Lia estaba sentada en su cama con un libro en su mano, pero sus pensamientos estaban lejos de lo que estaba escrito en esas hojas. Era difícil concentrarse con tantas cosas dando vueltas en su cabeza.
Su primer día trabajando para Matteo no había resultado tan mal después de todo. Él podía ser la persona más terca y obstinada que había conocido, pero eso había ayudado a que no se quedara todo el tiempo admirando lo guapo que era… como mucho lo había hecho un par de veces. En especial durante la hora de la cena cuando él se había mostrado menos irritante.
Mientras los dos comían habían hablado un poco de cosas sin importancia. Lia se había dado cuenta que cuando ambos bajaban la guardia podían incluso tener una conversación decente.
Después de cenar él le había dicho que iba a descansar, así que después de entregarle su medicación ella se había retirado a su habitación.
La habitación de Lia estaba a lado de la de Matteo. No estaba feliz con eso, hubiera estado más feliz al otro lado del pasillo, pero necesitaba estar cerca por si algo le llegaba a pasar. Después de todo Matteo era su paciente y su prioridad era velar por su seguridad.
Cerró el libro cuando se dio cuenta que no podría leer nada. Había releído la misma línea por cuarta vez. Lo colocó sobre el buró, se recostó y apagó la lámpara.
No estaba segura si era por el estrés emocional, pero cayó rendida en cuanto su cabeza toco la almohada.
Durmió por un tiempo cuando un sonido la despertó. Se sintió desorientada y luego fue recordando en casa de quién estaba.
Se avergonzó de ella misma cuando una chispa de emoción trató de brotar en ella. Se recordó que no estaba en esa casa porque quisiera que Matteo supiera de su existencia, estaba allí porque quería demostrarse que realmente había superado el pasado. Aunque a esa hora con el cerebro apenas despertando, no se sintió tan segura como durante el día. Realmente era un desastre.
Lia esperó por un momento para ver si el sonido continuaba. No pasó ni un minuto cuando un sonido volvió a llegar hasta sus oídos. Sonó como un quejido.
Ella se puso de pie de inmediato. Agarró una chompa larga que estaba a los pies de su cama y después de ponérsela salió a averiguar qué era lo que estaba sucediendo.
En el pasillo confirmó que el sonido provenía de la habitación de Matteo.
Lia se dio prisa y entró sin tocar. La habitación estaba a oscura y ella no pudo ver casi nada.
En medio de la oscuridad se escuchó una maldición.
Lia buscó el interruptor y lo presionó. La luz iluminó la habitación y a Matteo que estaba en su cama. En su rostro se podía notar claramente el dolor.
—¡Qué demonios! —gruñó él—. Ah eres tú —continuó al levantar el rostro y mirar en su dirección.
El dolor debía ser considerable si hacía que Matteo actuara como un idiota nuevamente.
—¿Qué tan fuerte es el dolor? —preguntó ella acercándose a él.
—No te necesito —dijo irritado Matteo. Ella lo miró con firmeza para darle a conocer que no iba a ceder hasta obtener una respuesta de su parte—. No duele mucho —respondió con ironía.
Lia estuvo a punto de dejarlo en su dolor, pero no era propio de ella no hacer nada mientras alguien sufría. Desde pequeña siempre le había gustado cuidar de los demás y asegurarse de que se encontraran bien. Sus hermanos siempre le habían dicho que ella era más vulnerable porque siempre estaba más pendiente del resto que de ella misma. Ella, en cambio, creía que era una fortaleza.
Lia acomodó la almohada que había puesto unas cuantas horas atrás debajo de la pierna de Matteo, pero que ahora estaba tirada en un rincón. El soltó suspiro de alivio. Ella sabía que una parte de su dolor era causado por incomodidad. Así que se debía evitar que su pierna estuviera en una posición tensa.
—No durara mucho —advirtió ella —. El dolor regresará en cuanto la posición se vuelva incómoda.
Lia encendió la lámpara y fue a apagar las luces. Luego camino hasta el sillón cogió la manta que había sobre él y se sentó.
—¿Qué haces? —le preguntó él mientras ellas se tapaba con la manta.
—Preparándome para descansar. Tengo que asegurarme de estar aquí para acomodarte la pierna. No pienso levantarme de mi cama una y otra vez durante lo que resta de la noche.
—En el hospital no tenía a una enfermera cuidando de mí todo el tiempo.
—Ventajas de contratar una sola para ti. Ahora descansa.
