Sus palabras me desarman por completo. Quiero creerle, pero el dolor y la desconfianza siguen ahí, como una herida abierta. Me doy cuenta de que tengo miedo a creer, porque si vuelvo a perderla, no podré soportarlo. Pero también sé que mi orgullo me está frenando.—¿Y qué se supone que haga ahora, Emma? ¿Seguir como si nada? ¿Fingir que estos meses de angustia no existieron? ¿Qué me destrozaste el alma cuando te fuiste?Emma baja la mirada, acariciando suavemente su vientre. —No te pido que finjas nada. Solo te pido una oportunidad para explicarte, para intentar arreglar lo que rompí.Sandra se remueve entre sus brazos, sus ojitos abriéndose lentamente. Al verme, su rostro se ilumina.—¡Papá! —exclama, extendiendo sus bracitos hacia mí.Sin pensarlo, me acerco y la tomo en mis brazos, abrazándola con fuerza. El aroma de su cabello, la calidez de su pequeño cuerpo contra el mío, todo me recuerda por qué luché tanto por encontrar a Emma y ser una familia, pero ahora estoy aterrado. Era
Emma MarínEstoy sentada en la habitación en penumbra, con el corazón latiendo a un ritmo que es más un tambor de guerra que una canción de cuna.La reacción de Gabriel, o debería decir su falta de reacción, al embarazo, sigue flotando en el aire como esa fruta demasiado madura que no puedes arrancar del árbol. Es el silencio, la ausencia de lo que esperabas, lo que más grita.—Debería haber traído fuegos artificiales —murmuro para mis adentros, el sarcasmo, mi fiel escudo—. Tal vez así conseguiría un parpadeo o un movimiento de cabeza. Luego pienso, que quizás no debí haber regresado, tal vez me hubiese quedado a tener a mi hijo sola.Aunque una parte de mí comprende lo que siente Gabriel, otra parte está herida y piensa que mi hijo y yo hemos sido despreciados por él. Pero antes de que mi pensamiento se pierda en ese camino, mi mirada se desvía hacia la pequeña Sandra, pegada a mi lado con la tenacidad de un koala.Se quedó de nuevo dormida, y es ajena a los nubarrones que se ciern
Emma MarínAprieto la mandíbula, sintiendo el escozor de sus palabras como si me hubiera abofeteado. El sarcasmo de su tono atraviesa la habitación y casi puedo oír la respiración colectiva. Está claro que mi inesperado embarazo ha proporcionado la munición perfecta para la afilada lengua de Reina.—Parece que has estado ocupada —continúa, con la insinuación envuelta en terciopelo.Su insinuación flota en el aire, una acusación tácita que amenaza con deshacer la frágil paz que acabo de empezar a tejer a mi alrededor desde mi regreso.—Reina —digo, con voz sorprendentemente firme mientras me giro hacia ella, la reina de los insultos—. Guau, me tienes impresionada, te has superado a ti misma con el carro de bienvenida.Las palabras resbalan de mis labios, impregnadas de un sarcasmo que rivaliza con el que ella ha dominado a lo largo de los años.Hay algo liberador en el ingenio mordaz cuando es tu único escudo. El corazón sigue latiéndome de prisa, pero en mi interior florece una sensac
Emma MarínGabriel se acercó a mí con pasos lentos pero decididos. Sus ojos azules, que hacía un momento parecían tormentosos, ahora brillaban con una intensidad que me dejó sin aliento.—Emma —repitió mi nombre, esta vez con una suavidad que contrasta con la firmeza anterior—. No necesito ninguna prueba de ADN. Este bebé… —comienza a decir, colocando suavemente su mano sobre mi vientre por primera vez desde que regresé—, es nuestro hijo. Punto.Y como si nuestro hijo estuviera feliz por ese acercamiento de su padre, se movió en mi vientre, provocando una sonrisa en el rostro de Gabriel mientras sus ojos se abrieron con asombro.—¿Lo sentiste? —pregunté en voz baja, colocando mi mano sobre la suya, mientras él asiente.Siento que las lágrimas se acumulan en mis ojos, amenazando con desbordarse. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba no solo sus palabras, sino también su toque, hasta este momento.—Tu madre no cree... —comienzo a decir, pero Gabriel me interrumpe con un gesto.—M
