Gabriel Uzcátegui.El nombre de Reina cayó como una bomba en la habitación. Emma apretó mi mano con fuerza, como si intentara mantenerme anclado mientras mi mente luchaba por procesar la información.—¿Reina? ¿Mi madre? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Mi voz salió entrecortada, cargada de incredulidad y furia contenida.—Así es —confirmó Arce, su tono profesional tratando de mitigar el impacto. —Ha argumentado que su relación no proporciona un entorno estable para Sandra y que la adopción no sería en su mejor interés, que se divorciaron y que esa situación traería inestabilidad a la niña emocional y confusión a la niña.—Esto es ridículo —dije, levantándome de golpe. —Reina no tiene ningún derecho a interferir en nuestra vida. Ella solo es una vieja bruja que al parecer lo único que desea es manipularme para hacer mi vida miserable.—Gabriel, cálmate —susurró Emma, tirando suavemente de mi brazo para que volviera a sentarme. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y
Gabriel UzcáteguiEl "sí" de Emma resonó en mi mente como un eco interminable, llenándome de una euforia que no recordaba haber sentido en años. Sin pensarlo dos veces, la tomé entre mis brazos mientras gritaba lleno de emoción, girando con ella mientras ambos reíamos como dos adolescentes atrapados en un momento mágico.—¿Qué haces, Gabriel? —preguntó entre risas, con los ojos brillando de emoción.—Celebrar que has decidido hacerme el hombre más feliz del mundo... otra vez —respondí, sin dejar de sostenerla.Emma pasó sus brazos sosteniendo mi cuello, apoyando su frente contra la mía. La cercanía, la calidez de su cuerpo contra el mío, todo se sentía tan... correcto. Bajé el tono, aunque mi sonrisa seguía firme.—Emma, necesito que busques a Sandra al colegio —dije finalmente, colocando suavemente a Emma en el suelo.Ella me miró con curiosidad, ladeando la cabeza.—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer mientras tanto? —preguntó, sus ojos llenos de sospecha juguetona, pero también de genuina preo
Gabriel UzcáteguiAl cerrar la puerta de la mansión tras de mí, sentí como si un peso se levantara de mis hombros. Había dicho lo que necesitaba decir, había marcado mi línea en la arena. Ahora solo quedaba esperar y ver si Reina y los demás respetarían los límites que había establecido.Tomé un taxi de vuelta a casa, mi mente aún procesando la confrontación que acababa de tener. Parte de mí se sentía culpable por haber amenazado a mi propia familia, por haber expuesto sus secretos de esa manera. Pero otra parte, la que estaba cansada de las manipulaciones y el control, se sentía liberada.Cuando llegué a casa, encontré a Emma y Sandra en la sala. Sandra estaba dibujando en la mesa de centro, mientras Emma la observaba con una sonrisa cariñosa. Al verme entrar, Emma se levantó, su expresión cambiando de alegría a preocupación en cuestión de segundos.—Gabriel, ¿dónde has estado? —preguntó en voz baja, acercándose a mí.—Tenía que hacer algo importante —respondí, besando su frente sua
Emma UzcáteguiCamino por la sala de estar, con zancadas cortas y afiladas como un metrónomo a doble velocidad. Cada vez que me giro al final de la alfombra, un mechón de pelo oscuro me cae en la cara, un pequeño recordatorio de que incluso mi cuerpo se rebela hoy. El reloj hace un tic tac odiosamente alto, y una tortuosa cuenta atrás para el momento en que Gabriel entra por esa puerta. Mi mente juega al ping-pong con la esperanza y el miedo, una y otra vez, una y otra vez. Es agotador.“Emma”, murmuró para mis adentros, “tienes que calmarte. Es solo una llamada. Una noticia que podría cambiarte la vida y destrozarte el alma. No es para tanto”, digo cerrando los ojos sin poder contener esa angustia que anida en mi pecho.Y es que siempre es así, de los últimos siete años y medio de matrimonio, cada mes, ha sido una espera tormentosa, a la que un par de años después se le habían sumado doce tratamientos de fertilidad para quedar embarazada, y todos infructuosos.El sonido de unas llav
