Un sonido en la puerta interrumpió lo que estaban haciendo. Era su cuarto día trabajando para Matteo. Lia seguía ayudándolo con su trabajo de la oficina. Eso le permitía estar al tanto su evolución y evitaba que pensara en cosas en las que prefería no pensar.
Después de la primera noche que Lia había amanecido cuidando de él, la situación no se había repetido. El dolor de Matteo comenzaba a remitir y los analgésicos que él estaba tomando parecían hacerle mayor efecto. Aun así Lia prefería mantenerse alerta.
—Adelante —indicó Matteo y Carina entró en el despacho.
Lia quitó la vista de la laptop para mirar a la mujer. Le brindó una sonrisa y regresó a lo suyo.
—Señor, la señorita Fabiana está aquí.
Ella no pudo evitar sentir curiosidad ante la mención del nombre de una mujer. Era la segunda vez que alguien aparte del asistente o empresarios venía a ver a Matteo. E incluso la mayoría había venido por cuestiones de negocio.
Para alguien que llamaba la atención demasiado, Matteo estaba tranquilo con la ausencia de gente viniendo a verlo.
La única otra visita social que había recibido fue de su hermano y Ava. Ellos habían venido con los sobrinos de Matteo apenas un día después de su llegada. Lia había visto a su amiga tan feliz junto a Alessandro. Ella estaba muy alegre por su amiga, se merecía toda la felicidad del mundo. Ava era alguien única y especial, ella lo había notado la primera vez que hablaron. Por eso le había ofrecido un lugar para dormir y le había ayudado a conseguir trabajo.
A Lia no le pasó desapercibido como los hijos de Alessandro querían a su tío. Era como su héroe para ellos. El sentimiento era recíproco porque se podía notar el amor que este sentía por ellos. Había sido tan paciente cuando ellos le habían hecho un sinfín de preguntas para averiguar si realmente estaba bien.
—¡Rayos! —maldijo Matteo en voz baja regresándola al presente.
Lia se preguntó por qué reaccionaba así, pero seguro que lo averiguaría pronto.
>>Dile que pase, por favor —ordenó Matteo.
Lia, apenas escuchó la puerta cerrarse, levantó la vista para mirarlo. Él lucía estresado y se pasaba su mano sana por el cabello. Sin embargo, en cuanto unos golpecitos sonaron en la puerta él se recompuso y puso una sonrisa en su rostro.
Allí estaba de nuevo el hombre controlado y coqueto de las revistas. El cambio fue tan repentino y brusco que Lia se quedó mirándolo buscando descifrarlo. Pero regresó su mirada a la máquina en cuanto la puerta se abrió y unos tacones repiquetearon en el suelo del despacho.
Lia miro de reojo para conocer a la señorita Fabiana. No se sorprendió ni un poco por su apariencia. Era el tipo de mujer con el que siempre fotografiaban a Matteo. El rostro impecable, el cabello perfecto, la ropa de lujo y un andar de pasarela.
—Matteo, querido —dijo la mujer con una voz melosa y corrió hasta él para darle un abrazo.
Lia admiraba la habilidad de la mujer para moverse con tanta rapidez y gracia usando unos zapatos tan altos como los que llevaba, parecían unas trampas mortales.
—Fabiana, es un gusto verte —dijo Matteo con una sonrisa en el rostro mientras correspondía el gesto, pero a Lia no le pasó desapercibido que él volteó los ojos con irritación. Ella podría apostar que si él no hubiera estado inmovilizado hubiera encontrado la forma para evadir el abrazo de la mujer.
—Escuché lo de tu accidente. Debiste llamarme, hubiera estado contigo todo este tiempo. Pobrecito, debiste sentirte solo —comentó la mujer como si hablara con un pequeño. La sonrisa de él vacilo pero se recompuso.
Era cierto que Lia se sentía incomoda con la cercanía de Fabiana y Matteo, pero prefirió concentrarse en lo divertida que a su vez le resultaba la situación.
Lia regreso su atención al trabajo aunque no podía evitar de vez en cuando escuchar la conversación de los dos.
—Oh, no sabía que tenías compañía —dijo Fabiana por fin notando su presencia.
Lia siguió aparentando que estaba leyendo la pantalla de la computadora.
—Ella es mi enfermera. La señorita Lia.
Ante la mención de su nombre no le quedó otra que levantar la cabeza.
—Oh querido no sabía que necesitabas de una enfermera —musitó Fabiana llevándose la mano al pecho—. Debiste recurrir a mí, yo con gusto hubiera cuidado de ti —Fabiana usó un tono sugerente que a Lia casi le provoco arcadas.
