DANISHKA.
El sol apenas asomaba por el horizonte cuando abrí los ojos, despertada por el susurro suave de la mañana. Me estiré con pereza, dejando que el calor de las sábanas me envolviera por unos segundos más antes de levantarme de la cama. Era temprano, pero el deber llamaba, y no podía permitirme quedarme acostada mientras el mundo despertaba a mi alrededor.Me preparé con diligencia, vistiéndome con el hábito de monja que había sido mi atuendo durante años. Cepillé mi cabello para después cubrirlo, sin dejar que ningún mechón esté fuera de lugar. La disciplina y la rutina eran mis compañeras constantes en este mundo de fe y devoción, y me aferraba a ellas con fuerza en cada paso del camino.Descendí las escaleras con paso firme, encontrando a la Hermana Superiora esperándome en el vestíbulo con una expresión seria en su rostro apacible. Una sensación de aprensión se apoderó de mí al verla allí, preguntándome qué nuevo desafío me aguardaba en este día que apenas comenzaba.— Danishka — dijo ella con voz tranquila pero firme —. Necesito que vayas a la granja a recoger algunos insumos que hacen falta aquí en el convento.— Bien. Les diré a algunas hermanas que me acompañen.— Sola.Mi corazón se hundió en mi pecho al escuchar sus palabras. La granja estaba ubicada más allá de los límites de la ciudad, en un lugar remoto y apartado del bullicio y la actividad de la vida urbana. Era un viaje largo y agotador, especialmente para una mujer sola como yo.— ¿Sola? — pregunté, sorprendida por la indicación de la Hermana Superiora. No era común que me enviara a realizar tareas fuera del convento sin compañía. —¿Por qué no me pueden acompañar alguna de las otras hermanas?La mirada de la Hermana Superiora se endureció por un momento, pero luego su expresión volvió a ser serena.— Todas están ocupadas — respondió ella con simpleza, aunque algo en su tono me hizo dudar de la veracidad de sus palabras.Respiré hondo, reprimiendo cualquier queja que amenazara con salir de mis labios. Como monja, estaba acostumbrada a aceptar las órdenes de mis superiores sin cuestionarlas, aunque a veces resultara difícil comprender sus motivos. Tomé la lista de insumos y el dinero que me entregó en un sobre, preparada para cumplir con mi deber sin vacilar.Subí a la camioneta que nos servía para transportarnos fuera del convento, preparada para enfrentar el largo viaje que me esperaba. Pero a mitad de camino, me di cuenta de que no estaba sola. Mi amiga Marta se había colado en el vehículo, sentada en el asiento trasero con una sonrisa traviesa en el rostro.— ¿Marta? — pregunté, sorprendida por su presencia inesperada —. ¿Qué haces aquí?Ella se encogió de hombros con indiferencia, como si fuera la cosa más natural del mundo.— Ayudo para no aburrirme — respondió con una sonrisa pícara en los labios —. Ponte de una m*****a vez en marcha, antes de que nos descubran.Sonreí.Marta era hermosa, con su cabello castaño y sus ojos verdes llenos de vitalidad y curiosidad. Pero lo que la hacía especial era su espíritu libre y su lengua afilada, capaz de derribar cualquier barrera con una sola palabra. Siempre había dicho que le gustaba el camino de Dios, pero a veces sospechaba que su verdadera vocación estaba en otra parte.Me sentí un poco incómoda por su presencia, no quería que se metiera en problemas por mí culpa, pero también reconfortada por tener compañía en este largo viaje. Marta era más fuerte que yo en muchos aspectos, y su presencia me daba un sentido de seguridad y protección que no podría encontrar en otro lugar.El sol brillaba alto en el cielo cuando continuábamos nuestro viaje hacia la granja, Marta y yo charlando animadamente sobre cualquier cosa que nos viniera a la mente para hacer más llevadero el largo trayecto. Pero de repente, el rugido de un motor interrumpió nuestra conversación, y una camioneta se interpuso en nuestro camino.Frené la camioneta, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras miraba con confusión a los hombres que se bajaban del vehículo. ¿Qué estarían haciendo allí? ¿Acaso necesitaban ayuda? Bajé la ventanilla.— ¿Hay algún problema?El hombre más cercano a mi ventana negó con la cabeza, pero de repente sus ojos se abrieron de par en par y su expresión cambió por completo. