Durante el transcurso de la noche, Jenna había pensado mil veces en rendirse, pero no podía permitírselo. Tenía que demostrar cuánto valía, no solo en la cocina, sino también como persona.Aquella mañana fue sumamente agitada. A pesar del cansancio, del dolor de cabeza y la angustia, Jenna se había ocupado de preparar el desayuno, cuidando de que, como siempre, cada detalle fuera perfecto.Al mediodía, mientras Jenna se encontraba preparando el almuerzo, David pasó por delante de la puerta de la cocina, con el rostro pálido y una expresión de cansancio.Sorprendida de verlo en ese estado, Jenna se acercó a él y lo miró con preocupación.—Señor Whitmore, ¿se encuentra bien? —le preguntó, procurando mantener su tono profesional, pero sin poder ocultar del todo que en verdad estaba preocupada.David suspiró y asintió, aunque su aspecto y su expresión indicaba lo contrario.—Solo tengo un poco de jaqueca. No es nada grave —respondió, con los ojos cerrados, mientras se llevaba una mano a l
Una semana después. David se acercó a la cocina y se aclaró la garganta, llamándole la atención.—Señor Whitmore —saludó Jenna con una sonrisa cansada—. ¿Puedo ayudarlo en algo? La cena estará lista en breve.—Tranquila, hasta ahora no puedo quejarme de tu puntualidad. Sin embargo, me gustaría comentar algo contigo —repuso David, guiando su silla de ruedas hasta quedar frente a ella.—Oh, claro, señor… ¿Qué necesita? —respondió Jenna, dejando a un lado lo que estaba haciendo para prestarle atención.Una semana tras su llegada a la mansión Whitmore, Jenna continuaba esforzándose en mantener la calma.Durante aquellos días, había notado un cambio sutil pero perceptible en la actitud de David hacia ella.Aunque continuaba siendo igual de reservado y distante, su mirada había perdido un poco de la frialdad inicial, lo cual le había permitido sentirse un poco más tranquila, a pesar de que los comentarios hirientes de Madison no habían cesado.—Verás, esta noche, luego de la cena, Madison
Luego de entrar en la cocina de la mansión, por la puerta trasera, Markus Whitmore se vio obligado a esconderse en la despensa, a toda velocidad, con el corazón latiendo a mil por horas, al ver que Jenna, la chef, se adentraba en aquella habitación. —¿Qué hace esta mujer aquí? —se preguntó en un susurro apenas audible.«Madison, ¡maldita sea!», exclamó para sus adentros. ¿Por qué diablos no le había avisado que aquella muchachita estaría en la mansión? Es más, ¿cómo era posible que estuviera allí? ¿Cómo había hecho para ganarse la confianza de su hermano? Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que eso no era algo normal ni mucho menos fácil de lograr. Desde su escondite, Markus pudo escuchar cómo Jenna hablaba con el guardia por teléfono con voz temblorosa por el miedo. —Hola, John —dijo ella—. ¿Tú has entrado en la mansión? —preguntó, claramente preocupada.Markus contuvo el aliento, rezando para que Jenna no descubriera su presencia.—Está bien, quizás son cosas mías,
Tres días más tarde, David y Madison regresaron a la mansión, en donde Jenna había pasado los últimos tres días, muerta de miedo. Sentía que se estaba volviendo loca. Si bien, en los últimos dos días, no había sucedido nada, había algo que la hacía sentir sumamente incómoda, como si alguien observara cada uno de sus movimientos. Sin embargo, cuando su jefe y su esposa llegaron a la villa, decidió no contarle nada sobre lo que había sucedido durante la primera noche en la que ellos no estuvieron en casa, dado que temía que pudieran tomarla por paranoica, o, peor aún, por alguien que no gozaba de buenas facultades mentales. La rutina de la mansión rápidamente volvió a su curso normal, por lo que, sin perder tiempo, Jenna se enfocó cien por ciento en sus tareas diarias, tratando de ignorar la sensación de inquietud que la acosaba desde aquella noche. Sin embargo, esa precaria calma estaba a punto de romperse. —¡Margaret! —exclamó David desde el interior de su despacho.La furia se hab
