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Capítulo 3: Seducida por el señor B

LILY BENSON

La copa de vino tembló ligeramente en mis manos cuando la llevé a mis labios una vez más. El líquido rojo y brillante parecía reflejar mis emociones: confusión, tristeza y una sensación punzante de abandono que no lograba apaciguar. No era una mujer que bebiera, no me gustaba perder el control, pero en ese momento parecía la única manera de ahogar el dolor que palpitaba en mi pecho.

El hombre misterioso me observó desde su asiento, con la misma calma calculadora que había mostrado desde el principio. Cada vez que mi copa se vaciaba, él se encargaba de llenarla con movimientos precisos, como si esto fuera parte de un ritual silencioso, y yo estaba demasiado perdida en mis pensamientos para resistirme.

El vino calentaba mi cuerpo, pero dejaba intacta la helada tristeza que se había instalado en mi corazón. Antes de darme cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, ya no podía contenerme. Él me miró, ladeando ligeramente la cabeza, pero no dijo nada. Parecía extrañamente fascinado con mi comportamiento, pero poco me importaba en ese momento. 

—¿Por qué no soy suficiente? —susurré, más para mí misma que para él.

Mi acompañante no respondió. En lugar de eso, volvió a llenar mi copa. El silencio se hizo más denso, y fue entonces cuando comencé a hablar, como si la barrera que había mantenido mis emociones contenidas finalmente se hubiera roto.

Estaba alcoholizada, secuestrada, y el único que parecía tener tiempo para escucharme era él. Ya no me importaba un carajo nada. Solo quería liberarme de la pesada carga que llevaba en el corazón. 

—Lo amaba tanto —dije con voz quebrada—. Éramos amigos antes de ser esposos. Siempre pensé que eso sería suficiente, que construiríamos algo hermoso juntos.

Una vez más él permaneció inmóvil, escuchando cada palabra desgarradora. Había algo en la fragilidad de mi voz que parecía obligarlo a prestar atención. ¿Era la primera vez que veía a una mujer con el corazón roto? 

—Nunca quiso que nos casáramos —continué jugando con el borde de la copa—. Pero sus padres insistieron... y pensé que podría llegar a amarme de la misma forma en que yo lo amaba. Sin embargo, nunca fui suficiente para él. Siempre estaba buscando más, algo... alguien que no fuera yo.

Las lágrimas caían con más fuerza ahora, y ni siquiera intentaba detenerlas. Dejé que mi cuerpo sucumbiera al dolor, se entregara a él, y de esa manera comenzara mi luto por la vida que siempre quise y que jamás alcancé, por el hombre que tanto amé, pero nunca me amó. 

—Luché tanto por nuestro matrimonio —dije levantando la vista hacia él, mientras seguía usándolo como mi confidente, como si fuéramos viejos amigos reunidos en una cantina para contar nuestras penas—. Aguanté sus ausencias, sus mentiras... y ahora me entero de que no solo no me ama, sino que ni siquiera le importa si vivo o muero.

La frialdad había desaparecido de su rostro, ¿ahora me tenía lástima? Debía de verme patética. De pronto se inclinó hacia mí y me tomó por el mentón, viendo mi rostro más de cerca, examinándome con fascinación. Su aliento mentolado, su loción varonil y amaderada, y ese sutil aroma a tabaco erizó mi piel. 

Entreabrí los labios, pero me había quedado sin palabras, cuando iba a cerrar mi boca su dedo aún enguantado con piel negra acarició mi labio inferior, aparentemente fascinado. ¿Qué estaba pasando? 

Lo miré fijamente a los ojos y de nuevo me sentí hipnotizada cuando me correspondió la mirada. Sus ojos congelaban y al mismo tiempo hacían hervir la sangre y algunas zonas de mi cuerpo que no sabía que podían calentarse de esa manera tan… agradable. 

—No sé cuánto tiempo planeas mantenerme aquí encerrada o… qué planeas hacer conmigo. —Esa última parte pareció hacerle gracia, pues sonrió de medio lado y una mirada pícara se apoderó de sus ojos, poniéndome más nerviosa—. ¿Te puedo llamar de alguna manera o solo me dirigiré a ti como señor secuestrador? 

Su sonrisa se hizo más grande y cuando sus ojos se clavaron en mis labios sentí que las piernas comenzaron a fallarme. 

—Puedes llamarme: señor B —susurró y su aliento acarició mi boca haciéndome temblar. Era como si un cubito de hielo se deslizara por mi espalda, alterando cada terminación nerviosa. 

—Eres... asombrosamente guapo —dije de repente, con mi voz apenas un murmullo, pero cargada de una sinceridad que lo tomó por sorpresa. No entendí cómo es que no hubo ningún filtro entre lo que pensé y lo que dije, y quise echarle la culpa al alcohol.

El señor B arqueó una ceja, desconcertado por el cambio en el tono de la conversación. Podía apostar a que no estaba acostumbrado a que alguien lo viera más allá de su fachada fría y peligrosa. Además, no se suponía que él era el criminal y yo su víctima. 

¿Desde cuándo la oveja le coquetea al lobo?

La atmósfera en la habitación cambió. El aire parecía más pesado, cargado de algo eléctrico. Con el efecto del vino relajando mis inhibiciones, había perdido el miedo hacia él. De pronto se inclinó más hacia mí, aún con su mirada fija en mis ojos, buscando algún indicio de duda o temor, tal vez preocupado de que recordara la situación inicial y decidiera escapar, pero no encontró nada, solo la curiosidad y la vulnerabilidad de una mujer que había sido herida profundamente.

Se había quedado a escasos centímetros de mi boca y no pude evitarlo, comencé a cerrar los ojos y a esperar ese beso prometido. 

—¿Sabes lo que haces? —preguntó con voz más baja y grave que antes.

No respondí con palabras, en lugar de eso acerqué mis manos a sus mejillas que ya se sentían rasposas por la barba que comenzaba a crecer. Su piel se sentía fría al tacto, contrastando con el calor de mis palmas. Mantuve los ojos cerrados y me acerqué un poco más. Cuando creí que estaba haciendo el ridículo y de seguro él estaba aguantando la risa por mi repentino deseo, me besó, haciéndome cruzar una línea muy peligrosa. 

El contacto de sus labios fue suave al principio, como una chispa que encendió algo más profundo. El beso se intensificó, lleno de emociones contenidas y una pasión inesperada que me tomó por sorpresa. Los únicos labios que había probado eran los de Bradley, no conocía otros, ni sabía que un gesto tan sencillo podía causar tanto en mí.

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