Gabriel Uzcátegui.Le doy un empujón a la puerta y no me molesto en ver si cerró; no hay tiempo para esas trivialidades cuando todo mi mundo se tambalea al borde del colapso.Mi corazón martillea contra mi pecho con un ritmo que grita urgencia, y puedo sentir su frenético pulso en la garganta mientras bajo corriendo las escaleras.El día se había alargado como cualquier otro hasta que esa mujer me dio la noticia, Emma había regresado, por eso todo se convirtió en una carrera contrarreloj.—Concéntrate, Gabriel —murmuro, y casi choco con un botones desconcertado cuando entro en el vestíbulo del hotel.Le pido disculpas apresuradamente por encima del hombro. Probablemente, piense que he perdido la cabeza. Puede que sí.Subo a mi habitación, cojo mi maleta, tomo mis cosas que las meto sin ningún orden. Esto es nuevo para mí porque soy un hombre extremadamente ordenado, pero esto es de vida o muerte y no tengo tiempo que perder, debo regresar.Fuera, la ciudad está llena de gente que vive
Gabriel Uzcátegui.Las palabras de la recepcionista me golpean como un puñetazo en las tripas. ¿No está? ¿Qué significa que no está? Tiene que estar aquí ¿Dónde más estaría?—¿Dónde está entonces? —exijo, con la voz entrecortada como la de un adolescente.—Su mamá vino ayer a llevársela.Sus palabras me dejan desconcertado, porque, hasta donde sé, Sandra es huérfana, ¿Cómo es que ahora apareció su madre a buscarla? No entendía nada, necesitaba que alguien me explicara.—Necesito hablar con la directora —exigí mientras la mujer negaba con la cabeza. —Lo siento, pero el director no volverá hasta el lunes.—¡¿El lunes?! —resueno, la incredulidad pintando mi voz en un tono de incredulidad. Esto no puede ser. No después de todo lo que he pasado estos días. —No puedo esperar, necesito tener a mi hija conmigo.—Lo siento, hasta ese día ella podrá atenderla.Su sonrisa de disculpa no hace nada para aliviar la opresión que constriñe mi pecho.“Por supuesto. Claro, el lunes”, pienso asintiendo
Gabriel Uzcátegui.—Gabriel, —Emma repite, su voz más firme, esta vez. Se incorpora lentamente, con cuidado de no despertar a Sandra. —No esperaba que llegaras tan pronto.Me quedo inmóvil, incapaz de dar un paso hacia ellas o de retroceder. Mis ojos van de Emma a Sandra, y luego al vientre de Emma. Es como si estuviera viendo tres versiones diferentes de mi vida, pasado, presente y futuro, todas mezcladas en una sola imagen surrealista.Sé que debería estar feliz, porque eso significa que vamos a tener un hijo, pero no puedo, Mi mente es un torbellino de pensamientos y confusión que me están llevando al borde de la locura.El cansancio, la búsqueda interminable y el miedo a no ser suficiente me golpean con toda su fuerza, y en ese instante, me siento perdido, como si nada de lo que hubiera hecho hasta ahora pudiera cambiar el peso de los errores del pasado.—¿Qué está pasando? —Logró preguntar, finalmente, mi voz, apenas un susurro ronco. —¿Cómo...? ¿Por qué...?Emma suspira, acarici
Sus palabras me desarman por completo. Quiero creerle, pero el dolor y la desconfianza siguen ahí, como una herida abierta. Me doy cuenta de que tengo miedo a creer, porque si vuelvo a perderla, no podré soportarlo. Pero también sé que mi orgullo me está frenando.—¿Y qué se supone que haga ahora, Emma? ¿Seguir como si nada? ¿Fingir que estos meses de angustia no existieron? ¿Qué me destrozaste el alma cuando te fuiste?Emma baja la mirada, acariciando suavemente su vientre. —No te pido que finjas nada. Solo te pido una oportunidad para explicarte, para intentar arreglar lo que rompí.Sandra se remueve entre sus brazos, sus ojitos abriéndose lentamente. Al verme, su rostro se ilumina.—¡Papá! —exclama, extendiendo sus bracitos hacia mí.Sin pensarlo, me acerco y la tomo en mis brazos, abrazándola con fuerza. El aroma de su cabello, la calidez de su pequeño cuerpo contra el mío, todo me recuerda por qué luché tanto por encontrar a Emma y ser una familia, pero ahora estoy aterrado. Era
