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CAPÍTULO 1 – ¡No tenía ninguna posibilidad!

Dos años más tarde.

―Oye, ¿qué sucede? ―preguntó Rachel, abriendo los ojos de par en par al ver una gran columna de humo que se alzaba hacia el cielo, mientras ella y Jenna regresaban a la casa, para abrir el restaurante, después de dejar a Noah en la guardería. 

Jenna miró en la misma dirección y la sorpresa y el pánico aparecieron en su rostro, antes de comenzar a correr como alma que lleva el diablo. 

―¡Hey! ¡Espérame! ―exclamó Rachel, corriendo tras ella.

El miedo invadió a Jenna, mientras se precipitaba hacia la zona de la que provenía el humo, rogando porque no fuera lo que tanto temía. 

Sin embargo, al doblar la esquina, su mundo se vino abajo. 

―¡No! ―Un grito brotó de la garganta de la mujer al ver que su peor pesadilla se había convertido en realidad.

El humo provenía de donde se encontraba su restaurante y su casa, donde los bomberos trabajaban frenéticamente. 

Sin pensarlo, corrió hacia la entrada del restaurante. Pero uno de los bomberos la detuvo, tomándola por los hombros.

―Lo siento, señorita, pero no puede pasar ―dijo el hombre con una expresión de disculpas.

―¿Qué está pasando? ―preguntó Jenna sin poder contener el temblor en su voz―. ¡Mi restaurante! ¡Mi casa! ―exclamó, fuera de sí, sin poder creerlo.

―Tranquila, cariño ―repuso Rachel, abrazándola, antes de mirar al bombero y preguntar―: ¿Qué ha pasado?

―Nos llamaron los vecinos, alertados por el olor a humo ―respondió el hombre—. Los peritos determinarán qué fue lo que provocó el fuego, pero, aparentemente, ha sido una falla eléctrica. Gracias a Dios todos están bien, aunque, lamentablemente, no pudimos salvar el local y la vivienda. Lo siento.

Tras decir esto, el hombre se dio media vuelta y se alejó.

―Rachel, ¡nuestra casa! ¡El restaurante! Todo el esfuerzo de mi padre y el nuestro tirado a la basura ―sollozó Jenna, sintiéndose completamente devastada.

Sabía que debía agradecer que ella, Rachel y Noah no hubieran estado en el edificio, pero no podía ver el lado positivo. Todo por lo que había luchado se encontraba reducido a cenizas.

―¿Qué diablos se supone que haremos? ―preguntó, con la voz estrangulada por el llanto, mientas las lágrimas rodaban por sus mejillas. 

―Tranquila, cariño. Todo estará bien ―repitió Rachel, acariciando su espalda.

―Pero… ―Jenna suspiró―. ¿A dónde se supone que iremos? Tengo ahorros y un seguro, pero estoy lejos de poder reconstruirlo todo. Es demasiado dinero…

Rachel tragó saliva, sintiendo en lo más profundo la angustia y el dolor de su amiga. Sabía lo valioso que era el restaurante para ella y lo mucho que había trabajado para que funcionara. Por eso mismo, sabía que no importaba cuánto dijera. No existía un consuelo válido en ese momento. 

―Mira, no podemos hacer nada aquí. ¿Por qué mejor no vamos a casa de mis padres? Estoy segura de que ellos nos recibirán sin problemas y nos podrán ayudar. En serio, todo estará bien. 

―Vamos, Jenna. Necesitas descansar un poco. Luego veremos qué hacer ―dijo Rachel, tomándola del brazo, para guiarla hacia la parada de taxis.

Jenna miró a su alrededor, sintiendo el peso angustiante de todo lo que había perdido con un simple chispazo. Quería hacer algo, lo que fuera para salvar su trabajo, pero sabía que Rachel tenía razón, no podían hacer nada. Ya todo estaba perdido. Por lo que, sin decir nada, se dejó guiar por su amiga.

*** 

En casa de los padres de Rachel.

Jenna se había pasado la mayor parte del día y de la tarde llorando, sintiéndose devastada. No obstante, Rachel, como de costumbre, la había sacado de la cama, instándola a ponerse en movimiento.

