DANISHKA
"Volveré por ti."Esa era la frase que, año tras año se repetía en mi cabeza, como un disco rayado de una canción que no conocía.Había un pasado, un pasado que decidí dejarlo allí, al no obtener una respuesta.El sol ardía en el cielo, pero dentro de mí, un frío intenso me recorría las entrañas. Hoy, al despertar, sentí un peso extra en mi pecho, como si una sombra se hubiera posado sobre mí, augurando desgracias. Mis manos temblaban mientras me preparaba para mi día habitual en la prisión. Como monja, mi deber era visitar estos lugares, para llevar consuelo y esperanza a aquellos que parecían haber perdido todo. Sin embargo, en esta ocasión, mi corazón estaba lleno de un presentimiento oscuro.La Hermana Superiora, siempre atenta a las necesidades de las hermanas bajo su cuidado, notó mi inquietud. Me detuvo en el pasillo con una mirada de preocupación en sus ojos bondadosos.— ¿Qué sucede, Danishka? — preguntó con voz suave, pero firme —. Pareces perturbada esta mañana.Traté de controlar mi respiración agitada antes de responder.— Sólo me siento un poco nerviosa. No sé por qué.Ella me observó por un momento más, como si intentara leer mi alma. Luego, con un suspiro compasivo, asintió.— Entiendo. A veces, la ansiedad puede ser inexplicable. Pero confía en que Dios está contigo, incluso en los momentos de mayor temor.Asentí, agradecida por sus palabras reconfortantes, aunque no lograron calmar el torbellino de emociones dentro de mí. Sabía que algo estaba mal, pero no podía ponerle nombre. Con una plegaria silenciosa en mi corazón, me dirigí hacia la entrada de la prisión.Al cruzar el umbral, el aire pesado y viciado me golpeó como un puñetazo en el estómago. Las voces de los reclusos resonaban en los pasillos, llenos de dolor, arrepentimiento y rabia. Mi misión era simple en teoría: ofrecerles consuelo, esperanza y, sobre todo, la palabra de Dios. Pero en la práctica, era una tarea monumental, enfrentándome a las sombras más oscuras del alma humana.Recorrí los pasillos con paso firme pero vacilante, sintiendo la mirada penetrante de los prisioneros posarse sobre mí. Algunos me miraban con desconfianza, otros con curiosidad o indiferencia. Pero todos llevaban consigo el peso de sus errores pasados, tallados en sus rostros marcados por el tiempo y la adversidad. A otros simplemente les daba igual sus pecados.Me detuve frente a una celda, donde un hombre de semblante sombrío me observaba con ojos cansados pero desafiantes. A través de los barrotes oxidados, intercambiamos miradas por un instante, como dos almas perdidas en la vastedad del universo.Era sorprendente, pero me sentía perdida como este hombre, pero en diferentes términos y condiciones.— ¿Qué quieres, monjita? — gruñó él, rompiendo el silencio incómodo.— Vengo a ofrecerte la palabra de Dios — respondí con voz suave pero firme —. El perdón y la redención están al alcance de todos, incluso en los momentos más oscuros.El hombre soltó una carcajada amarga, sacudiendo la cabeza con incredulidad.Bien, había iniciado mal la conversación. No debí decir directamente eso.— Dios se olvidó de mí hace mucho tiempo, hermana. Ya es demasiado tarde para redimirme.— No es nunca demasiado tarde — insistí al oír aquellas palabras, con la fe inquebrantable que había guiado mi vida —. El amor y la misericordia de Dios son infinitos, incluso para aquellos que han perdido toda esperanza.— Dios, Dios, Dios… Eres pésima en tu trabajo.Nuestras palabras fueron interrumpidas por un estruendo repentino, seguido de gritos y sirenas que resonaban por todo el recinto. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, presintiendo que algo terrible estaba a punto de suceder. La Hermana Superiora apareció a mi lado, con una expresión de alarma en su rostro apacible.— ¡Tenemos que salir de aquí, ahora mismo! — exclamó, agarrándome del brazo con urgencia.Sin comprender completamente lo que estaba pasando, miré al hombre tras las rejas, al igual que yo, alarmado.— No podemos dejarlo.— Ya vienen los guardias a liberarlo. Debemos irnos.La seguí obedientemente mientras nos apresurábamos hacia la salida. Pero no pude continuar, solté su mano y volví hasta esa celda, saqué la pequeña hebilla de mi cabello y saqué el seguro para liberar al hombre, quien me miró entre sorprendido y agradecido. Iba a hacer lo mismo con los otros, pero la Hermana superiora me jaló de las manos, haciendo que la hebilla caiga y se pierda.Los reclusos se agitaban en sus celdas, gritando y golpeando las rejas con desesperación. El caos reinaba en la prisión, y el miedo se apoderaba de cada rincón.Fuera, nos encontramos con una escena de caos y confusión. Policías corrían de un lado a otro, tratando de contener una revuelta que amenazaba con salirse de control. El sonido de disparos resonaba en el aire, mezclado con los gritos de los prisioneros y el clamor de las sirenas.