DANISHKA.
El mundo se volvió borroso a mi alrededor cuando vi al hombre caer al suelo, su cuerpo inerte yace sobre el suelo polvoriento. Un grito escapó de mis labios, un sonido gutural lleno de terror y desesperación que rompió el silencio ominoso que había descendido sobre nosotros. Me arrastré hacia Marta, mi amiga, mi única compañía en medio de esta pesadilla que se había convertido en nuestra realidad.
Mis manos temblaban mientras me agachaba junto a ella, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras sentía las lágrimas correr por mis mejillas. Nos abrazamos con fuerza, como si nuestro contacto pudiera protegernos del peligro que nos rodeaba. El miedo se apoderaba de nosotras, envolviéndonos en una nube oscura de angustia y desesperación.
— Lo siento — sollocé, mis palabras ahogadas por el peso del remordimiento y la culpa que pesaban sobre mis hombros —. Lo siento tanto, Marta. No deberías estar aquí, no deberías estar involucrada en todo esto. No debí permitir que vinieras.
Marta me apretó con fuerza, sus lágrimas mezclándose con las mías mientras me susurraba palabras de consuelo y perdón.
— No es tu culpa, Dani — murmuró entre sollozos —. Nunca lo ha sido. Estamos juntas en esto, pase lo que pase.
Nos aferramos la una a la otra como si nuestra vida dependiera de ello, nuestras respiraciones entrecortadas por el miedo que nos consumía. Los disparos resonaban en el aire, un recordatorio constante de la violencia que nos rodeaba, y nos escondimos detrás de la camioneta en un intento desesperado por protegernos.
El tiempo se convirtió en un torbellino de confusión y terror, cada segundo parecía una eternidad mientras esperábamos en silencio, rezando para que el peligro pasara y nos dejara ilesas.
Fue entonces cuando un hombre se acercó a nosotras, su figura recortándose en la distancia con una determinación que no podía pasar desapercibida. Esa mano masculina la reconocería en cualquier lugar.
Me quedé sin aliento al reconocerlo, al recordar su rostro que había sido mi salvación en el caos de la prisión, en el momento más oscuro de mi vida.
Mis ojos se encontraron con los suyos, llenos de una intensidad que me hizo temblar. Él también me reconoció al instante, una sonrisa curvando sus labios mientras se acercaba a nosotras con pasos firmes y decididos.
— Al parecer estamos destinados a encontrarnos en momentos caóticos, pajarita — bromeó —. Es hora de irnos. Vengan conmigo.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras lo miraba, una mezcla de gratitud y asombro llenando mi ser. ¿Cómo era posible que nos encontráramos de nuevo en medio de esta situación tan peligrosa? ¿Estaba destinado a ser así, que cada vez que me encontrara en peligro, él apareciera para salvarme?
— Usted... — murmuré, mi voz apenas un susurro ahogado por la emoción que llenaba mi garganta.
— No me importa quien sea, vámonos, Dani — graznó Marta, levantándose —. ¡Ay, Dios!
— No voy a ir con él. No sé quién es — exclamé —. ¿Quién eres y que haces aquí?
— ¡Dios, Dani!
Su exclamación era de terror.
Movió su mano, que aún seguía extendida en el aire, y lo golpeé, rechazando su invitación. Esta vez no iría porque no lo conozco, y aunque parezca una desgraciada malagradecida, no me importa.
El hombre parecía exasperado, y entonces se acercó a mí, se puso de cuclillas y me obligó a ponerme de pie. Lo que hizo después me dejó sin aliento. Me levantó sobre sus hombros como si fuera un maldito costal de papas, y caminó hasta la camioneta suya.
— ¡Bájame! ¿Qué crees que estás haciendo? — grité con desesperación mientras loe golpeaba la espalda —. ¡Marta! Ayúdame.
Sentí una palmada en mi redondo trasero que me hizo gritar mucho más fuerte.
— Cállate — siseó.
— ¿Me acabas de golpear?
— Si no cierras la boca, lo volveré a hacer — amenazó.
Literalmente, mi boca se cerró sin necesidad de ser obligado. Mi mejor amiga no pronunció ni una sola palabra. Estaba seria, algo no propio de ella. Y, cuando me bajó con suavidad en el asiento trasero, el hombre me sonrió con ternura y se alejó.