Una vez que Jenna se fue, David se quedó en el despacho, con los ojos aún llenos de furia. Sin embargo, una pequeña parte de él no podía dejar de pensar en la mirada de Jenna. Había algo innegable en sus ojos que le decía que no mentía, una sinceridad que era incapaz de ignorar.Inquieto, movió su silla hacia la estantería y activó un interruptor. Al hacerlo, la estantería se desplazó, revelando una segunda habitación en la que se ubicaba la central de cámaras de la mansión. Estaba decidido a revisar las grabaciones de las dos noches anteriores para confirmar si lo que decía Jenna era cierto o si, por el contrario, era una excelente mentirosa.Mientras revisaba los archivos, notó algo extraño. La cámara de su despacho se había apagado durante el tiempo que Jenna había mencionado entre la primera y la última vez que se había encontrado con la puerta de la cocina abierta, a pesar de haberse asegurado de cerrarla correctamente.—¿Qué diablos? —preguntó en un susurro, mientras fruncía el
Al día siguiente, Jenna notó que David lucía extremadamente cansado. Sus ojos estaban inyectados en sangre y grandes y oscuras ojeras adornaban su rostro.Aunque Jenna no se atrevió a preguntar nada, no pudo evitar sorprenderse al ver que él no salía de su despacho en todo el día, ni siquiera para cenar; y que a Madison parecía no preocuparle demasiado la ausencia de su esposo en la mesa, ocupada como siempre en sus propios asuntos.Pensando en que esto no era nada normal, después de la cena, Jenna tomó una bandeja y preparó un plato de comida para David.Con la bandeja en la mano, caminó hacia el despacho, en donde llamó a la puerta varias veces, sin recibir más respuesta que un leve quejido que la alertó.Frunciendo el ceño, abrió la puerta y se adentró con cautela.—¿Señor Whitmore? —llamó, con un tono de voz lleno de inquietud.Sin embargo, lo que vio la hizo soltar un grito ahogado.David se encontraba desplomado sobre su escritorio, consciente, pero con una mano agarrándose fuer
Tras el ataque que había sufrido en la mansión, la vida en la villa Whitmore continuaba tan normal como era posible, aunque Jenna no podía alejar de sí el recuerdo angustiante de haber encontrado a David desplomado sobre su escritorio. No sabía qué le pasaba, pero ese hombre despertaba en ella tanto miedo y respeto como una necesidad de protegerlo, como si fuera un niño pequeño.«Tal vez es solo por el hecho de que crees que es el padre de tu hijo», le repetía una y otra vez una vocecita en el interior de su cabeza.Sabía que tarde o temprano tendría que averiguar si aquel hombre era el padre de Noah, pero… ¿de verdad quería saberlo? Realmente, no. Después de todo, eso no haría más que complicar aún más las cosas.Pensando en esto, Jenna inspiró hondo y continuó con sus quehaceres del día, intentando ignorar aquellas voces que no hacían más que hacerla sentirse intranquila.—Por cierto, Margaret, ¿sabes algo del estado del señor Whitmore? —preguntó Jenna, manteniendo una de las raras
Dos días más tarde, el mismo día en el que le darían el alta a David Whitmore, Margaret, el ama de llaves, y Jenna decidieron salir a hacer unas cuantas cosas que hacían falta en la cocina y en la casa, para dejar todo listo para cuando regresara su jefe.La ausencia de David y el desinterés de Madison por lo que sucediera en la mansión habían hecho que se quedaran sin varios productos necesarios, en especial, ingredientes destinados para las comidas de David, dado que el médico le había enviado a Margaret un correo electrónico con la dieta estricta que debía seguir.—Juro que no comprendo cómo la señora Madison puede ser tan negligente —murmuró Margaret, atreviéndose por primera vez a hablar en contra de su patrona, mientras empujaba el carrito por los pasillos del supermercado—. Ni siquiera se preocupa por las cosas básicas de la casa. El señor David siempre realiza las compras en línea, pero ella… —Negó con la cabeza y suspiró.Jenna asintió de acuerdo, mientras revisaba la lista d