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05 - Mafioso al Rescate.

DANISHKA.

El mundo se volvió borroso a mi alrededor cuando vi al hombre caer al suelo, su cuerpo inerte yace sobre el suelo polvoriento. Un grito escapó de mis labios, un sonido gutural lleno de terror y desesperación que rompió el silencio ominoso que había descendido sobre nosotros. Me arrastré hacia Marta, mi amiga, mi única compañía en medio de esta pesadilla que se había convertido en nuestra realidad.

Mis manos temblaban mientras me agachaba junto a ella, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras sentía las lágrimas correr por mis mejillas. Nos abrazamos con fuerza, como si nuestro contacto pudiera protegernos del peligro que nos rodeaba. El miedo se apoderaba de nosotras, envolviéndonos en una nube oscura de angustia y desesperación.

— Lo siento — sollocé, mis palabras ahogadas por el peso del remordimiento y la culpa que pesaban sobre mis hombros —. Lo siento tanto, Marta. No deberías estar aquí, no deberías estar involucrada en todo esto. No debí permitir que vinieras.

Marta me apretó con fuerza, sus lágrimas mezclándose con las mías mientras me susurraba palabras de consuelo y perdón.

— No es tu culpa, Dani — murmuró entre sollozos —. Nunca lo ha sido. Estamos juntas en esto, pase lo que pase.

Nos aferramos la una a la otra como si nuestra vida dependiera de ello, nuestras respiraciones entrecortadas por el miedo que nos consumía. Los disparos resonaban en el aire, un recordatorio constante de la violencia que nos rodeaba, y nos escondimos detrás de la camioneta en un intento desesperado por protegernos.

El tiempo se convirtió en un torbellino de confusión y terror, cada segundo parecía una eternidad mientras esperábamos en silencio, rezando para que el peligro pasara y nos dejara ilesas.

Fue entonces cuando un hombre se acercó a nosotras, su figura recortándose en la distancia con una determinación que no podía pasar desapercibida. Esa mano masculina la reconocería en cualquier lugar.

Me quedé sin aliento al reconocerlo, al recordar su rostro que había sido mi salvación en el caos de la prisión, en el momento más oscuro de mi vida.

Mis ojos se encontraron con los suyos, llenos de una intensidad que me hizo temblar. Él también me reconoció al instante, una sonrisa curvando sus labios mientras se acercaba a nosotras con pasos firmes y decididos.

— Al parecer estamos destinados a encontrarnos en momentos caóticos, pajarita — bromeó —. Es hora de irnos. Vengan conmigo.

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras lo miraba, una mezcla de gratitud y asombro llenando mi ser. ¿Cómo era posible que nos encontráramos de nuevo en medio de esta situación tan peligrosa? ¿Estaba destinado a ser así, que cada vez que me encontrara en peligro, él apareciera para salvarme?

— Usted... — murmuré, mi voz apenas un susurro ahogado por la emoción que llenaba mi garganta.

— No me importa quien sea, vámonos, Dani — graznó Marta, levantándose —. ¡Ay, Dios!

— No voy a ir con él. No sé quién es — exclamé —. ¿Quién eres y que haces aquí?

— ¡Dios, Dani!

Su exclamación era de terror.

Movió su mano, que aún seguía extendida en el aire, y lo golpeé, rechazando su invitación. Esta vez no iría porque no lo conozco, y aunque parezca una desgraciada malagradecida, no me importa.

El hombre parecía exasperado, y entonces se acercó a mí, se puso de cuclillas y me obligó a ponerme de pie. Lo que hizo después me dejó sin aliento. Me levantó sobre sus hombros como si fuera un maldito costal de papas, y caminó hasta la camioneta suya.

— ¡Bájame! ¿Qué crees que estás haciendo? — grité con desesperación mientras loe golpeaba la espalda —. ¡Marta! Ayúdame.

Sentí una palmada en mi redondo trasero que me hizo gritar mucho más fuerte.

— Cállate — siseó.

— ¿Me acabas de golpear?

— Si no cierras la boca, lo volveré a hacer — amenazó.

Literalmente, mi boca se cerró sin necesidad de ser obligado. Mi mejor amiga no pronunció ni una sola palabra. Estaba seria, algo no propio de ella. Y, cuando me bajó con suavidad en el asiento trasero, el hombre me sonrió con ternura y se alejó.

