Presente
Era un error.
Eso era lo único que se repetía en la cabeza de Lia.
Una y otra vez.
¿Cómo más podría definir el haber aceptado cuidar precisamente al hombre que se había encargado de evitar durante tanto tiempo?
Ava la había llamado para pedirle el favor unos días atrás. Sería bueno poder decir de que ella había sido muy convincente con sus argumentos, pero apenas había dicho unas cuantas cosas y ella había aceptado el trabajo.
Claro que necesitaba el dinero. Aunque no le había dicho a su amiga, no había tenido suerte consiguiendo trabajo. Ava pensaba que ella estaba de vacaciones, pero en realidad nunca había tenido un trabajo fijo. Ella había estado remplazando los turnos de otras personas. Además, como Ava había dicho, este trabajo le traería muchas ventajas. Los hermanos De Luca tenían mucho poder en el medio y seguro que podían darle una buena referencia. Es solo que esas no eran las únicas razones por las que se había comprometido con esto.
Cuando se había enterado del accidente algo dentro de ella se había removido. Todavía estaba tratando de averiguar qué.
—Esto es un error —volvió a repetirse como un mantra.
Había venido a dejar sus cosas en la habitación que sería suya por un tiempo. Eso debería haberle tomado apenas un par de minutos, sin embargo ya llevaba cerca de diez minutos. Lo que en realidad estaba haciendo era evadir la situación.
Necesitaba reunir valor para volverse a enfrentar a Matteo. No porque sintiera algo por él, Matteo ya no tenía ese efecto en ella, sino porque no era fácil enfrentarte a una persona que cambió tu visión de las cosas en más de una oportunidad.
Hace tantos años atrás había quedado ilusionada con el hombre que le había robado su primer beso. Se podría decir que ella se había enamorado a primera vista. Después de aquel encuentro Lia no había parado de esperar encontrarse con él de nuevo. Siempre a la expectativa de encontrarlo casualmente en algún lugar del pueblo. Sus caminatas por la playa se habían incrementado solo con la intención de verlo.
Luego llegó la hora de irse a la universidad y aceptó que nunca más lo volvería a ver y así fue durante los tres primeros años. Aun se preguntaba si hubiera sido mejor que fuera así para siempre.
No podía decir que se había olvidado de él. Algunas noches, en la soledad de su pequeña habitación, recordaba su mirada, su sonrisa y sus labios. Pero luego llegaba el día y seguía con su vida. Aunque era un bonito recuerdo, no podía vivir atrapada en él para toda la vida.
Luego sucedió. Un día caminando de regreso a su casa se detuvo ante la imagen de un rostro, uno que aún conservaba en su memoria.
Era él.
Matteo De Luca.
Estaba en la portada de una revista muy famosa del brazo de una mujer. Compró la revista solo para saber qué era lo que pasaba en su vida. Simple curiosidad.
Los sueños que muy dentro de ella se habían estado construyendo en base a nada. Eran precisamente eso: sueños y nada. Pero todavía no podría olvidarlo.
Matteo era un hombre conocido por salir con una y otra celebridad. Y aunque Lia sabía que tenía la apariencia para ser una más en su larga lista. No estaba interesada. Decidió que era mejor conservar aquel bello recuerdo y no pensar más en él. Pero algunas cosas son más fáciles de decir que de hacer.
Comenzó a seguir su carrera más de cerca. Nunca se detuvo a pensar en el por qué, pero su vida le llamaba la atención.
Siempre se repetía que no tenía nada de malo querer saber sobre él.
Al saber su nombre completo fue más fácil buscar información. Se concentró en sus éxitos como empresario que en su vida personal. Como si de verdad fuera su amigo, se alegraba y celebraba por cada éxito que él tenía.
Pasó un año desde que leyó el primer artículo sobre él cuando lo vio en persona.
