LILY BENSON
—El empresario Bradley Foster sorprende al mundo al confirmar la existencia de un hijo ilegítimo de tres años fruto de su relación con la modelo Rebecca Hart— dijo el presentador del noticiero proyectado en una de las enormes pantallas del Time Square, luciendo su impecable traje y esa sonrisa ensayada con la que destrozó mi corazón—. En un comunicado, Foster declaró que Rebecca es «el amor de su vida» y que no niega su relación con ella. ¿Cómo estará tomando esto la señora Foster?
Así es… yo era la señora Foster, y ahí estaba, en medio de las calles de Nueva York, mientras la nieve caía suave alrededor, cubriendo todo con un manto blanco que reflejaba las luces navideñas, escuchando el eco de los villancicos y los vendedores ambulantes, siendo empujada por los turistas que no dejaban de tomarse fotos, mientras mi corazón se rompía, podía escucharlo resquebrajarse dentro de mi pecho de manera dolorosa y caer pedazo a pedazo como hojas en otoño.
Quería gritarle al mundo que se callara por un momento y me dejara pensar, pero, aunque eso ocurriera, la voz del presentador seguiría haciendo eco dentro de mi cabeza, junto con las preguntas que comenzaba a formular sin encontrar respuesta:
¿Qué hice mal? ¿Por qué nunca me amó? ¿En qué fallé? ¿Qué fue lo que me faltó para que nuestro matrimonio funcionara?
Durante cinco años había soportado la frialdad de Bradley, su indiferencia, sus largas ausencias sin explicación. Ahora todo tenía sentido. Nunca me había amado. Mi matrimonio no era más que una obligación, una promesa que los padres de él hicieron a los míos cuando murieron en aquel accidente, dejándome huérfana y desprotegida.
«Cuidaremos de ella como si fuera nuestra familia», habían prometido los Foster en la tumba de mis padres. Qué cruel ironía que el hombre que se suponía debía protegerme me rompiera el corazón una y otra vez, pero era más irónico, o tal vez degradante, que yo siguiera ahí, detrás de él, esperando que las cosas cambiaran, que volviera a ser el mismo chico dulce y considerado de antes y pudiera verme como la mujer que le había entregado todo: su tiempo, su esfuerzo y su amor incondicional.
Lo quería desde que éramos niños, cuando él, con su sonrisa traviesa y cabellos dorados como el sol, me hacía reír mientras jugábamos en el columpio del parque, pero eso había quedado en el pasado y las palabras de Bradley, frías como el invierno que me envolvía, resonaban en mi memoria cada vez que me mostraba decepcionada por su crueldad hacía mí: No sé qué esperabas, Lily. Esto es lo que hay. No pidas más.
Las imágenes en pantalla cambiaron, mostrando fotos de Bradley con Rebecca, ambos riendo mientras sostenían a un pequeño niño rubio con ojos azules. El niño era idéntico a su padre, un reflejo inocente de la traición.
«Rebecca es el amor de mi vida».
Rebecca Hart, claro que sabía quién era. Una belleza deslumbrante, de esas mujeres que no necesitas conocer para sentirte inferior. Pero un hijo... ¿cómo no lo había visto venir?
El mundo por fin se detuvo mientras con mi dedo pulgar seguía acariciando y haciendo girar mi anillo de bodas; el metal me cortaba la carne, me quemaba conforme el dolor en mi corazón aumentaba.
Las lágrimas quemaron mis ojos y apreté los labios para contener un sollozo. No me dejaría vencer por eso, no mostraría debilidad y mantendría la frente en alto, aunque me sintiera morir por dentro.
Sin darme cuenta, un auto negro se estacionó a mis espaldas, el ruido de alrededor y mi propio dolor no permitió que me diera cuenta hasta que ya era muy tarde. Una sombra se deslizó detrás, brindándome un destello de advertencia por el rabillo del ojo. Antes de que pudiera reaccionar, una mano áspera me cubrió la boca mientras otra intentaba colocarme una capucha negra sobre la cabeza.
El pánico se apoderó de mí. Forcejeé con todas mis fuerzas, pero el hombre que me sujetaba era mucho más fuerte.
—No hagas ruido y no te pasará nada —murmuró con una voz ronca.
¡¿Nadie se daba cuenta de que me estaban secuestrando?! ¡¿A nadie le importaba?! La tranquilidad de la gente alrededor y su poco interés me sirvió como respuesta.
Pisé con fuerza el pie del hombre y logré soltarme de momento, girando para enfrentarlo. Mis ojos se encontraron con una mirada fría y calculadora que me aterrorizó aún más.
Otra figura salió del mismo auto negro y corrió hacia nosotros, dejándome en desventaja. Retrocedí instintivamente, di media vuelta y corrí con todas mis fuerzas hasta que mis muslos comenzaron a arder. Salté por encima de cajas y contenedores, esquivé personas y llegué a la entrada de un oscuro callejón.