— Maldito hombre maleducado — gruñí.

 Mis mejillas se encendieron de vergüenza ante su toque, la intensidad de su mirada haciendo que me sintiera desnuda ante él. Pero también sentí un calor reconfortante en mi pecho, una sensación de seguridad y protección que solo él podía proporcionarme.

Debería sospechar, pero en ese momento, mi mente parecía estar en trance.Principio del formulario

Sin decir una palabra más, él nos instó a callarnos, abriendo la puerta de su vehículo y ayudándonos a subir a su interior. Me aferré a Marta con fuerza mientras nos acomodábamos en los asientos traseros, el rugido del motor llenando el aire mientras nos alejábamos del lugar del peligro.

Miré por la ventana, viendo a los otros hombres limpiando el lugar con eficiencia mientras nos alejábamos. ¿Quién era este hombre, que parecía moverse con tanta facilidad en medio del caos y la violencia? ¿Y por qué sentía una conexión tan profunda con él, como si nuestros destinos estuvieran entrelazados de alguna manera que no podía comprender?

Finalmente, reuniendo el coraje que había estado acumulando, me atreví a preguntar por el nombre del hombre que nos había rescatado una vez más de las garras del peligro.

— ¿Cuál es tu nombre? — pregunté en voz baja, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras esperaba su respuesta —. La última vez no pregunté. Disculpa mi falta de respeto.

— Espera. ¿Él es el hombre que te salvó? — preguntó Marta —. ¡Oye hombre! Gracias. Sabes que la Superiora la dejó sola allá, mientras mi amigo la buscaba como tonta. Dios la perdone por ser tan tonta.

— ¡Marta! — exclamé, avergonzada —. Solo estaba mostrando mi preocupación.

— Yo estaba preocupada por ti. ¡Yo!

— Roman, para servirte — respondió el sujeto, con una sonrisa que me ofrecía a través del retrovisor.

No pude evitar sonrojarme, y cuando recibí el codazo de mi amiga, me di cuenta de que se había dado cuenta. La seriedad volvió a su rostro.

— Muchas gracias, señor Roman por salvar a mi amiga aquella vez, y por salvarnos ahora. Me parece sospechoso su aparición repentina en estos lugares y ese tipo de acontecimientos, pero dejaremos en bajo el título que es obra de Dios — dijo mi amiga —. Ahora, deja de mirar a mi amiga con esos ojitos capaces de sacarle la túnica, porque no va a suceder. Ya ha hecho suficiente con manosearle el trasero.

— ¡Marta! ¿Es que acaso no tienes filtro?

— Filtro debería tener él, que no disimula sus pensamientos — gruñó.

Me cubrí el rostro avergonzada, incapaz de volver a mirarlo.

— ¿A dónde las llevo, hermanitas? — bromeó, con una sonrisa. Estoy segura que el hombre quería soltar una carcajada, pero se estaba conteniendo.

— Al convento — respondió mi amiga.

— A la granja — respondí yo al mismo tiempo.

— ¿Granja? — cuestionó mi amiga —. Acaban de interceptarnos hombres malos. Nos apuntaron con un arma. Te han golpeado, ¿y quieres ir a una granja?

Asentí.

— ¡Jesús! ¿Por qué rayos quieres ir a una granja? — preguntó.

— Por los insumos — respondí.

— Las hermanas sabrán entender, Dani. Sé que quieres lo mejor para esos niños, pero nada es más importante que nosotras — explicó la mujer —. Te conozco desde que somos niñas, y sé que eso que te molesta, te llega a querer disimular que no te asusta nada, cuando en realidad sí.

— Marta, por favor — susurré, mirando por el retrovisor, y encontrarme con los ojos agudos del hombre.

— Lo recordarás. Estoy segura.

— ¿Cuántos niños son? — preguntó el hombre.

— Alrededor de cincuenta — respondió Marta —, pero los insumos son más para uso del convento. En la camioneta hemos dejado todo; la lista y el dinero.

— Me encargaré de llevarles el vehículo pronto.

— Y nosotras debemos pasar por la comisaría a hacer la denuncia — respondió Marta.

— Respecto a eso — dijo el hombre, que no podía dejar de mirar, estacionándose frente al convento —. Deberían evitar, porque les hará preguntas, y no sabrán responder. Todo parece indicar a inadaptados sin tierras que hay muchos por aquí, pero todos están muertos.

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