Capítulo 2: Feliz Navidad, Lily

LILY BENSON

El aire estaba cargado de un silencio espeso, roto solo por el leve zumbido del calefactor. Desperté lentamente con la mente nublada y los sentidos alerta, mi cuerpo reaccionando antes que mi consciencia. Sentí el roce áspero de una cuerda alrededor de mis muñecas mientras la capucha negra mantenía mi nuevo mundo en completa oscuridad y con olor a tela vieja, impregnada de un rastro metálico que me provocaba náuseas.

Intenté mover mis manos, pero el esfuerzo solo consiguió que las cuerdas se clavaran más en mi piel, dejando un ardor punzante. Las lágrimas afloraron sin permiso; no por miedo, sino por la humillación de saberme completamente vulnerable.

El corazón me latía con fuerza cuando escuché el sonido de unos pasos. Eran firmes y decididos, resonando contra el suelo de madera. Mi captor estaba allí. La puerta se cerró con un chasquido y un silencio sepulcral se instaló en la habitación.

—Veo que estás despierta —dijo una voz masculina, profunda y calmada, cargada de un matiz peligroso que me aceleró el corazón.

Escuché el crujido de una silla al moverse y sentí la presencia del hombre a solo unos pasos de distancia. Entonces, sin prisa, él retiró la capucha que cubría mi rostro.

La luz cálida de la lámpara iluminó el rostro de mi captor, encontrándome con esos ojos grises que parecían atravesarme. El hombre frente a mí era imponente, con una elegancia que contrastaba con la brutalidad de la situación. Su mandíbula firme, sus rasgos cincelados y el aura peligrosa que emanaba lo hacían tan fascinante como intimidante.

—¿Qué te duele más, Lily Benson? —preguntó con palabras cargadas de una serena curiosidad que casi rayaba en la apatía—. ¿El secuestro o tu esposo infiel?

Parpadeé demasiado sorprendida. Aunque quería responder, mis labios estaban sellados con cinta adhesiva y solo desvié mi mirada herida, clavándola en la pared. Las palabras de aquel hombre eran como un bisturí, y él parecía disfrutar desnudando mi alma con solo mirarme.

Se inclinó hacia adelante, con sus ojos grises fijos en mí, analizando mi comportamiento herido.

—Quizás esperabas más de él. Tal vez creías que Bradley correría a salvarte, pero no lo hizo, no quiso hacerlo —continuó con una calma que helaba la sangre. 

El nombre de mi esposo me provocó una punzada en el pecho. Cerré los ojos un momento, intentando contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse. Bradley, mi amigo de la infancia, el hombre con quien había soñado construir una vida, no solo me había traicionado, sino que ahora me había abandonado por completo. 

—Déjame contarte algo interesante —dijo mi secuestrador mientras se recostaba en la silla, cruzando las piernas con una elegancia casual—. Le informé a Bradley que tenía a su esposa. ¿Sabes qué me dijo?

Busqué en el rostro de ese hombre algún indicio de esperanza, no encontré ninguno.

—Me dijo que no me pagaría nada y que, si quiero matarte, lo haga. —Su voz se mantuvo desinteresada y carente de sentimiento, así como su mirada fija en mi rostro, sin perderse como me desmoronaba frente a él. 

El golpe de esas palabras fue como un puñal en mi corazón. Sentí un vacío enorme abrirse dentro de mi pecho, una tristeza que me dejó sin aliento, mientras ese completo desconocido me veía con detenimiento, evaluando cada reacción.

Se inclinó hacia mí y, con movimientos pausados, me quitó la cinta adhesiva de la boca. No grité, ni siquiera intenté hacerlo. Era una aceptación silenciosa de mi situación.

—¿No piensas gritar o pedir auxilio? ¿Nada de súplicas ni ofensas? —murmuró con un destello de sorpresa en sus ojos—. Eso dice mucho de ti.

—Sí, dice que he perdido toda esperanza, que me siento vacía, derrotada y estoy aceptando que perdí —mi voz apenas era un susurro. Sentía que ya no me quedaba nada para luchar, mis padres estaban muertos, a mi esposo no le importaba mi vida. Estaba sola y con el corazón roto. ¿Qué me quedaba? Solo mi vida, ¿era suficiente?—. ¿Me vas a matar?

Mi secuestrador no respondió de inmediato. Se levantó de la silla y caminó hacia un pequeño minibar en la esquina de la habitación. El tintineo del cristal rompió el silencio cuando sirvió dos copas de vino tinto. Luego regresó, colocando una copa frente a mí antes de volver a sentarse.

—No hago cosas que no tengan valor —dijo finalmente, sosteniendo su propia copa y girando el líquido oscuro con movimientos elegantes—. No desperdicio recursos en algo que no me reporte beneficios.

Lo observé tratando de encontrar algún rastro de humanidad en sus palabras. Pero lo único que vi fue un control frío y calculador, como si todo en su vida fuera un tablero de ajedrez y cada movimiento estuviera planeado con precisión.

—Entonces… ¿No quieres matarme? —pregunté, esta vez con más fuerza en mi voz.

—No. Sería un desperdicio.

Fruncí el ceño, sin entender qué quería decir con eso. Al percatarse de mi confusión, se inclinó hacia mí, desatando las cuerdas que aprisionaban mis muñecas.

—¿Sabes, Lily? Hay algo fascinante en la forma en que aceptas todo esto. ¿Un corazón roto pesa más que el instinto de sobrevivencia?, porque no pareces tener miedo. 

Aparté las manos, frotándolas para aliviar el ardor de las marcas que las cuerdas habían dejado en mi piel. Lo miré directamente a los ojos, con una mezcla de desafío y resignación.

—¿Por qué debería tener miedo? El dolor que siento aquí —dije señalando mi pecho—, es más grande que cualquier otra cosa.

Mi acompañante no apartó la mirada, intrigado por la vulnerabilidad que mostraba sin reservas. Por un instante, una chispa de algo parecido a la compasión cruzó sus ojos.

La noche de Navidad se colaba por la ventana, con luces parpadeantes y un murmullo lejano de villancicos. El contraste entre el mundo exterior y la tensión dentro de la habitación era palpable. Tomé la copa de vino, no porque quisiera beber, sino porque era lo único que podía hacer para mantener mis manos ocupadas.

—Entonces… dada nuestra situación, no me queda más que decir: Feliz Navidad, Lily —dijo finalmente, alzando su copa con una sonrisa apenas perceptible.

Su mirada no se apartó de mí, ni siquiera cuando empinó la copa en su boca. Este hombre peligroso y enigmático no solo había destruido mis últimas ilusiones, sino que, de alguna forma inexplicable, también había encendido una chispa de algo nuevo dentro de mí. Algo que aún no podía nombrar. 

Con mano temblorosa bebí un pequeño sorbo, preguntándome de qué manera continuaría mi noche de Navidad encerrada en ese cuarto de hotel con ese hombre de apariencia feroz que parecía no solo querer desnudar mi alma.

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