— ¿Qué está pasando? — pregunté, sintiendo el pánico comenzar a apoderarse de mí.Ella me miró con gravedad, sus ojos reflejando el miedo que también sentía.— No lo sé, Danishka. Pero parece que estamos en medio de algo muy peligroso.Una sensación de impotencia y desesperación se apoderó de mí mientras observaba el caos que se desarrollaba a mi alrededor. En ese momento, supe que el presentimiento oscuro que había sentido desde la mañana había sido una advertencia, un presagio de la tragedia que estaba a punto de desatarse.El caos reinaba en la prisión mientras la Hermana Superiora y yo nos aferrábamos mutuamente, tratando desesperadamente de abrirnos paso entre la multitud enloquecida. El sonido de los disparos y los gritos se entrelazaba en el aire espeso, mientras los reclusos aprovechaban el tumulto para rebelarse contra sus captores. La confusión era total, y el miedo se aferraba a mi pecho con garras de acero.— ¡Sigue mi paso, Dani! — gritó la Superiora sobre el estruendo, su voz apenas audible entre el clamor —. ¡No te sueltes de mí!Agarré con fuerza su mano, aferrándome a ella como si fuera mi única tabla de salvación en medio del mar embravecido. Juntas, nos abrimos paso entre la multitud frenética, esquivando cuerpos y evitando a toda costa caer bajo las miradas hostiles de los reclusos desesperados.Pero entonces, en medio del tumulto, la mano de la Hermana se soltó de la mía como si fuera impulsada por una fuerza invisible. Giré instintivamente en su dirección, buscando desesperadamente su rostro entre la multitud agitada, pero era como buscar una aguja en un pajar en llamas. La perdí de vista en cuestión de segundos, y un frío gélido se apoderó de mi corazón.— ¡Hermana Superiora! — grité, mi voz ahogada por el estruendo que me rodeaba. Pero mis palabras se perdieron en el caos, y no había rastro de ella a la vista.La sensación de desamparo me abrumó, dejándome paralizada por un instante en medio del caos que se desataba a mi alrededor. Pero entonces, el instinto de supervivencia se apoderó de mí, y me lancé hacia adelante, corriendo tan rápido como mis piernas podían llevarme.Tropecé varias veces, mi respiración entrecortada por el esfuerzo y el miedo que me consumía desde adentro. Pero cada vez que caía, me levantaba con renovada determinación, consciente de que la única opción era seguir adelante, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino.Fue entonces, en medio de la confusión y el caos, que una mano se extendió hacia mí desde la oscuridad, ofreciéndome un rayo de esperanza en medio de la desesperación. Levanté la mirada, encontrando los ojos de un extraño que me observaban fijamente. Era siniestra y seductora. Peligrosa y atrayente.— ¡Agarra mi mano! — me instó, su voz firme pero llena de bondad —. Conozco una salida. Te encontrarás con tu amiga.Sus palabras eran firmes, y solo lo decidí, cuando alguien estiró de mi velo tan fuerte, haciéndome gritar del susto.Sin dudarlo un segundo más, alcancé su mano con la mía, dejando que me ayudara a ponerme de pie una vez más. Juntos, nos abrimos paso a través del laberinto de pasillos y cuerpos entrelazados, cada paso acercándonos un poco más a la libertad que parecía tan lejana y esquiva.El fuego rugía a nuestro alrededor, devorando todo a su paso con voracidad implacable. Pero en medio de las llamas y el humo, encontré un destello de esperanza en los ojos del extraño que me había tendido la mano en mi momento de mayor necesidad; sin negar, la electricidad que me carcomía con su toque masculino.ROMAN.El rugido del caos llenaba mis oídos mientras me abría paso entre la multitud enloquecida. Mi mente estaba centrada en un solo objetivo: escapar de este infierno que yo mismo había desatado. Había organizado meticulosamente cada detalle de este motín, pero ahora, en medio del tumulto, mis pensamientos se desviaban hacia una sola persona: Danishka. Había sido un golpe devastador descubrir que la mujer que amaba, la que me había cautivado desde el primer momento en que la vi, era una monja. Mi mente revivió los recuerdos de nuestro breve encuentro en aquella iglesia, el destello de sus ojos y la suavidad de su voz resonando en mi memoria. Me había resignado a dejarla ir, a renunciar a cualquier posibilidad de tenerla a mi lado, pero ahora, aquí estaba, perdida entre la multitud en medio del caos que yo mismo había provocado. La vi, a lo lejos, luchando por abrirse paso entre los reclusos desesperados. Su rostro, iluminado por el destello de las llamas cercanas, era un oasis de