— Maldito hombre maleducado — gruñí.
Mis mejillas se encendieron de vergüenza ante su toque, la intensidad de su mirada haciendo que me sintiera desnuda ante él. Pero también sentí un calor reconfortante en mi pecho, una sensación de seguridad y protección que solo él podía proporcionarme.
Debería sospechar, pero en ese momento, mi mente parecía estar en trance.Principio del formulario
Sin decir una palabra más, él nos instó a callarnos, abriendo la puerta de su vehículo y ayudándonos a subir a su interior. Me aferré a Marta con fuerza mientras nos acomodábamos en los asientos traseros, el rugido del motor llenando el aire mientras nos alejábamos del lugar del peligro.
Miré por la ventana, viendo a los otros hombres limpiando el lugar con eficiencia mientras nos alejábamos. ¿Quién era este hombre, que parecía moverse con tanta facilidad en medio del caos y la violencia? ¿Y por qué sentía una conexión tan profunda con él, como si nuestros destinos estuvieran entrelazados de alguna manera que no podía comprender?
Finalmente, reuniendo el coraje que había estado acumulando, me atreví a preguntar por el nombre del hombre que nos había rescatado una vez más de las garras del peligro.
— ¿Cuál es tu nombre? — pregunté en voz baja, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras esperaba su respuesta —. La última vez no pregunté. Disculpa mi falta de respeto.
— Espera. ¿Él es el hombre que te salvó? — preguntó Marta —. ¡Oye hombre! Gracias. Sabes que la Superiora la dejó sola allá, mientras mi amigo la buscaba como tonta. Dios la perdone por ser tan tonta.
— ¡Marta! — exclamé, avergonzada —. Solo estaba mostrando mi preocupación.
— Yo estaba preocupada por ti. ¡Yo!
— Roman, para servirte — respondió el sujeto, con una sonrisa que me ofrecía a través del retrovisor.
No pude evitar sonrojarme, y cuando recibí el codazo de mi amiga, me di cuenta de que se había dado cuenta. La seriedad volvió a su rostro.
— Muchas gracias, señor Roman por salvar a mi amiga aquella vez, y por salvarnos ahora. Me parece sospechoso su aparición repentina en estos lugares y ese tipo de acontecimientos, pero dejaremos en bajo el título que es obra de Dios — dijo mi amiga —. Ahora, deja de mirar a mi amiga con esos ojitos capaces de sacarle la túnica, porque no va a suceder. Ya ha hecho suficiente con manosearle el trasero.
— ¡Marta! ¿Es que acaso no tienes filtro?
— Filtro debería tener él, que no disimula sus pensamientos — gruñó.
Me cubrí el rostro avergonzada, incapaz de volver a mirarlo.
— ¿A dónde las llevo, hermanitas? — bromeó, con una sonrisa. Estoy segura que el hombre quería soltar una carcajada, pero se estaba conteniendo.
— Al convento — respondió mi amiga.
— A la granja — respondí yo al mismo tiempo.
— ¿Granja? — cuestionó mi amiga —. Acaban de interceptarnos hombres malos. Nos apuntaron con un arma. Te han golpeado, ¿y quieres ir a una granja?
Asentí.
— ¡Jesús! ¿Por qué rayos quieres ir a una granja? — preguntó.
— Por los insumos — respondí.
— Las hermanas sabrán entender, Dani. Sé que quieres lo mejor para esos niños, pero nada es más importante que nosotras — explicó la mujer —. Te conozco desde que somos niñas, y sé que eso que te molesta, te llega a querer disimular que no te asusta nada, cuando en realidad sí.
— Marta, por favor — susurré, mirando por el retrovisor, y encontrarme con los ojos agudos del hombre.
— Lo recordarás. Estoy segura.
— ¿Cuántos niños son? — preguntó el hombre.
— Alrededor de cincuenta — respondió Marta —, pero los insumos son más para uso del convento. En la camioneta hemos dejado todo; la lista y el dinero.
— Me encargaré de llevarles el vehículo pronto.
— Y nosotras debemos pasar por la comisaría a hacer la denuncia — respondió Marta.
— Respecto a eso — dijo el hombre, que no podía dejar de mirar, estacionándose frente al convento —. Deberían evitar, porque les hará preguntas, y no sabrán responder. Todo parece indicar a inadaptados sin tierras que hay muchos por aquí, pero todos están muertos.