—No… mala idea… aquí no —dije para mí, era un pésimo lugar para esconderme o para pedir ayuda, pero ya era demasiado tarde. Cuando di media vuelta choqué con mi perseguidor, no me dio tiempo de caer cuando este me acorraló contra la pared, presionando su cuerpo contra el mío, cubriendo mi boca para que no gritara.
Nuestros ojos se encontraron por breves segundos que parecieron eternos, hipnotizándome con esa mirada de hielo. Mi captor tenía los ojos más profundos y varoniles que había visto en mi vida, de un gris tan fascinante que aceleró mi corazón. Aunque no podía ver el resto de su rostro, el cual estaba cubierto, podía apostar que no era un hombre tan mayor y mucho menos feo. No era el momento, el lugar ni el hombre correcto para sentir mariposas en el estómago, pero no pude evitar sonrojarme.
Una mujer alta vestida de negro se acercó con rapidez, y antes de que pudiera comenzar a forcejear, me colocaron la capucha sobre la cabeza. La oscuridad me envolvió. El aire dentro de la tela olía a polvo y algo químico. Grité con todas mis fuerzas, pero un golpe seco en la nuca me dejó aturdida.
—Tenemos que salir de aquí —ordenó una voz varonil y profunda que apenas pude registrar.
El mundo giraba mientras me levantaban en brazos y me metían dentro del auto, cuando este arrancó, traté de recomponerme, pero el dolor en mi cabeza y el miedo me dificultaron concentrarme.
La frialdad de Bradley, las imágenes de Rebecca, el niño... Todo se mezclaba en un torbellino en mi mente. Había perdido todo lo que alguna vez creí que tenía, y ahora mi vida misma parecía estar en peligro.
LILY BENSONEl aire estaba cargado de un silencio espeso, roto solo por el leve zumbido del calefactor. Desperté lentamente con la mente nublada y los sentidos alerta, mi cuerpo reaccionando antes que mi consciencia. Sentí el roce áspero de una cuerda alrededor de mis muñecas mientras la capucha negra mantenía mi nuevo mundo en completa oscuridad y con olor a tela vieja, impregnada de un rastro metálico que me provocaba náuseas.Intenté mover mis manos, pero el esfuerzo solo consiguió que las cuerdas se clavaran más en mi piel, dejando un ardor punzante. Las lágrimas afloraron sin permiso; no por miedo, sino por la humillación de saberme completamente vulnerable.El corazón me latía con fuerza cuando escuché el sonido de unos pasos. Eran firmes y decididos, resonando contra el suelo de madera. Mi captor estaba allí. La puerta se cerró con un chasquido y un silencio sepulcral se instaló en la habitación.—Veo que estás despierta —dijo una voz masculina, profunda y calmada, cargada de u
LILY BENSONLa copa de vino tembló ligeramente en mis manos cuando la llevé a mis labios una vez más. El líquido rojo y brillante parecía reflejar mis emociones: confusión, tristeza y una sensación punzante de abandono que no lograba apaciguar. No era una mujer que bebiera, no me gustaba perder el control, pero en ese momento parecía la única manera de ahogar el dolor que palpitaba en mi pecho.El hombre misterioso me observó desde su asiento, con la misma calma calculadora que había mostrado desde el principio. Cada vez que mi copa se vaciaba, él se encargaba de llenarla con movimientos precisos, como si esto fuera parte de un ritual silencioso, y yo estaba demasiado perdida en mis pensamientos para resistirme.El vino calentaba mi cuerpo, pero dejaba intacta la helada tristeza que se había instalado en mi corazón. Antes de darme cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, ya no podía contenerme. Él me miró, ladeando ligeramente la cabeza, pero no dijo nada. Parecía ext
LILY BENSONCuando besaba a Bradley, mi corazón se aceleraba y las mariposas revoloteaban inquietas en mi corazón, pero el señor B tenía otro efecto, uno más potente, mi cuerpo ardía, estaba ansiosa y mi boca torpe no podía llevarle el ritmo a sus labios experimentados. Me aferré a él, respondiendo con una intensidad que parecía venir de lo más profundo de mi alma. Cuando el beso terminó, dejándome sin aliento y aún con los ojos cerrados, el señor B permaneció cerca, observándome mientras intentaba recuperar el aliento. Olvidé quién era él, y él olvidó que yo no era más que una herramienta en su juego.—Así que no me tienes miedo… interesante —murmuró sorprendido, más para sí mismo que para mí.De pronto y sin avisar me tomó en sus brazos, levantándome con demasiada facilidad y permitiéndome sentir el calor que irradiaba su cuerpo, pese al aura oscura y fría que parecía siempre rodearlo. No hice preguntas, ni siquiera cuando me di cuenta de que íbamos directo a la cama. ¿En verdad ib
