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Débora escuchaba atentamente, sin intervenir en la conversación, tampoco habría tenido mucha opción de hacerlo puesto que los dos hombres estaban tan enfrascados en sus cosas que casi no se daban cuenta de la presencia de la muchacha. O eso es lo que Daniel quería que ella creyera, puesto que no había dejado de observarla durante toda la cena, y lo que veía le gustaba mucho. Así arreglada se dio cuenta de que era preciosa, poseía una belleza serena y tranquila, con una inmensa sonrisa. No era una chica exuberante, como lo había sido Rebeca, sino todo lo contrario, pero se hacía mirar. El cabello negro, muy oscuro le caía en rizos rebeldes por toda la espalda, lo tenía muy largo. Los ojos eran verdes y enormes, y pasaban de la sorpresa a la admiración con rapidez. El resto de la cara acompañaba perfectamente a esos ojos tan expresivos. Y por lo que se refiere al cuerpo, estaba bastante flaquita, no pudo evitar preguntarse si era producto de la juventud, es decir, que aún le falta
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