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02 - Podrías perderlo todo.

ROMAN.

El rugido del caos llenaba mis oídos mientras me abría paso entre la multitud enloquecida. Mi mente estaba centrada en un solo objetivo: escapar de este infierno que yo mismo había desatado. Había organizado meticulosamente cada detalle de este motín, pero ahora, en medio del tumulto, mis pensamientos se desviaban hacia una sola persona: Danishka.

Había sido un golpe devastador descubrir que la mujer que amaba, la que me había cautivado desde el primer momento en que la vi, era una monja. Mi mente revivió los recuerdos de nuestro breve encuentro en aquella iglesia, el destello de sus ojos y la suavidad de su voz resonando en mi memoria. Me había resignado a dejarla ir, a renunciar a cualquier posibilidad de tenerla a mi lado, pero ahora, aquí estaba, perdida entre la multitud en medio del caos que yo mismo había provocado.

La vi, a lo lejos, luchando por abrirse paso entre los reclusos desesperados. Su rostro, iluminado por el destello de las llamas cercanas, era un oasis de calma en medio de la tormenta. A pesar del caos que la rodeaba, ella conservaba una serenidad que me dejaba sin aliento.

Sin pensarlo dos veces, me abrí paso hacia ella, ignorando los peligros que acechaban en cada esquina. Extendí la mano hacia ella, ofreciéndole una salida de este infierno que la había atrapado. Nuestros ojos se encontraron en medio del tumulto, y en ese instante, supe que no podría dejarla atrás, que haría cualquier cosa por mantenerla a salvo.

Ella tomó mi mano con gratitud, permitiéndome guiarla a través del laberinto de pasillos y cuerpos entrelazados.

Finalmente, llegamos al final del pasillo, emergiendo a las afueras del penal donde mis hombres nos esperaban, sorprendidos por mi inesperada compañía. Danishka estaba allí, con el cabello suelto y sin su velo, radiante bajo la luz de la luna. Sus ojos me miraron con gratitud y nerviosismo, sin reconocerme como el hombre que había cambiado el curso de su destino.

— Permíteme llevarte a… tu casa — Ella sonrió tímidamente y sus mejillas se sonrojaron. Observó a mis hombres nerviosa y negó.

— Debo buscar a mi Superiora, pero…, no sé cómo agradecerte. — Mi mente perversa imaginó mil maneras de que me pague, pero no podía decirlo en voz alta.

Sus labios rosados, acompañados de sus mejillas rosadas, y ese brillo intenso que me miraban intensamente, casi me volvían loco. No podía permanecer más tiempo aquí, por lo que asentí.

— Uno de mis hombres te acompañará — aconsejé, y aunque deseaba negarse, finalmente asintió.

Estaba nerviosa, eso estaba claro, porque de lo contrario, preguntaría porque alguien la acompañaba. O simplemente, era demasiado inocente.

— Gracias una vez más — susurró.

— Volveremos a vernos, pajarita — respondí, y entonces su sonrisa tembló.

Agachó la cabeza y corrió lejos de mí. Mientras la veía alejarse, una sensación de pérdida y anhelo se apoderó de mí. Danishka era un recordatorio constante de todo lo que había perdido en mi camino hacia la oscuridad, un rayo de luz en un mundo lleno de sombras y engaños.

Yo era un mafioso sin escapatoria, y ella… ella definitivamente era monumentalmente diferente para mí.

Sonreí.

Porque sí. Soy un mafioso egoísta, y como tal, siempre obtengo lo que quiero, por las buenas o por las malas, y Dani será mía. Es egoísta de mi parte, querer hacer cambiar sus creencias, pero estoy segura que no es feliz con esa elección.

El rugido del motor del vehículo resonaba en mis oídos mientras subía a la parte trasera junto a mi mano derecha, mi fiel compañero en este mundo de sombras y secretos.

Mi mejor amigo me miraba con una sonrisa burlona en los labios, como si disfrutara de algún chiste privado que yo no conociera.

— ¿Quién lo diría, Roman? — dijo con tono sarcástico —. Pensé que terminarías convirtiéndote en un sacerdote.

Fruncí el ceño, deseando que se callara con cada fibra de mi ser. Había sido un golpe duro descubrir que Danishka, la mujer que había cautivado mi corazón, era una monja. Había renunciado a ella, a cualquier posibilidad de tenerla a mi lado, pero el recuerdo de su rostro seguía acechándome en cada rincón oscuro de mi mente.

Sin embargo, mi amigo no se tomaba las cosas en serio, como siempre. Se burlaba de mis debilidades, de mis vacilaciones, como si fuera un juego para él. Pero había una razón por la que lo había elegido como mi mano derecha, una lealtad y una astucia que superaban cualquier desafío que se interpusiera en nuestro camino.

— Definitivamente, buscas tu muerte — gruñí —. Debía estar seguro.

— Pensé que lo estabas cuando planeaste que te atraparan.

— Ella no iba, además, me gusta jugar — El hombre soltó un suspiro —. ¿Qué?

— Debes dejar de arriesgarte, Roman. Una bala más y podrías perderlo todo. Fue muy peligroso de tu parte estar allí.

— Lo sé. Mejor hábleme de los acontecimientos en mi ausencia.

Sin embargo, la sonrisa desapareció de su rostro cuando le exigí una actualización sobre nuestros negocios. Sabía que no podía permitirme distraerme con los recuerdos del pasado, no cuando los rusos estaban atacando nuestros tinglados y amenazando con desestabilizar todo lo que habíamos construido con tanto esfuerzo.

— Los negocios van bien, pero van tres ataques en nuestros almacenes. Por suertes son almacenes abandonados — explicó —. Se está vengando `por lo sucedido, y más que nada, solo quieren molestarte.

Los rusos no estaban jugando, y cada movimiento que hacían era una amenaza latente contra nuestro imperio. Teníamos que actuar con rapidez y determinación si queríamos mantener nuestra posición en este mundo implacable.

Asentí con solemnidad, consciente de la gravedad de la situación. No podía permitirme titubear, no cuando cada decisión que tomaba tenía el potencial de cambiar el curso de nuestras vidas para siempre. Era hora de dejar atrás los recuerdos del pasado, de enfrentar el presente con valentía y determinación.

— Entonces, jugaremos un rato con ellos, antes de acabarlos — respondí.

Mientras el viento soplaba en mi rostro y las luces de la ciudad se desvanecían en la distancia, me preparé para lo que vendría a continuación. Danishka seguía acechando en las sombras de mi mente, un recordatorio constante de todo lo que había perdido en mi camino hacia la oscuridad.

Pero por ahora, tenía que dejarla atrás, junto con los recuerdos del pasado que me atormentaban. Había negocios que atender, enemigos que derrotar y un imperio que proteger. Y no descansaría hasta asegurarme de que nada ni nadie pudiera interponerse en mi camino hacia la grandeza.

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