Una Chef para el Millonario: Tengo a tu Hijo
Una Chef para el Millonario: Tengo a tu Hijo
Por: A. A. Falcone
PRÓLOGO 

—¡Oye! ¿A dónde vas? —preguntó Jenna, al ver que Rachel, su mejor amiga, era jalada por un hombre hacia la pista de baile. 

—A disfrutar. Aprovecha y disfruta de Las Vegas. Es nuestra última noche —repuso a voz de grito, mientras se perdía en la pista. 

Jenna rodó los ojos y río mientras bebía un sorbo de su copa mirando a la multitud sin prestar atención. Su mente estaba embotada por el alcohol.

En el momento en el que se llevaba una mano a la boca y ahogaba un bostezo, un sujeto con el que había intercambiado unas cuantas miradas, pero que había ignorado, quitándole importancia, se acercó a Jenna con una copa en la mano. 

Era alto y musculoso, y su manera de moverse por el espacio, le hizo comprender a Jenna que era extremadamente consciente de su belleza. Sus ojos azules y cristalinos, adornaban un rostro anguloso y varonil, contrastando con su oscuro cabello. 

—Parece que tu amiga decidió dejarte sola —repuso el hombre, acercándose a su oído para que pudiera escucharlo. 

Jenna lo miró y esbozó una suave sonrisa. 

—Tienes suerte, eso no pasa a menudo. —Rio. 

—Me alegra que hoy haya sido una de esas pocas veces —dijo el hombre con un tono seductor, antes de sonreír, dejando ver una blanca dentadura—. Y, dime, ¿qué te trae por aquí? ¿Qué buscas en Las Vegas? —preguntó, acercándose tanto a ella que sus rostros quedaron a un palmo de distancia, mientras él la miraba fijamente a los ojos. 

«Olvidar a mi ex», pensó Jenna, pero no lo dijo. No pensaba hablarle de lo que había sucedido. Harvey ya no tenía importancia en su vida desde hacía dos meses y aquel desconocido no tenía por qué saberlo. 

—Nada del otro mundo. Simplemente, pasarla bien ―respondió, sin más―. ¿Y tú? ¿Qué haces en la ciudad del pecado, más allá de intentar conquistar a las mujeres que se crucen en tu camino? —preguntó ella, sintiendo que su cuerpo temblaba al sentirlo tan cerca. 

—Oh, ¿en serio esa es la impresión que te doy? ―inquirió, alzando una ceja. 

—Pues, honestamente sí ―respondió con una sonrisa divertida―. En verdad, tienes toda la pinta.

—Bueno, permíteme corregirte: realmente no suelo hacer esto, pero tú de verdad me llamaste mucho la atención desde que entraste al bar, y si no malinterpreté tus miradas, yo tampoco pasé desapercibido para ti, así que, ¿por qué no me acompañas a un lugar más privado? —dijo, mientras la tomaba por la cintura, atrayéndola contra su musculoso cuerpo—. Si has venido a Las Vegas a pasarla bien, te vayas sin lograrlo. 

Jenna alzó las cejas, sorprendida por la capacidad de aquel hombre para ir directamente al grano. De pronto, parecía que la música y todo a su alrededor había desaparecido. Realmente, no se lo esperaba. 

No podía negar que aquel extraño la atraía como el imán al metal.

—Vaya, tú sí que no te andas con rodeos ―repuso, con las cejas arqueadas―. Pero la verdad es que… no lo sé… yo… 

—Oh, ¿en serio? Permíteme que te ayude a decidir —repuso el hombre con una media sonrisa.

Acto seguido, se inclinó sobre Jenna y sus labios se apoderaron de los de ella, haciendo que el corazón de la muchacha comenzara a palpitar de manera descontrolada y su cabeza diera vueltas, y no precisamente por el alcohol. 

Cuando se apartó, volvió a mirarla a los ojos con una intensidad que nunca antes había visto. 

