LILY BENSON
La copa de vino tembló ligeramente en mis manos cuando la llevé a mis labios una vez más. El líquido rojo y brillante parecía reflejar mis emociones: confusión, tristeza y una sensación punzante de abandono que no lograba apaciguar. No era una mujer que bebiera, no me gustaba perder el control, pero en ese momento parecía la única manera de ahogar el dolor que palpitaba en mi pecho.
El hombre misterioso me observó desde su asiento, con la misma calma calculadora que había mostrado desde el principio. Cada vez que mi copa se vaciaba, él se encargaba de llenarla con movimientos precisos, como si esto fuera parte de un ritual silencioso, y yo estaba demasiado perdida en mis pensamientos para resistirme.
El vino calentaba mi cuerpo, pero dejaba intacta la helada tristeza que se había instalado en mi corazón. Antes de darme cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, ya no podía contenerme. Él me miró, ladeando ligeramente la cabeza, pero no dijo nada. Parecía extrañamente fascinado con mi comportamiento, pero poco me importaba en ese momento.
—¿Por qué no soy suficiente? —susurré, más para mí misma que para él.
Mi acompañante no respondió. En lugar de eso, volvió a llenar mi copa. El silencio se hizo más denso, y fue entonces cuando comencé a hablar, como si la barrera que había mantenido mis emociones contenidas finalmente se hubiera roto.
Estaba alcoholizada, secuestrada, y el único que parecía tener tiempo para escucharme era él. Ya no me importaba un carajo nada. Solo quería liberarme de la pesada carga que llevaba en el corazón.
—Lo amaba tanto —dije con voz quebrada—. Éramos amigos antes de ser esposos. Siempre pensé que eso sería suficiente, que construiríamos algo hermoso juntos.
Una vez más él permaneció inmóvil, escuchando cada palabra desgarradora. Había algo en la fragilidad de mi voz que parecía obligarlo a prestar atención. ¿Era la primera vez que veía a una mujer con el corazón roto?
—Nunca quiso que nos casáramos —continué jugando con el borde de la copa—. Pero sus padres insistieron... y pensé que podría llegar a amarme de la misma forma en que yo lo amaba. Sin embargo, nunca fui suficiente para él. Siempre estaba buscando más, algo... alguien que no fuera yo.
Las lágrimas caían con más fuerza ahora, y ni siquiera intentaba detenerlas. Dejé que mi cuerpo sucumbiera al dolor, se entregara a él, y de esa manera comenzara mi luto por la vida que siempre quise y que jamás alcancé, por el hombre que tanto amé, pero nunca me amó.
—Luché tanto por nuestro matrimonio —dije levantando la vista hacia él, mientras seguía usándolo como mi confidente, como si fuéramos viejos amigos reunidos en una cantina para contar nuestras penas—. Aguanté sus ausencias, sus mentiras... y ahora me entero de que no solo no me ama, sino que ni siquiera le importa si vivo o muero.
La frialdad había desaparecido de su rostro, ¿ahora me tenía lástima? Debía de verme patética. De pronto se inclinó hacia mí y me tomó por el mentón, viendo mi rostro más de cerca, examinándome con fascinación. Su aliento mentolado, su loción varonil y amaderada, y ese sutil aroma a tabaco erizó mi piel.
Entreabrí los labios, pero me había quedado sin palabras, cuando iba a cerrar mi boca su dedo aún enguantado con piel negra acarició mi labio inferior, aparentemente fascinado. ¿Qué estaba pasando?
Lo miré fijamente a los ojos y de nuevo me sentí hipnotizada cuando me correspondió la mirada. Sus ojos congelaban y al mismo tiempo hacían hervir la sangre y algunas zonas de mi cuerpo que no sabía que podían calentarse de esa manera tan… agradable.
—No sé cuánto tiempo planeas mantenerme aquí encerrada o… qué planeas hacer conmigo. —Esa última parte pareció hacerle gracia, pues sonrió de medio lado y una mirada pícara se apoderó de sus ojos, poniéndome más nerviosa—. ¿Te puedo llamar de alguna manera o solo me dirigiré a ti como señor secuestrador?
Su sonrisa se hizo más grande y cuando sus ojos se clavaron en mis labios sentí que las piernas comenzaron a fallarme.
—Puedes llamarme: señor B —susurró y su aliento acarició mi boca haciéndome temblar. Era como si un cubito de hielo se deslizara por mi espalda, alterando cada terminación nerviosa.
—Eres... asombrosamente guapo —dije de repente, con mi voz apenas un murmullo, pero cargada de una sinceridad que lo tomó por sorpresa. No entendí cómo es que no hubo ningún filtro entre lo que pensé y lo que dije, y quise echarle la culpa al alcohol.
El señor B arqueó una ceja, desconcertado por el cambio en el tono de la conversación. Podía apostar a que no estaba acostumbrado a que alguien lo viera más allá de su fachada fría y peligrosa. Además, no se suponía que él era el criminal y yo su víctima.
¿Desde cuándo la oveja le coquetea al lobo?