DANISHKA.El aire fresco de la tarde acariciaba mi rostro mientras caminaba apresuradamente por el sendero que llevaba al convento. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, lleno de ansiedad y preocupación por la Hermana Superiora, quien había desaparecido misteriosamente durante toda la mañana. Había buscado en cada rincón del lugar, preguntado a cada persona que se cruzaba en mi camino, incluso visitado hospitales cercanos en busca de alguna pista que pudiera llevarme hasta ella. Pero para mi sorpresa, cuando finalmente llegué al convento, la Hermana Superiora ya estaba allí, esperándome con una mirada entre sorprendida y molesta en su rostro. Mi corazón se hundió en mi pecho al darme cuenta de que mi búsqueda había sido en vano, y que ella había estado todo este tiempo justo bajo mi nariz. — Hermana, ¿estás bien? — pregunté con un tono preocupado, pero era tonto, ya que se encontraba vestida y en buen estado —. Te he buscado por la ciudad. ¿Por qué no atendieron mis llamadas? —
DANISHKA.El sol apenas asomaba por el horizonte cuando abrí los ojos, despertada por el susurro suave de la mañana. Me estiré con pereza, dejando que el calor de las sábanas me envolviera por unos segundos más antes de levantarme de la cama. Era temprano, pero el deber llamaba, y no podía permitirme quedarme acostada mientras el mundo despertaba a mi alrededor. Me preparé con diligencia, vistiéndome con el hábito de monja que había sido mi atuendo durante años. Cepillé mi cabello para después cubrirlo, sin dejar que ningún mechón esté fuera de lugar. La disciplina y la rutina eran mis compañeras constantes en este mundo de fe y devoción, y me aferraba a ellas con fuerza en cada paso del camino. Descendí las escaleras con paso firme, encontrando a la Hermana Superiora esperándome en el vestíbulo con una expresión seria en su rostro apacible. Una sensación de aprensión se apoderó de mí al verla allí, preguntándome qué nuevo desafío me aguardaba en este día que apenas comenzaba. — Da
DANISHKA.El mundo se volvió borroso a mi alrededor cuando vi al hombre caer al suelo, su cuerpo inerte yace sobre el suelo polvoriento. Un grito escapó de mis labios, un sonido gutural lleno de terror y desesperación que rompió el silencio ominoso que había descendido sobre nosotros. Me arrastré hacia Marta, mi amiga, mi única compañía en medio de esta pesadilla que se había convertido en nuestra realidad.Mis manos temblaban mientras me agachaba junto a ella, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras sentía las lágrimas correr por mis mejillas. Nos abrazamos con fuerza, como si nuestro contacto pudiera protegernos del peligro que nos rodeaba. El miedo se apoderaba de nosotras, envolviéndonos en una nube oscura de angustia y desesperación.— Lo siento — sollocé, mis palabras ahogadas por el peso del remordimiento y la culpa que pesaban sobre mis hombros —. Lo siento tanto, Marta. No deberías estar aquí, no deberías estar involucrada en todo esto. No debí permitir que vinier
DANISHKA.Me quedé mirándolo a través del retrovisor, perdida en mis pensamientos, hasta que la voz de Marta me sacó de mi trance. — ¿Estás bien, Dani? — preguntó ella, su tono lleno de preocupación. Asentí con un suspiro, agradecida por su intervención. — Sí, estoy bien. Solo... pensando. Marta me dio una sonrisa comprensiva antes de abrir la puerta del auto y bajar del vehículo. Le agradecí al hombre por el viaje con un gesto de la mano, sintiendo el rubor subir a mis mejillas cuando él me guiñó un ojo y me lanzó un beso. Me bajé del auto apresuradamente, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza en el pecho mientras me alejaba de allí. Es un completo descarado. Un descarado muy apuesto. El convento se alzaba imponente ante nosotras, sus paredes de piedra resguardando los secretos y las historias de las hermanas que lo habitaban. Pero al entrar, nos dimos cuenta de que algo estaba mal. Todas las hermanas estaban reunidas en el patio, riendo y divirtiéndose, sin nosotras.
