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CAPÍTULO 3 – Una nueva posibilidad.

Una semana más tarde.

—Me siento tan frustrada. Lo he perdido todo y no sé qué más hacer para encontrar un trabajo. Llevo una semana intentándolo —sollozó Jenna, sentada en la cama con las manos en su rostro—. Noah necesita tantas cosas que yo ya no le puedo dar. ¡Ni siquiera tenemos casa! Estamos viviendo a costa de tus padres… ¡Es horrible!

—Cariño, créeme que te entiendo, pero no puedes dejarte vencer.

—¡Necesitaré años para reunir todo el dinero que necesito para reconstruir la casa y el restaurante! —Tragó saliva—. Ese fue el único motivo por el que te hice caso y me presenté en La Corona Whitmore…, pero, bueno, ya viste lo que pasó… —negó con la cabeza.

Las lágrimas rodaban presurosas por sus mejillas. Se sentía tan cansada… Era como si una nube negra la siguiera a donde quería que fuera.

—Jenna, escúchame. Sé que dirás que estoy loca, pero… creo que encontré la solución a tus problemas.

—Papá estaría tan triste… Todo lo que me dio se fue a la basura… Papá, ¿por qué no estás aquí conmigo? Tú sí que sabrías qué hacer… —sollozó, ignorando a su amiga.

Se sentía sumamente culpable por haberlo perdido todo. El restaurante era lo más valioso que tenía, después de su hijo, ya que no solo era su sueño y en lo que había invertido todo su esfuerzo, sino que era el último regalo que su padre le había dado antes de fallecer y…

—¡Jenna! —repuso Rachel, tomándola por los hombros y obligándola a mirarla, al ver que no parecía querer reaccionar—. Tu padre no está, es cierto, pero él no crio a una cobarde. Las cosas solo suceden, no es tu culpa ni la de nadie. Todo lo que ha pasado ha sido un simple accidente. ¿Por qué no dejas de llorar y me escuchas? —preguntó mirándola a los ojos.

Jenna tragó saliva, sin dejar de llorar. A pesar de que sabía que su amiga tenía razón, no podía ver el vaso medio lleno.

—Rachel, agradezco que intentes ayudarme, pero…

—Pero nada —la interrumpió con firmeza—. Escúchame bien. ¿Quieres enorgullecer a tu padre donde quiera que esté? ¿Quieres recuperar el restaurante? ¿Quieres reconstruirlo? —preguntó con las cejas en alto.

—Claro que quiero —sollozó y sorbió por la nariz—. Sabes que es lo que más deseo en este mundo. Quiero que mi hijo lo tenga todo. Porque no es solo el restaurante, sino que gracias a él podía darle a Noah todo lo que necesita…

—Bien, entonces aquí tienes la solución —repuso, entregándole un folleto.

Jenna se secó las lágrimas con el puño de su blusa y miró el folleto que Rachel le había entregado. Se trataba de un anuncio del famoso concurso de cocina «Cocina a Ciegas», ampliamente conocido en el país por la exigencia de sus jurados, los cuales cambiaban en cada edición. La premisa era cocinar sin la presión de ser observado, mostrando solo las manos de los concursantes y los platos preparados. Posteriormente, los platillos eran sometidos a la prueba y votación de los jurados, quienes no conocían la identidad de los participantes.

—¿Te has vuelto loca? —preguntó Jenna abriendo los ojos de par en par.

—No, Jenna. Aquí tienes una nueva oportunidad para demostrar tu talento. El premio de esta temporada es de dos millones de dólares, dinero suficiente para que reconstruyas el restaurante y la casa. ¡Es perfecto! —exclamó, con las cejas en alto.

—No, Rachel. No estoy preparada para algo así. ¿Sabes la presión que significa ese concurso? —preguntó, sin poder creer que le estuviera planteando aquello.

—¡Claro que estás preparada! Además, no me vengas con eso de la «presión» —enfatizó, mientras se ponía de pie—. ¡Preparaste tres de los platos más complejos del menú de los Whitmore en solo una hora! ¡Puedes con esto y más! Tuviste un percance, cierto. Pero eso nada tiene que ver con tus capacidades.

Jenna, quien había dejado repentinamente de llorar, por el shock de la propuesta, soltó una risita incrédula.

—No pienso volver a pasar por algo así. —Negó con la cabeza, tragando saliva.

—Fue solo un accidente, Jenna. No tiene nada que ver con tu talento.

—Ya dije que no. No pienso ir.

Después de la humillación que había sufrido por parte de David Whitmore no se sentía capaz de enfrentarse a un jurado. ¿Qué clase de locura era aquella? Amaba a su amiga, pero en su afán por ayudar no hacía más que empeorar cómo se sentía.

—Oh, claro que sí. No puedes desperdiciar tus capacidades, por lo que dijo el idiota de David Whitmore. Esta noche irás y brillarás —dijo Rachel con firmeza—. Ya te inscribí, así que no tienes escapatoria.

Jenna se puso de pie, furiosa.

—¿Qué? ¡¿Cómo pudiste inscribirme sin mi consentimiento?! ¡No pienso ir, Rachel! ¡No puedo! —exclamó, exasperada.

No podía creer que su amiga la estuviera poniendo en esa situación. Era consciente de que era capaz de preparar los platos más complejos del mundo, pero…

—Vamos, Jenna. Tienes que intentarlo. Por Noah y por ti —repuso Rachel—. Aprovecha la oportunidad. Puedes ganar, lo sé.

—Mamá, ¿cuándo volveremos a casa? ¿Quiero mis juguetes? —preguntó el pequeño Noah en ese momento, haciendo que un nudo diferente se aferrara al pecho de Jenna.

Se sentía atrapada. No quería volver a enfrentarse a la presión y al estrés de ser evaluada, pero, al mismo tiempo, sentía que Rachel tenía razón. Era la manera más rápida que tenía de volver a tener lo que había perdido.

Pensando en esto, suspiró y tragó saliva, sintiendo un intenso temblor en las manos. No estaba segura de poder hacerlo, pero… Ya no tenía nada más que a su niño, el cual necesitaba que fuera fuerte. Su niño lo era todo para ella y se merecía hasta la última gota de su sudor.

—Está bien, iré —sintiendo como la acidez trepaba por su garganta.

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