Emma Uzcátegui Caminamos al auto tomados de la mano, hacemos el trayecto en completo silencio, con una mezcla de miedo, esperanza, angustia, ansiedad. El camino se nos hace eterno y el silencio solo es llenado por cada tictac del reloj de aguja de mi muñeca, el cual siento que retumba en mi pecho. Las manos me sudan, y los dedos de Gabriel golpean con suavidad el volante; nos miramos con tanta incertidumbre mientras esperamos que el semáforo cambie a verde. Cuando por fin llegamos al estacionamiento del hospital, soy la primera en bajarme con un largo suspiro. Gabriel apaga el motor y me alcanza en la acera. Nuestros ojos se encuentran, y veo reflejado en los suyos el mismo torbellino de emociones que siento en mi interior. Tomamos aire al unísono y nos dirigimos hacia la entrada del hospital. El olor a desinfectante me golpea, apenas cruzamos las puertas automáticas. La recepcionista nos mira con una sonrisa practicada mientras nos acercamos al mostrador. Gabriel aprieta mi mano
Emma Uzcátegui.Después de esa llamada, fuimos invitados a la fiesta de Navidad de la familia y ahora estoy aquí aislada en una isla de apariencias y luces centelleantes, aferrada a mi copa de Cabernet, un salvavidas en medio de la locura navideña.La habitación se arremolina con jerséis navideños tan brillantes que podrían guiar el trineo de Papá Noel a través de una ventisca. Bebo un sorbo, el rico vino apenas enmascara el sabor de mi propio cinismo.En serio, si vuelve a sonar «Jingle Bell Rock» por los altavoces, puede que me meta un tronco de Navidad dentro.Al otro lado de la habitación, Gabriel está en su elemento, animado y vivo entre el caos, como un reno entre elfos. Sus hermanos se apiñan a su alrededor y sus risas ponen el contrapunto a las canciones navideñas que he puesto mentalmente en mi lista negra. Ahí está, alto y algo menos despreocupado de lo que yo recordaba.Esos mechones grises prematuros en sus sienes son como pequeñas insignias de los juegos injustos de la vi
Emma Uzcátegui.Gladys se adelanta, radiante, y toma la mano de su madre.—¡Estoy embarazada! —exclama con una sonrisa triunfal. —¡Mi esposo y yo vamos a tener un bebé!La sala estalla en aplausos y felicitaciones. Abrazos, besos y lágrimas de alegría fluyen libremente mientras la familia celebra la noticia. Yo me quedo paralizada, incapaz de moverme o hablar. Es como si el tiempo se hubiera detenido y yo fuera la única persona congelada en este momento.Gabriel aprieta mi mano, pero no puedo mirarlo. Sé que si lo hago, me derrumbaré aquí mismo, frente a todos. Así que me quedo quieta, con una sonrisa forzada pegada en mi rostro, mientras observo cómo Gladys es rodeada por un mar de familiares emocionados.—¿No es maravilloso, Emma? —dice Glenda a mi lado, con los ojos brillantes de emoción. —¡Vas a ser tía!Asiento mecánicamente, las palabras atascadas en mi garganta. Quiero estar feliz por Gladys, realmente quiero, pero todo lo que siento es un dolor agudo y punzante en el pecho. Ca
Emma UzcáteguiLas lágrimas comienzan a salir de mis ojos y me las limpio con rabia.“Basta ya de espumillón y guirnaldas, ¿Puedo ver algo que no brille?”. Pregunto para mis adentro, mi paciencia, deshilachándose cuál toalla vieja.Apenas tengo tiempo de asentarme antes de que otro de los hermanos de Gabriel se acerque a mí con una sonrisa tan amplia como la distancia entre la comprensión y el tacto. La verdad es que no sé si lo hace por torpeza, por brutalidad o simplemente por joderme la vida.—Emma, pareces perdida sin un pequeño en la cadera. ¿Cuándo vas a empezar a llenar esas habitaciones vacías de tu casa?Esbozo una sonrisa que podría rivalizar con la alegría artificial de la corona de acebo de plástico que cuelga cerca.—Cuando llegue el momento —, digo, con un tono de voz tan agudo que podría hacer añicos el cristal, o al menos eso desearía.Sin embargo, en mi interior pienso que el momento adecuado, es tan escurridizo como un copo de nieve en una ola de calor.—Más vale qu