Dos meses después.Sierra Tarahumara, Chihuahua.Aranza se encontraba en la pequeña clínica que había en el centro del poblado, buscaba algunos medicamentos para entregarle a una paciente que había quedado en ir por la tarde por ellos, cuando escuchó como un joven entraba gritando con agitación, buscando al doctor Martin.La enfermera salió de inmediato buscando averiguar qué es lo que ocurría.—Doctor Martín, doctor Martín —gritó el muchacho.— ¿Qué ocurre? —Aranza se acercó a él.— ¿Dónde se encuentra el doctor? —cuestionó aquel joven.—Salió a visitar a una familia que vive en un pueblo vecino —refirió.El chico abrió los ojos de par en par al escucharla, entonces se giró en su eje y salió corriendo de la clínica. Aranza frunció el ceño con extrañeza al no comprender su reacción; entonces, segundos después el mismo muchacho ingresó, con el hombre que los encañonó cuando acompañó al campamento al médico.Caminaron a grandes zancadas hacia ella, entonces desenfundó su arma y le apunt
Aranza se encontraba llegando a algún recóndito lugar, dentro de las profundidades de la sierra. Durante todo el camino, sus ojos permanecieron vendados. Sus manos sudaban ante la incertidumbre de lo que le podía esperar. Momentos después el jeep comenzó a disminuir la velocidad, supo entonces que acababan de llegar. En cuanto el auto se detuvo, uno de los hombres abrió la portezuela del lado donde ella viajaba, la tomó de uno de sus brazos para ayudarla a descender. Aranza presionó con fuerza las asas de su maletín médico y caminó siendo guiada por el sujeto, hasta que le retiraron el vendaje, entonces frotó sus ojos con suavidad, intentando poder enfocar su visión. Se dio cuenta que se encontraba en el interior de una cabaña, distinguió que tenían sobre la mesa del comedor a un hombre recostado, por lo que de inmediato se acercó a él. —Es mi hijo —Ezequiel dijo—. Tienes que curarlo, por eso te trajimos. —Se puso de pie del sillón donde lo acompañaba. Aranza separó sus labios e
Dos días después.Ernesto estaba tan agobiado que tomó un avión en horas de la mañana y partió rumbo a Chihuahua, buscando alejarse de todo, estaba harto de Sandra y sus reclamos, no podía sacarse de la mente aquella imagen de Aline y luego recordaba las palabras del investigador en donde quitó la esperanza de que quizás estaba con vida, por lo que decidió tomar personalmente el asunto de planta al que iba. Se quedó tranquilo al haber contratado a una niñera, recomendada por su hermana, la cual se quedaría día y noche y cuando fuera su día de descanso Alondra o su mamá pasarían por ella. Pasó un par de días trabajando y luego decidió tomarse una semana fuera, para recorrer la majestuosa Sierra Tarahumara. Luego de recorrer parte de la sierra por el tren el Chepe, recorrió algunos destinos turísticos en donde conoció a una hermosa joven llamada Kenia, la cual lo llevó a su siguiente destino: Creel, ahí comieron y quedaron de verse al día siguiente, luego de un par coqueteos, se despid
Aranza se soltó de su agarre. —Yo no le pedía nada —expresó—, no deseo tener trato alguno con usted —dijo con molestia—, no me agrada la gente que hace negocios sucios, le pido que mantenga su distancia —exigió. Ezequiel bufó. —¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer! —exclamó furioso—. Desde el día que te vi por primera vez en el campamento, me gustaste y no imaginas cuanto —refirió. Aranza rodó los ojos. —Yo elijo a la gente que deseo a mi alrededor y usted. —Lo señaló con su dedo índice—, es una persona indeseable —manifestó—, no sólo para mí. —Miró a su alrededor—, sino para todos lo que viven y trabajan de manera honrada en el pueblo —gruñó. Una bruma de cólera abordó al hombre por lo que de inmediato la tomó de la cintura y centró su gélida mirada en el dulce rostro de Aranza. —Esas son pequeñeces —mencionó con descaro—, no me interesa agradarle a nadie —expresó presionándola con fuerza—. Bien dice el dicho que no somos monedita de oro para caerle bien a todos ¿o no? A
