Emma UzcáteguiEstábamos sentados a la mesa de un pequeño restaurante que había sido testigo de tantas emociones en los últimos días. Gabriel golpeaba la mesa con los dedos en un ritmo que se aceleraba cada vez que el silencio se alargaba demasiado. Sandra, frente a nosotros, movía la pajilla de su jugo de un lado a otro, aparentemente concentrada en su bebida, aunque su pequeño ceño delataba que percibía nuestra tensión. Yo, mientras tanto, miraba el reloj cada pocos minutos, contando mentalmente los segundos que faltaban para enfrentar al juez.—¿Qué hora es, mami? —preguntó Sandra, rompiendo el silencio con esa inocencia que siempre encontraba el momento perfecto para manifestarse.Le sonreí, tratando de ocultar mi nerviosismo.—Todavía falta un poco, amor. No te preocupes.Sandra hizo una mueca graciosa, inflando las mejillas y cruzando los ojos. Su expresión fue tan absurda que Gabriel y yo no pudimos evitar reírnos, aunque fuera por unos segundos. Ella sonrió ampliamente, satis
Emma UzcáteguiUnos días después, de que el juez nos hubiese dado la decisión, decidimos tomarnos unos días de descanso para ir a la playa y celebrar nuestro matrimonio, la adopción de Sandra y la adquisición de nuestra nueva casa, la cual decoraríamos una vez estuviéramos de regreso.Y ahora estábamos allí, habíamos alquilado una pequeña cabaña a orillas de la playa. Sandra entre nosotros saltaba evidentemente feliz.Después de llevar nuestras maletas al sitio de hospedaje, Sandra nos invitó a dar un paseo por la orilla de la playa.—Por favor, papi, mami, quiero hacer un gran castillo de arena y correr tras las olas —dijo nuestra pequeña con un puchero con el que nos convencía de hacer su santa voluntad, como sus esclavos personales.—Está bien, iremos, pero debes hacernos caso en todo momento —respondió Gabriel accediendo.—¿Estás seguro de que estás preparado para este torbellino? —me burlo de Gabriel y él asiente.—Nací preparado, Em.Comenzamos a caminar hacia la playa, con las
Emma UzcáteguiEl sol está bajo, proyectando un cálido resplandor dorado sobre la playa, mientras veo a Gabriel caminando hacia la orilla con el cubo en la mano y un brillo decidido en los ojos.Las risitas de Sandra son, como música, una banda sonora para este momento perfecto, mientras lo espera con una expresión de adoración.—Ahora, señoras y niñas, prepárense para presenciar la construcción del castillo de arena más grande que esta playa haya visto jamás —declara Gabriel, remangándose la camisa como si estuviera a punto de negociar una fusión empresarial en lugar de amontonar arena mojada.—¡¿Llamamos al Libro Guinness de los Récords o avisamos a la prensa local?! —exclamo, sin poder evitar la carcajada que me produce su exagerada seriedad.—Muy gracioso, Emma —replica, pero en sus labios se dibuja una sonrisa. —Espera y verás, te vas a sorprender porque nuestra creación será una maravilla.—Por supuesto —coincido, asintiendo sabiamente. —Espero que el foso tenga agua de verdad y
Emma UzcáteguiCasi tropiezo con mis propios pies cuando Gabriel me empuja para que me detenga. El resplandor de la luna proyecta una luz etérea sobre la arena, creando un paisaje de ensueño que parece demasiado perfecto para ser real. Allí, acurrucada en un rincón acogedor entre dos dunas, hay una manta extendida con una serie de pequeños platos, mis favoritos, dispuestos como tesoros esperando a ser descubiertos.—Gabriel —empiezo, con una carcajada que amenaza con brotar. —¿Has hecho tú todo esto? ¿En qué momento?—Culpable de los cargos —confiesa, con sus ojos azules brillando bajo el cielo nocturno como si hubieran aprovechado parte del brillo propio de las estrellas. —Mientras bañabas a Sandra, pensé que nos vendría bien un poco de indulgencia.—Indulgencia —repito, acomodándome en la manta a su lado, cuya suavidad contrasta con la rudeza del día a nuestras espaldas. Estamos solos aquí, con la única compañía del ritmo de las olas, y parece como si fuéramos las dos últimas pers
