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Capítulo 4: Pasando la noche con él

LILY BENSON

Cuando besaba a Bradley, mi corazón se aceleraba y las mariposas revoloteaban inquietas en mi corazón, pero el señor B tenía otro efecto, uno más potente, mi cuerpo ardía, estaba ansiosa y mi boca torpe no podía llevarle el ritmo a sus labios experimentados. Me aferré a él, respondiendo con una intensidad que parecía venir de lo más profundo de mi alma. 

Cuando el beso terminó, dejándome sin aliento y aún con los ojos cerrados, el señor B permaneció cerca, observándome mientras intentaba recuperar el aliento. Olvidé quién era él, y él olvidó que yo no era más que una herramienta en su juego.

—Así que no me tienes miedo… interesante —murmuró sorprendido, más para sí mismo que para mí.

De pronto y sin avisar me tomó en sus brazos, levantándome con demasiada facilidad y permitiéndome sentir el calor que irradiaba su cuerpo, pese al aura oscura y fría que parecía siempre rodearlo. 

No hice preguntas, ni siquiera cuando me di cuenta de que íbamos directo a la cama. ¿En verdad iba a pasar esto? ¿Perdería mi virginidad con un secuestrador mientras aún estaba casada con Bradley? Sonaba tan mal, mi corazón estaba desbocado, pero no me resistí. Había algo en la forma en que el señor B me miraba que me daba una sensación de seguridad, incluso en medio del caos que era mi vida. 

¿Debería sentirme culpable por romper mis votos? Bueno, Bradley fue el primero en hacerlo, aunque él los había dicho de dientes para fuera mientras que yo había sido enteramente sincera al jurar en el altar que le sería fiel en lo próspero y lo adverso, hasta que la muerte nos separara. Ahora entendía que eso ya había pasado y que la muerte en este caso se llamaba Rebecca Hart. 

Estaba nerviosa, pero el alcohol y ese hombre atractivo y dominante, así como la nostalgia por las fechas y mi corazón roto, hizo que no opusiera resistencia e incluso disfrutara del tacto de sus manos expertas que habían empezado a escabullirse por debajo de mi ropa, haciéndome suspirar cada vez que se acercaba a esas zonas sensibles que nadie más había explorado. 

Su boca no me dio tregua, devoraba la mía con deseo y bajaba constante a mi cuello y hombros mientras me cubría con su cuerpo y sus manos seguían reconociéndome, acariciando mis muslos, deslizando suavemente sus dedos por mi piel, ardiendo sobre mí, provocando que tuviera ganas de apretar los muslos, pero ya se había colocado entre mis piernas, evitando que pudiera cerrarlas. 

Entonces el momento fue interrumpido por el sonido de su teléfono. Sin apartar el rostro de mi cuello, me dio un suave mordisco, frustrado por la intromisión. Cuando revisó la pantalla, pude notar la imagen de dos niños, gemelos, sonrientes y tiernos, con los ojos brillantes y el cabello oscuro. 

«¿Son sus hijos? ¿Un hombre como él tiene hijos?». Por un breve momento me quedé paralizada, hasta que volvió a bloquear su celular y concentrarse en mí. 

Sus manos volvieron a mi cuerpo y sus movimientos eran pausados, casi reverentes, como si cada toque fuera una promesa. Pero conforme la pasión crecía, también lo hacía la intensidad. Jadeé, tratando de adaptarme al ritmo de un hombre que parecía decidido a hacerme suya en todos los sentidos.

El primer contacto fue una mezcla de dolor y placer. Su dureza y mi estrechez hizo que me tensara bajo su cuerpo y contuviera el aliento, arrancándome la virginidad con una sola y profunda estocada que me partió como un maldito rayo. Él continuó con movimientos lentos pero decididos, llevándome al borde de una tormenta.

Mis uñas se encajaron en su espalda, dejándole marcas profundas que podrían competir con sus tatuajes y eso, en vez de disminuir su vigor, lo aumentó, hasta que ya no pudo contenerse más y se derramó dentro de mi entre espasmos y un placer tan intenso que no había sentido nunca. 