Lia colocó a un costado su laptop y se levantó.
—Es un gusto conocerla, señorita Fabiana. Permítame traerle algo de beber.
Necesitaba salir de allí antes de reír o vomitar, lo que sucediera primero.
—Oh que amable —dijo la mujer con una sonrisa que bien podía estar pintada en su rostro de lo falsa que era. Pero ella ya estaba acostumbrada a ese tipo de personas que veían a los que no eran de su estatus social y económico como sus iguales—. Un vaso de agua estará bien para mí.
—Señorita Lia —la llamó Matteo ella giró su rostro para mirarlo.
Él claramente le estaba mandando señales. Lia tosió y llevó su puño hasta su boca para ocultar la risa que estuvo a punto de escaparse entre sus labios.
—No se preocupe, señor. Le traeré su té de hierbas. —Una sonrisa adorno su rostro cuando Matteo le lanzó una mirada asesina.
Él aumentó la intensidad de su mirada pero ella fingió no darse cuenta. Se giró y camino hacia la puerta.
—Ella es… linda —escuchó comentar a Fabiana mientras salía. No le sonó a un halago—. Y muy amable.
—Demasiado —lo escuchó responder entre dientes antes de cerrar la puerta tras suyo.
Camino hasta la cocina sonriendo.
En la cocina estaba Carina preparando el almuerzo para ese día.
—¿Qué tal las cosas?
—Bastante divertidas. —Carina se rio ante su respuesta—. Matteo necesita un poco de tiempo a solas porque no te hago compañía mientras tanto —le guiñó el ojo confidente.
—Eres divertida.
Lia se encogió de hombros y sacó un vaso para servir agua en él. No era necesario prepararle un té a Matteo porque él odiaba tomarlo. Solo lo hacía por las mañanas porque no le quedaba de otra, pero el resto del tiempo prefería un vaso de agua. Le llevaría uno sino fuera porque tenía un vaso casi intacto en su escritorio. El mismo vaso de agua que ella le había llevado apenas unos minutos atrás.
Después de servir el agua, Lia se sentó en una de las sillas frente a la isla de la cocina y se puso a conversar con Carina. La mujer le contó que llevaba tres años trabajando para Matteo, lo alabó como jefe. Se podía ver que la mujer admiraba. Luego pasaron a hablar de las familias, Carina estaba casada y tenía un par de hijos pequeños.
—¿Y tú tienes novio? —le preguntó repentinamente.
—En este momento no. —Y tampoco antes, estuvo a punto de completar.
Durante los últimos años había salido en bastantes citas. Pero nunca había tenido nada formal. Siempre había sido cuestión de una o un par de citas antes de darse por vencida. No había sentido nada especial con ninguno de los hombres que la habían invitado a salir.
Lia sabía que podía parecer cursi seguir creyendo en eso del amor verdadero y las almas destinadas, pero así era. La única persona con la que había sentido algo parecido era Matteo. Eso le hizo pensar que tal vez no era buena en eso de detectar el amor. A lo largo de estos años había conocido chicos increíbles, pero el único que la había marcado había sido casi un desconocido en aquel entonces. Todavía lo seguía siendo hasta cierto punto.
—Bueno, en algún momento conocerás a alguien.
—Eso espero —dijo Lia antes de ver su reloj de muñeca—. Creo que debería volver.
Carina asintió y ella regresó al despacho.
Antes de abrir la puerta acomodo la pequeña bandeja que llevaba en su mano izquierda y con la otra mano giro el pomo de la puerta. No creyó necesario tocar la puerta, pero tal vez debió hacerlo.
La escena que encontró cuando dentro del despacho de Matteo la dejo impactada. La sonrisa profesional que tenía despareció y en su lugar su boca de abrió de la impresión.
Fabiana estaba sentada en el regazo de Matteo con los brazos envueltos en su cuello mientras los dos se besaban.
Algo dentro de ella se removió, pero tiró el sentimiento a un rincón y se recompuso lo más rápido que pudo. Ya tendría tiempo más tarde para analizar que había sido esa incómoda sensación en su pecho.
Lia carraspeó para que los dos notaran su presencia.
Matteo alejó a Fabiana de inmediato. La molestia se reflejaba en el rostro de la mujer. Le hubiera gustado saber cómo lucia Matteo, pero no se sentía capaz de mirarlo a los ojos por el momento. Fijó su mirada en un punto detrás de ambos.
—Lo siento, no fue mi intención interrumpir —se disculpó Lia con el rostro caliente.
Ninguno de los dijo nada y la incomodidad creció a cada segundo.