LILY BENSONDe regreso en la mansión, la enorme puerta de entrada se abrió con un chirrido. Ese lugar ya no se sentía como mi hogar, aunque… ¿alguna vez se sintió así? No había tenido tiempo de pensar en cómo enfrentaría a Bradley cuando la presencia de alguien en el umbral me detuvo en seco. Era Monet, mi amiga y abogada de confianza, sujetando un sobre manila.—Lily, ¡¿Dónde carajos pasaste la noche?! ¡Llegué temprano solo para que me dijeran que estabas desaparecida! —exclamó indignada. Monet Dupont era una encantadora mujer de cabellos negros y ojos azules tan intensos que era como sumergirse en el mar. Aunque su belleza hacía que cada hombre que se atravesaba en su camino la pretendiera, ella era muy firme con sus ideales. Como buena abogada especializada en divorcios se había desilusionado del matrimonio y de las relaciones largas, considerando que el amor era una falacia y el matrimonio solo un constructo social que siempre terminaba fracasando. Para ella no existían los hombre
ETHAN BLACKWOODMe removí en la cama, perturbado por la vibración de mi teléfono en la mesita de noche. Con un gruñido de fastidio, estiré la mano para tomarlo. Al abrir los ojos lentamente, me percaté de que la cama estaba vacía.Una punzada de angustia e incertidumbre hizo que me incorporara, recorriendo la habitación con la mirada. No había ni rastro de Lily. La idea de que ella se hubiera marchado me retorció el estómago, pero también me hizo sonreír. Había algo en esa mujer que me intrigaba, tal vez su fuerza o su belleza, pero su ausencia solo despertaba mis deseos de cazarla, como si fuera una tierna conejita.Deslicé el dedo por la pantalla del teléfono para contestar.—¿Qué pasa? —gruñí con la voz aún ronca por el sueño. —Señor, siento molestarlo tan temprano, pero los niños… bueno, están fuera de control otra vez. —Del otro lado, la voz de mi mayordomo sonaba nerviosa.—¿Qué hicieron ahora? —Masajeé mis sienes, un dolor de cabeza comenzaba a instalarse.—Le pegaron a un niño
LILY BENSONVolteé de manera mecánica, presionando cada vez con más fuerza los papeles de divorcio contra mi pecho, cuando mi mirada se cruzó con la del señor B mis pies quedaron clavados al piso y la temperatura de mi cuerpo se elevó, contrastando con el frío que arreciaba. Él abrió la puerta de su auto desde adentro, siendo una invitación directa. Aunque dudé, porque… ¡vamos!, era un maldito secuestrador, subí sin decir palabra y con el frío invernal aún calando en mis huesos. Mis ganas de volverlo a ver eran más grandes que mi instinto de sobrevivencia. Era una mezcla de peligro y oscuridad, pero… no quería huir, por el contrario, me sentía atraída. Cerré la puerta luchando contra las ganas de voltear hacia él, mi corazón se aceleraba y aunque mi instinto me gritaba que tenía que salir corriendo, mi cuerpo no reaccionaba. El señor B me observó de reojo antes de arrancar y dejar que el ronroneo del motor llenara el silencio entre nosotros, hasta que su mirada cayó inevitablemente s
LILY BENSONMe quedé observando el techo de la habitación que Monet me había ofrecido. Su casa era tan hermosa como ella, además de que era reconfortante y cálida, un refugio que te mantenía ajeno al resto del mundo. No había logrado pegar ojo en toda la noche. Desde que el señor B me pidió que lo buscara en la bodega abandonada, una tormenta de emociones había ocupado mi mente. ¿En verdad asistiría a esa cita? El peligro que él irradiaba era innegable, pero también lo era la atracción que sentía hacia él, algo tan fuerte como perturbador.Monet, ajena a sus pensamientos, entró con dos tazas de café y se sentó al borde de la cama.—Lily, ¿vas a quedarte así todo el día? —preguntó, entregándome la taza.—Lo estoy pensando —murmuré, aceptando el café con una sonrisa débil.—Por favor, no me digas que sigues dándole vueltas a lo de Bradley. Ese hombre es un parásito, y tú mereces algo mejor. —Monet dejó escapar un suspiro, mirándome fijamente con esa mezcla de preocupación y dureza que l
LILY BENSON—¡Te quejas de que yo cambié, pero no te das cuenta de que tú también lo hiciste! —gritó Bradley obligándome a regresar mi atención hacia él—. ¡¿Te crees muy santa?! ¡¿Te consideras una mártir porque yo me enamoré de Rebecca?! ¡Mírate en un puto espejo! ¡Tú me traicionaste con este hombre! ¡Eres una zorra que juega a sentirse dama! ¡¿Con qué cara quieres reclamarme algo?!Por un momento vi a Bradley llena de lástima. Gritaba y pataleaba cuando aún estaba amarrado, con el rostro magullado intentaba sonreír lleno de ira. Cerré los ojos por un momento, mientras sus palabras se juntaban en el mismo costal donde guardaba todos sus comentarios hirientes y egoístas.La rabia empezó a bullir en mi corazón y aunque en un principio quería abofetearlo, mi mano se convirtió en puño, el cual terminó en su nariz, haciendo que se fuera hacia atrás con todo y silla cayendo al sueño dejante de las miradas sorprendidas de ese par de hombres que lo custodiaban. Pensé que Ethan estaría igual d