Permanecí en sus brazos, exhausta, dolorida y con la mente enredada en un mar de emociones, pero cuando vio la mancha de sangre en las sábanas, el aire pareció llenarse de algo nuevo: una mezcla de sorpresa y comprensión.

—¿Eras virgen? —preguntó con voz profunda, calmada, pero exigente.

Asentí con mis mejillas ardiendo de vergüenza, sin saber si era motivo de orgullo o de indignación que preguntara eso. 

—En cinco años de casada, Bradley nunca quiso tocarme —confesé sintiéndome aún peor, como una apestada, una mujer sin valor. No me había dado cuenta de la profunda herida en mi autoestima hasta que tuve que decir eso en voz alta. 

Me moví incómoda, evitando su mirada y cubriéndome con la sábana, pero él no permitió que me escondiera. Se inclinó hacia mí, levantando mi rostro con delicadeza para verme mejor.

—No entiendo cómo alguien pudo haber pasado por tu vida sin verte realmente. —Su tono era sincero y sus ojos brillaban con una intensidad que me hizo contener el aliento.

La noche se volvió un idilio, entre más obediente me volvía, más placer me daba. Alcanzamos el clímax al mismo tiempo. Por fin había descubierto cómo se sentía un orgasmo, mi corazón parecía querer detenerse y al mismo tiempo latía con tanta fuerza que podía escucharlo en mi cabeza.

—Eres mía… Desde ahora me perteneces… —sentenció suavemente y de nuevo me estremecí, una punzada de miedo atenazó mi corazón y al mismo tiempo me agradó, me gustaba que se sintiera con el poder de reclamarme como suya.

Me recosté sobre su pecho, acurrucándome sin miedo mientras sus fuertes brazos me rodeaban. Las yemas de sus dedos acariciaron mi espalda desnuda lentamente mientras que podía sentir su nariz olisqueando mi cabello con disimulo, hasta que el cansancio me dominó. Sin darme cuenta caí profundamente dormida y satisfecha. El dolor de la traición de Bradley se había convertido en polvo gracias a ese hombre de malas intenciones que me había hecho alcanzar las estrellas y hacerme sentir deseada. 

***  

Desperté con la luz del amanecer colándose tímidamente a través de las cortinas. Durante unos segundos permanecí inmóvil, con la respiración entrecortada, tratando de asimilar dónde estaba. Al girar la cabeza, lo vi. El señor B dormía profundamente a mi lado, con el rostro relajado, pero aún poseedor de esa intensidad natural que me había atraído desde el principio.

Mi pecho se apretó. No sabía qué me perturbaba más: haber pasado la noche con él o sentirme tan tranquila al hacerlo. Con cuidado, retiré la sábana que me cubría y me levanté, consciente de cada crujido del piso bajo mis pies. Tenía que ser cuidadosa si no quería despertarlo.

Al vestirme, las palabras de Bradley resonaron en mi mente como un eco cruel y persistente: No pagaré nada, si quieres matarla, hazlo.

Una mezcla de ira y humillación ardió en mi pecho, llenándome de una determinación que no había sentido en años. Ya no había dolor ni autocompasión. ¿Pasar la noche con ese hombre me había dado el valor para enfrentarme a la realidad con la cabeza más clara y el corazón más frío? Sí, de alguna manera su deseo hacia mí había fortalecido la fe en mí misma, tal vez no era lo mejor, dicen que es un error decir que un clavo saca a otro clavo, pero ese hombre que ahora descansaba plácidamente en la cama, me había hecho sentir especial como nunca nadie lo había hecho. De pronto me sentía fuerte, soberbia y capaz de hacer lo que fuera por defender mi dignidad. 

Bradley había rebasado un límite para su crueldad y no dejaría que se quedara así. ¡Al diablo los recuerdos y ese niño pequeño que me hacía reír de niña y que me consoló cuando perdí a mis padres! El adulto en el que se había convertido no me merecía como esposa. 

Miré hacia  el señor B una última vez antes de salir de la habitación. La parte racional me decía que lo mejor sería no volver a verlo, pero otra parte de mi ser me suplicaba una noche más.

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