Matteo hacia grandes donativos a diversos hospitales. Uno de esos hospitales era el lugar de prácticas de Lia por aquel entonces y fue allí donde lo volvió a ver después de tantos años.
Las visitas de Matteo al hospital eran frecuentes. Era inevitable que se cruzaran en algún momento, incluso cuando Lia hacía todo por evitarlo.
Un día cuando ella salía de una guardia nocturna, se estrelló contra él. Matteo solo la tomó por los hombros y le preguntó si estaba bien con una sonrisa. Ella solo había asentido. Después de eso él se había despedido y alejado.
No la reconoció.
Nunca fue más consciente que en ese momento que Matteo debía de rodearse de demasiadas mujeres como para que la recordara. Hasta ese momento nunca había tenido dudas respecto a ella, pero él lo había cambiado en un segundo.
Mientras ella sin darse cuenta había creado historias románticas en su cabeza, él había continuado viviendo.
Se dio cuenta que había sido inocente. Una muchacha inocente que había creído que un simpe beso de agradecimiento significaba más que eso.
Para muchos resultaría extraño que un simple intercambio de palabras y un beso pudieran haberle cambiado, pero lo hicieron. Tal vez era porque nunca antes había sentido la atracción que había sentido por Matteo o quizás porque gracias a sus hermanos el contacto con personas del sexo opuesto había sido limitado.
Ese día su mente se llenó de todo aquello que no había querido ver antes. Matteo probablemente besaba a mujeres al azar sin que en realidad significara algo para él y ella debía aprender que en el mundo no era el único hombre que hacía lo mismo. Así era la vida.
Se dijo que no era sano seguir pensando en él como si alguna vez hubieran tenido alguna relación. No compró más revistas sobre él y comenzó a salir en citas.
Decidió dejar a Matteo en el pasado.
Sí, definitivamente hacer de enfermera de Matteo era un error. Pero necesitaba esto para demostrarse que lo había logrado porque algunos días aun creía que no era así.
—¿Todo bien allí? —llegó un grito desde la sala que la sacó de su ensimismamiento.
Salió de la habitación y camino hasta la sala.
Matteo seguía en el mismo lugar donde lo había dejado, no es como si hubiera podido llegar muy lejos con una pierna y un brazo inmovilizados. Estaba atento al celular, pero en cuanto ella apareció él levantó la cabeza para mirarla.
—¿Pensé que habías saltado por la ventana? —dijo Matteo con una sonrisa que muy bien conocía.
Era aquella sonrisa que tantas veces había visto en las revista. Aquella que tenía para los medios de comunicación, atrevida y juguetona. Por algún motivo sentía esta menos sincera. No era como la que le había dado a ella hace tiempo atrás.
Los rasgos de Matteo habían sufrido algunos cambios con el tiempo. Sus pómulos se habían marcado al igual que sus rasgos se habían endurecido. Toda apariencia infantil había desaparecido de él. Excepto cuando sonreía. Entonces las alarmas de peligro de Lia volvían a sonar.
—Es imposible estando tan alto —respondió ella con seriedad sin prestarse para la broma.
La sonrisa en el rostro de Matteo flaqueo por un segundo, pero luego se recompuso.
—¿Todo bien? —Lia lo miró sin entender—. Me refiero a la habitación.
—Sí, es perfecta.
—Necesito que me ayudes a llegar a la mía —Él no parecía contento de tener que pedírselo—. Traté de pasar de regreso a mi silla de ruedas para ir allí, pero aún no la domino tan bien. —Aunque bromeaba Lia pudo ver en sus ojos la frustración.
—Será mejor que no te esfuerces demasiado. Estoy aquí para ayudarte.
—Eso será por muy poco tiempo —refutó un poco molesto—. No me gusta tener a alguien las veinticuatro horas del día en mi espacio personal.
A Lia le pareció nueva la reacción de Matteo. Todos siempre hablaban de lo amable y sonriente que era con todos. Siempre haciendo bromas.
