CAPÍTULO 2 – Bajo presión.

—No, Rachel no puedo hacerlo ―dijo Jenna. Un sudor frío le recorría la espalda, mientras se estrujaba las manos con nerviosismo.

Jenna se encontraba junto a su amiga, sentada en una pequeña salita del restaurante: La Corona Whitmore.

―Tranquila. Sé que lo harás genial. Confía en ti. Eres sumamente talentosa —repuso Rachel, intentando infundirle confianza.

Jenna tragó saliva y asintió, aunque por dentro estaba hecha un manojo de nervios. Nunca había experimentado tanta ansiedad en su vida, ni siquiera el día que había dado a luz Noah. La idea de cocinar para el exigente David Whitmore la tenía al borde del colapso.

Cuando finalmente llegó su turno, uno de los meseros del restaurante la guio hasta la cocina, donde la esperaba el gerente, un hombre serio, de mediana edad.

―Bienvenida, señorita Miller. Mi nombre es Charles Smith y seré quien la acompañe en esta prueba. Por favor, sígame ―dijo, mientras la conducía a una estación de trabajo totalmente equipada.

Jenna observó la cocina con ansiedad, mientras Charles le explicaba los tres platos que preparar.

―El menú consta de tres tiempos: entrada, plato principal y postre. Sin embargo, no es libre. Tienes que preparar los platos estrella del restaurante.

Los ojos de Jenna se abrieron de par en par. Sabía que la prueba no sería fácil, pero…

―Recuerda, tienes un tiempo limitado, y el señor Whitmore y su esposa probarán los platos, así que da lo mejor de ti ―le advirtió Charles, antes de dar inicio a la cuenta atrás de su cronómetro.

Jenna se puso el delantal y comenzó a trabajar frenéticamente. La presión era abrumadora, mientras Rachel la observaba con atención, deseando poder hacer algo para ayudarla.

El tiempo pasó volando y Jenna apenas había logrado completar el plato de entrada, cuando el gerente anunció:

―¡Vamos! ¡Solo quedan quince minutos!

―¿Qué? ¡Quince minutos para terminar el plato principal y el postre! ―exclamó Jenna desesperada.

Sin embargo, no podía hacer más intentarlo. Era demasiado tarde para arrepentirse y dar marcha atrás, por lo que intentó concentrarse en el plato principal, aunque el tiempo parecía escapársele entre los dedos.

—¡Listo! ―exclamó, secándose el sudor de la frente con una toalla, cuando terminó a tan solo unos segundos de que se acabara el tiempo.

―Perfecto ―repuso el gerente―, ahora ve y llévaselos al señor y la señora Whitmore.

―¿Cómo? ―preguntó con los ojos abiertos de par en par. Había pensado que esa tarea sería realizada por él o por algún mesero.

―Lo que oíste ―respondió el hombre―. No pierdas tiempo. No les gusta esperar.

Jenna sintiendo la acidez trepar por la garganta, tomó una bandeja con los tres platos y se encaminó hacia la sala principal del restaurante. Sus manos temblaban y no pudo ignorar el sudor frío que recorrió su espalda al ver al guapo y arrogante David Whitmore, junto a su esposa, tamborileando con los dedos sobre la mesa, impaciente.

Un destello de reconocimiento pasó por la mente de Jenna al mirar a David Whitmore, como si algo en él le resultara extremadamente familiar. Un recuerdo fugaz se agolpó en su mente, pero rápidamente lo apartó. No podía ser él. No podía ser el mismo hombre con el que había tenido un encuentro de una noche, hacía dos años.

Rápidamente, intentó apartar este pensamiento de su mente, pero, mientras se acercaba a la mesa, intentando mantener la compostura, los nervios le jugaron una mala pasada y, al dar un paso en falso, tropezó y la bandeja salió volando, tras lo cual los tres platos se estrellaron contra el elegante vestido de Madison Whitmore.

Un silencio sepulcral invadió la sala, mientras Jenna permanecía inmóvil, petrificada, sin saber dónde meterse.