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando vi que sacaba un arma y me apuntaba con ella.— ¡¿Qué m****a?! — gritó marta con el pánico en su voz, mientras yo levanté las manos en señal de rendición.— Bajen — ordenó, pero mi cuerpo no respondía.El hombre nos ordenó nuevamente que bajáramos del auto rápidamente, y nosotras obedecimos esta vez, saliendo con cuidado del vehículo mientras sentíamos el frío del metal del arma presionando contra nuestra piel.Pero antes de que pudiera hacer algo más, los hombres nos agarraron bruscamente y nos sacaron a rastras de la camioneta. Mi mente estaba nublada por la confusión y el miedo, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. Mi amiga estaba empapada en lágrimas, confundida al igual que yo.El hombre que me había apuntado con el arma murmuró con malicia: — El patrón estará feliz de saber que te hemos encontrado y asesinado.Mis ojos se abrieron con horror, mi corazón se detuvo por un momento en mi pecho. ¿Qué quería decir con eso? ¿Por qué me estaban buscando? Me aferré a la única verdad que conocía, la única defensa que tenía en medio de la angustia y el caos que me rodeaban.— Soy una monja devota de Dios — dije con voz temblorosa, tratando desesperadamente de hacerles entender —. Nunca he salido del convento. No sé de qué están hablando.— Creo que nos están confundiendo — susurró Marta —. Crecimos juntas, no sabemos más nada que la palabra de Dios y este hábito.Pero los hombres no parecían dispuestos a escuchar. Me arrastraron hacia la camioneta con brutalidad, ignorando mis súplicas y mis lágrimas. La sensación de impotencia y desesperación me envolvía como una manta fría, mientras me preguntaba qué destino me aguardaba en manos de estos hombres sin escrúpulos.El golpe que me di al ser impactada por la camioneta, había logrado romperme el labio. A mi amiga le había quitado su velo. No podía permitir, pero entonces, el metal presionó mi sien. Miré con impotencia a mi amiga, y me sentí culpable por permitir que me acompañara.— No la lastimen. Ella es inocente — supliqué.Pero simplemente me ignoraron, hasta que el primar impacto de bala llegó, y el hombre que me apuntaba, cayó muerto al suelo.DANISHKA.El mundo se volvió borroso a mi alrededor cuando vi al hombre caer al suelo, su cuerpo inerte yace sobre el suelo polvoriento. Un grito escapó de mis labios, un sonido gutural lleno de terror y desesperación que rompió el silencio ominoso que había descendido sobre nosotros. Me arrastré hacia Marta, mi amiga, mi única compañía en medio de esta pesadilla que se había convertido en nuestra realidad.Mis manos temblaban mientras me agachaba junto a ella, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras sentía las lágrimas correr por mis mejillas. Nos abrazamos con fuerza, como si nuestro contacto pudiera protegernos del peligro que nos rodeaba. El miedo se apoderaba de nosotras, envolviéndonos en una nube oscura de angustia y desesperación.— Lo siento — sollocé, mis palabras ahogadas por el peso del remordimiento y la culpa que pesaban sobre mis hombros —. Lo siento tanto, Marta. No deberías estar aquí, no deberías estar involucrada en todo esto. No debí permitir que vinier
DANISHKA.Me quedé mirándolo a través del retrovisor, perdida en mis pensamientos, hasta que la voz de Marta me sacó de mi trance. — ¿Estás bien, Dani? — preguntó ella, su tono lleno de preocupación. Asentí con un suspiro, agradecida por su intervención. — Sí, estoy bien. Solo... pensando. Marta me dio una sonrisa comprensiva antes de abrir la puerta del auto y bajar del vehículo. Le agradecí al hombre por el viaje con un gesto de la mano, sintiendo el rubor subir a mis mejillas cuando él me guiñó un ojo y me lanzó un beso. Me bajé del auto apresuradamente, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza en el pecho mientras me alejaba de allí. Es un completo descarado. Un descarado muy apuesto. El convento se alzaba imponente ante nosotras, sus paredes de piedra resguardando los secretos y las historias de las hermanas que lo habitaban. Pero al entrar, nos dimos cuenta de que algo estaba mal. Todas las hermanas estaban reunidas en el patio, riendo y divirtiéndose, sin nosotras.