DANISHKA.Me quedé mirándolo a través del retrovisor, perdida en mis pensamientos, hasta que la voz de Marta me sacó de mi trance. — ¿Estás bien, Dani? — preguntó ella, su tono lleno de preocupación. Asentí con un suspiro, agradecida por su intervención. — Sí, estoy bien. Solo... pensando. Marta me dio una sonrisa comprensiva antes de abrir la puerta del auto y bajar del vehículo. Le agradecí al hombre por el viaje con un gesto de la mano, sintiendo el rubor subir a mis mejillas cuando él me guiñó un ojo y me lanzó un beso. Me bajé del auto apresuradamente, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza en el pecho mientras me alejaba de allí. Es un completo descarado. Un descarado muy apuesto. El convento se alzaba imponente ante nosotras, sus paredes de piedra resguardando los secretos y las historias de las hermanas que lo habitaban. Pero al entrar, nos dimos cuenta de que algo estaba mal. Todas las hermanas estaban reunidas en el patio, riendo y divirtiéndose, sin nosotras.
ROMAN.Regresar al lugar del atentado no fue fácil. Los recuerdos de ese suceso a aún estaban frescos en mi mente, cada detalle grabado en mi memoria como si fuera la peor aberración. Pero sabía que tenía que enfrentar mis demonios si quería cumplir con mi deber hacia Danishka, la hermana que había sido arrastrada a esta situación por mi culpa.Era culpa mía.Estaba seguro de ello.Porque no encontraba otra explicación para que la ataquen.— Señor, no hay respuestas — dice mi mano derecha —. Ninguno ha respondido nada.— No tiene sentido que la ataquen. Ni siquiera me he mostrado con ella, para que crean que me importa — Saúl asiente pensativo.— Quisiera darte una respuesta, jefe, pero la verdad, esta vez no tengo nada para ti.— Pues, invéntatelo. Es importante tener algo. — Saúl solo asiente y se aleja de mí.Conduje hasta la granja donde supuestamente se encontraban los insumos que Danishka necesitaba, la extensa lista en mi mano como una guía en medio de la vasta extensión de tie
DANISHKA.Mis pasos se detuvieron en seco al salir de la habitación y encontrarme cara a cara con Roman, su mirada tensa clavada en mí. Me pregunté qué hacía él allí, en el corazón mismo del convento, y por qué su presencia me llenaba de una sensación de inquietud.Antes de que pudiera abrir la boca para hablar, mi amiga Marta se interpuso entre nosotros, su expresión llena de desafío mientras me empujaba hacia la puerta.— Vamos, Dani — murmuró ella, su voz llena de irritación y preocupación —. No tienes nada que hacer aquí. Date un baño.Sentí la frustración burbujeando en mi interior, deseando poder hablar con Roman y entender qué estaba sucediendo. Pero antes de que pudiera decir una palabra, Marta me arrastró fuera de la habitación y cerró la puerta de golpe detrás de nosotros, pero lo peor fue cuando Roman me levantó en brazos. Objeté, claro que lo hice, pero nada de lo que decía lo convencía de que podía caminar.— ¿Qué estás haciendo aquí? — pregunté en voz baja, mi mente llen
DANISHKALas cosas no estaban en perfectas condiciones. Tanto la Madre Superiora como mis hermanas me hacían la vida imposible. También he notado, que me vigilan más, como si yo tuviera alguna información importante ocultando.De alguna manera, la Superiora se encargó de alejarme de mi mejor amiga, y ahora paso la mayor parte del tiempo sola.¿Roman?No sé qué pasó con él, pero no lo he vuelto a ver, y quizás esté bien eso, pero no me sienta bien no verlo. No lo he podido sacar de mi cabeza ni un segundo y eso me desespera.Estoy preparando el coro con los niños, cuando escucho cierto tumulto afuera de la capilla, y decido salir a verificar que es lo que sucede. Cuando pongo un pie fuera, me doy cuenta de que fue un error, especialmente cuando un arma está apuntándome en la frente.Otra vez.— Vayan adentro, niños. Todo está bien aquí — susurré, mientras levantaba la mano, en señal de estar rendida —. Vayan adentro.Los niños desaparecen y yo cierro la puerta detrás de mí. De fondo, v