El hombre que tenía frente a ella parecía cualquier cosa menos amable. Pero lo entendía, era común para las personas no sentirse cómodas cuando tenían que depender de alguien. No era la primera vez que un paciente se negaba a recibir sus cuidados.
—¿Disculpa? —pregunto de todas formas.
—Estaré de pie pronto.
—Entiendo tu frustración, pero las cosas son como son.
Como le acababa de decir entendía la situación que estaba atravesando, sin embargo, ella estaba ahí para velar que él se recuperara pronto y que no le quedaran secuelas. No podía hacer ese trabajo si él no colaboraba.
—Creí que las enfermeras estaban llena de compasión y palabras de que todo saldrá bien.
—Nos adaptamos a la situación. No creo que sea eso lo que te gustaría recibir ¿o sí? —Él no respondió de inmediato y Lia continuó—. Eso imaginé. Ahora, te ayudare a subir a tu silla y luego te llevaré a tu habitación.
Caminó hasta él y tomándolo del brazo sano lo jaló. Él tomo el impulso y se puso de pie. Lia se colocó debajo de su brazo sano para servirle de apoyo. Dio unos cuantos saltos y llegó hasta donde estaba su silla y se sentó.
Ella empujó la silla después que Matteo le dijera su habitación.
—Eres la única persona que, después de mi hermano y Ava, no teme decirme las cosas —comentó él.
—Es lo que hay.
Matteo soltó una carcajada.
—Me gusta.
Lia esperaba que Matteo no mirara hacia ella porque no quería que la viera sonrojada. Necesitaba calmarse.
Al llegar a la habitación ella dejó la silla de ruedas cerca de la cama para que él no tuviera que hacer demasiado esfuerzo. Al igual que cuando subió le ayudó a bajar.
Él se acomodó en la cama con su ayuda.
Ella notó como su cuerpo se relajó de inmediato. Ava le había dicho que ya le había dado sus analgésicos poco antes de que ella llegara. Pero al parecer él todavía podía sentir dolor.
—¿Te duele mucho? —pregunto poniéndose en modo enfermera.
—Estoy bien.
—¿Seguro?
—Estoy bien —respondió él de manera brusca.
—A mí me hace menos gracia que a ti estar aquí. Pero di mi palabra y no me iré hasta que estés recuperado. —Definitivamente había sido un error aceptar.
—Lo sé —dijo él resignado—. Puedes pasarme mi laptop.
—No.
—¿Cómo?
—Te ves adolorido. Deberías estar en el hospital, si estás aquí es solo porque usaste algún truco con tu doctor para que te dejara ir. Pero no creas que por eso estas en condiciones de hacer todo con normalidad.
—Dije que estaba bien.
—Seguro que sí y estarás mejor en cuanto tomes una siesta. Puedes ponerte a trabajar mañana. Hoy es domingo.
—Hay cosas que no pueden esperar hasta mañana.
—Seguro que no. Pero me arriesgaré —musitó acercándose a su rostro. Lo hizo para parecer más seria, pero fue una mala idea. Su corazón empezó latir sin control.
Él la miró fijamente y por un instante ella sintió que llegaba hasta su alma.
Lia se alejó sin demostrar lo que realmente sentía. Apenas llevaba unas horas en su compañía y ya comenzaba a actuar extraño.
Se dio la vuelta y se acercó a la maleta de Matteo. Extrajo su laptop de su maleta y luego caminó hacia la puerta de la habitación.
—¿A dónde vas? —pregunto él irritado.
—A preparar la cena. Ava me dijo que por hoy no está tu cocinera. Es necesario que comas para tomar tus pastillas —Explicó mirándolo sobre el hombro.
Espero que el hiciera alguna pregunta más, cuando no lo hizo salió de la habitación dejando la puerta abierta por si él la necesitaba. Aunque dudaba que él dejara que eso fuera a pasar.
