Capítulo 77. Puerta cerrada.

Gabriel Uzcátegui.

El aire acondicionado me golpeó como una bofetada en la cara cuando entré en la oficina, dejando atrás el abrazo húmedo de la ciudad. Aquí todo son luces fluorescentes, zumbando y el chasquido de los teclados.

De los cubículos asoman cabezas que parecen suricatos y los ojos giran en mi dirección. Supongo que no encajo muy bien con mi traje desaliñado, mis sombras oscuras debajo de los ojos.

—¿Puedo ayudarle?

La recepcionista suena más recelosa que acogedora, mirándome por encima del borde de sus gafas.

—Buenas tardes, busco a la señorita Emma Uzcátegui —me doy cuenta de que digo su apellido de casada y corrijo —, Emma Marín —, suelto, con la voz demasiado alta en el silencio del vestíbulo. —Necesito hablar con ella, urgentemente.

Me mira de arriba abajo, con el escepticismo grabado en las líneas de la frente. Hay una pausa lo bastante larga como para que me plantee la idea de gritar el nombre de Emma hasta que aparezca o hasta que los de seguridad me echen, lo que
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