Lia cerró los ojos, inclinó la cabeza para atrás e ignoró por completo a Matteo que se veía dispuesto a seguir refutando. Estaba segura que Matteo aun sentía dolor, pero ahora debía ser tolerable, así que no pasaría mucho tiempo antes de que él se quedara dormido.
Aunque tenía los ojos cerrados no se durmió, primero necesitaba estar segura que él descansaba. Matteo tenía que dormir para que su cuerpo se recuperara. Pasar noches en vela no era lo mejor.
Ella abrió los ojos unos minutos más tarde y bajo la ligera luz que emitía la lámpara pudo ver a Matteo con los ojos cerrados y la respiración acompasada. Sonrió satisfecha. Luego aprovechó para dormir porque tendría que despertarse dentro de poco. Programó la alarma en su reloj de muñeca.
En una hora el sonido de su reloj la despertó y ella se levantó para acomodar la pierna de Matteo. Él dormía pacíficamente. Era difícil creer que era el mismo hombre que le estaba haciendo su trabajo difícil.
Pasó la madrugada despertando cada hora para acomodar nuevamente a Matteo o tan solo verificando que no se encontrara adolorido. Los analgésicos parecían por fin haber hecho efecto y lo dejaron rendido. Él no despertó en ninguna de las ocasiones que lo movió. A excepción de la una de las veces que se acercó.
Lia terminó de acomodarle y se acercó para verlo más de cerca. Observó cada uno de sus rasgos bajo la tenue luz. Aunque trató de controlar su impulso se encontró llevando su mano hasta su rostro. Acarició su mejilla y cuando él ni siquiera se movió continuó. Toco sus labios, su mentón y cuando subía de regreso se detuvo. Se preguntó qué demonios estaba haciendo y retiró su mano como si el contacto le quemara. Pero antes de que pudiera llegar lejos la mano de Matteo la detuvo en el aire.
Ella se puso nerviosa al verse atrapada. Lo miró al rostro y pese a que sus ojos estaban abiertos Lia supo que realmente no estaba despierto.
—No te vayas, por favor. Quédate por esta vez —suplicó él en un susurró tan bajo que casi no logró escucharlo.
Lia tiró de su mano con suavidad, pero él seguía reteniéndola. Era como si se aferrara a un salvavidas.
—Suéltame, por favor —pidió ella esperando que él la escuchara.
El rostro de Matteo se llenó de melancolía y la soltó.
Creyó que él diría algo más, pero solo cerró los ojos y continuó durmiendo.
Lia se preguntó en quién había estado pensando cuando le pidió que se quedara. Era un hecho que no había sido a ella.
Desde su posición en el sillón se dedicó a observarlo como si así lograría averiguar que ocultaba él más allá de esa apariencia despreocupada que le mostraba a la mayoría.
Él se despertó a las seis de la mañana cuando ella se estaba levantando para acomodarlo nuevamente.
—¿Cómo te sientes? —preguntó. Esta vez el no reaccionó de mal humor ante su pregunta.
—De hecho, bien. Gracias.
—Es mi trabajo, no necesitas agradecerme.
Los dos se quedaron mirándose y el ambiente se tornó incómodo. Lia fue la primera en desviar la mirada.
—Necesito un baño —comentó él.
—Está bien —dijo ella manteniéndose profesional. Aunque por dentro los nervios la carcomían—. Déjame preparar todo y por favor no te muevas. Cualquier esfuerzo puede afectar a tu recuperación.
—Esto es… —Él tomó un respiro y luego solo asintió.
Lia fue a su habitación para cambiarse de ropa. No era adecuado que siguiera en pijama. Después regresó a la habitación de Matteo era una sorpresa que él hubiera obedecido y siguiera en cama, aunque estaba sentado al borde.
Ella se apresuró al baño y colocó la silla que el hermano de Matteo se había asegurado de que el personal consiguiera al igual que muchas otras cosas que le facilitarían las cosas a Matteo.
Cuando todo lo necesario estuvo listo caminó hasta la silla de ruedas que estaba acomodada en un rincón.
—Puedo llegar al baño por mi cuenta —manifestó Matteo.
—Claro que puedes. Soy yo la que no aguantará tu peso por un tramo tan largo —dijo para convencerlo.
Él pareció pensarlo por un momento antes de aceptar.
Lia lo ayudó a pasarse a la silla de ruedas y lo empujó hasta el baño. Al llegar él miró la silla de baño como si fuera un estorbo, pero no mencionó nada.
