Sierra Tarahumara, Chihuahua.
Una hermosa joven, con cabello castaño claro a la altura de la mitad de la espalda, caminaba por las humildes calles del poblado de Guachochi sosteniendo un bolso, para comprar algunos víveres. Abrochó los botones del desgastado abrigo que usaba. Exhaló observando cómo salía vaho por su boca.
Ingresó a la tienda de aquella comunidad, pasó por la estantería y tomó un bote de leche en polvo y unas piezas de pan. Luego de pagar sus compras, salió del lugar para dirigirse al pequeño cuarto que alquilaba desde hacía un par de años.
Caminó a toda prisa un par de calles, en cuanto ingresó a su habitación. Sonrió al observar que aún dormía aquella pequeña que era el motor de su vida. Se acercó a ella y la arropó más, debido a que disminuía más la temperatura.
Encendió la reducida parrilla que tenía y comenzó a calentar la leche.
—Hace frío —una tenue voz expresó.
—Te desperté, lo lamento —mencionó con ternura.
Instantes después colocó el líquido tibio en un vaso entrenador y se lo llevó a la cama. La chica se sirvió también y trasladó el pan a la mesa de noche.
—Hoy no saldremos de aquí, va a caer nieve, así que la señora Inés nos va a prestar un calentón, para no pasar frío. —Sonrió con dulzura—, ella nos traerá comida calentita más tarde. — ¿Quieres ver caricaturas? —cuestionó.
La pequeña movió su cabeza afirmando, mientras bebía acostada la leche con miel, que le dio su mamá. Momentos después se recostó a su lado y la ayudó a sentarse para entregarle un trozo de pan.
—En cuanto me paguen te voy a comprar el cereal que tanto te gusta y tus frutas. —Suspiró profundo.
Después de pasar recostadas tiritando al haber doblado las cobijas para arropar más a la pequeña, tocaron a la puerta.
—Vengo a entregarte el calentón —Doña Inés explicó—, esta es la habitación más fría de toda la pensión y no deseo que este angelito se vaya a enfermar. —Se dirigió a encender el aparato sintiéndose mayor calidez en el interior—. Mucho mejor —mencionó.
—Les agradezco —la chica dijo.
— ¿Te puedo preguntar algo? —la mujer refirió dubitativa.
—Claro. —Ella la observó con extrañeza.
— ¿No has pensado en buscar al papá de tu hija para que la ayude?
La mirada grisácea de aquella joven se cristalizó.
—No… sé quién es el padre de mi niña. —Inclinó su rostro, avergonzada.
La mujer abrió los ojos de par en par al escuchar su respuesta.
—Lo lamento, no debí preguntar. Dicen que en boca cerrada no entran moscas.
La chica sonrió al escucharla.
—Por el tiempo que llevas viviendo en el pueblo y al verte trabajar como asistente del doctor Martín, me doy cuenta que eres una buena muchacha, Aranza —expresó con seguridad—. Sabes que tienes nuestro apoyo.
—Lo agradezco sin su ayuda, no hubiera podido seguir adelante.
—Para mí es un placer cuidar de tu pequeña. Me encantan los niños; Aby es un dulce.
—Se lo agradezco —refirió con una cálida sonrisa.
—Voy por la comida, hice un buen caldo de res, que les caerá de maravilla por el frío. En un momento se las traigo y también un par de cobijas y algunas cosas más. —Guiñó un ojo.
Aby sonrió.
—Tengo hambre Inesita —pronunció con torpeza.
—Voy corriendo por tu comida, pequeña. —La mujer salió con rapidez.
Aranza limpió la vieja mesa que tenía y colocó dos manteles. Momentos después la mujer se acercó con una olla con comida hirviendo.
—Está recién hecha, disfruten que se enfría rápido.
Minutos después, Rolando, el hijo menor de la señora Inés, ingresó con dos cobertores, más.
Aranza se conmovió ante aquel acto de generosidad.
—Muchas gracias, en cuanto pase la tormenta se los devolveremos —expresó.
—No te preocupes por eso, mis hijos ya se casaron, por lo que tengo de sobra, guárdalos para ti y la niña —mencionó con cariño.
—Las dejamos comer, que se enfría.
Aranza se acercó hacia la cama y colocó un suéter más a la pequeña, la llevó a una silla para comer de bebé, que la misma mujer le prestó.
— ¿Estás hambrienta? —cuestionó con cariño.
—Sí —respondió y sobó su pancita, sin dejar de sonreírle a su mamá.
Luego de que ambas comieron, jugaron un rato, hasta que la criatura se quedó dormida. La chica sacó un libro y se puso a leer.
****
Días después.
