Capítulo 8

Aranza se encontraba llegando a algún recóndito lugar, dentro de las profundidades de la sierra. Durante todo el camino, sus ojos permanecieron vendados. Sus manos sudaban ante la incertidumbre de lo que le podía esperar.

Momentos después el jeep comenzó a disminuir la velocidad, supo entonces que acababan de llegar. En cuanto el auto se detuvo, uno de los hombres abrió la portezuela del lado donde ella viajaba, la tomó de uno de sus brazos para ayudarla a descender.

Aranza presionó con fuerza las asas de su maletín médico y caminó siendo guiada por el sujeto, hasta que le retiraron el vendaje, entonces frotó sus ojos con suavidad, intentando poder enfocar su visión.

Se dio cuenta que se encontraba en el interior de una cabaña, distinguió que tenían sobre la mesa del comedor a un hombre recostado, por lo que de inmediato se acercó a él.

—Es mi hijo —Ezequiel dijo—. Tienes que curarlo, por eso te trajimos. —Se puso de pie del sillón donde lo acompañaba.

Aranza separó sus labios e
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