Después que él se acomodó en la silla debajo de la ducha, ella lo ayudo a desvestirse dejándolo solo con su bóxer. Luego se acercó a la gaveta a lado del lavamanos y extrajo un par de plásticos para cubrir los yesos.
—No fue grave —comentó mientras cubría su pierna.
—¿Qué?
—Me refiero a tu accidente.
Lia había visto los resultados de accidentes del mismo tipo. Algunos pacientes habían necesito más que usar yeso o un cabestrillo para sanar. Y aunque Matteo había sido operado, no pareciera que su operación hubiera sido de gran complejidad.
—Tuve suerte. O eso escuché.
Lia se puso a trabajar. Ayudó a Matteo cuando veía que él no podía con algo, pero la mayoría del tiempo él se las ingenió. El momento más incómodo fue cuando tuvo que ayudarle a cambiarse los bóxers mojados. Ambos fingieron ignorancia durante ese momento y Lia tuvo que ingeniárselas para mantener los ojos puestos en cualquier lugar que no fuera su anatomía. Ella se regañó diciendo que no era la primera vez que tenía que ver a un hombre desnudo.
Posterior a eso, las cosas fueron más fáciles. Cuando Matteo estuvo cambiado lo llevó a su habitación.
—A mi despacho —ordenó él cuando vio que ella tenía intención de llevarlo de regreso a la cama.
—No creo que sea lo mejor para ti regresar a trabajar.
—Estaré sentado todo el tiempo así que no entiendo porque no podría trabajar. Estaba en medio de un negocio importante cuando esto pasó y no puedo prolongarlo más.
Lia se dio por rendida y empujó la silla fuera de la habitación hasta la oficina de Matteo.
En el transcurso se cruzaron con un par de personas que los saludaron con cortesía a ella y a su jefe.
—Señor, buenos días —dijo una mujer cuando estaban por llegar al despacho de Matteo. Ella se acercó hasta ellos por lo cual Lia detuvo la silla.
—Hola, Carina —respondió Matteo antes de presentarlas—. Esta es Lia, mi enfermera. Lia ellas es Carina, la mujer que se encarga de que no muera de hambre. —La señora sonrió.
—Un gusto —dijo Lia extendiendo la mano para saludar a la mujer.
—El gusto es mío —respondió ella estrechando su mano.
—Carina tráeme una taza de café a mi despacho, por favor —pidió Matteo después de las presentaciones.
—No —dijo en automático Lia—. El señor está tomando analgésicos que no se deberían mezclar con cafeína —le explicó a Carina—. Por favor, un té de hierbas estará más que bien.
—Está bien, señorita Lia —estuvo de acuerdo la mujer antes de retirarse.
Lia continuó empujando la silla de ruedas.
—Genial. Esto es estupendo —se quejó Matteo mientras seguían su camino hacia su despacho. Lia ignoró deliberadamente sus quejas.
Al llegar al despacho Lia ayudó a Matteo a sentarse detrás de su escritorio.
No llevaban mucho tiempo cuando Carina atravesó la puerta con una bandeja con dos tazas en ella.
Se acercó a una pequeña mesa que estaba ubicada en un rincón de la habitación y luego levantó una de las tazas para alcanzarla a Matteo y después le entregó la otra a ella.
—Gracias —dijo Lia con una sonrisa a la mujer, ella asintió y se retiró.
Ella se volvió hacia Matteo y este la estaba mirando fijamente.
—Ahora puedes dejarme a solas.
—Cualquier cosa llámeme, por favor.
Él ya estaba concentrado en la computadora frente a él y solo asintió.
Lia se quedó mirándolo un rato. Seguía sin poder ver al hombre juguetón que posaba para las revistas.
—No me desmayaré si me quitas la vista de encima —comentó él sin mirarla y ella se sonrojó, pero se controló antes de que él pudiera verla.
—En realidad lo que estaba pensando es como piensa trabajar con una sola mano.
—Seguro que puedo arreglármelas.
—Seguro que no quieres que le ayude, puedo escribir por usted.
Él levantó por fin la mirada de la computadora, la observó disgustado, pero luego asintió.
Pasaron la mañana entre documentos y llamadas. Con breves pausas para el desayuno y la medicación de Matteo.
Lia solo escribía lo que él le pedía sin tratar de entender lo que los documentos decían. Aunque había sido la mejor durante su formación, los números no eran su fuerte y menos la bolsa de valores.
—Debería contratarte. Eres una buena asistente —comentó Matteo cuando se detuvieron para ir a comer.
—Aunque es una propuesta interesante, prefiero lo que hago.