ROMAN.Regresar al lugar del atentado no fue fácil. Los recuerdos de ese suceso a aún estaban frescos en mi mente, cada detalle grabado en mi memoria como si fuera la peor aberración. Pero sabía que tenía que enfrentar mis demonios si quería cumplir con mi deber hacia Danishka, la hermana que había sido arrastrada a esta situación por mi culpa.Era culpa mía.Estaba seguro de ello.Porque no encontraba otra explicación para que la ataquen.— Señor, no hay respuestas — dice mi mano derecha —. Ninguno ha respondido nada.— No tiene sentido que la ataquen. Ni siquiera me he mostrado con ella, para que crean que me importa — Saúl asiente pensativo.— Quisiera darte una respuesta, jefe, pero la verdad, esta vez no tengo nada para ti.— Pues, invéntatelo. Es importante tener algo. — Saúl solo asiente y se aleja de mí.Conduje hasta la granja donde supuestamente se encontraban los insumos que Danishka necesitaba, la extensa lista en mi mano como una guía en medio de la vasta extensión de tie
DANISHKA.Mis pasos se detuvieron en seco al salir de la habitación y encontrarme cara a cara con Roman, su mirada tensa clavada en mí. Me pregunté qué hacía él allí, en el corazón mismo del convento, y por qué su presencia me llenaba de una sensación de inquietud.Antes de que pudiera abrir la boca para hablar, mi amiga Marta se interpuso entre nosotros, su expresión llena de desafío mientras me empujaba hacia la puerta.— Vamos, Dani — murmuró ella, su voz llena de irritación y preocupación —. No tienes nada que hacer aquí. Date un baño.Sentí la frustración burbujeando en mi interior, deseando poder hablar con Roman y entender qué estaba sucediendo. Pero antes de que pudiera decir una palabra, Marta me arrastró fuera de la habitación y cerró la puerta de golpe detrás de nosotros, pero lo peor fue cuando Roman me levantó en brazos. Objeté, claro que lo hice, pero nada de lo que decía lo convencía de que podía caminar.— ¿Qué estás haciendo aquí? — pregunté en voz baja, mi mente llen
DANISHKALas cosas no estaban en perfectas condiciones. Tanto la Madre Superiora como mis hermanas me hacían la vida imposible. También he notado, que me vigilan más, como si yo tuviera alguna información importante ocultando.De alguna manera, la Superiora se encargó de alejarme de mi mejor amiga, y ahora paso la mayor parte del tiempo sola.¿Roman?No sé qué pasó con él, pero no lo he vuelto a ver, y quizás esté bien eso, pero no me sienta bien no verlo. No lo he podido sacar de mi cabeza ni un segundo y eso me desespera.Estoy preparando el coro con los niños, cuando escucho cierto tumulto afuera de la capilla, y decido salir a verificar que es lo que sucede. Cuando pongo un pie fuera, me doy cuenta de que fue un error, especialmente cuando un arma está apuntándome en la frente.Otra vez.— Vayan adentro, niños. Todo está bien aquí — susurré, mientras levantaba la mano, en señal de estar rendida —. Vayan adentro.Los niños desaparecen y yo cierro la puerta detrás de mí. De fondo, v
DANISHKA.Esas palabras me traían recuerdos, pero o lograba poder vislumbrar en mi mente de que recuerdo se trataba.— ¿Qué hago aquí? — pregunté, mirándolos a ambos.Mi mejor amiga se acercó rápidamente, y me sonrió con ternura.— Intentaron matarte. ¿No lo recuerdas? — respondió. Entonces en mi mente se dibujaron escenas muy fuertes hasta que caí inconsciente.— Tú…— Sí, te salvé — respondió Roman.— No…, tú mataste a alguien. Lo asesinaste — gemí, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.Su mirada era un cuento de terror para contar. Estaba consternado, pero eso realmente a mí no me importaba. El hombre había asesinado en mi cara sin titubear.— Te salvé la vida.— Pudiste golpearlo.— Lo maté, porque era la única solución — respondió, y salió afuera de la habitación.Miré a Marta con los ojos enrojecidos, y le pedí su consuelo, pero ella no hizo nada. Solo negó.— Te salvó. Yo vi como ese hombre estaba dispuesto a matarte, y si no fuera porque tuvo que disparar, no le daría el
DANISHKA. Cada una de las palabras de Marta, hacía que mi mente diera vueltas y vueltas. Es que no quería creer que fuese real. Necesitaba pensar, salir a caminar, volver al único hogar que conocía. No podía ser que mi vida cambiara tan drásticamente de la noche a la mañana. Llevaba una vida tranquila. Una vida… aburrida y sin emociones. Era una monja consagrada a mi Dios, y ahora, en menos de una semana todo había cambiado a mí alrededor. La situación había cambiado entre nosotros, y no podía permitirlo. Las cosas como son… éste hábito me daba calor, y, aunque es un pecado desear quitármelo, era imposible mantenerlo en mi cuerpo. Lo arrojé en la cama y lo miré, y luego comencé a negar repetidas veces. — ¿Qué estoy pensando? — pregunté en voz alta, mientras lo volvía a tomar con las manos, para cubrir mi cuerpo con ella —. Esto está mal. Está muy mal, Dani. Me acerqué al espejo, y me miré a los ojos, mientras cubría todo mi cabello debajo del velo. Miré el pequeño prendedor y so
ROMAN.Lo más difícil que he hecho en toda mi vida, es tenerla cerca y no poder tocarla. Mirar sus ojos, ver su cuerpo, hicieron que todo el mío reaccionara, pese a que estaba inconsciente, pero estaba bien. Ella estaba bien.Asustada, pero bien.Sigo pensando que fue lo que pasó, que la llevó al punto de enterrar aquellos recuerdos.¿Qué fue lo que pasó después de mi partida?Marta, por su parte, no sabe nada. Solo recuerda que habían traído a una chica nueva, completamente inconsciente. Tenía los ojos apagados, como si estuviera perdida, y un día, se levantó como si todo rastro de lo que lo atormentaba desapareció, y se convirtió en una de las novicias que más destacaba, que comenzó a carrear enemigas, porque sí; en ese convento las monjas no son monjas en realidad, a excepción de Marta y mi pajarita.— ¿Qué tanto piensas?— En ella… solo pienso en ella — respondí —. Me cuesta creer que se haya convertido en eso, después de amarnos tanto.— Eran unos niños, Roman. No sabemos por lo