte eso.

—Cierto. Mis disculpas. Aún estoy temblando de miedo por ese par de allá.

A Lia le pareció divertido que él dijera estar asustado de una par de jovencitas.

—No te burles —dijo Matteo—. Ellas son realmente peligrosas. Si no te hubiera encontrado no sé qué hubiera sido de mí —continuó él fingiendo escalofríos.

Era evidente que Matteo era carismático. Se preguntó qué es lo que hacía para vivir. Sin importar que fuera, seguro le iba bien porque sabía cómo agradar a las personas.

—Si tú lo dices —bromeó ella un poco más cómoda con su compañía.

—Es cierto —dijo él llevándose la mano al pecho fingiéndose ofendido—. Traté de decirles amablemente que no estaba interesado en ella, pero parecían no escuchar. Mi madre me enseñó a ser cortés siempre, así que no pude decirles lo que realmente pensaba. Entonces inventé lo de la novia y que estaba buscándola. El resto lo puedes deducir.

Ella asintió. 

—Bueno, aquí es donde me despido. —Matteo se detuvo repentinamente y se colocó frente a ella—. Fue un placer conocerte y gracias por lo de antes. 

—De nada, supongo —dijo apenas en un murmullo.

Lia no entendía por qué su corazón latía desbocado ni el motivo que hacía que las palmas de sus manos sudaran. Eran emociones nuevas para ella y difíciles de describir.

Matteo se inclinó hacia ella y la besó. Ella estaba tan sorprendida que no supo cómo reaccionar. Fue apenas un ligero contacto entre sus labios y acabó tan rápido como empezó. Él se hizo para atrás y le dio aquella sonrisa suya, que bien podía ser mortal. Entonces, antes de que ella pudiera decirle algo, Matteo se dio la vuelta, cruzó la pista y se alejó a pasos rápidos. Ni una sola vez miró hacia atrás.

Ella se acarició los labios. Su corazón latía desbocado. Un desconocido acababa de robarle su primer beso y aunque tal vez debería sentirse furiosa, era una emoción completamente diferente la que la embargaba. Sonrió, sacudió su cabeza. Todo aquello había sido demasiado extraño. 

Su celular volvió a sonar y la sacó de su ensoñación. El efecto que había dejado en ella Matteo se evaporó cuando recordó que en casa la esperaban para cenar.

—¡Rayos! —maldijo antes de comenzar a correr hacia casa.

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