La atmósfera en la habitación cambió. El aire parecía más pesado, cargado de algo eléctrico. Con el efecto del vino relajando mis inhibiciones, había perdido el miedo hacia él. De pronto se inclinó más hacia mí, aún con su mirada fija en mis ojos, buscando algún indicio de duda o temor, tal vez preocupado de que recordara la situación inicial y decidiera escapar, pero no encontró nada, solo la curiosidad y la vulnerabilidad de una mujer que había sido herida profundamente.
Se había quedado a escasos centímetros de mi boca y no pude evitarlo, comencé a cerrar los ojos y a esperar ese beso prometido.
—¿Sabes lo que haces? —preguntó con voz más baja y grave que antes.
No respondí con palabras, en lugar de eso acerqué mis manos a sus mejillas que ya se sentían rasposas por la barba que comenzaba a crecer. Su piel se sentía fría al tacto, contrastando con el calor de mis palmas. Mantuve los ojos cerrados y me acerqué un poco más. Cuando creí que estaba haciendo el ridículo y de seguro él estaba aguantando la risa por mi repentino deseo, me besó, haciéndome cruzar una línea muy peligrosa.
El contacto de sus labios fue suave al principio, como una chispa que encendió algo más profundo. El beso se intensificó, lleno de emociones contenidas y una pasión inesperada que me tomó por sorpresa. Los únicos labios que había probado eran los de Bradley, no conocía otros, ni sabía que un gesto tan sencillo podía causar tanto en mí.
LILY BENSONCuando besaba a Bradley, mi corazón se aceleraba y las mariposas revoloteaban inquietas en mi corazón, pero el señor B tenía otro efecto, uno más potente, mi cuerpo ardía, estaba ansiosa y mi boca torpe no podía llevarle el ritmo a sus labios experimentados. Me aferré a él, respondiendo con una intensidad que parecía venir de lo más profundo de mi alma. Cuando el beso terminó, dejándome sin aliento y aún con los ojos cerrados, el señor B permaneció cerca, observándome mientras intentaba recuperar el aliento. Olvidé quién era él, y él olvidó que yo no era más que una herramienta en su juego.—Así que no me tienes miedo… interesante —murmuró sorprendido, más para sí mismo que para mí.De pronto y sin avisar me tomó en sus brazos, levantándome con demasiada facilidad y permitiéndome sentir el calor que irradiaba su cuerpo, pese al aura oscura y fría que parecía siempre rodearlo. No hice preguntas, ni siquiera cuando me di cuenta de que íbamos directo a la cama. ¿En verdad ib
LILY BENSONDe regreso en la mansión, la enorme puerta de entrada se abrió con un chirrido. Ese lugar ya no se sentía como mi hogar, aunque… ¿alguna vez se sintió así? No había tenido tiempo de pensar en cómo enfrentaría a Bradley cuando la presencia de alguien en el umbral me detuvo en seco. Era Monet, mi amiga y abogada de confianza, sujetando un sobre manila.—Lily, ¡¿Dónde carajos pasaste la noche?! ¡Llegué temprano solo para que me dijeran que estabas desaparecida! —exclamó indignada. Monet Dupont era una encantadora mujer de cabellos negros y ojos azules tan intensos que era como sumergirse en el mar. Aunque su belleza hacía que cada hombre que se atravesaba en su camino la pretendiera, ella era muy firme con sus ideales. Como buena abogada especializada en divorcios se había desilusionado del matrimonio y de las relaciones largas, considerando que el amor era una falacia y el matrimonio solo un constructo social que siempre terminaba fracasando. Para ella no existían los hombre
ETHAN BLACKWOODMe removí en la cama, perturbado por la vibración de mi teléfono en la mesita de noche. Con un gruñido de fastidio, estiré la mano para tomarlo. Al abrir los ojos lentamente, me percaté de que la cama estaba vacía.Una punzada de angustia e incertidumbre hizo que me incorporara, recorriendo la habitación con la mirada. No había ni rastro de Lily. La idea de que ella se hubiera marchado me retorció el estómago, pero también me hizo sonreír. Había algo en esa mujer que me intrigaba, tal vez su fuerza o su belleza, pero su ausencia solo despertaba mis deseos de cazarla, como si fuera una tierna conejita.Deslicé el dedo por la pantalla del teléfono para contestar.—¿Qué pasa? —gruñí con la voz aún ronca por el sueño. —Señor, siento molestarlo tan temprano, pero los niños… bueno, están fuera de control otra vez. —Del otro lado, la voz de mi mayordomo sonaba nerviosa.—¿Qué hicieron ahora? —Masajeé mis sienes, un dolor de cabeza comenzaba a instalarse.—Le pegaron a un niño