DANISHKA.Esas palabras me traían recuerdos, pero o lograba poder vislumbrar en mi mente de que recuerdo se trataba.— ¿Qué hago aquí? — pregunté, mirándolos a ambos.Mi mejor amiga se acercó rápidamente, y me sonrió con ternura.— Intentaron matarte. ¿No lo recuerdas? — respondió. Entonces en mi mente se dibujaron escenas muy fuertes hasta que caí inconsciente.— Tú…— Sí, te salvé — respondió Roman.— No…, tú mataste a alguien. Lo asesinaste — gemí, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.Su mirada era un cuento de terror para contar. Estaba consternado, pero eso realmente a mí no me importaba. El hombre había asesinado en mi cara sin titubear.— Te salvé la vida.— Pudiste golpearlo.— Lo maté, porque era la única solución — respondió, y salió afuera de la habitación.Miré a Marta con los ojos enrojecidos, y le pedí su consuelo, pero ella no hizo nada. Solo negó.— Te salvó. Yo vi como ese hombre estaba dispuesto a matarte, y si no fuera porque tuvo que disparar, no le daría el
DANISHKA. Cada una de las palabras de Marta, hacía que mi mente diera vueltas y vueltas. Es que no quería creer que fuese real. Necesitaba pensar, salir a caminar, volver al único hogar que conocía. No podía ser que mi vida cambiara tan drásticamente de la noche a la mañana. Llevaba una vida tranquila. Una vida… aburrida y sin emociones. Era una monja consagrada a mi Dios, y ahora, en menos de una semana todo había cambiado a mí alrededor. La situación había cambiado entre nosotros, y no podía permitirlo. Las cosas como son… éste hábito me daba calor, y, aunque es un pecado desear quitármelo, era imposible mantenerlo en mi cuerpo. Lo arrojé en la cama y lo miré, y luego comencé a negar repetidas veces. — ¿Qué estoy pensando? — pregunté en voz alta, mientras lo volvía a tomar con las manos, para cubrir mi cuerpo con ella —. Esto está mal. Está muy mal, Dani. Me acerqué al espejo, y me miré a los ojos, mientras cubría todo mi cabello debajo del velo. Miré el pequeño prendedor y so
ROMAN.Lo más difícil que he hecho en toda mi vida, es tenerla cerca y no poder tocarla. Mirar sus ojos, ver su cuerpo, hicieron que todo el mío reaccionara, pese a que estaba inconsciente, pero estaba bien. Ella estaba bien.Asustada, pero bien.Sigo pensando que fue lo que pasó, que la llevó al punto de enterrar aquellos recuerdos.¿Qué fue lo que pasó después de mi partida?Marta, por su parte, no sabe nada. Solo recuerda que habían traído a una chica nueva, completamente inconsciente. Tenía los ojos apagados, como si estuviera perdida, y un día, se levantó como si todo rastro de lo que lo atormentaba desapareció, y se convirtió en una de las novicias que más destacaba, que comenzó a carrear enemigas, porque sí; en ese convento las monjas no son monjas en realidad, a excepción de Marta y mi pajarita.— ¿Qué tanto piensas?— En ella… solo pienso en ella — respondí —. Me cuesta creer que se haya convertido en eso, después de amarnos tanto.— Eran unos niños, Roman. No sabemos por lo
DANISHKA Me encontraba sentada en el borde de mi cama, sosteniendo entre mis dedos el pequeño broche de águila que Roman me había obsequiado horas atrás. Era una pieza de oro delicadamente trabajada, con los ojos del águila tallados en diamantes que parecían destellar con cada movimiento de luz. Era hermoso, no había duda de ello, pero también era obvio que era costoso. Demasiado costoso para aceptarlo, al menos para mí. Mis pensamientos se dispersaron cuando escuché el sonido de un auto estacionándose afuera. Me puse de pie de un salto, sintiendo un nudo de emoción en el estómago. Corrí hacia la puerta y la abrí justo a tiempo para ver a Roman salir del auto. Sin embargo, la alegría que esperaba encontrar en su rostro estaba ausente. Él siempre tenía una sonrisa en su rostro dibujada, pero esta vez era diferente, y lo odiaba. En su lugar, lo vi con una expresión cansada y fatigada. — Roman, ¿qué sucedió? — pregunté, preocupada, mientras salía al porche para encontrarme con él. Rom