Matteo fue el primero en romper el silencio.
—Fue un gusto verte, pero como ves estamos un poco ocupados con el trabajo.
Ella por fin pudo mirar a su jefe. Él tenía los ojos puestos en Fabiana.
—No te preocupes, estoy segura que ya me lo compensaras —dijo la mujer con guiño. Se puso de pie y se bajó el vestido que se había encogido al sentarse.
—Permítame acompañarla hasta la puerta —se ofreció Lia. Dejó el vaso en la mesa pequeña y le abrió la puerta a Fabiana antes de invitarla a caminar delante.
Las dos caminaron hacia la sala.
—Debe ser increíble —comentó Fabiana.
—¿Perdone?
—Trabajar para Matteo, un hombre con su poder y riqueza.
—Para mí solo es otro paciente.
—¿Segura que no te parece atractivo? —preguntó ella en un tono confidente como si las dos fueran amigas de toda la vida.
—No es mi tipo —respondió cortante. Era una mentira, pero la mujer no tenía que saberlo—. Hasta luego —se despidió mientras abría la puerta y la cerraba antes de que la mujer tuviera algo más que decir.
Camino de regreso al despacho de Matteo.
—Lamento lo que viste —fue lo primero que escuchó en cuanto llegó.
Lia hubiera creído en las disculpas si tan solo él la hubiera mirado en lugar de a su computadora. Era como si solo lo dijera porque en alguna especie de protocolo estaba señalado que eso era lo correcto.
—No se preocupe, señor —dijo ella con indiferencia. Ella también podía comportarse así.
Él levantó la mirada y la observó con curiosidad.
—Actúas como si no te hubiera afectado y ambos sabemos que si lo hizo.
—No sé de lo que habla.
—¿Segura? Noté como no me podías mirar a los ojos. Tal vez te preguntabas como sería estar en su lugar. Con mis labios sobre los tuyos y mi mano en tu muslo
Lia sintió que una corriente de deseo empezaba a recorrerla, pero no se dejaría vencer tan fácil.
Sonrió de medio lado antes de hablar.
—Me gusta cuidar a mis pacientes, pero no de los hombres con los que tengo algo. —Bueno si se hubiera acostado con alguien, seguro hubiera sido cierto.
—Tus ojos te delatan, puedo ver el deseo en ellos.
La confianza de Lia flaqueó por la facilidad con la que él podía leerla, pero aun así cuadro los hombros y puso la espalda recta.
—Seguro que no está leyéndome mal. Quizás es furia.
—¿Furia?
—Sí, porque si se queja de noche por el dolor en su pierna seré yo quien tendrá que desvelarse por su comodidad —Lia se detuvo a pensar y luego sacudió un dedo en el aire como si se le hubiera ocurrido una gran idea—. Aunque pensándolo mejor podría llamar a Fabiana para que cuide de usted, estoy segura que ella no tendría ninguna queja —Uso el mismo tono de voz meloso que había usado Fabiana.
—No crees qué te estas sobrepasando.
—Fue usted quien cruzó los límites. Recuerde señor Matteo, soy su empleada. Estoy aquí con un propósito. Cuidar de su salud. No de sus necesidades sexuales. Seguro que tiene una libreta de contactos para ese propósito. Le aconsejo que haga uso de ella.
Lia por un segundo se sintió arrepentida de cómo le había hablado a su jefe. Debía aprender a controlar su carácter mejor. Lo raro es que con otros pacientes siempre había podido manejar las situaciones con calma. Matteo lograba sacarla de sus casillas con facilidad.
—Ella se me arrojó. Estaba tratando de apartarla cuando usted apareció —dijo él cuando ella regresó a su sitio y comenzó a trabajar.
—Debe ser incómodo tener que fingir todo el tiempo —comentó ella sin mirarlo.
—¿A qué te refieres?
—Eso del personaje que agrada a todo el mundo.
Él se puso tenso y no dijo nada más.
Lia se preguntó de dónde había sacado el valor para decirle algo como eso a Matteo. Debía aprender a controlar mejor lo que le decía.
Los dos se sumergieron en el trabajo hasta que la hora del almuerzo llegó.
Mientras ella comía en la cocina su almuerzo la escena del beso entre Fabiana y Matteo se reprodujo una y otra vez en su mente.
En estos pocos días Matteo y Lia se habían estado llevando mejor. Pero ahora todo volvía a ser como al inicio debido a lo que le había dicho Matteo en su despacho. No podía creer la arrogancia que tenía él para asumir que ella quería que la besara. En el pasado tal vez, pero ahora ya no.
