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Como era de suponer, y lo que quiso provocar Daniel con esa confesión, el caos se apoderó de la sala de vistas. El jurado se quedó helado, el juez después de su explosión miraba a todos los presentes con expresión pétrea, el fiscal era el único que permanecía impasible sentado en su silla con la mirada fija en el juez esperando una reacción de este. Por supuesto los curiosos y la prensa que asistía a la vista empezaron a murmurar a viva voz, en unos minutos el griterío fue ensordecedor. Los componentes del jurado se unieron también a la algarabía al comentar entre ellos lo que debían hacer, el nerviosismo se había apoderado de la mayoría y discutían a viva voz la inocencia o culpabilidad de la acusada, temían escuchar del juez la orden para retirarse a deliberar: Si la declaraban inocente y el abogado mentía, no podría volver a ser juzgada por el mismo delito y si la declaraban culpable y el asesino era el abogado, estarían cometiendo una gran injusticia. Por suerte para ellos el
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