Dejó la laptop de Matteo en la sala y continuó hasta llegar a la cocina. Para su buena suerte encontró la despensa llena de alimentos frescos.
Sacó su celular del bolsillo, encendió la pantalla y se quedó mirando el fondo que tenía programado. Era una foto de la playa que había en casa. Esperó que la calmara como siempre que estaba frustrada, molesta o preocupada. No estaba segura de cómo se sentía en ese instante, pero sin importar lo que sentía esta vez el fondo de pantalla no la logró calmar.
Rendida buscó su lista de reproducción y presiono play. La música inundo la cocina y Lia le bajó el volumen para escuchar si Matteo la llamaba.
Comenzó a cocinar, balanceando su cuerpo al ritmo de la música. Fue difícil, pero logró mantener su cabeza centrada en el presente.
Eligió un plato sencillo. Lo suyo no era la cocina. Claro que podía cocinar para sobrevivir, pero no tenía un repertorio muy grande de comidas.
No tardó demasiado en tener todo listo. Preparó una bandeja con la comida de Matteo y caminó de regreso a su habitación.
Estaba a mitad de pasillo cuando un estruendo la alertó. Apresuró el paso preocupada por lo que podía haber pasado.
Al entrar en la habitación no vio a Matteo donde lo había dejado. Creyó que tal vez se había caído hacia los lados y miró a los dos costados, pero tampoco lo encontró. Entonces miró la puerta del baño que estaba entrecerrada. Lia estaba segura que la había visto cerrada antes de irse.
Caminó hasta allí con prisa y empujó la puerta.
La escena era casi cómica. Matteo estaba sentado en el suelo, algunas cosas estaban en el suelo tirados alrededor de él. Su mano sana estaba aferrada al lavamanos.
En ella había dos sentimientos debatiéndose por salir. Quería reírse, pero también quería regañarlo por su negligencia. Optó por la segunda opción.
—A menos que quieras fracturarte otra extremidad te aconsejo que la próxima vez me llames.
—Puedo orinar solo, gracias.
—¿Y cómo planeas hacer eso estando en el suelo y el inodoro por allá? —dijo ella moviendo la cabeza de él al inodoro.
—Tengo buena puntería —dijo él y Lia soltó un resoplido.
Matteo pasaba de frio a caliente en cuestión de algunos segundos.
—Entonces me retiró.
—Sería lo mejor.
Lia soltó un suspiro frustrado. Su mente estaba llenándose de ideas de cómo acabar con la vida de Matteo, pero en su lugar solo se acercó a él y le ayudo a ponerse de pie.
—¿No ibas a usar el baño? —preguntó cuándo él comenzó a dar brincos hacia la habitación usándola como apoyo.
—Ya lo había hecho, estaba lavándome las manos cuando me caí.
Esta vez Lia no pudo impedir que una risa se le escapara y Matteo se rio junto a ella.
—Te traje la cena —dijo ayudándole a sentarse en la cama.
Le ayudó a subir las piernas y le acomodó las almohadas.
Matteo cogió un mechón de cabello que se colgaba delante de su rostro y se lo acomodó detrás de la oreja.
Ella se quedó inmóvil por un rato ante el gesto.
—No hagas eso —dijo antes de ir por la bandeja.
Ella podía sentir su mirada fija en sus pasos
—Puedo comer solo —dijo él mientras ella acomodaba la bandeja delante de él.
—Lo sé. Aun tienes un brazo perfectamente móvil.
Él la miró fijamente un rato, luego cogió su cuchara.
—¿Y tu comida?
—Comeré luego —dijo ella sentándose en el pequeño sofá de la habitación.
—Puedes ir ahora.
—No me voy a arriesgar. Quien sabe y esta vez cuando regrese estés con los platos tirados por todo el suelo.
—Entonces trae tu comida y acompáñame. No me gusta comer solo.
—Y yo creía que lo que no te gustaba era dormir solo —murmuró ella irónica.