Un toque en su mano la sacó de su ensoñación. Era Matteo quien había puesto su mano sobre la suya. Él estaba en su silla de ruedas tan cerca de ella que sus rodillas se tocaban.
Ella miró sus manos en contacto y retiro la suya con rapidez.
—Llevo llamándote hacer un buen rato y no respondías —le dijo Matteo.
—Lo siento. ¿Necesita algo?
Él se quedó observándola y luego llevó la mano que antes estaba en su mano hasta su mejilla.
Ella le ordenó a su cuerpo que se moviera, pero este ya no le pertenecía. Cerró los ojos ante el contacto.
—Tenía razón —Lia abrió los ojos y lo miró desorientada—. Me deseas.
Se puso de pie como un resorte y retrocedió un par de pasos.
En su mente le lanzó un montón de improperios. No por lo que acababa de hacer, sino porque le daba miedo creer que él realmente tenía razón.
—¿De eso se trataba esto? ¿De demostrar que estabas en lo cierto? —preguntó a la defensiva.
—En parte —confirmo él con aquella sonrisa engañosa que empezaba a odiar.
Se preguntó que le había sucedido a aquel hombre que parecía emanar una honestidad verdadera. No como ahora que parecía estar actuando todo el tiempo, aun cuando no había fotógrafos cerca.
—¿Quieres saber algo? —preguntó ella sin poder detenerse.
—Dime.
—Extrañó tu sonrisa —dijo con total sinceridad.
Hablaba de aquella sonrisa que él le había regalado una tarde de verano.
Matteo pareció confundido ante su confesión, pero ella no iba a explicarle a que se refería.
Vivir en la misma casa que Matteo no era tan malo después de todo. Claro que había veces que quería matarlo, sobre todo cuando hacía las cosas a su manera sin importarle sus recomendaciones. Él estaba acostumbrado a usar su carisma y salirse con la suya, lástima que con Lia eso no funcionaba. Ella veía más allá de sus artimañas.Durante ese tiempo había visto como Matteo convencía al resto de hacer cosas. La mayoría de personas tendía a subestimar a Matteo por su carácter siempre afable. Podrían entregarle sus empresas y no se darían cuenta hasta que alguien los fuera a desalojar. El respeto que sentía por él en el ámbito de los negocios no había hecho más que aumentar. Raras eran las veces que lo había visto perder la calma, siempre tenía la situación bajo control.En las noches no podía evitar pensar en él. No importaba cuantas veces se dijera que ya lo había superado y cada día que pasaba eso le parecía más una mentira. Pero aún no estaba dispuesta del todo a aceptar que tal vez nun
No podría evitar a Matteo para siempre, aunque la idea era de lo más tentadora. Sin embargo media hora no era para siempre, pensó. Tal vez podía ocultarse media hora más. Si tan solo el ocultarse lograra que los problemas desaparecieran. Lia agarró el pomo de la puerta, pero en vez de girarlo apoyó la frente sobre la puerta. Apretó los ojos y esperó que el valor apareciera. Ella se recordó que había dejado a Matteo en la sala y él pronto necesitaría de su ayuda aunque no lo daría a conocer. Todavía existía la opción de hacer como si nada hubiera pasado, pero conociendo a Matteo eso no iba a pasar. Después de tanto torturarse, por fin abrió la puerta y salió al pasillo. Caminó procurando hacer el menor ruido posible. Se sentía como una ladrona evitando ser atrapada. —Veo que decidiste salir de tu escondite —dijo Matteo sin dejar de mirar la televisión cuando ella llegó a la sala. Al parecer no había sido tan discreta como imaginó.