—¡Oh, Dios mío! ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —se disculpó cuando logró reaccionar, mientras se acercaba a la señora Whitmore e intentaba limpiar su ropa.

—¡Quítame tus sucias manos de encima! —exclamó la mujer, apartándose de ella con cara de asco—. ¡Eres una m*****a inútil!

—Lo siento, yo… yo…

En ese momento, David Whitmore frunció el ceño, visiblemente molesto.

—¿Tú qué? —repuso con violencia—. ¡Esto es inaceptable! —Su mirada estaba cargada de desdén—. ¡Charles! —gritó, en dirección a la cocina, llamando al gerente.

—Sí, señor —respondió el hombre, mientras corría hacia la mesa.

—¿Quién diablos es esta mujer y por qué demonios está aquí? ¿Acaso no te dije que quería a los mejores? —preguntó con los ojos fríos como dos témpanos de hielo.

El gerente se estremeció.

—S-sí, señor Whitmore y ella era una de las mejores…

—¿Es en serio? ¡¿Esta incompetente es una de las mejores?! ¡Esto es increíble! —exclamó, golpeando la mesa con la palma de la mano, haciendo que Jenna, el gerente y los camareros, que se habían acercado, se estremecieran—. ¡Es inaceptable! No puedo creer que esta muchachita torpe y descuidada haya sido reclutada por ti.

—Lo siento, señor, yo…

—¡Cállate! —lo interrumpió, alzando la mano, antes de volverse hacia Jenna, furioso—. ¡En cuanto a ti…! ¿Qué te hizo creer que eras digna de trabajar en la mejor cadena de restaurantes del país?

—Esto… yo… Solo fue un accidente, señor. Lo siento. Puedo servirles más… Pagaré el vestido de la señora… —El cuerpo entero le temblaba, mientras sentía la angustia a flor de piel y procuraba contener el llanto.

—¡JA! —exclamó Madison, burlesca—. No te alcanzaría la vida para pagar este vestido. Es un diseño exclusivo de Ricky Johns, el mejor diseñador del país y del mundo. ¿Sabes lo que cuesta?

Jenna tragó saliva. Se sentía sumamente avergonzada y humillada…

—No mereces estar aquí. Si eres tan incompetente como para servir una comida sin destrozarlo todo, no quiero saber el caos que podrías producir en la cocina. ¡Has sido una total pérdida de tiempo!

—No, señor, por favor, deme la oportunidad… Acabo de perderlo todo… Mi hijo…

—¿En serio crees que nos importa tu miserable vida? —preguntó Madison, con la mandíbula tensa y la barbilla en alto.

—No te molestes, Madison —repuso David Whitmore, antes de volverse hacia Jenna y espetar con voz tan fría como el hielo—: Limpia el chiquero que has armado y ¡lárgate! ¡No quiero verte más por aquí!

Jenna boqueó, intentando defenderse, sin embargo, la mirada que le dedicaron los Whitmore la hicieron cambiar de opinión.

Rápidamente, sintiéndose avergonzada, recogió los platos destrozados, con manos temblorosas, sin atreverse a alzar la vista; tras lo cual salió de la sala, con un nudo en la garganta y el corazón destrozado.

Cuando Jenna salió del restaurante, lo hizo con la cabeza gacha, sintiendo la humillación arder en sus mejillas.

Mientras caminaba por la acera, junto a Rachel, intentaba contener las lágrimas, mientras se repetía una y otra vez que David Whitmore no podía ser el hombre con el que había pasado una noche hacía dos años. Él iba en silla de ruedas, mientras que el padre de su hijo no; sin quitar la frialdad de su mirada y sus hirientes palabras.

Sin embargo, a pesar de todos los argumentos lógicos que intentaba encontrar, algo en lo más profundo de su corazón le decía que podría ser él. Podían haber pasado mil cosas en dos años y, aunque la posibilidad le parecía remota, no podía evitar sentir que el destino estaba jugando con ella de manera cruel y retorcida.

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