—¿Qué dijiste? —preguntó Matteo y ella dio un brinco.
—Voy por mi comida. No te mates mientras no estoy —dijo con una sonrisa de cortesía en el rostro.
Lia necesitaba poner distancia entre los dos.
Lia estaba sentada en su cama con un libro en su mano, pero sus pensamientos estaban lejos de lo que estaba escrito en esas hojas. Era difícil concentrarse con tantas cosas dando vueltas en su cabeza.Su primer día trabajando para Matteo no había resultado tan mal después de todo. Él podía ser la persona más terca y obstinada que había conocido, pero eso había ayudado a que no se quedara todo el tiempo admirando lo guapo que era… como mucho lo había hecho un par de veces. En especial durante la hora de la cena cuando él se había mostrado menos irritante.Mientras los dos comían habían hablado un poco de cosas sin importancia. Lia se había dado cuenta que cuando ambos bajaban la guardia podían incluso tener una conversación decente.Después de cenar él le había dicho que iba a descansar, así que después de entregarle su medicación ella se había retirado a su habitación.La habitación de Lia estaba a lado de la de Matteo. No estaba feliz con eso, hubiera es
Un sonido en la puerta interrumpió lo que estaban haciendo. Era su cuarto día trabajando para Matteo. Lia seguía ayudándolo con su trabajo de la oficina. Eso le permitía estar al tanto su evolución y evitaba que pensara en cosas en las que prefería no pensar.Después de la primera noche que Lia había amanecido cuidando de él, la situación no se había repetido. El dolor de Matteo comenzaba a remitir y los analgésicos que él estaba tomando parecían hacerle mayor efecto. Aun así Lia prefería mantenerse alerta.—Adelante —indicó Matteo y Carina entró en el despacho.Lia quitó la vista de la laptop para mirar a la mujer. Le brindó una sonrisa y regresó a lo suyo.—Señor, la señorita Fabiana está aquí.Ella no pudo evitar sentir curiosidad ante la menci&oacu
Vivir en la misma casa que Matteo no era tan malo después de todo. Claro que había veces que quería matarlo, sobre todo cuando hacía las cosas a su manera sin importarle sus recomendaciones. Él estaba acostumbrado a usar su carisma y salirse con la suya, lástima que con Lia eso no funcionaba. Ella veía más allá de sus artimañas.Durante ese tiempo había visto como Matteo convencía al resto de hacer cosas. La mayoría de personas tendía a subestimar a Matteo por su carácter siempre afable. Podrían entregarle sus empresas y no se darían cuenta hasta que alguien los fuera a desalojar. El respeto que sentía por él en el ámbito de los negocios no había hecho más que aumentar. Raras eran las veces que lo había visto perder la calma, siempre tenía la situación bajo control.En las noches no podía evitar pensar en él. No importaba cuantas veces se dijera que ya lo había superado y cada día que pasaba eso le parecía más una mentira. Pero aún no estaba dispuesta del todo a aceptar que tal vez nun
No podría evitar a Matteo para siempre, aunque la idea era de lo más tentadora. Sin embargo media hora no era para siempre, pensó. Tal vez podía ocultarse media hora más. Si tan solo el ocultarse lograra que los problemas desaparecieran. Lia agarró el pomo de la puerta, pero en vez de girarlo apoyó la frente sobre la puerta. Apretó los ojos y esperó que el valor apareciera. Ella se recordó que había dejado a Matteo en la sala y él pronto necesitaría de su ayuda aunque no lo daría a conocer. Todavía existía la opción de hacer como si nada hubiera pasado, pero conociendo a Matteo eso no iba a pasar. Después de tanto torturarse, por fin abrió la puerta y salió al pasillo. Caminó procurando hacer el menor ruido posible. Se sentía como una ladrona evitando ser atrapada. —Veo que decidiste salir de tu escondite —dijo Matteo sin dejar de mirar la televisión cuando ella llegó a la sala. Al parecer no había sido tan discreta como imaginó.
