ROMANLa casa estaba en silencio cuando escuché la puerta principal abrirse de golpe. Me levanté del sofá rápidamente, dejando caer el libro que estaba leyendo. El corazón me latía con fuerza, una sensación de inquietud se apoderaba de mí. Me dirigí hacia la entrada, esperando ver a mi esposa, pero en su lugar, apareció Saúl, completamente golpeado.— ¡Dios mío, Saúl! — exclamé, corriendo hacia él —. ¿Qué demonios te ha pasado?Saúl apenas podía mantenerse en pie. Su rostro estaba cubierto de moretones, un corte profundo cruzaba su ceja izquierda, y su ropa estaba rasgada y ensangrentada. Lo ayudé a sentarse en una silla del comedor, tratando de mantener la calma a pesar del pánico que se apoderaba de mí.— ¿Dónde está ella? ¿Dónde está Dani? — pregunté, la desesperación evidente en mi voz.Saúl levantó la cabeza con dificultad, sus ojos llenos de dolor y culpa.— Nos tendieron una trampa, Román — dijo con voz entrecortada —. Íbamos camino al orfanato cuando nos atacaron. Lucía... Lucí
Mientras yo me comunicaba con Vladimir, escuchaba que mi tío le hacía preguntas a Saúl, y este simplemente mantenía un rostro sereno. No entendía exactamente por qué de repente mi tío comenzó a dudar de él.— Primero, necesitamos averiguar más sobre lo que realmente pasó — dijo mi tío —. Saúl, ¿recuerdas algo más? ¿Algo que pudiera darnos una pista sobre dónde están ahora?Saúl se frotó la cabeza, como si tratara de recordar detalles.— Nada. Solo recuerdo eso — Saúl me miró —. Lo siento Roman… yo debí ser más atento.— Sí, debiste serlo — respondí molesto, en el momento en que me contestaba la m*****a llamada el ruso —. Al fin contestas.— Parece que estamos de mal humor por ahí — respondió irónico.Miré a Saúl y a mi tío y me alejé.— La zorra de tu mujer secuestró a la mía — solté y un silencio se formó al otro lado de la línea.— Dime que necesitas y allí estaré — sonreí.— Hombres — mascullé.— ¿Por qué m****a necesitas hombres? ¿Acaso los tuyos renunciaron? — cuestionó burlesco.
— ¿Qué se siente ver morir a tu mujer frente a tus ojos? — cuestionó con altanería Marta.Vladimir no paraba de mirarla. Estudiar sus movimientos. Sus nudillos se volvían blancos por la presión que ejercía en su arma. Él, más que nadie, quería matarla.— Yo conseguiste el suero. ¿Qué más quieres? — pregunté —. ¿Él es otra de tus marionetas?Aquella pregunta molestó al hombre al que ninguno de los dos conocía.— Soy su esposo — Se auto presentó el imbécil.— Así que por esta deformidad me has cambiado — murmuró Vladimir —. ¿Qué se siente caer tan bajo?El sujeto levantó su arma y apuntó a Vlad, yo seguía apuntando a Marta, y ella, por ende, apuntaba a mi mujer, junto con otros sujetos más.— Admito, que esperaba que nuestros hombres sean más letales, pero al parecer, nadie puedo con el carnicero. Con el Don de la Mafia. Ridículos — masculló la mujer —. Sé perfectamente que no saldremos vivos de aquí, pero…— Ustedes no saldrán vivos de aquí — interrumpí.El hombre soltó una carcajada y
DANISHKA.Eran las siete de la tarde y me encontraba sentada en la sala, mirando distraídamente la televisión. Había sido un día tranquilo en el orfanato y los nuevos guardaespaldas que Roman contrató parecían estar haciendo un buen trabajo cuidando de mí.De repente, escuché la puerta abrirse y supe que era Roman llegando de su recorrido rutinario, observando los almacenes. Sonreí cuando lo vi entrar y se acercó para saludarme con un beso suave en los labios.— ¿Cómo estás, mi amor? — preguntó con esa voz grave que tanto me gusta.— Bien, ha sido un día tranquilo — respondí, acariciando su mejilla —. ¿El tuyo qué tal?— Cansador. Sin Saúl haciéndose cargo, todo se torna más difícil — responde.Saúl. Hablar de él se había prácticamente prohibido en la casa. Nadie siquiera menciona su nombre ni por error. Después de todo lo que habíamos pasado, la muerte de Saúl y la de Lucía, cada uno de nosotros llevábamos nuestro luto de una manera personal. Pero cuando llegaba la noche y estábamos
DANISHKA.Varios meses habían pasado desde que descubrí que estaba embarazada. La emoción y el nerviosismo de esos primeros días se habían transformado en una rutina de espera ansiosa. Ahora, sentada en el salón de mi casa, sentía que todo estaba a punto de cambiar. El sol de la tarde se filtraba por las cortinas y el reloj en la pared marcaba las cuatro y media. De repente, un dolor agudo recorrió mi abdomen. Solté un pequeño gemido y llevé la mano a mi vientre, tratando de calmar la sensación. Pero las contracciones no cedían, al contrario, se intensificaban con cada segundo que pasaba.— ¡Ayuda! — grité, tratando de levantarme del sofá. Las piernas me temblaban y apenas podía mantener el equilibrio —. ¿Por qué carajos duele tanto?Justo en ese momento, la puerta se abrió y apareció el tío de Roman. Él había venido a visitarnos y al verme en ese estado, comprendió de inmediato lo que estaba sucediendo. Sin decir una palabra, se acercó rápidamente a mí y me ayudó a mantenerme en pie.
