Aranza frunció el ceño con extrañeza. — Mi nombre es Aranza — respondió, intentando alejarse de él. Ernesto sacudió su rostro. — ¡No te vayas!, por favor — suplicó, sin soltarla. Aquella chica se estremeció al escucharlo. — No lo haré —mencionó— , tranquilo — susurró con voz dulce y sujetó una de sus manos. Ernesto presionó con firmeza su agarre, sus manos temblaron, ante su calidez. — Tienes que descansar — explicó Aranza— , necesitamos que estés tranquilo, es muy importante — explicó— . Necesitamos contactar a tu familia. Ernesto se quedó pensativo. — No, por favor, mi hermana y mi mamá, están ocupadas en este momento — refirió— . No podrían venir — explicó, pensando en que no podía dejar sola a su hija, en manos de Sandra— . Voy a estar bien, lo prometo. Aranza presionó con fuerza sus labios. — Estaremos pendiente de ti — expresó con suavidad. — Gracias — el joven habló más tranquilo. — Necesitamos esperar a que tu cerebro se desinflame — el doctor Martín intervino— , e
A la mañana siguiente. Aranza salió de la casa rumbo a su trabajo, mientras caminaba hacia allá, el rostro de él en aquel sueño, se le venía a la mente, la manera tan tierna en la que tocaba, la forma tan apasionada en la que la besaba y recorría cada centímetro de su cuerpo. Suspiró con nerviosismo al ingresar a la clínica, su corazón se agitó, mientras se colocaba la filipina. —Buenos días —el doctor Martín la saludó. —Hola, qué tal. —Sonrió. — ¿Cómo se encuentra nuestro paciente? —cuestionó. —Aún no despierta, ya no debe tardar —mencionó—. Sería bueno que estuvieras con él —expresó y sonrió. La joven presionó en una línea sus labios. —Voy a preparar un poco de café y me retiro para visitarlo —expresó—. Va a venir la señora Tere a recoger unas vitaminas, por lo de su embarazo —indicó. —¿Se las puede entregar, por favor —solicitó. —Claro, no te preocupes, yo lo hago —el médico dijo. —Se lo agradezco —refirió y se retiró a la cocineta. Minutos después ingresó sosteniendo aque
El Cholo con sus hombres llegaron al campamento. Descendieron y desenfundaron sus armas, en el instante, caminaron hacia donde se encontraba el sembradío de marihuana que tenían a las afueras del lugar. Al pasar entre los matorrales, comenzaron a observar a la gente que estaba ahí, buscando a su objetivo.— ¿En dónde está la nueva? —el cholo cuestionó.La mujer a la que le apuntó pasó saliva con dificultad.—Está por allá —respondió señalando el rumbo.El Cholo hizo una señal y los sujetos que la acompañaban se encaminaron, buscandola. La mano derecha de Ezequiel ladeó los labios al verla trabajando.—A ti te estábamos buscando —refirió.La chica se encontraba en cuclillas, entre las plantas, elevó su rostro, al escuchar la gruesa voz de aquel hombre. Sus pupilas se dilataron al sentir el cañón de la pistola sobre su frente, de inmediato los latidos de su corazón se dispararon.— ¿Hice algo mal? —preguntó alzando sus manos.El cholo ladeó los labios.—Ponte de pie —ordenó, su oscura
Aranza se dirigió al consultorio, luego de regresar de estar con Ernesto, comenzó a atender algunas curaciones en uno de los dos consultorios que había, mientras el doctor Martín, revisaba a los pacientes que lo esperaban, para consulta.Salió hacia la cocina y preparó un poco de café, miró su reloj y sonrió al ver que eran las 6:30 pm sabiendo que estaba por terminar su turno, y se retiraría para estar con su hija, en ese momento un hombre ingresó sosteniendo en brazos a una joven.—Necesitamos atención médica —gritó.Aranza salió de inmediato y se asomó, entonces reconoció al sujeto, se trataba de uno de los hombres de Ezequiel, en ese momento el doctor Martín, también apareció.—¿Qué ocurre? —expresó el médico.El Cholo se aclaró la garganta.—Se cayó de una barranca —mintió—, necesita atención médica, en el camino se desmayó —explicó.El doctor Martín inhaló profundo.—Coloca con mucho cuidado, allá. —Señaló hacia el consultorio donde había estado la joven enfermera—, voy a termin