Una semana transcurrió desde aquella noche que Lia había cedido al deseo. Pese a que los dos habían llegado un acuerdo la mañana después. En realidad no habían vuelto a tener contacto. Matteo había sentido la pierna adolorida al día siguiente de su pequeña aventura. Después de eso ella se había negado a cualquier contacto. Lia estaba allí, en primer lugar, para cuidar de que cosas como esas no pasaran. No para causarlas.Ese día le iban a retirar el yeso del brazo a Matteo. Aunque no podría usar de inmediato las muletas, él estaba dispuesto a usarla en la boda de su hermano, dentro de una semana. Lia ya había aceptado que sin importar lo que ella dijera, él lo iba hacer.Apenas unos minutos atrás habían salido de la sala de rayos x y ahora estaban esperando al doctor. Ella sabía que no tardaría mucho en aparecer. Matteo era
Una semana no tardó mucho en pasar y faltaba una semana más antes de marcharse. No fue tan difícil como creyó, ayudó que tuviera que ir donde Ava con mucha frecuencia. Estaban arreglando los últimos detalles y ella le pidió más de una vez estar allí. A Alessandro no le importaba acompañar a su hermano si se trataba de cumplir los deseos de su futura esposa. El día de la boda llegó y pronto se vio caminando a lado de Matteo. Como se había propuesto, él entró usando muletas. Lia había traído la silla de ruedas para más tarde, pero ella estaba casi segura de que Matteo no la utilizaría de no ser necesario. Las bodas eran algo que ponían emocional a Lia, sobre todo si veías tanto amor profesado por una pareja. Lia esperaba encontrar algún día un hombre que la mirara como Alessandro miraba a su amiga. Durante toda la boda ella se las ingenió para controlarse, decidida a no llorar. La boda de Ava era el sueño muchas mujeres. Hermosa como un cuento de hadas, p
Lia observaba a Matteo apoyada en la pared con los brazos cruzados. Él sonreía por una de las cosas que le había dicho uno de sus sobrinos. Lo más probable que ellos estuvieran tratando de convencerlo de algo. Matteo podía decir “no” cuando se trataba de negocios, pero con sus sobrinos las cosas cambiaban. Los niños se iban a quedar con ellos mientras Ava y Alessandro estaban de luna de miel. Si hubiera sido por su amiga ella se habría llevado a los pequeños, pero Matteo había convencido a su cuñada para que los dejara a su cargo. Él pareció notar su mirada porque se giró a verla. Si le seguía mirando de la manera en que lo estaba haciendo en ese momento no iba a tardar en enamorarse de él, asumiendo que no lo había hecho ya. Sabía que era un error entregarle su amor, pero había llegado a la conclusión de que la vida era muy corta como para prohibirse amar a alguien. Así no fuera correspondida o sufriera en algún momento, valdría la pena. —¿Te vas a q
Lia estaba en la habitación de Matteo viéndolo realizar sus ejercicios de rehabilitación. La misma que el médico le había indicado cuando le sacó el yeso. Por ahora bastaba con su ayuda, pero en cuanto le quitarán el yeso de la pierna él tendría que contratar a un terapeuta físico. No solo porque era lo más conveniente sino también porque ella ya no estaría allí. Matteo parecía un poco adolorido con los movimientos. No le sorprendió después de los recientes esfuerzos. Primero la boda y luego el paseo con los niños. Si había alguien que se exigía demasiado, ese era él. —No debiste exagerar —mencionó Lia—. Terminarás con la mano nuevamente enyesada si no te tomas esto con calma. A partir de ahora no vas a usar las muletas. Te movilizarás en tu silla de ruedas. —Esta vez tendré que hacerte caso —aceptó él sin más. —¿Te duele demasiado? —preguntó Lia asombrada porque no le hubiera llevado la contra. En una situación diferente él hubiera refutado.