Emma Marín.La pregunta de Gabriel aún colgaba en el aire, resonando entre nosotros como un eco interminable. ¿Podemos encontrar el camino de vuelta? Sentí un nudo en la garganta, pero también algo más, una chispa de esperanza, alimentada por ese genuino amor que sentía por él prácticamente desde que nos conocimos.Lo miré fijamente, tratando de leer en sus ojos si realmente estaba listo para intentarlo.—Sí, podemos —respondí finalmente, con una voz apenas más alta que un susurro, él se sienta a mi lado—. Pero va a requerir mucho de los dos, Gabriel. No es solo cuestión de palabras.Asintió lentamente, como si cada movimiento estuviera cargado de peso. Luego se inclinó hacia mí, su mano encontrando la mía. Su toque era cálido, pero también lleno de incertidumbre.—Emma, quiero hacer esto bien —dijo—. Por nosotros, por Sandra, por nuestro bebé. Pero necesito que sepas que también tengo miedo. Miedo de fallarte, de no estar a la altura.Me incliné hacia él, dejando que mi frente descan
Gabriel UzcáteguiEl incómodo silencio que flotaba en el aire después de la llamada del abogado era casi tangible. Emma y yo nos quedamos en la cocina, mirándonos sin saber qué decir, cada uno perdido en sus propios pensamientos. La tensión en sus hombros reflejaba perfectamente cómo me sentía yo, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a romper el hielo.Finalmente, Emma suspiró y miró alrededor de la cocina.—Si sobrevivimos a esto, creo que tendremos que sobrevivir también a una remodelación de esta cocina —dijo con una media sonrisa, su tono sarcástico, rompiendo un poco la rigidez que nos rodeaba.No pude evitar sonreír. Su capacidad para usar el humor en los momentos más tensos siempre me sorprendía. Me apoyé en la encimera, cruzando los brazos mientras trataba de relajarme.—Sí, claro. Porque eso es justo lo que necesitamos ahora mismo, más caos —respondí, intentando seguir su juego.Emma se rio suavemente y negó con la cabeza.—Solo digo que necesitamos algo en lo que distr
Gabriel Uzcátegui.El nombre de Reina cayó como una bomba en la habitación. Emma apretó mi mano con fuerza, como si intentara mantenerme anclado mientras mi mente luchaba por procesar la información.—¿Reina? ¿Mi madre? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Mi voz salió entrecortada, cargada de incredulidad y furia contenida.—Así es —confirmó Arce, su tono profesional tratando de mitigar el impacto. —Ha argumentado que su relación no proporciona un entorno estable para Sandra y que la adopción no sería en su mejor interés, que se divorciaron y que esa situación traería inestabilidad a la niña emocional y confusión a la niña.—Esto es ridículo —dije, levantándome de golpe. —Reina no tiene ningún derecho a interferir en nuestra vida. Ella solo es una vieja bruja que al parecer lo único que desea es manipularme para hacer mi vida miserable.—Gabriel, cálmate —susurró Emma, tirando suavemente de mi brazo para que volviera a sentarme. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y
Gabriel UzcáteguiEl "sí" de Emma resonó en mi mente como un eco interminable, llenándome de una euforia que no recordaba haber sentido en años. Sin pensarlo dos veces, la tomé entre mis brazos mientras gritaba lleno de emoción, girando con ella mientras ambos reíamos como dos adolescentes atrapados en un momento mágico.—¿Qué haces, Gabriel? —preguntó entre risas, con los ojos brillando de emoción.—Celebrar que has decidido hacerme el hombre más feliz del mundo... otra vez —respondí, sin dejar de sostenerla.Emma pasó sus brazos sosteniendo mi cuello, apoyando su frente contra la mía. La cercanía, la calidez de su cuerpo contra el mío, todo se sentía tan... correcto. Bajé el tono, aunque mi sonrisa seguía firme.—Emma, necesito que busques a Sandra al colegio —dije finalmente, colocando suavemente a Emma en el suelo.Ella me miró con curiosidad, ladeando la cabeza.—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer mientras tanto? —preguntó, sus ojos llenos de sospecha juguetona, pero también de genuina preo