A la mañana siguiente. Ernesto sonreía con emoción, al recibir el alta del hospital. El doctor Martín ingresó a la habitación con una silla de ruedas y lo ayudó a ponerse de pie. El joven sonrió, al ver ingresar también a doña Inés, quien hace un rato le llevó su maleta, y pudo ducharse con un poco de incomodidad al llevar una mano con yeso, y retirarse la bata. — ¿Listo? —el médico indagó. Ernesto suspiró profundo, su mirada se llenó de un gran brillo. —Sí, doctor, me muero por dejar este lugar —respondió con emoción. —¿Tan mal te tratamos? —dijo el hombre. — ¿Acaso tienes alguna queja de nuestro servicio? —bromeó. —¿En especial de nuestra guapa enfermera? —indagó divertido. Ernesto ladeó los labios y sonrió. —No, para nada, nunca me había sentido tan cómodo, parece una casa de descanso, en lugar de clínica —respondió bromeando, también él. —Cinco estrellas, por supuesto —dijo Martín, riendo. — ¿Tienes alguna duda sobre las recomendaciones que te hice? —indagó. —No, todo está
Después de ver un par de caricaturas de los Paw Patrol, con la cual Ernesto ya estaba familiarizado, debido que a su pequeña Lis, también le encantaban, la pequeña se bajó de la cama y llevó hasta él sus juguetes. Su corazón se estremeció al observar que tenía muy pocos. Con detenimiento miró la sencilla ropa que tenía, entonces su cabeza comenzó a llenarse de dudas, sobre la vida de la chica.¿Estaría equivocado, sobre sus sospechas y estaba albergando falsas esperanzas?, la duda lo abordó; sin embargo, era idéntica a ella, además, el verlas tan solas, despertaba en él sentimientos que avivaban su pecho, haciendo que latiera con fuerza.—Sea quien seas, no voy a dejarte sola —refirió—. En cuanto vuelva a México, voy a buscar ayuda, con Arnulfo, el tío de Álvaro —mencionó—, solo él puede ayudarme —expresó bajito.La pequeña, sacó de un mueble un paquete de galletas y se las acercó a él, sonrió con dulzura.—¿Las destapas, por favor? —preguntó con su suave vocecita.Ernesto acarició s
A la mañana siguiente. Antes de llegar al comedor en casa de doña Inés, Ernesto se desvió y tocó a la puerta de Aranza, al escuchar la voz de la pequeña, sonrió con cariño en cuanto la joven abrió. —Buenos días, vine a ver ¿cómo te encuentras? —indicó y su mirada se perdió en sus grisáceos iris. —Estoy renovada —Aranza explicó sin dejar de verlo, además que aquel aroma, que él desprendía le fascinaba, era como si cayera en una especie de trance y no pudiera salir de ahí, con tan solo inhalar su deliciosa y varonil fragancia. Se dirigieron juntos hacia el comedor de doña Inés a desayunar. La mujer de inmediato los recibió y les llevó sus platos a los tres. Ernesto se aclaró la garganta y guiñó un ojo a la mujer. —¿Queda muy lejos la cabaña que me comentó que tiene? —cuestionó. —No, está como a cuarenta minutos —explicó. —¿Cree que me la podría alquilar un par de días?—cuestionó. —Claro que sí, muchacho, pero estando en esa condición, me preocuparía que algo te pasara, no estarí
Después de que comieron Aranza llevó a recostarse a Aby, quien estaba cabeceando cuando comía. —Descansa mi pequeña. —Besó su frente y regresó con Ernesto, quien acababa de recoger los platos y estaba encendiendo la chimenea.—Leíste mi pensamiento —Aranza expresó—. Comienza a hacer frío.—Así es —respondió y sonrió al encender el fogón.Aranza tomó asiento en la sala, lo siguió con su mirada hasta que se acomodó junto a ella. Inhaló profundo su aroma y cerró sus ojos, recargando su cabeza sobre el respaldo del sillón.—¿Hace cuánto tiempo que no tienes una relación? —Ernesto cuestionó.Aranza abrió los ojos de golpe, frunció el ceño y sus manos se pusieron heladas.—Desde que… —Se aclaró la garganta—, terminé mi relación con el papá de Aby —mintió.Ernesto la miró a los ojos.—¿Hace cuánto tiempo fue eso? —Mucho —respondió—, pero no estamos para hablar de cosas que pasaron hace tanto tiempo ¿o sí? —cuestionó.—No, claro que no —Ernesto retiró un mechón del rostro de la chica, su de