Emma Uzcátegui—¿Estás segura, mi amor? No quiero que te canses, ice Gabriel con el ceño fruncido, pasando las llaves del coche de una mano a la otra—, yo puedo buscar el árbol y los adornos con Sandra. Sus ojos, esos profundos pozos azules que parecen contener historias jamás contadas, me miran dudosos antes de abrir la puerta del solar.—¡Estás loco si crees que me perderé este momento! Así que me llevas, que prometo aguantar todo el ajetreo con tal de compartir estos momentos en familia.Así que salimos los tres de la casa. Nuestro primer destino es encontrar el árbol. Al llegar, salgo del coche arrastrando los pies, con mi barriga de embarazada a la cabeza. Nuestra hija, ha estado rebotando por las paredes como una bola de pinball en anticipación. No puedo evitar reírme de su energía desbordante. —Más despacio, cariño —le digo mientras corre entre las hileras de árboles, cada uno esperando a ser la pieza central de los recuerdos navideños de alguien.Horas después, con las bo
Emma UzcáteguiCon la estrella asegurada y Sandra de vuelta en tierra firme, vuelvo mi atención al pesebre que espera pacientemente en la repisa de la chimenea. Los pasos pesados de Gabriel se acercan detrás de mí, su presencia es un calor reconfortante a mi espalda.—¿Necesitas ayuda con eso, cariño? —Siempre está pendiente de mí, incluso cuando sólo estoy colocando figuras de porcelana en una estantería.—Yo me encargo —le aseguro, aunque no me importa el ofrecimiento. Su preocupación es parte de lo que nos hace funcionar, su fuerza equilibra mi independencia, a veces demasiado entusiasta.María, José, los Reyes Magos, más alejados... todos encuentran su lugar bajo mi atenta mirada. La última pieza es el Niño Jesús, la cual no coloco aún hasta la noche de Navidad.—Tiene muy buena pinta, cariño.El brazo de Gabriel me rodea la cintura y me sostiene mientras doy un paso atrás para admirar nuestro trabajo.—Gracias. Vuelvo a apoyar la cabeza en su pecho, sintiendo las vibraciones d
Gabriel Uzcátegui.Todo pasó tan rápido que apenas podía procesarlo. Alcé a Emma en brazos mientras Sandra nos seguía, aferrando la mano de su mamá con una mezcla de curiosidad y miedo. Emma jadeaba de dolor, pero me dedicó una mirada de confianza que me ancló en el momento. Mi mente era un torbellino, pero sabía que debía mantener la calma.—¿Papá? ¿Está bien mi mamá?—preguntó Sandra, con los ojos enormes y llenos de incertidumbre.Después de subir a Emma en el coche, y antes de ayudarla a ella también a subir, me agaché a su altura.—Todo está bien, mi amor. Tu mami no se orinó, es solo que tu hermanito está en camino. Vamos a llevar a tu mamá al hospital para que los doctores nos ayuden a sacar al bebé.Mi voz era firme, tranquilizadora, aunque por dentro estaba nervioso. —Papá, ¿mi hermanito será un regalo para Navidad que nos trae el Niño Jesús?—Sí, mi amor, es nuestro regalo para Navidad.Sandra asintió, absorbiendo mis palabras con una seriedad que me conmovió. Ella subió al
Gabriel Uzcátegui.La sala de partos era un caos ordenado. Un oxímoron, sí, pero no había mejor forma de describir el flujo constante de enfermeras moviéndose con propósito mientras Emma permanecía en la cama. Yo, en cambio, me sentía como un intruso con bata. Estaba ahí no solo porque quisiera acompañarla, sino porque también Emma quería que estuviera, pero una pequeña voz en mi cabeza seguía susurrándome que quizá debería estar esperando fuera como los esposos en las películas antiguas.Emma me miró desde la cama, sus ojos chispeando con una mezcla de determinación y dolor.—No me sueltes la mano— ordenó.—No se me ocurriría —respondí, apretando su mano con suavidad mientras intentaba no pensar en cómo la estaba aplastando cada vez que le venía una contracción¿Es posible perder la circulación en los dedos de forma permanente? Quizás debería buscarlo después en internet.El médico entró con una sonrisa profesional que no combinaba con la intensidad del momento.—Todo está progresan