Aranza llegó a la pequeña clínica médica que había en el pueblo, retiró el gorro y el desgastado abrigo, y se colocó la filipina blanca que todos los días ocupaba para trabajar.
Movió varias veces los dedos de sus manos intentando desentumecerlos. Ingresó a la cabina donde tenían los medicamentos, para hacer una lista de lo que había que abastecer, anotaba los nombres cuando percibió que la campaña que tenían en la puerta se escuchó.
La chica salió hacia la recepción y observó que una mujer estaba ahí en compañía de su hijo, entonces comenzó a hablar rarámuri su lengua natal, sin embargo, no comprendió nada. Enfocó aquellos ojos grises al niño quien sostenía sus manos en su abdomen, por lo que interpretó a lo que iban.
Alzó al pequeño entre sus brazos y lo dirigió a la cama de exploración, y comenzó a palpar al pequeño, observó cómo se quejó cuando hizo presión en algunas partes.
La mujer seguía hablando con rapidez sin que Aranza, lograra comprender. Hasta que la voz del doctor Martín se escuchó.
—Dice que no tiene con qué pagar por la consulta —mencionó aquel hombre de cabello canoso y piel blanca—, va a dejar una gallina.
Aranza sonrió y negó con la cabeza.
—Dígale que no es necesario —expresó—. En mi opinión, el pequeño presenta un cuadro de gastroenteritis —indicó.
El médico tocó el estómago del niño y comenzó a palpar, entonces habló con él y le hizo algunas preguntas.
—Tienes razón. Eres una gran enfermera —expresó con orgullo—. No puedes despreciar el pago de la mujer, lo hace con gusto.
—Muchas gracias —dijo la joven—. Está bien, pero yo no sé nada de gallinas —bromeó.
—Algo nuevo por aprender —indicó—-. Creo que te equivocaste de profesión, debiste ser médico —expresó—. Tienes talento
Muchas gracias —expresó con sinceridad.
—Tus manos son hábiles —refirió con sinceridad.
—Creo que en mi otra vida quizás fui médico. —Bromeó, mientras salía para recibir al siguiente paciente.
***
Ciudad de México.
Horas más tarde.
Ernesto conducía en su recién adquisición un automóvil BMW. Acompañado de una hermosa compañera de su antigua oficina, acudieron a un reconocido hotel con un exquisito menú en el restaurante.
Luego de cenar y beber vino espumoso, el joven tomó de la mano a la chica y se encaminaron al ascensor, al llegar a la habitación, antes de entrar, él la sujetó por las mejillas y comenzó a besarla con gran pasión.
Sin dudarlo en cuanto ingresaron, Ernesto la acercó a él y la besó con avidez. Retiró los delgados tirantes de su atractiva acompañante, y su lengua de inmediato recorrió la delicadeza de sus aterciopelados hombros. Aquella joven jadeó ante la forma en la que sus labios quedaban impregnados en su ardiente piel.
—Espero con ansias locas este momento —dijo jadeando—, si tú quisieras podríamos ser algo más. —Elevó una ceja, mientras sus manos descendían hacia su virilidad.
Ernesto la miró a los ojos.
—No busco relaciones permanentes —expresó—, no lo olvides, que no quiero que después haya reclamos —indicó—, vamos a ocupar esa boquita, para que deje de hablar y soñar con imposibles —refirió mientras la tomaba por los hombros y la ayudaba a descender. Por lo que de manera ágil desabrochó su pantalón y aquella mujer realizó el resto.
Ernesto hizo su cabeza hacia atrás cuando sintió las manos de ella en su dureza, entonces su respiración se agitó, al ver cómo introdujo su miembro en su boca, deslizando su lengua sobre aquella erguida piel y succionó con voracidad.
—No te detengas —ordenó mientras sujetaba con ambas manos en el cabello de la pelirroja y la acercaba más a su dureza, dando pequeños tirones, hasta que la detuvo, la ayudó a ponerse de pie y lo besó con bravura.
Luego de unos instantes, la tomó entre sus brazos, la depositó sobre la cama, pausó un segundo y se colocó un preservativo, posterior a eso se hundió en la calidez de la intimidad de aquella mujer, quien resopló llena de placer.
Entonces él comenzó a balancearse con gran agitación. La chica enredó sus largas piernas en su cadera y jadeó con fuerza, mordisqueó uno de sus hombros al sentir la manera tan frenética con la que la embestía una y otra vez.
—No comprendo por qué no deseas algo más formal entre nosotros, si nos acoplamos perfectamente cuando hacemos el amor —soltó inmersa en sus jadeos.
Ernesto bufó, entonces, salió de ella, la giró dándole la espalda para no verla a los ojos y la puso en cuatro patas.
—Deja de hablar —recrimina, entonces se volvió a introducir en su interior y la tomó por la cadera.