―Jen, créeme que te comprendo y que comparto tu dolor, pero no puedes dejarte abatir. Piensa en Noah. No lo has perdido todo…

―¿Cómo que no? ―preguntó Jenna sentada a la mesa de la cocina―. Me he quedado sin casa, sin empleo…

―Si lo piensas bien…, solo has perdido lo material. Todavía tienes motivos para no dejarte vencer. Por ejemplo: el pequeño y revoltoso Noah.

―Lo sé ―repuso en un suspiro―, pero no tengo nada para darle… ¿Sabes lo que tardaré en tener una casa en la que vivir? Tengo que hacer algo cuanto antes… Pero ni siquiera sé por dónde comenzar a buscar… 

Al ver que Rachel guardaba silencio, Jenna levantó la cabeza y miró a su amiga, quien se encontraba absorta en su teléfono móvil con los ojos bien abiertos. 

—¿Qué sucede? —preguntó, intrigada. 

—Hablando de por dónde comenzar… —repuso Rachel, pasándole el móvil a Jenna y señalándole un anuncio. 

—¿Qué es esto? —preguntó, sin comprender.  

—Lee bien —la instó, animada—. Es un anuncio en el que se busca chef profesional. ¡Deberías postularte! 

—¿Estás bromeando? —preguntó con incredulidad, mientras miraba el anuncio fijamente—. ¡Es una vacante para La Corona Whitmore! 

—Por eso mismo te estoy diciendo, deberías aprovechar esta oportunidad. ¡Es única! 

Jenna negó con la cabeza y dejó el teléfono a un lado, desestimando la idea. No era que no creyera en sí misma, pero ¿postularse a una vacante de La Corona Whitmore? ¡Le parecía una completa locura! 

—No, no tiene sentido —negó con la cabeza—. Puedo postularme a cualquier trabajo, pero ¿cómo chef de La Corona Whitmore? ¿En serio crees que estoy cerca de poder competir por un puesto allí? —bufó. 

Rachel suspiró y se humedeció los labios, antes de responder: 

—A ver, entiendo que la fama de ese lugar sea imponente, pero, por favor, ambas sabemos que sí que puedes competir. Tienes el talento necesario para trabajar allí. Esta es una oportunidad perfecta para ti. ¿Cuántas veces sucede algo como esto en la vida? Podrías ganar lo suficiente como para reconstruir la casa, incluso el restaurante… 

Jenna se mordió el labio. La idea era tentadora, pero no podía dejar de pensar que no tenía sentido intentarlo. Era de conocimiento público los estrictos que eran con los empleados de aquel restaurante, por lo que…

—No tengo la más mínima chance, Rachel. Sé que confías en mí y te lo agradezco, pero no me creo capaz. 

—¡¿Estás loca?! —repuso Rachel en un suspiro, mientras rodaba los ojos—. Claro que eres capaz. Hazme el favor y manda tu hoja de vida. Después de todo, no pierdes nada. 

Jenna cerró los ojos y suspiró. Cuando a su amiga se le metía algo en la cabeza, no había Dios que la hiciera cambiar de opinión.

—Está bien —respondió, tras un par de segundos, mientras tomaba su móvil y rápidamente mandaba su currículum. 

Cinco minutos después, el teléfono de Jenna sonó. Sin perder tiempo, lo tomó y, al ver de qué se trataba, sus ojos se abrieron de par en par, mientras leía, boquiabierta. 

—¿Qué? ¿Qué es? —preguntó Rachel, impaciente, al ver su reacción. 

Sin embargo, Jenna no respondió, sino que continuó con la mirada fija en aquel correo, incrédula. 

—¡Oye! ¿Qué te pasa? 

—Acaban de responder de La Corona Whitmore —respondió, alzando la mirada hacia su amiga, en shock.

—¿Qué? —inquirió Rachel, sorprendida, mientras le arrebataba el teléfono y leía el correo—. ¿Es en serio? ¡Tienes una entrevista mañana mismo! ¡Te lo dije! 

Acto seguido, se abalanzó sobre Jenna y la abrazó con fuerza, mientras repetía una y otra vez: «¡te lo dije!».

Jenna se quedó inmóvil con la mirada perdida, incapaz de reaccionar. 

¡Aquello no podía ser posible! No podía ser cierto que tuviera una entrevista en una de las cadenas más prestigiosas del país y, sobre todo, una de las más exigentes. Todo el mundo sabía que solo los mejores llegaban a trabajar allí. De hecho, David Whitmore, el dueño, era conocido por ser el hombre más exigente y pedante de todo el país. 

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