Pasar la mañana en compañía de Matteo le había permitido conocer una faceta más de él. Había visto en primera fila como usaba su encanto para convencer a las personas. Lia se daba cuenta que había en él mucho más de lo que dejaba ver al resto.
Lia se sentía intrigada y aunque su propósito no había sido averiguar quién era el verdadero Matteo, ahora se sentía tentada por ello. Como no hacerlo cuando poco a poco estaba conociendo al hombre que era realmente. No a la ilusión perfecta que había tenido por mucho tiempo en su mente y tampoco al hombre que había admirado a través de lo que mostraban los periódicos y revistas sobre él. Quería conocer más de esta versión real y humana.
—Conseguiré una asistenta pronto —le comentó él mientras lo llevaba al comedor.
—A mí no me importa ayudarte la verdad. No me gusta estar sentada sin hacer nada.
En el comedor el almuerzo de Matteo ya estaba servido. Lia acomodó su silla de ruedas cerca de la mesa y se aseguró que todo estuviera a su alcance.
—Estaré en la cocina, llámeme si necesita de algo —dijo antes de salir del comedor.
Necesitaba un poco de lejanía de él para aclarar sus ideas. Además aunque había disfrutado de la compañía de Matteo durante la cena del día anterior lo mejor era que no se volviera a repetir. Ella no era su amiga sino su empleada.
Sintió su mirada clavada en su espalda cuando se alejó, pero no se atrevió a mirar hacia atrás para confirmarlo. No podía hacerlo sin demostrar la confusión que de seguro se reflejaba en su mirada.
Un día. Eso era todo lo que le había tomado a Matteo para destrozar sus convicciones.
Un sonido en la puerta interrumpió lo que estaban haciendo. Era su cuarto día trabajando para Matteo. Lia seguía ayudándolo con su trabajo de la oficina. Eso le permitía estar al tanto su evolución y evitaba que pensara en cosas en las que prefería no pensar.Después de la primera noche que Lia había amanecido cuidando de él, la situación no se había repetido. El dolor de Matteo comenzaba a remitir y los analgésicos que él estaba tomando parecían hacerle mayor efecto. Aun así Lia prefería mantenerse alerta.—Adelante —indicó Matteo y Carina entró en el despacho.Lia quitó la vista de la laptop para mirar a la mujer. Le brindó una sonrisa y regresó a lo suyo.—Señor, la señorita Fabiana está aquí.Ella no pudo evitar sentir curiosidad ante la menci&oacu
Vivir en la misma casa que Matteo no era tan malo después de todo. Claro que había veces que quería matarlo, sobre todo cuando hacía las cosas a su manera sin importarle sus recomendaciones. Él estaba acostumbrado a usar su carisma y salirse con la suya, lástima que con Lia eso no funcionaba. Ella veía más allá de sus artimañas.Durante ese tiempo había visto como Matteo convencía al resto de hacer cosas. La mayoría de personas tendía a subestimar a Matteo por su carácter siempre afable. Podrían entregarle sus empresas y no se darían cuenta hasta que alguien los fuera a desalojar. El respeto que sentía por él en el ámbito de los negocios no había hecho más que aumentar. Raras eran las veces que lo había visto perder la calma, siempre tenía la situación bajo control.En las noches no podía evitar pensar en él. No importaba cuantas veces se dijera que ya lo había superado y cada día que pasaba eso le parecía más una mentira. Pero aún no estaba dispuesta del todo a aceptar que tal vez nun
No podría evitar a Matteo para siempre, aunque la idea era de lo más tentadora. Sin embargo media hora no era para siempre, pensó. Tal vez podía ocultarse media hora más. Si tan solo el ocultarse lograra que los problemas desaparecieran. Lia agarró el pomo de la puerta, pero en vez de girarlo apoyó la frente sobre la puerta. Apretó los ojos y esperó que el valor apareciera. Ella se recordó que había dejado a Matteo en la sala y él pronto necesitaría de su ayuda aunque no lo daría a conocer. Todavía existía la opción de hacer como si nada hubiera pasado, pero conociendo a Matteo eso no iba a pasar. Después de tanto torturarse, por fin abrió la puerta y salió al pasillo. Caminó procurando hacer el menor ruido posible. Se sentía como una ladrona evitando ser atrapada. —Veo que decidiste salir de tu escondite —dijo Matteo sin dejar de mirar la televisión cuando ella llegó a la sala. Al parecer no había sido tan discreta como imaginó.