Una semana transcurrió desde aquella noche que Lia había cedido al deseo. Pese a que los dos habían llegado un acuerdo la mañana después. En realidad no habían vuelto a tener contacto. Matteo había sentido la pierna adolorida al día siguiente de su pequeña aventura. Después de eso ella se había negado a cualquier contacto. Lia estaba allí, en primer lugar, para cuidar de que cosas como esas no pasaran. No para causarlas.Ese día le iban a retirar el yeso del brazo a Matteo. Aunque no podría usar de inmediato las muletas, él estaba dispuesto a usarla en la boda de su hermano, dentro de una semana. Lia ya había aceptado que sin importar lo que ella dijera, él lo iba hacer.Apenas unos minutos atrás habían salido de la sala de rayos x y ahora estaban esperando al doctor. Ella sabía que no tardaría mucho en aparecer. Matteo era
Una semana no tardó mucho en pasar y faltaba una semana más antes de marcharse. No fue tan difícil como creyó, ayudó que tuviera que ir donde Ava con mucha frecuencia. Estaban arreglando los últimos detalles y ella le pidió más de una vez estar allí. A Alessandro no le importaba acompañar a su hermano si se trataba de cumplir los deseos de su futura esposa. El día de la boda llegó y pronto se vio caminando a lado de Matteo. Como se había propuesto, él entró usando muletas. Lia había traído la silla de ruedas para más tarde, pero ella estaba casi segura de que Matteo no la utilizaría de no ser necesario. Las bodas eran algo que ponían emocional a Lia, sobre todo si veías tanto amor profesado por una pareja. Lia esperaba encontrar algún día un hombre que la mirara como Alessandro miraba a su amiga. Durante toda la boda ella se las ingenió para controlarse, decidida a no llorar. La boda de Ava era el sueño muchas mujeres. Hermosa como un cuento de hadas, p
Lia observaba a Matteo apoyada en la pared con los brazos cruzados. Él sonreía por una de las cosas que le había dicho uno de sus sobrinos. Lo más probable que ellos estuvieran tratando de convencerlo de algo. Matteo podía decir “no” cuando se trataba de negocios, pero con sus sobrinos las cosas cambiaban. Los niños se iban a quedar con ellos mientras Ava y Alessandro estaban de luna de miel. Si hubiera sido por su amiga ella se habría llevado a los pequeños, pero Matteo había convencido a su cuñada para que los dejara a su cargo. Él pareció notar su mirada porque se giró a verla. Si le seguía mirando de la manera en que lo estaba haciendo en ese momento no iba a tardar en enamorarse de él, asumiendo que no lo había hecho ya. Sabía que era un error entregarle su amor, pero había llegado a la conclusión de que la vida era muy corta como para prohibirse amar a alguien. Así no fuera correspondida o sufriera en algún momento, valdría la pena. —¿Te vas a q
Lia estaba en la habitación de Matteo viéndolo realizar sus ejercicios de rehabilitación. La misma que el médico le había indicado cuando le sacó el yeso. Por ahora bastaba con su ayuda, pero en cuanto le quitarán el yeso de la pierna él tendría que contratar a un terapeuta físico. No solo porque era lo más conveniente sino también porque ella ya no estaría allí. Matteo parecía un poco adolorido con los movimientos. No le sorprendió después de los recientes esfuerzos. Primero la boda y luego el paseo con los niños. Si había alguien que se exigía demasiado, ese era él. —No debiste exagerar —mencionó Lia—. Terminarás con la mano nuevamente enyesada si no te tomas esto con calma. A partir de ahora no vas a usar las muletas. Te movilizarás en tu silla de ruedas. —Esta vez tendré que hacerte caso —aceptó él sin más. —¿Te duele demasiado? —preguntó Lia asombrada porque no le hubiera llevado la contra. En una situación diferente él hubiera refutado.
El sol se filtraba a la habitación a través de las cortinas blancas cuando despertó esa mañana. Al mirar el reloj vio que eran las siete y media. No se levantó de inmediato. Los domingos era los únicos días que se permitía dormir un poco más de lo común porque Matteo no trabajaba esos días, al menos no demasiado. Así que él también se permitía descansar un poco más.Se acomodó de costado en la cama y miró hacia las ventanas. Mientras dejó que sus pensamientos vagaran.Faltaba un día para que le retiraran el yeso a Matteo. Lia por primera vez se sentía demasiado insegura. Tenía dudas acosándola a cada instante. No ayudaba el hecho de que Matteo parecía igual de tranquilo que siempre.Un día, eso era lo único que tenía para disfrutar la compañía de Matteo. No sab&i
Lia sentía a cada segundo que el final estaba más cerca. Un sentimiento extraño teniendo en cuenta que ella y Matteo habían llegado al acuerdo de continuar con su arreglo. Miró a Matteo sentado en su silla de ruedas. Cada vez que se detenía a observarlo con detenimiento su corazón se aceleraba dentro de su pecho. —Eso es todo —dijo el doctor cuando le terminó de retirar el yeso a Matteo—. Lia, alcánzale el bastón, por favor. Ella se espabiló e hizo lo que el doctor Franco le pidió. Matteo le recibió el bastón y antes de ponerse de pie movió su pierna de atrás hacia adelante. Luego de un rato él se mostró dispuesto a levantarse. Lia se acercó a él para ayudarlo, pero él negó con la cabeza. De todas formas ella se mantuvo cerca. Él se levantó con calma y una vez de pie se mantuvo parado en el mismo lugar. >>Intente caminar —pidió el doctor retirando la silla de ruedas hacia un rincón. Matteo empezó a dar pasos tentativos. A