Capítulo 101. Un regalo de Navidad

Gabriel Uzcátegui.

La sala de partos era un caos ordenado. Un oxímoron, sí, pero no había mejor forma de describir el flujo constante de enfermeras moviéndose con propósito mientras Emma permanecía en la cama.

Yo, en cambio, me sentía como un intruso con bata. Estaba ahí no solo porque quisiera acompañarla, sino porque también Emma quería que estuviera, pero una pequeña voz en mi cabeza seguía susurrándome que quizá debería estar esperando fuera como los esposos en las películas antiguas.

Emma me miró desde la cama, sus ojos chispeando con una mezcla de determinación y dolor.

—No me sueltes la mano— ordenó.

—No se me ocurriría —respondí, apretando su mano con suavidad mientras intentaba no pensar en cómo la estaba aplastando cada vez que le venía una contracción

¿Es posible perder la circulación en los dedos de forma permanente? Quizás debería buscarlo después en internet.

El médico entró con una sonrisa profesional que no combinaba con la intensidad del momento.

—Todo está progresan
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