ROMAN.Regresar al lugar del atentado no fue fácil. Los recuerdos de ese suceso a aún estaban frescos en mi mente, cada detalle grabado en mi memoria como si fuera la peor aberración. Pero sabía que tenía que enfrentar mis demonios si quería cumplir con mi deber hacia Danishka, la hermana que había sido arrastrada a esta situación por mi culpa.Era culpa mía.Estaba seguro de ello.Porque no encontraba otra explicación para que la ataquen.— Señor, no hay respuestas — dice mi mano derecha —. Ninguno ha respondido nada.— No tiene sentido que la ataquen. Ni siquiera me he mostrado con ella, para que crean que me importa — Saúl asiente pensativo.— Quisiera darte una respuesta, jefe, pero la verdad, esta vez no tengo nada para ti.— Pues, invéntatelo. Es importante tener algo. — Saúl solo asiente y se aleja de mí.Conduje hasta la granja donde supuestamente se encontraban los insumos que Danishka necesitaba, la extensa lista en mi mano como una guía en medio de la vasta extensión de tie
DANISHKA.Mis pasos se detuvieron en seco al salir de la habitación y encontrarme cara a cara con Roman, su mirada tensa clavada en mí. Me pregunté qué hacía él allí, en el corazón mismo del convento, y por qué su presencia me llenaba de una sensación de inquietud.Antes de que pudiera abrir la boca para hablar, mi amiga Marta se interpuso entre nosotros, su expresión llena de desafío mientras me empujaba hacia la puerta.— Vamos, Dani — murmuró ella, su voz llena de irritación y preocupación —. No tienes nada que hacer aquí. Date un baño.Sentí la frustración burbujeando en mi interior, deseando poder hablar con Roman y entender qué estaba sucediendo. Pero antes de que pudiera decir una palabra, Marta me arrastró fuera de la habitación y cerró la puerta de golpe detrás de nosotros, pero lo peor fue cuando Roman me levantó en brazos. Objeté, claro que lo hice, pero nada de lo que decía lo convencía de que podía caminar.— ¿Qué estás haciendo aquí? — pregunté en voz baja, mi mente llen
DANISHKALas cosas no estaban en perfectas condiciones. Tanto la Madre Superiora como mis hermanas me hacían la vida imposible. También he notado, que me vigilan más, como si yo tuviera alguna información importante ocultando.De alguna manera, la Superiora se encargó de alejarme de mi mejor amiga, y ahora paso la mayor parte del tiempo sola.¿Roman?No sé qué pasó con él, pero no lo he vuelto a ver, y quizás esté bien eso, pero no me sienta bien no verlo. No lo he podido sacar de mi cabeza ni un segundo y eso me desespera.Estoy preparando el coro con los niños, cuando escucho cierto tumulto afuera de la capilla, y decido salir a verificar que es lo que sucede. Cuando pongo un pie fuera, me doy cuenta de que fue un error, especialmente cuando un arma está apuntándome en la frente.Otra vez.— Vayan adentro, niños. Todo está bien aquí — susurré, mientras levantaba la mano, en señal de estar rendida —. Vayan adentro.Los niños desaparecen y yo cierro la puerta detrás de mí. De fondo, v