Una semana transcurrió desde aquella noche que Lia había cedido al deseo. Pese a que los dos habían llegado un acuerdo la mañana después. En realidad no habían vuelto a tener contacto. Matteo había sentido la pierna adolorida al día siguiente de su pequeña aventura. Después de eso ella se había negado a cualquier contacto. Lia estaba allí, en primer lugar, para cuidar de que cosas como esas no pasaran. No para causarlas.Ese día le iban a retirar el yeso del brazo a Matteo. Aunque no podría usar de inmediato las muletas, él estaba dispuesto a usarla en la boda de su hermano, dentro de una semana. Lia ya había aceptado que sin importar lo que ella dijera, él lo iba hacer.Apenas unos minutos atrás habían salido de la sala de rayos x y ahora estaban esperando al doctor. Ella sabía que no tardaría mucho en aparecer. Matteo era
Una semana no tardó mucho en pasar y faltaba una semana más antes de marcharse. No fue tan difícil como creyó, ayudó que tuviera que ir donde Ava con mucha frecuencia. Estaban arreglando los últimos detalles y ella le pidió más de una vez estar allí. A Alessandro no le importaba acompañar a su hermano si se trataba de cumplir los deseos de su futura esposa. El día de la boda llegó y pronto se vio caminando a lado de Matteo. Como se había propuesto, él entró usando muletas. Lia había traído la silla de ruedas para más tarde, pero ella estaba casi segura de que Matteo no la utilizaría de no ser necesario. Las bodas eran algo que ponían emocional a Lia, sobre todo si veías tanto amor profesado por una pareja. Lia esperaba encontrar algún día un hombre que la mirara como Alessandro miraba a su amiga. Durante toda la boda ella se las ingenió para controlarse, decidida a no llorar. La boda de Ava era el sueño muchas mujeres. Hermosa como un cuento de hadas, p
Lia observaba a Matteo apoyada en la pared con los brazos cruzados. Él sonreía por una de las cosas que le había dicho uno de sus sobrinos. Lo más probable que ellos estuvieran tratando de convencerlo de algo. Matteo podía decir “no” cuando se trataba de negocios, pero con sus sobrinos las cosas cambiaban. Los niños se iban a quedar con ellos mientras Ava y Alessandro estaban de luna de miel. Si hubiera sido por su amiga ella se habría llevado a los pequeños, pero Matteo había convencido a su cuñada para que los dejara a su cargo. Él pareció notar su mirada porque se giró a verla. Si le seguía mirando de la manera en que lo estaba haciendo en ese momento no iba a tardar en enamorarse de él, asumiendo que no lo había hecho ya. Sabía que era un error entregarle su amor, pero había llegado a la conclusión de que la vida era muy corta como para prohibirse amar a alguien. Así no fuera correspondida o sufriera en algún momento, valdría la pena. —¿Te vas a q
Lia estaba en la habitación de Matteo viéndolo realizar sus ejercicios de rehabilitación. La misma que el médico le había indicado cuando le sacó el yeso. Por ahora bastaba con su ayuda, pero en cuanto le quitarán el yeso de la pierna él tendría que contratar a un terapeuta físico. No solo porque era lo más conveniente sino también porque ella ya no estaría allí. Matteo parecía un poco adolorido con los movimientos. No le sorprendió después de los recientes esfuerzos. Primero la boda y luego el paseo con los niños. Si había alguien que se exigía demasiado, ese era él. —No debiste exagerar —mencionó Lia—. Terminarás con la mano nuevamente enyesada si no te tomas esto con calma. A partir de ahora no vas a usar las muletas. Te movilizarás en tu silla de ruedas. —Esta vez tendré que hacerte caso —aceptó él sin más. —¿Te duele demasiado? —preguntó Lia asombrada porque no le hubiera llevado la contra. En una situación diferente él hubiera refutado.
El sol se filtraba a la habitación a través de las cortinas blancas cuando despertó esa mañana. Al mirar el reloj vio que eran las siete y media. No se levantó de inmediato. Los domingos era los únicos días que se permitía dormir un poco más de lo común porque Matteo no trabajaba esos días, al menos no demasiado. Así que él también se permitía descansar un poco más.Se acomodó de costado en la cama y miró hacia las ventanas. Mientras dejó que sus pensamientos vagaran.Faltaba un día para que le retiraran el yeso a Matteo. Lia por primera vez se sentía demasiado insegura. Tenía dudas acosándola a cada instante. No ayudaba el hecho de que Matteo parecía igual de tranquilo que siempre.Un día, eso era lo único que tenía para disfrutar la compañía de Matteo. No sab&i