DANISHKA"Volveré por ti."Esa era la frase que, año tras año se repetía en mi cabeza, como un disco rayado de una canción que no conocía. Había un pasado, un pasado que decidí dejarlo allí, al no obtener una respuesta. El sol ardía en el cielo, pero dentro de mí, un frío intenso me recorría las entrañas. Hoy, al despertar, sentí un peso extra en mi pecho, como si una sombra se hubiera posado sobre mí, augurando desgracias. Mis manos temblaban mientras me preparaba para mi día habitual en la prisión. Como monja, mi deber era visitar estos lugares, para llevar consuelo y esperanza a aquellos que parecían haber perdido todo. Sin embargo, en esta ocasión, mi corazón estaba lleno de un presentimiento oscuro. La Hermana Superiora, siempre atenta a las necesidades de las hermanas bajo su cuidado, notó mi inquietud. Me detuvo en el pasillo con una mirada de preocupación en sus ojos bondadosos. — ¿Qué sucede, Danishka? — preguntó con voz suave, pero firme —. Pareces perturbada esta mañana
ROMAN.El rugido del caos llenaba mis oídos mientras me abría paso entre la multitud enloquecida. Mi mente estaba centrada en un solo objetivo: escapar de este infierno que yo mismo había desatado. Había organizado meticulosamente cada detalle de este motín, pero ahora, en medio del tumulto, mis pensamientos se desviaban hacia una sola persona: Danishka. Había sido un golpe devastador descubrir que la mujer que amaba, la que me había cautivado desde el primer momento en que la vi, era una monja. Mi mente revivió los recuerdos de nuestro breve encuentro en aquella iglesia, el destello de sus ojos y la suavidad de su voz resonando en mi memoria. Me había resignado a dejarla ir, a renunciar a cualquier posibilidad de tenerla a mi lado, pero ahora, aquí estaba, perdida entre la multitud en medio del caos que yo mismo había provocado. La vi, a lo lejos, luchando por abrirse paso entre los reclusos desesperados. Su rostro, iluminado por el destello de las llamas cercanas, era un oasis de
DANISHKA.El aire fresco de la tarde acariciaba mi rostro mientras caminaba apresuradamente por el sendero que llevaba al convento. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, lleno de ansiedad y preocupación por la Hermana Superiora, quien había desaparecido misteriosamente durante toda la mañana. Había buscado en cada rincón del lugar, preguntado a cada persona que se cruzaba en mi camino, incluso visitado hospitales cercanos en busca de alguna pista que pudiera llevarme hasta ella. Pero para mi sorpresa, cuando finalmente llegué al convento, la Hermana Superiora ya estaba allí, esperándome con una mirada entre sorprendida y molesta en su rostro. Mi corazón se hundió en mi pecho al darme cuenta de que mi búsqueda había sido en vano, y que ella había estado todo este tiempo justo bajo mi nariz. — Hermana, ¿estás bien? — pregunté con un tono preocupado, pero era tonto, ya que se encontraba vestida y en buen estado —. Te he buscado por la ciudad. ¿Por qué no atendieron mis llamadas? —