Emma MarínEstoy sentada en la habitación en penumbra, con el corazón latiendo a un ritmo que es más un tambor de guerra que una canción de cuna.La reacción de Gabriel, o debería decir su falta de reacción, al embarazo, sigue flotando en el aire como esa fruta demasiado madura que no puedes arrancar del árbol. Es el silencio, la ausencia de lo que esperabas, lo que más grita.—Debería haber traído fuegos artificiales —murmuro para mis adentros, el sarcasmo, mi fiel escudo—. Tal vez así conseguiría un parpadeo o un movimiento de cabeza. Luego pienso, que quizás no debí haber regresado, tal vez me hubiese quedado a tener a mi hijo sola.Aunque una parte de mí comprende lo que siente Gabriel, otra parte está herida y piensa que mi hijo y yo hemos sido despreciados por él. Pero antes de que mi pensamiento se pierda en ese camino, mi mirada se desvía hacia la pequeña Sandra, pegada a mi lado con la tenacidad de un koala.Se quedó de nuevo dormida, y es ajena a los nubarrones que se ciern
Emma MarínAprieto la mandíbula, sintiendo el escozor de sus palabras como si me hubiera abofeteado. El sarcasmo de su tono atraviesa la habitación y casi puedo oír la respiración colectiva. Está claro que mi inesperado embarazo ha proporcionado la munición perfecta para la afilada lengua de Reina.—Parece que has estado ocupada —continúa, con la insinuación envuelta en terciopelo.Su insinuación flota en el aire, una acusación tácita que amenaza con deshacer la frágil paz que acabo de empezar a tejer a mi alrededor desde mi regreso.—Reina —digo, con voz sorprendentemente firme mientras me giro hacia ella, la reina de los insultos—. Guau, me tienes impresionada, te has superado a ti misma con el carro de bienvenida.Las palabras resbalan de mis labios, impregnadas de un sarcasmo que rivaliza con el que ella ha dominado a lo largo de los años.Hay algo liberador en el ingenio mordaz cuando es tu único escudo. El corazón sigue latiéndome de prisa, pero en mi interior florece una sensac
Emma MarínGabriel se acercó a mí con pasos lentos pero decididos. Sus ojos azules, que hacía un momento parecían tormentosos, ahora brillaban con una intensidad que me dejó sin aliento.—Emma —repitió mi nombre, esta vez con una suavidad que contrasta con la firmeza anterior—. No necesito ninguna prueba de ADN. Este bebé… —comienza a decir, colocando suavemente su mano sobre mi vientre por primera vez desde que regresé—, es nuestro hijo. Punto.Y como si nuestro hijo estuviera feliz por ese acercamiento de su padre, se movió en mi vientre, provocando una sonrisa en el rostro de Gabriel mientras sus ojos se abrieron con asombro.—¿Lo sentiste? —pregunté en voz baja, colocando mi mano sobre la suya, mientras él asiente.Siento que las lágrimas se acumulan en mis ojos, amenazando con desbordarse. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba no solo sus palabras, sino también su toque, hasta este momento.—Tu madre no cree... —comienzo a decir, pero Gabriel me interrumpe con un gesto.—M
Emma Marín.La pregunta de Gabriel aún colgaba en el aire, resonando entre nosotros como un eco interminable. ¿Podemos encontrar el camino de vuelta? Sentí un nudo en la garganta, pero también algo más, una chispa de esperanza, alimentada por ese genuino amor que sentía por él prácticamente desde que nos conocimos.Lo miré fijamente, tratando de leer en sus ojos si realmente estaba listo para intentarlo.—Sí, podemos —respondí finalmente, con una voz apenas más alta que un susurro, él se sienta a mi lado—. Pero va a requerir mucho de los dos, Gabriel. No es solo cuestión de palabras.Asintió lentamente, como si cada movimiento estuviera cargado de peso. Luego se inclinó hacia mí, su mano encontrando la mía. Su toque era cálido, pero también lleno de incertidumbre.—Emma, quiero hacer esto bien —dijo—. Por nosotros, por Sandra, por nuestro bebé. Pero necesito que sepas que también tengo miedo. Miedo de fallarte, de no estar a la altura.Me incliné hacia él, dejando que mi frente descan