LILY BENSONVolteé de manera mecánica, presionando cada vez con más fuerza los papeles de divorcio contra mi pecho, cuando mi mirada se cruzó con la del señor B mis pies quedaron clavados al piso y la temperatura de mi cuerpo se elevó, contrastando con el frío que arreciaba. Él abrió la puerta de su auto desde adentro, siendo una invitación directa. Aunque dudé, porque… ¡vamos!, era un maldito secuestrador, subí sin decir palabra y con el frío invernal aún calando en mis huesos. Mis ganas de volverlo a ver eran más grandes que mi instinto de sobrevivencia. Era una mezcla de peligro y oscuridad, pero… no quería huir, por el contrario, me sentía atraída. Cerré la puerta luchando contra las ganas de voltear hacia él, mi corazón se aceleraba y aunque mi instinto me gritaba que tenía que salir corriendo, mi cuerpo no reaccionaba. El señor B me observó de reojo antes de arrancar y dejar que el ronroneo del motor llenara el silencio entre nosotros, hasta que su mirada cayó inevitablemente s
LILY BENSONMe quedé observando el techo de la habitación que Monet me había ofrecido. Su casa era tan hermosa como ella, además de que era reconfortante y cálida, un refugio que te mantenía ajeno al resto del mundo. No había logrado pegar ojo en toda la noche. Desde que el señor B me pidió que lo buscara en la bodega abandonada, una tormenta de emociones había ocupado mi mente. ¿En verdad asistiría a esa cita? El peligro que él irradiaba era innegable, pero también lo era la atracción que sentía hacia él, algo tan fuerte como perturbador.Monet, ajena a sus pensamientos, entró con dos tazas de café y se sentó al borde de la cama.—Lily, ¿vas a quedarte así todo el día? —preguntó, entregándome la taza.—Lo estoy pensando —murmuré, aceptando el café con una sonrisa débil.—Por favor, no me digas que sigues dándole vueltas a lo de Bradley. Ese hombre es un parásito, y tú mereces algo mejor. —Monet dejó escapar un suspiro, mirándome fijamente con esa mezcla de preocupación y dureza que l
LILY BENSON—¡Te quejas de que yo cambié, pero no te das cuenta de que tú también lo hiciste! —gritó Bradley obligándome a regresar mi atención hacia él—. ¡¿Te crees muy santa?! ¡¿Te consideras una mártir porque yo me enamoré de Rebecca?! ¡Mírate en un puto espejo! ¡Tú me traicionaste con este hombre! ¡Eres una zorra que juega a sentirse dama! ¡¿Con qué cara quieres reclamarme algo?!Por un momento vi a Bradley llena de lástima. Gritaba y pataleaba cuando aún estaba amarrado, con el rostro magullado intentaba sonreír lleno de ira. Cerré los ojos por un momento, mientras sus palabras se juntaban en el mismo costal donde guardaba todos sus comentarios hirientes y egoístas.La rabia empezó a bullir en mi corazón y aunque en un principio quería abofetearlo, mi mano se convirtió en puño, el cual terminó en su nariz, haciendo que se fuera hacia atrás con todo y silla cayendo al sueño dejante de las miradas sorprendidas de ese par de hombres que lo custodiaban. Pensé que Ethan estaría igual d
LILY BENSONMe llevó hasta el interior de la enorme mansión, dándome cuenta de que era mil veces más costosa que la de Bradley.—Desde ahora vivirás aquí, conmigo… y deberás de acatar reglas para que esto funcione —sentenció con tranquilidad como si fuera algo cotidiano.—¿Reglas? —pregunté incómoda, cruzándome de brazos, pensando en darle el beneficio de la duda. ¿Qué reglas podrían ser? ¿No escuchar música fuerte después de las diez de la noche? ¿No hacer fiestas cuando el salga a un viaje de negocios?—La primera es no hacer preguntas, es más para tu propio beneficio, créeme —contestó con seriedad y entornó su mirada al clavarla en mi rostro, midiendo mi posible respuesta.Entreabrí los labios, pensando en romper justamente la primera regla y bombardearlo de preguntas, pero entre más lo pensaba, más lo entendía, un hombre como él de seguro tenía secretos que no planeaba dejar que descubriera y eso fue como una puñalada directo al corazón. De pronto risas infantiles rompieron mis pen
LILY BENSONEn la primera oportunidad que tuvieron Alex y Max corrieron emocionados hacia el jardín para jugar. Observé a los gemelos desde la ventana y mi sonrisa se ensanchó al escucharlos reír, parecían cachorritos brincando y rodando por el césped. Pronto sentí la presencia de Ethan a mi lado. No sabía cómo lo hacía, pero siempre parecía llenar la habitación con su mera existencia.—Son un par de tornados de energía, ¿nunca se cansan? —comenté intentando ignorar mi piel erizada y mi dificultad para respirar. Ese hombre me hacía colapsar cada vez que lo tenía tan cerca. Ethan se cruzó de brazos, con esa mezcla de desinterés estudiado y orgullo paternal.—Son tercos y de carácter difícil. —Una sonrisa ladeada curvó sus labios, pero se desvaneció tan rápido como rodara los ojos—. Rebeldes y sin miedo a los castigos. —Suena a qué se parecen mucho a ti… —susurré dirigiendo mi mirada hacia Ethan, quién de inmediato entornó los ojos, en el fondo victorioso de que sus hijos se parecier