Fernanda clamó disfrutando.
—Yo seré la mujer que conquiste tu corazón —murmuró bajito, dejándose llevar por sus embistes.
Momentos después que ambos llegaron al placer que esperaban, el joven besó la frente de la chica y comenzó a vestirse.
— ¿No te quedarás? —indagó con extrañeza.
—No, nunca lo hago, ya me conoces —respondió acomodando su corbata—. Si necesitas algo más para tu comodidad, ordena lo que desees, que lo carguen a mi cuenta —refirió.
Ernesto se retiró del lugar, mientras caminaba hacia el ascensor, sintió un profundo vacío, ya que hacía mucho tiempo que no se entregaba a nadie, que no hacía el amor. Siendo la única compañía que lo acompañaba la sombra de un viejo amor.
Ciudad de México.Al día siguiente.Eran casi las 6:00 de la tarde cuando Ernesto llegó al apartamento donde residía Sandra, esperaba con impaciencia a que la mujer le abriera. Justo cuando ella lo hizo, frunció el ceño al observarla.— ¿Cuál es la emergencia? —indagó con preocupación e ingresó al piso detrás de ella.Sandra presionó con fuerza sus dientes y su puño, entonces tomó su móvil y lo desbloqueó.—Esto. —Señaló las imágenes que tenía—. Es mi emergencia ¿Me puedes decir quien es esa mujer con la que te estás besando, y te la estás llevando a un hotel? —gritó furiosa.Ernesto ladeó los labios.—Baja la voz —solicitó gesticulando con incomodidad—. No tengo porqué darte explicaciones de mis actos. —Soy la madre de tu hija —expresó con molestia—, no le estás dando un buen ejemplo —indicó.—Lo que haga con mi vida privada no es asunto tuyo. Te voy a pedir que dejes de estar acechándome o te voy a denunciar por acoso —inquirió molesto—. Si en el pasado no lo hice, fue por mi hija
Sierra de Chihuahua.Eran las 7:00 pm cuando Aranza se encontraba en compañía del doctor Martín, recorriendo un campamento de un grupo de inmigrantes que estaba asentado a las afueras del pueblo.Sacaban víveres y se los entregaban a las personas necesitadas. La joven observaba con tristeza las carencias que pasaban, aunque ella vivía una situación complicada, agradecía tener un techo y un trabajo para poder sostener a su pequeña hija.Aprovechando que se encontraba ahí, el médico revisó a algunas personas. Estaban finalizando de curar a un pequeño, luego de que cayó de un árbol, cuando el sonido de un grupo de autos, lo inquietó.—Tenemos que irnos —expresó tomando de la mano a la joven.Aranza observó que el semblante de las personas que se encontraban ahí, cambió.— ¿Qué ocurre? —indagó con preocupación.—No debí traerte —enunció alarmado.Martín tomó de la mano a la chica y salió de la carpa en la que se encontraban. Caminaron a toda prisa hasta su jeep, estaba abriendo la portezu
Luego de que Alondra despertó por que Andy estaba inquieta, escuchó ruido en la planta baja, por lo que se asomó por las escaleras, entonces miró a doña Ofe y su hermano bebiendo, su corazón se agitó al ver a su hermano abatido, con discreción subió, afligida.— ¿Qué ocurre cariño? —Álvaro cuestionó.—Ernesto, está hecho un mar de lágrimas con tu abuela— Escondió su rostro en el pecho de él.Álvaro inhaló profundo sabiendo que su abuela también estaba igual, luego de que por la tarde ambos bebieron un par de tragos.— ¿Están bebiendo? —indagó algo preocupado.—Sí —respondió—, llevan un poco más de la mitad de una botella. — ¿Por qué? —cuestionó con curiosidad.—Porque doña Ofe ya había bebido unas copas conmigo, estoy seguro que va a terminar en estado inconveniente; me temo que va a querer salir en la gala de la tigresa del oriente, en el peor de los casos, podría ser en su traje de Eva, a la alberca. —Bromeó, se puso su bata y sus pantuflas para averiguar el recuento de los daños.*
Ciudad de México.Lunes.Eran las 7:30 am y Sandra caminaba como león enjaulado de un lugar a otro, observando con impaciencia su reloj, esperando a que Ernesto le entregara a Lis.Minutos más tarde el timbre de su puerta sonó, por lo que abrió con rapidez. Sonrió al ver a su hija en brazos del hombre que tanto la enloquecía.—Buenos días —Ernesto saludó con tranquilidad.—¿Qué tal la pasaron? —la mujer indagó.—Muy bien —respondió e ingresó para recostar a su hija sobre su cuna—. Solo un detalle. La niña tenía rozaduras, espero que no se vuelva a repetir —sentenció.Sandra sacudió su rostro unos minutos.—Voy a hablar con la niñera —refirió—. No puedo estar pendiente todo el día de la niña —mencionó.—Esto fue en los días que estuviste de vacaciones —indicó presionando su mandíbula con fuerza.Sandra pasó saliva con dificultad al escuchar el tono de su reclamo, por lo que giró en su eje y le dio la espalda para evitar mirarlo a los ojos.—Tuve cosas que hacer, por lo que le pedí ayud