—¿Y? ¿Qué dices? Esto es algo sin compromisos. Así que no te preocupes, después de esta noche ninguno de los dos sabrá del otro. ¿Por qué no te dejas llevar? Estoy seguro de que no te arrepentirás. 

—Eres muy seguro de ti mismo, ¿verdad? 

—Tengo tendencia a serlo, sí —respondió sin modestia—. ¿Y? ¿Entonces? ¿Me acompañas? 

Jenna frunció el ceño. Sabía qué quería, pero… ¿estaba dispuesta a dar ese paso? 

Algo en su interior le decía que tal vez no fuera una buena idea, sin embargo, una mucho más fuerte pedía a gritos que no dejara pasar la oportunidad. ¿Qué tenía de malo una “pequeña” aventura de una noche? Después de todo, era una mujer soltera y él realmente le gustaba.  

«Estás en Las Vegas», se dijo, mientras pensaba que, quizás, la idea de Rachel no fuera tan absurda, después de todo. Tras lo cual esbozó una sonrisa y asintió. Algo le decía que mejor se mantuviera allí, que tal vez no era una buena idea, pero…, aunque no sabía muy bien cómo ni por qué, algo en aquel sujeto la traía como el imán al hierro. 

Sin perder tiempo, él la tomó de la mano y pronto se perdieron en la multitud, en busca de un lugar más íntimo. 

***

A la mañana siguiente, cuando despertó, sola, en la habitación de hotel, vio que su acompañante de la noche anterior había desaparecido, dejando una nota como única prueba de la intimidad que habían compartido. 

«Gracias por la noche. Las Vegas nunca decepciona y tú tampoco lo hiciste. Cuídate. D». 

—¿De…? —pronunció Jenna en voz alta, mientras sonreía al recordar lo que había sucedido la noche anterior en aquella cama, al cobijo de las cuatro paredes de la habitación. 

Pensando en esto, guardó la nota en su bolso, antes de salir, para buscar a Rachel. 

La noche había sido increíble y aquel hombre le había hecho sentir lo que nadie había logrado antes. Sin embargo, era hora de volver a la realidad, sin arrepentirse de nada. 

***

Tres meses después. 

Jenna se sentía nerviosa mientras esperaba el resultado del test de embarazo en el baño del apartamento que compartía con su mejor amiga y que se encontraba justo encima del restaurante que su padre le había regalado unos meses después de graduarse como chef, poco antes de fallecer. 

Dos minutos después, cuando el resultado apareció, este confirmó sus sospechas y el miedo y la incertidumbre se apoderaron de ella.

¡Estaba embarazada! 

Sintiendo que el corazón le latía desbocado, y con la respiración agitada, se dejó caer con la espalda contra la pared del baño. Se sentía sumamente abrumada por la noticia. No sabía si reír o llorar.

Al ver que su amiga se tardaba demasiado, Rachel, preocupada, llamó a la puerta. 

—Jenna, ¿qué sucede? ¿Estás bien? —preguntó, sin poder ocultar la alerta en su voz. 

Un segundo después, Jenna abrió la puerta, con una expresión de shock en el rostro y el test de embarazo en la mano. 

—Rachel… yo… —Tragó saliva—. Estoy embarazada. 

Rachel abrió los ojos de par en par, incrédula.

―¿Hablas en serio?

Jenna le entregó test.

―No entiendo… ―comenzó a decir. Los cálculos le fallaban―. ¿En qué momento volviste a ver al maldito de Harvey? ―preguntó, confundida.

—Rachel, no lo he vuelto a ver desde que lo dejamos… —repuso, alzando la cabeza y abriendo los ojos de par en par. 

―No te creo. ―Rachel negó con la cabeza―. No eres la virgen María. Ese niño no es del Espíritu Santo, así que tiene que tener un padre.

―Muy graciosa ―repuso, dejándose caer en el sofá de la sala―. Claro que tiene un padre, pero no es Harvey.

―¿Entonces?

Jenna suspiró y tragó saliva, antes de responder:

—¿Recuerdas al hombre del que conocí la última noche en Las Vegas?

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