Aranza frunció el ceño con extrañeza. — Mi nombre es Aranza — respondió, intentando alejarse de él. Ernesto sacudió su rostro. — ¡No te vayas!, por favor — suplicó, sin soltarla. Aquella chica se estremeció al escucharlo. — No lo haré —mencionó— , tranquilo — susurró con voz dulce y sujetó una de sus manos. Ernesto presionó con firmeza su agarre, sus manos temblaron, ante su calidez. — Tienes que descansar — explicó Aranza— , necesitamos que estés tranquilo, es muy importante — explicó— . Necesitamos contactar a tu familia. Ernesto se quedó pensativo. — No, por favor, mi hermana y mi mamá, están ocupadas en este momento — refirió— . No podrían venir — explicó, pensando en que no podía dejar sola a su hija, en manos de Sandra— . Voy a estar bien, lo prometo. Aranza presionó con fuerza sus labios. — Estaremos pendiente de ti — expresó con suavidad. — Gracias — el joven habló más tranquilo. — Necesitamos esperar a que tu cerebro se desinflame — el doctor Martín intervino— , e
A la mañana siguiente. Aranza salió de la casa rumbo a su trabajo, mientras caminaba hacia allá, el rostro de él en aquel sueño, se le venía a la mente, la manera tan tierna en la que tocaba, la forma tan apasionada en la que la besaba y recorría cada centímetro de su cuerpo. Suspiró con nerviosismo al ingresar a la clínica, su corazón se agitó, mientras se colocaba la filipina. —Buenos días —el doctor Martín la saludó. —Hola, qué tal. —Sonrió. — ¿Cómo se encuentra nuestro paciente? —cuestionó. —Aún no despierta, ya no debe tardar —mencionó—. Sería bueno que estuvieras con él —expresó y sonrió. La joven presionó en una línea sus labios. —Voy a preparar un poco de café y me retiro para visitarlo —expresó—. Va a venir la señora Tere a recoger unas vitaminas, por lo de su embarazo —indicó. —¿Se las puede entregar, por favor —solicitó. —Claro, no te preocupes, yo lo hago —el médico dijo. —Se lo agradezco —refirió y se retiró a la cocineta. Minutos después ingresó sosteniendo aque
El Cholo con sus hombres llegaron al campamento. Descendieron y desenfundaron sus armas, en el instante, caminaron hacia donde se encontraba el sembradío de marihuana que tenían a las afueras del lugar. Al pasar entre los matorrales, comenzaron a observar a la gente que estaba ahí, buscando a su objetivo.— ¿En dónde está la nueva? —el cholo cuestionó.La mujer a la que le apuntó pasó saliva con dificultad.—Está por allá —respondió señalando el rumbo.El Cholo hizo una señal y los sujetos que la acompañaban se encaminaron, buscandola. La mano derecha de Ezequiel ladeó los labios al verla trabajando.—A ti te estábamos buscando —refirió.La chica se encontraba en cuclillas, entre las plantas, elevó su rostro, al escuchar la gruesa voz de aquel hombre. Sus pupilas se dilataron al sentir el cañón de la pistola sobre su frente, de inmediato los latidos de su corazón se dispararon.— ¿Hice algo mal? —preguntó alzando sus manos.El cholo ladeó los labios.—Ponte de pie —ordenó, su oscura
Aranza se dirigió al consultorio, luego de regresar de estar con Ernesto, comenzó a atender algunas curaciones en uno de los dos consultorios que había, mientras el doctor Martín, revisaba a los pacientes que lo esperaban, para consulta.Salió hacia la cocina y preparó un poco de café, miró su reloj y sonrió al ver que eran las 6:30 pm sabiendo que estaba por terminar su turno, y se retiraría para estar con su hija, en ese momento un hombre ingresó sosteniendo en brazos a una joven.—Necesitamos atención médica —gritó.Aranza salió de inmediato y se asomó, entonces reconoció al sujeto, se trataba de uno de los hombres de Ezequiel, en ese momento el doctor Martín, también apareció.—¿Qué ocurre? —expresó el médico.El Cholo se aclaró la garganta.—Se cayó de una barranca —mintió—, necesita atención médica, en el camino se desmayó —explicó.El doctor Martín inhaló profundo.—Coloca con mucho cuidado, allá. —Señaló hacia el consultorio donde había estado la joven enfermera—, voy a termin