Dos meses después.Sierra Tarahumara, Chihuahua.Aranza se encontraba en la pequeña clínica que había en el centro del poblado, buscaba algunos medicamentos para entregarle a una paciente que había quedado en ir por la tarde por ellos, cuando escuchó como un joven entraba gritando con agitación, buscando al doctor Martin.La enfermera salió de inmediato buscando averiguar qué es lo que ocurría.—Doctor Martín, doctor Martín —gritó el muchacho.— ¿Qué ocurre? —Aranza se acercó a él.— ¿Dónde se encuentra el doctor? —cuestionó aquel joven.—Salió a visitar a una familia que vive en un pueblo vecino —refirió.El chico abrió los ojos de par en par al escucharla, entonces se giró en su eje y salió corriendo de la clínica. Aranza frunció el ceño con extrañeza al no comprender su reacción; entonces, segundos después el mismo muchacho ingresó, con el hombre que los encañonó cuando acompañó al campamento al médico.Caminaron a grandes zancadas hacia ella, entonces desenfundó su arma y le apunt
Aranza se encontraba llegando a algún recóndito lugar, dentro de las profundidades de la sierra. Durante todo el camino, sus ojos permanecieron vendados. Sus manos sudaban ante la incertidumbre de lo que le podía esperar. Momentos después el jeep comenzó a disminuir la velocidad, supo entonces que acababan de llegar. En cuanto el auto se detuvo, uno de los hombres abrió la portezuela del lado donde ella viajaba, la tomó de uno de sus brazos para ayudarla a descender. Aranza presionó con fuerza las asas de su maletín médico y caminó siendo guiada por el sujeto, hasta que le retiraron el vendaje, entonces frotó sus ojos con suavidad, intentando poder enfocar su visión. Se dio cuenta que se encontraba en el interior de una cabaña, distinguió que tenían sobre la mesa del comedor a un hombre recostado, por lo que de inmediato se acercó a él. —Es mi hijo —Ezequiel dijo—. Tienes que curarlo, por eso te trajimos. —Se puso de pie del sillón donde lo acompañaba. Aranza separó sus labios e
Dos días después.Ernesto estaba tan agobiado que tomó un avión en horas de la mañana y partió rumbo a Chihuahua, buscando alejarse de todo, estaba harto de Sandra y sus reclamos, no podía sacarse de la mente aquella imagen de Aline y luego recordaba las palabras del investigador en donde quitó la esperanza de que quizás estaba con vida, por lo que decidió tomar personalmente el asunto de planta al que iba. Se quedó tranquilo al haber contratado a una niñera, recomendada por su hermana, la cual se quedaría día y noche y cuando fuera su día de descanso Alondra o su mamá pasarían por ella. Pasó un par de días trabajando y luego decidió tomarse una semana fuera, para recorrer la majestuosa Sierra Tarahumara. Luego de recorrer parte de la sierra por el tren el Chepe, recorrió algunos destinos turísticos en donde conoció a una hermosa joven llamada Kenia, la cual lo llevó a su siguiente destino: Creel, ahí comieron y quedaron de verse al día siguiente, luego de un par coqueteos, se despid
Aranza se soltó de su agarre. —Yo no le pedía nada —expresó—, no deseo tener trato alguno con usted —dijo con molestia—, no me agrada la gente que hace negocios sucios, le pido que mantenga su distancia —exigió. Ezequiel bufó. —¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer! —exclamó furioso—. Desde el día que te vi por primera vez en el campamento, me gustaste y no imaginas cuanto —refirió. Aranza rodó los ojos. —Yo elijo a la gente que deseo a mi alrededor y usted. —Lo señaló con su dedo índice—, es una persona indeseable —manifestó—, no sólo para mí. —Miró a su alrededor—, sino para todos lo que viven y trabajan de manera honrada en el pueblo —gruñó. Una bruma de cólera abordó al hombre por lo que de inmediato la tomó de la cintura y centró su gélida mirada en el dulce rostro de Aranza. —Esas son pequeñeces —mencionó con descaro—, no me interesa agradarle a nadie —expresó presionándola con fuerza—. Bien dice el dicho que no somos monedita de oro para caerle bien a todos ¿o no? A